Está la cosa caliente.
Cada mañana, al abrir las publicaciones digitales de los diarios nacionales o, más comúnmente, las redes sociales (que no tienen filtro), me encuentro con, al menos, media docena de artículos, manifiestos, comentarios, reflexiones, divagaciones, ensoñaciones, hashtags, Gifs… sobre las mujeres, y los hombres, y las mujeres que hablan de los hombres; y los hombres que hablan de las mujeres; y las mujeres que hablan de que los hombres hablan de las mujeres… Y así en una espiral infinita de alusiones recíprocas.
Esta mañana he amanecido con las palabras de dos Señores ilustres: Don Javier Marías y Don Arturo Pérez Reverte… El primero que está cansado de que las mujeres hablen de mujeres, y el segundo que, como otros hombres, también parece tener miedo de que, en cualquier momento, por un «quítame allá esas pajas», acabe con una orden de alejamiento. O peor.
Yo me pregunto qué tipo de denuncias está leyendo el Sr. Marías para que le causen semejante perplejidad… Las que yo vengo escuchando son, en su mayor parte, denuncias de abusos sexuales; chantajes de contenido sexual; amenazas o incluso violaciones.
Dylan Farrow dice que su padre abusó sexualmente de ella cuando tenía 7 años; Salma Hayek dice que Weinstein le chantajeó, exigiéndole una escena de sexo lésbico bajo la amenaza de anular la producción de la película por la que, finalmente, fue nominada al Oscar como mejor actriz; Asia Argento, Kate Beckinsale y hasta 81 mujeres más, entre actrices, modelos o empleadas del productor, han denunciado agresiones o abusos de poder, con contenido sexual, a manos del susodicho.
Ochenta y tres mujeres denunciando un comportamiento criminal de un hombre poderoso, resultan muy estrepitosas, incluso inquietantes. Me hago cargo.
Dice el Sr. Marías que observa sorprendido como esas mujeres reaccionan en formato totalitario ante un manifiesto (!!!) sensato y razonado suscrito también por mujeres. Y, cuidado, desliza que las congéneres que mostramos nuestro desacuerdo al desacuerdo previo de su manifiesto, les negamos la inventiva y la autonomía de pensamiento, al más puro estilo hitleriano, reduciéndolas a papeles.. Por si no había suficiente leña en el fuego, para que arda.
Pues yo le digo, Sr. Marías, «las francesas» intelectuales tienen toda la libertad de pensamiento y expresión para escribir desde sus despachos parisinos que si un hombre, entiéndaseme: Un hom-bre, insiste torpemente en coquetear con una mujer, no es un crimen. Y la cajera de supermercado que ha recibido cien mensajes al día de su encargado, diciéndole lo cachondo que se pone cuando piensa en sus tetas, tiene toda la libertad de expresión y pensamiento, y todo el derecho, además, a sentirse importunada y a denunciar ese coqueteo, torpe a más no poder y «que te cagas» de insistente. Y también tiene el derecho a que si lo denuncia diez años después, cuando sus hijos ya han terminado la universidad y ha puesto en la mesa todos los platos de cocido que tenía que poner, se le conceda la más sublime de las empatías.
Por supuesto que también tengo yo la libertad de pensar que «las francesas» podían haber elegido otro «contexto» para posicionarse.
No le voy a negar que comparto con las francesas intelectuales algunos puntos de vista. No quiero condenar a la hoguera toda la filmografía de Woody Allen o de Roman Polanski; pero para cuando nuestros hijos estén en edad de ver Delitos y Faltas, también estarán en edad de que les podamos contar, destruida la presunción si fuera el caso, que fueron geniales directores y también agresores sexuales. Por desgracia o por fortuna, una cosa no quita a la otra… Además, desde la cárcel, también se puede escribir.
No es odio ni despecho lo que las mueve, Sr. Marías, es justicia.
Y si en el discurso desentona alguna voz esperpéntica, vamos a cuidarnos de responsabilizar al discurso; no vaya a ser que lo empujemos irremediablemente a la oscuridad de la que sudor, lágrimas y años, le ha costado salir.
Y al Sr. Pérez Reverte le quiero dar una buena noticia: Dígale a Manolo que puede despertar a su mujer acariciándole un seno o agarrándola del trasero. Si hay suerte, ésta se lo agradecerá… Si no, le va a tocar la ducha fría de todas las maneras. Tal vez otro día sea María la que se levanta con ganas de despertar a Manolo de la forma más dulce.
Y también quiero decirle que el sentido común, el menos común de los sentidos, les falta a muchas profesoras de Osaka y a infinidad de encargados de supermercado, y que ni Blancanieves ni La Bella Durmiente han sufrido agresiones sexuales, gracias a Dios. Ahora, como le digo una cosa, le digo la otra, y compartirá conmigo que pasarse la mitad de la historia durmiendo, y la otra mitad encerradas en una torre o en un zulo de enanos en medio de un bosque, les deja poco margen de maniobra. Podemos, eso sí, constatar su alta capacidad de espera.
Machistas los cuentos, son un rato.
Usted, que ha contado a mujeres como Teresa Mendoza, debería encontrar las 7 diferencias.
Que los cuentos, las novelas, las películas, las pinturas, las esculturas y el resto de expresiones gráfico-visuales de una sociedad machista sean machistas, no es nada extraordinario. Lo extraordinario es abrazar el dogma, la disciplina de partido.
Parece lógico que la censura no es la solución, más bien la educación del ojo del que mira, y se expresa. Y en esta dinámica, machista hay que decirlo con sensatez, pero sin miedo, y desde luego, hay que decirlo más.