San Sebastián con niños

No se vayan a pensar que les voy a resolver el misterio de la Santísima Trinidad. No tengo secreto ni truco infalible. Lo único que puedo hacer es contar mi experiencia por si algún descerebrado se está planteando hacer un viaje de más de 7 horas en coche con niños pequeños, esperando que le pueda ser de mínima utilidad.

I.- El coche:

Sin duda la principal contraindicación para el destino elegido era la distancia para llegar en coche hasta San Sebastián.

Mi marido y yo, movidos por el romanticismo nostálgico, nos resistimos a recurrir a distracciones electrónicas, sobre todo teniendo en cuenta que en el coche, el hastío de los pequeños sólo nos va a molestar a nosotros; legítimos progenitores.

No me malentiendan, pues. Si tuviéramos que viajar en avión por esas horas, seguro que no me temblaría el pulso en descargarme las 380 temporadas de la patrulla canina. Cuando entra en juego la paz ajena, relajo mis principios.

No les voy a andar con paños calientes. Los viajes largos en coche con  niños pueden ser un horror.

Nosotros, en este caso particular, decidimos hacer un alto en el camino; una parada logística, o, si lo prefieren, una escala de emergencia para evitar el suicidio en carretera. Buscamos un hotel a las afueras de Madrid, aceptablemente bueno, no tan bonito pero bastante barato y, eso sí, con piscina.

Una piscina que al final resultó contener agua de los mares del Norte a 2º centígrados, pero que cumplió su función. A saber: Agotar a dos fieras después de 4 horas de encierro automovilístico.

De nuestra estancia en la capital, déjenme que les recomiende el lugar al que fuimos a cenar. Tapas buenas y originales, precio más que asequible y una bonita decoración. Se llama 80 Grados. Al que nosotros fuimos se encuentra en la zona de Las Tablas, aunque creo que tienen otro local en Malasaña.  Si van, no dejen de probar la mini hamburguesa y las croquetas de jamón.

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Pero volviendo a la espinosa cuestión del coche, me permito decirles cuáles son mis estrategias de contención:

  • Juguetes de casa: Sobre todo de ésos que incentivan el juego imaginativo. En el caso de mi hijo los coches de toda la vida, pequeños y metálicos, no tienen competencia. Si tiene dos o tres puede jugar durante lapsos temporales realmente largos. Manuela prefiere peluches o muñecos y el juego simbólico: Les da de comer, los cura, les hace de maestra…
  • Cuentos: Éste es el truco estrella. En los momentos en los que parecen estar a punto de perder el control, leerles un cuento puede ser una fórmula fantástica de entrar en un ambiente más relajado. También suelo llevar libros de colorear o con pegatinas, que aseguran un rato de entretenimiento pacífico.
  • Los clásicos: Mis preferidos. Viajar con niños no se inventó en el Siglo XXI. Antes también se hacía, y los niños jugábamos al Veo Veo, a las Palabras Encadenadas, a contar los coches de color «x» y a cantar canciones. Mis hijos se entretienen muchísimo con el Veo Veo. En este último viaje se inventaron otros juegos como esperar a que adelantáramos camiones y gritar olé, o contar los segundos que tardábamos en salir de los túneles.
  • Los chistes escatológicos: Sí. Hemos entrado en la etapa en la que lo más desternillante del mundo es que alguien se suba a un avión y haga caca desde allí, así que una ronda de chistes sobre culetes y pedos nos aseguran unas buenas risas.
  • Víveres: Esencial ir bien servido de comidas y bebidas.

Con esto y con todo, hay momentos en los que nada parece funcionar. Se desesperan, lloran, se enfadan… Y entonces sólo vale tener paciencia y asumirlo como algo totalmente normal.

ii.- El alojamiento:

Ésta es de las pocas cosas en la vida que tengo claras clarinete. Para viajar con niños estancias de más de un par de días, mejor casa/piso/apartamento que hotel.

No me imagino comiendo y cenando fuera con los niños durante 8 días. Una casa ofrece espacio para que puedan jugar con sus cosas, descansar, incluso gritar o revolver.

En este caso, cogimos un apartamento con Feel Free Rentals, y lo recomiendo verdaderamente. El apartamento estaba más que bien. Era espacioso, reformado, limpio y ordenado, y tenía una ubicación inmejorable.

iii.- La estancia:

De una forma resumida, éstos son los planes que nosotros decidimos (o nos vimos abocados a) hacer durante nuestra estancia:

  • Día 1: San Sebastián. Playa de la Concha. Peine de los Vientos. De pinchos y Parte Vieja:

Pasear por el Paseo de La Concha es un imprescindible. Nosotros lo hicimos hasta el Peine de Los Vientos. Allí los niños se divirtieron mucho jugando con el aire que salía de los agujeros en el suelo.

Para mí fue un todo un lujo contemplar la belleza que tiene esta ciudad oliendo a mar, y escuchando a mar.

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Era bastante escéptica a la opción de ir de pinchos con los niños.  La idea de moverse de bar en bar sin lugar para sentarse no me parecía que fuera a casar bien con dos pequeños hambrientos y cansados. Sin embargo, resultó todo lo contrario. La razón: Toda la zona de bares de la Parte Vieja por la que anduvimos es peatonal; los niños comían y corrían por alrededor sin que resultara peligrosa (a veces el principal inconveniente a la hora de salir a comer con ellos fuera de casa, es su baja capacidad para permanecer sentados durante largos ratos). Al estar de pie y en la calle podíamos estar atentos a ellos mientras disfrutábamos de la gastronomía donostiarra.

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Por la misma zona, descubrimos una chocolatería a la que no pudimos resistirnos:

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Por la tarde paseamos por el Barrio Antiguo, disfrutando de los preciosos edificios de la Belle Epoque que luce la ciudad. Les recomiendo tomar un café en la Plaza de la Constitución o la Plaza Gipuzcoa; acercarse a contemplar la Iglesia del Buen Pastor y la Basílica de Santa María o, simplemente, caminar junto al Río Urmea, atravesando alguno de sus puentes.

Tanto paseo con los niños se fue haciendo cada vez más complicado, así que, como corresponde, terminamos el día en un parque con toboganes gigantes, que nos aseguró la distensión.

  • Día 2: Museo de la Ciencia. Planetario y Zarautz.

Somos unos expertos en los Museos de la Ciencia. A poco que tenga cierto prestigio, nos entregamos del todo a su capacidad de asombrar e interesar a los pequeños y a los no tan pequeños (no se imaginan el entusiasmo que muestra el de los 70´con los espacios interactivos.)

En cualquier caso: Lo recomiendo encarecidamente. No es demasiado grande, pero me parece que está perfectamente organizado. La mayoría de las salas son enormemente interactivas; se respira paz y concentración.

Para mis hijos fue de gran interés la primera sala que podría llamar sobre física (con poleas, palancas; pesos, volúmenes, imanes) o Animalia. Y fue muy gracioso (especialmente para mí) verme el rostro dentro de 50 años en una pantalla gigante mientras mi hija exclamaba: Mamá, qué fea, o mi hijo me pedía entre gimoteos que no me pusiera así nunca… Ay, C´est la vie!

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Un auténtico hit fue el laberinto de espejos. Aunque les recomiendo que presten atención, o se llevarán más de un capón con sus propias narices..

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Si deciden visitarlo, no dejen de acudir a una sesión del Planetario en 3D. Divertidísimo y muy didáctico.

Por la tarde conducimos hasta Zarautz y, les digo, aunque no tiene mucho más que la playa, merece una visita. El atardecer allí era una delicia.

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  • Día 3. Hondarribia. San Sebastián.

El tercer día teníamos programado visitar Hondarribia y después acercarnos a Biarritz y San Juan de Luz. Pero como si quieres hacer reír a Dios, haz planes, finalmente visitamos Hondarribia, !y de chiripa!

El tercero fue el día en que la cosa se torció. Los niños estaban cansados, tardamos una hora y media en aparcar y la idea de esperar en un bar atestado para tomar unos pinchos no mejoró la situación. Finalmente, paseamos un poco por su bonita (y turística, muy turística) calle de casas de colores, comimos en un bar que no era ninguno de los que nos habían recomendado (pero que tenía un buen banco corrido donde los niños descansaron) y compramos un helado antes de volver a casa y pasar la tarde en el Parque de Cristina Enea, ya en San Sebastián. Un lugar, por cierto, más que recomendable para los pequeños y que consiguió cambiarnos el humor.

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  • Día 4: Kurssal. Monte Igueldo.

El cuarto día de nuestra estancia aprovechamos la mañana para visitar algunas tiendas, volvimos a la calle 31 de Agosto para comer y después paseamos hasta el Puerto. Allí cogimos un autobús que nos llevó a Monte Igueldo.

Una de las cosas que más ilusión hace a mis hijos cuando viajamos es probar distintos medios de transporte, así que montar en autobús, funicular (para subir a Monte Igueldo) y hacer el mini mini mini paseo en barquito que se puede hacer arriba por 20 eurazos, les hizo el día.

Desde luego las vistas de la ciudad desde allí bien merecieron la pateada.

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El parque de atracciones me reconcilió con el ocio infantil. Vintage. Sin temáticas ni merchandising. Cochecitos mondos y pelondos. Tío vivo, colchonetas, montaña rusa…

 

  • Día 5. Paseo en bici por la ciudad y Acuario.

El último de nuestros días completos en la ciudad, alquilamos bicicletas. Muy recomendable, ya que toda la ciudad dispone de carriles bici. Estuvimos casi dos horas de pedaleo.

 

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Raúl, en su propia bici, aguantó como un campeón.

Por la tarde, visitamos el Acuario de San Sebastián, con el que tengo la misma sensación que en el Museo de la Ciencia. Más bien pequeñito, pero perfectamente organizado y cuidadosamente expuesto.

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A la vuelta, como a la ida, volvimos a tomar aire en Madrid.

Y hasta aquí nuestra experiencia en la ciudad vasca. Reconozco que me resultó más bonita, incluso, de lo que la imaginaba y, por cierto, a todos nos cautivó su ambiente. Tiene una combinación de tradición y vanguardia que me parece asombrosamente equilibrada.

 

 

 

CLULESS (Fuera de onda)

 

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Mi primer año de universidad da para muchas historias. Para muchas. Algunas quedarán ocultas al conocimiento de mis hijos bajo pactos sagrados de silencio. Y si a alguna o a alguno se les ocurre abrir el pico, no me voy a cortar en mantenerlas donde deben estar bajo amenazas y chantaje del sucio… Que yo las maldades no me las ingeniaba sola.

Tengo grabado en la memoria el escalofrío que sentí la primera vez que entré a mi clase de Derecho. Pero, para ser justos, ahora, con la claridad de la madurez, creo que el escalofrío se lo debió llevar el Sr. Montoro (no el Ministro) sino mi profesor de Filosofía del Derecho.

Yo representaba lo que venía siendo una hibridación perfecta de las tribus urbanas del momento (entre hippie, punky y heavy, andaba el juego); todo ello unido a una reseñable falta de amor propio y noviazgos tormentosos, y al racionamiento económico impuesto por las limitaciones presupuestarias de mis benefactores.

Para situarnos, yo podía vestir, en uno de mis días buenos,  un chándal de algodón, una camiseta de Sex Pistols que mi ex había heredado de su primo mayor,  y una riñonera con una llamativa hoja del cannabis. Recuerdo haber llevado hasta calentadores de colores.

Y, por supuesto, cuando hablo de chándal, no me refiero a la favorecedora ropa deportiva de Oysho. Yo me refiero al chandal de toda la vida. Al de los domingos de relajo; al de la escuela el día que tocaba gimnasia. Al de ‘choni’. Al de los heroinómanos en los 80. Al chándal, como realidad social y concepto antropológico. A ése.

Una vez una amiga mía me dijo que como iba yo a la universidad, no bajaba ella ni a tirar la basura… y tanta gracia me hizo esta frase, al cabo de los años, cuando ya era yo una distinguida letrada que vestía falda de tubo negra, que imploré a mis amigas que formara parte de los lemas que se corearan en mi despedida de soltera.

De esta guisa me iba yo a la universidad; y me sentaba en una silla situada en el medio, en la primera o segunda fila. Eso es. No se piensen que mi falta de adecuación al entorno me detenía. Como les decía, yo de amor propio andaba más bien escasa. En todos los ámbitos menos en uno. El del aprendizaje.

Iba a hablarles de mi seguridad en el entorno académico… Pero no se si sería del todo correcto utilizar esta expresión, porque el entorno académico, considerándolo de una forma global, tampoco me resultaba un ambiente amable: No era yo de formar grandes corrillos en la cantina, ni de tener una significación importante en los pasillos. Los profesores no me conocían porque nunca pisaba un despacho; ni mandaba mails. Siguen dándoseme regular las relaciones institucionales.

Pero yo era una idealista. Y me encantaba ir a clase. Me sentaba en primera fila por el puro placer de aprender. Y me abstraía de todo lo demás; y me sentía legitimada para recibir las informaciones y los conocimientos, y, pese al chándal, no me avergonzaba en absoluto. Es más, pensaba, real e ilusoriamente, que nadie me iba a prejuzgar por las fachas. Y no hablaba con la gente. Escuchaba y aprendía. Me emocionaba incluso, a veces y luego se lo contaba todo a mis amigos no universitarios. Les explicaba los grados del dolo en la comisión de los delitos en Derecho Penal, y los principios para la interpretación de los contratos.

Y, aunque ahora cada vez que lo pienso me sigo preguntando cómo podía, mostraba absoluta indiferencia ante el hecho de que a mi alrededor se desplegaba un auténtico desfile de pret a porter con las últimas tendencias de la temporada. Tacones, bolsos, pantalones ajustados, blusas, maquillaje, gomina en los chicos, polos y muchos logotipos de marcas. Como digo, entonces, ahora no me explico cómo, me la traía al pairo que pareciera que me había despistado buscando la clase de bellas artes o de sociología.

Pues bien, en uno de esos días de Derecho Penal Parte General, mi  admirado y honrado  profesor, el Señor Don Jaime Peris Rieira, cuyas clases siempre me parecieron una delicia para el entendimiento, recomendó el archiconocido libro de Cesare Beccaria «De los delitos y las Penas», y tanto me fascinó la sinopsis que del mismo hizo, que recién terminada la clase, me fui para la Biblioteca de la Facultad de Derecho a hacerme con él.

Cuando entré, por primera vez, en este espacio, sí me temblaron las piernas. Si el pasillo de la segunda planta de la facultad era el desfile de la colección Otoño Invierno, la Biblioteca era el Backstage. Pero aquí, a diferencia de lo que sucedía en el aula, yo no podía dar sentido a mi presencia en el proceso mismo del aprendizaje. No cabía crear este espacio acotado y seguro que yo construía en cada clase, entre las enseñanzas de los profesores (de los buenos profesores) y mi propio proceso intelectual de comprensión y asimilación. Estaba desprotegida y fuera de lugar en un mundo extraño. Las miradas de aquéllos cuyas mentes estaban esperando una distracción que justificase la pérdida de atención, se clavaron en mi chándal y en mi riñonera cuando crucé el mismo umbral de la puerta.

Me acerqué al mostrador. Todo lo silenciosa que podía. Me dirigí a la Señora al otro lado de la madera, en un tono casi inaudible: «Estaba buscando el libro «De los delitos y las penas» de Cesare Beccaria.»

– ¿Quée? Contestó la señora en un tono estruendoso; estrepitoso, molesto.

Giré la cintura para mirar hacia atrás y sondear la reacción de los presentes. La mayoría miraba. Me acerqué un poco más al mostrador en una evidente tensión creciente.

Que estoy buscando el libro «De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria.

Ah! Un momento, voy a buscarlo.

Miró el ordenador y después dio la vuelta al mostrador para dirigirse a las estanterías. Recuperé un poco el aliento y el ritmo cardíaco empezó a volver a la normalidad. La Señora volvió a colocarse tras el mostrador con el pequeño libro entre las manos, y mientras aún estaba en marcha, escuché:

Diez Euros.

El corazón se me disparó de nuevo; esta vez de una forma que parecía incontrolable. ¿Diez euros?, ¿En serio? ¿Había que pagar por sacar un libro de la biblioteca?? Me pareció absolutamente insólito e injusto, pero evidentemente, no iba a hacer preguntas. Faltaría más. Di por supuesto que se trataba de una suerte de depósito o fianza.

Se me hizo un nudo en la garanta. Por absurdo que parezca, en ese momento, ni hacer preguntas ni dejar el libro y salir por la puerta como había entrado, eran opciones que barajaba. Era una cuestión de dignidad salir de allí con mi libro; como si fuera una de los muchos usuarios de esa Biblioteca que parecían absolutamente habituados a los trámites, procedimientos y normas de aquél lugar. Pero diez Euros. Eso era la mitad de mi presupuesto semanal. Y no los tenía. En ese momento no los tenía.

Lo sabía muy bien. No tenía esa cantidad. Hice un cálculo mental de cuánto podía llevar encima y consideré que podría llegar a llevar unos 8,70 Euros. Con un poco de suerte, podría llegar a encontrar alguna moneda más de las de cierto valor (1 euro o 50 céntimos) por ahí despistada. Pero no había marcha atrás. Sin racionalizar el hecho patente de que no tenía los diez euros, abrí mi riñonera y traté de arrastrar con la mano extendida dentro de ella todas las monedas que se hubieran arrinconado en los bordes de las costuras.

Las saqué con el puño cerrado y las coloqué todas sobre el mostrador, dispuesta a contar. Una moneda de euro golpeó en la madera y cayó al suelo. El ruido captó la atención de los escasos estudiantes que aún no habían abandonado su concentración en los apuntes para mirar y disfrutar del espectáculo. Ahora todos miraban. Estaba al borde del llanto.

Recogí la moneda del suelo y la puse en el mostrador al tiempo que me sorprendía el rostro perplejo de la Señora al otro lado.

Pero ¿Qué haces?!! Me dijo en un tono que aún despierta mis más viles sentimientos.

Lo siento. No se si tengo los diez Euros.

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJ. Aun recuerdo sus alborotadoras carcajadas, buscando las miradas de las demás personas en la sala, tratando de hacerse con testigos de mi estrepitoso ridículo.

Varios de los presentes respondieron a la mirada de la Bibliotecaria con una sonrisa curiosa y sin apartar la mirada. Como cuando observas el predesenlace de un show que tiene escrito el final que estás esperando.

Me ha dicho Usted diez Euros. Contesté en una afirmación interrogativa, sabiéndome vencida. No había ya esperanza alguna de salir de allí con un mínimo de dignidad entre las manos.

DIEZ DÍAS!! MUJER!! EN LA BIBLIOTECA NO SE PAGA!! Contestó la mujer gritando; en un alarido que ya no rompía el silencio de la sala de estudio, porque nadie estaba estudiando. Todos eran partícipes de mi primera experiencia en la Biblioteca de la Facultad de Dercho. Todos tenían pase VIP a mi solemne puesta en evidencia.

Sabía que estaba colorada como un tomate. Aroalada. Con la cara roja y blanca. Muerta de vergüenza. Sudorosa y torpe. Tremendamente torpe. Recogí mis monedas del mostrador rezándole a Dios para que no se me cayera ninguna al suelo y pudiera salir de allí cuanto antes. Por suerte entraron todas en mi puño y las coloqué de nuevo en mi riñonera. Despegándome las que se me habían quedado incrustadas en la palma por el sudor. Y me fui.

Definitivamente: Se nos ha ido de las manos.

 

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Llegué a este mundo aquélla mañana en que me coloqué frente al espejo, con una barriga extraña y distinta y un niño  que lloraba en mis brazos. Llegué cuando, después de mirarme intensamente a los ojos, me desprendí al vacío de la desrealización: Ésa que me devolvía la mirada, no parecía yo.

Todo el mundo anterior confluía en un cruce de caminos que estaba representado en mi hijo.

La transformación y el silencio alrededor me llevaron hasta aquí.

La callada cuando miraba a un lado y a otro en busca de respuestas, me aterrorizaron al principio. Después tomé aire, concluí que era cosa mía; de mi deconstrucción y reedificación personal, y de, repente un día, un papá escribía en internet que hubo momentos en los que deseó devolver a su hijo a la inexistencia.

Me escandalicé y me intrigué a partes iguales, y conforme iba leyendo me iba acurrucando en el alivio y el consuelo de la identificación. Y así es como llegué hasta aquí. Hasta el blog. Y disfruto con la red y sus múltiples posibilidades… Con la accesibilidad a artículos y blogs que entretienen, analizan la actualidad o permiten crear espacios de reflexión y debate sobre lo humano y lo divino.

Pero, Señores y Señoras: Se nos ha ido de las manos.

Y esto es algo que venía sospechando desde hacía tiempo pero que se me reveló definitivamente como un baño de realidad corpórea cuando ví a una blogger sujetando en la mano una raíz de gengibre para contar a sus seguidores que era «uno de sus favoritos del mes»… O en su versión anglosajona, un «currently loving».

La blogger en cuestión se llama. o se hace llamar «A trendy life».  (Como a mí no me lee nadie, me puedo permitir las alusiones directas sin miedo a las repercusiones…)

Ya el título del blog es para echarle de comer aparte: Una vida de tendencia. Habla por sí mismo.

A trendy life vive viajando de un lugar a otro del mundo; cambiándose de ropa y compartiendo informaciones que, salvo que estuvieráis juntas desde primaria, hubieran resultado, al menos en otros tiempos, totalmente prescindibles.

A trendy life, como otras, han profesionalizado el mundo de la imagen hasta un exponente que me parece insuperable. He repasado sus publicaciones en busca de valor literario o artístico en sus post, o de algún tipo de pericia o técnica concreta, y no he encontrado más que imagen.

Que no se me malentienda. No es este alegato una crítica a «A trendy life». Ella tiene 290 mil seguidores en Instagram.

Y lo cierto es que después de darle más de una vuelta, he llegado a la conclusión que todo este mundo, el que se nos ha ido de las manos, no es más que una nueva fórmula de tele realidad; que tan poco de realidad tiene… Es decir: En nuestras pantallas gente normal haciendo cosas normales como criar, ponerse crema de sol, viajar (esto no es tan accesible a todos; por lo menos a los niveles de las influencers que incluyen un par de visitas a Nueva York por año y veraneos en Ibiza) poner lavadoras (esto sólo algunas) e incluso sufrir; y, aunque nos quieran queramos convencer de lo realista que es todo, nuestros viajes siempre son más abruptos: En la playa a nuestro hijo le escuecen los ojos; la arena se mete en el tupper de tortilla de patatas y en las piernas tenemos puntos negros que cruelmente descubre sin piedad la claridad del sol de mediodía; cuando ponemos lavadoras se nos derrama el detergente y cuando sufrimos estamos feos; sin maquillar, y nos vestimos de cualquier manera.

Pero las marcas son inteligentes y han sabido que nosotros nos vamos a creer que es espontáneo, la vida misma; y nos lo creemos porque en parte lo es; pero sólo en parte, y ahí el engaño… Y el influencer; porque si fuera sórdido y no viniera en un envoltorio cuidado al milímetro, no osaríamos a darle al Like.

Consumo blogs. Es más, escribo un blog. En general, muchos de ellos, los considero útiles, interesantes. En muchos me gusta la literatura. La forma en que su autor habla de lo que le place; en otros me identifico y me parecen un espacio de transmisión de sabiduría popular bastante eficiente; algunos me sirven de referencia para descubrir nuevos libros o pelis, recetas de cocina o cómo maximizar el espacio de tu armario… Pero, con todo, en muchos momentos siento que se nos ha ido de las manos.

Sentí exactamente eso cuando leí una publicación de una blogger-influencer-trendsetter que consistía en una foto de su hija pequeña llorando y lanzaba un mensaje del tipo: Si quieres ver lo que le pasaba a mi hija, haz clic en el perfil… Por los comentarios del post se deducía que su hija lloraba porque su padre se había ido o se alejaba… En serio, se nos ha ido de las manos. Qué os parece que más de trescientas mil personas estén en vilo con una niña que llora porque su padre se aleja?

Y el riesgo de deslumbramiento que tienen todas estas verdades a medias me parece delicado, así que me obligo a agarrarme a lo muchas veces cutre de mi día a día, aunque mi galería de instagram esté pasada por filtros.

Me convenzo de que, por más que lo parezca, nadie pasa un día en la playa sin que la arena acabe en los perfiles de las ingles de nuestro bikini; de que cuando me siento a dar el pecho a mi hija, se me forman pliegues o, llamémoslo por su nombre, michelines en la barriga; de que después de que mis dos hijos duerman con nosotros en la cama, aunque haya puesto unas preciosas y gustosas sábanas blancas, me duele el cuello; de que nadie se toma el café en la cama todos los días mientras lee un libro y tiene la pedicura perfectamente hecha, todo junto.

Y así, consciente de que no todo es mentira, pero todo no es verdad, navego por este mundo tan inmediato, novedoso y tremendamente útil, pero tramposo, embustero y demasiadas veces, frívolo.

 

PD.- Pongo una foto así, reflexiva y tal.

 

 

 

 

 

 

TALLER DE ALQUIMIA

«Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.»

Que diría Neruda.

No es ningún secreto que me gusta el Otoño. No es ningún secreto que la melancolía es un sentimiento con el que me encuentro familiarizada.

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El Sábado la Asociación Amarena organizó un Taller de Alquimia para niños de entre 3 y 6 años, al que acudimos con Raúl.

El Taller incluía «cuentacuentos olfativos», almuerzo y una actividad que consistía en que los niños pudieran crear su propio perfume con las flores y frutos que ellos mismos recolectaban, de la mano de la cuentacuentos Gabriela,  que se metió en el bolsillo a todos los presentes con su canturreo y su sombrero rojo.

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Para nosotros fue una maravillosa oportunidad de pasar un rato con Raúl a solas. Para mí, en particular, fue un momento único para disfrutar de Las Fuentes del Marqués en el Otoño. Es un paisaje al que nunca podré terminar de agradecer la belleza. Da igual cuántas veces lo hayas visto…Es, sencillamente, mágico.

Pero como una imagen vale más que las 157 palabras que llevo escritas en este momento, les dejo unas fotos.

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Por cierto.. Que en mi despensa guardo el tarro con la mezcla de mi pequeño alquimista, y allí estará durante los díez días que tiene que permanecer en oscuridad el unguento antes de filtrarlo, y quién sabe? Quizás en el cuarto trastero reposa el próximo Channel Nº 5….

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Gracias a Amarena; gracias a Gabriela y gracias a todos los que participaron e hicieron que la mañana se convirtiese en un cuento de otoño con un perfume especial!

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Hasta pronto!!

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VACACIONES: Cómo preparar el equipaje con niños.

DSC_0712Vienen a mi recuerdo recortes de un ayer en que arrastraba secador, plancha del pelo, varios pares de tacones de aguja, productos capilares, protectores solares para cuerpo, rostro y cabello, el maletín del maquillaje, una profusa mochila de complementos y el equipamiento deportivo para mis vacaciones de soltera.

Por si me invitaban a un cocktail super cool, decía la revista ELLE que la indumentaria ideal era un little black dress y unas sandalias de tacón con unos pendientes dorados y un clutch de pedrería; por si me despertaba a las 6 am con ganas de correr a la orilla de la playa no me podía permitir no llevar calzado deportivo a juego con la gorra; para bajar a la playa no sólo no podía olvidarme la toalla, sino que eran enseres «sine qua non» el sombrero, las gafas de sol, el kaftán y un bonito bolso de rafia con un par de lecturas dentro.

En realidad mi maleta se llenaba cada año de esos propósitos y, al final de los finales, acababa mal llevando durante los siete días de playa el mismo vestido de mercadillo; de día y de noche.

En cualquier caso, cada verano repetía mi equipaje ilustrada por los consejos de las revistas de moda, como si fuera a veranear en la costa francesa o en un yate con amigos en Ibiza, huyendo de paparazzi, en vez de pasarme la semana en un apartamento caluroso de Águilas o San Juan de los Terreros…

Qué más da? Yo disfrutaba eligiendo los estilismos para el cocktail de media tarde, para la cena de gala; para el día de playa; para mis entrenamientos matinales; para la tarde de cine… Con la única consecuencia de que mi señor otrora novio y ahora esposo, refunfuñaba durante todo el viaje de ida y vuelta.

Todo eso se acabó.

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Les aseguro que meter en un AUDI A3 a dos adultos y dos niños con los equipajes de todos ellos para una estancia de 15 días con sus 500 noches 15 noches, es una de las cosas de las que más orgullosa me voy  a sentir durante el resto de mi vida.

No me vayan a restar los méritos. Es una proeza, una genialidad, obra de las cabezas más aventajadas; prueba de un ingenio apabullante, consecuencia de una organización perfecta, sin fisuras.

Gracias.

Pero no se queden con la envidia, les voy a desvelar los trucos y entresijos de tamaña heroicidad, y se lo los voy a poner así ordenaditos y esquematizados como una auténtica blogger.

De nada.

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Los pasos o hitos del proceso de equipaje son los siguientes:

  1. Preparar la lista con las cosas que hay que llevar
  2. Empaquetarlo todo y colocarlo en las maletas/bolsas
  3. cargar el coche.

Cada paso del proceso tiene su «Know How», no se vayan a pensar.

1.- HACER UNA LISTA:

Durante los días previos a empezar el equipaje me dedico a hacer una lista con las cosas que tendré que llevarme. Éstos son los aspectos que han de tenerse en cuenta en esta fase del proceso:

a) La LISTA COMO SANTO GRIAL.

La lista es el Santo Grial del equipaje; la lista es el todo.. . Es la fórmula de la Coca Cola, es el mapa del tesoro; es el pergamino, la llave maestra…Lo que está en la lista acaba en la maleta y lo que no está en la lista, bajo ningún concepto (y esto es una norma esencial para el éxito del proceso) PUEDE SER AÑADIDO AL EQUIPAJE.

Es muy importante que se comprenda bien este concepto y, bajo ninguna circunstancia se caiga en el «por si acaso» en el momento de estar ejecutando, propiamente dicha, la acción de hacer las maletas.

Todo el trabajo intelectual se acaba con la lista. Para confeccionar la lista uno se concentra mucho y valora absolutamente todos los «por si acaso»: Por si acaso llueve, por si acaso por la noche refresca, por si acaso en pleno mes de Agosto en la costa almeriense cae una nevada; por si acaso sucede una ecatombe nuclear en la Sierra del Segura… Todos. Y, tras descartar algunos y darse el gusto de asumir otros como posibles, casi probables,haciendo la vista gorda, se ultima la lista.

Si nos permitimos la licencia de caer en las hipótesis mientras hacemos el equipaje, añadiremos cosas presos del miedo, la ansiedad o directamente la neurosis que a algunos nos causa salir de vacaciones, especialmente con niños.

Es importante que a la hora de hacer la lista hayamos valorado bien aspectos como el pronóstico del tiempo, la duración de las vacaciones, las posibilidades de adquirir algunas necesidades en el destino, las excursiones que se proyectan hacer una vez en el lugar, posibilidades de lavar ropa…

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b) CLASIFICAR Y AGRUPAR:

Teniendo en cuenta que para unas vacaciones largas deben llevarse muchas cosas, sería muy complicado ponerse a anotarlas todas sin orden ni criterio y que no se olvidase algo. Es necesario clasificar y hacer grupos o apartados.

En mi caso, en primer lugar divido la lista en cuatro columnas en relación con los miembros de la familia (Raúl, Mi menda, Raúl Jr y Manuela) y clasifico los enseres a empaquetar en filas:

  • Ropa: Subclasificada, a su vez en: Ropa interior, ropa de dormir, de baño, diaria y de salir/vestir; zapatos y complementos .
  • Aseo y maquillaje.
  • Alimentación.
  • Medicinas y salud
  • Entretenimiento.
  • Trabajo.
  • Puericultura

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c) La lista es un SER VIVO.

La lista debe hacerse con tiempo. La lista tiene vida: Se adapta, crece, se mutila, se transforma… Es importante hacer la lista con varios días de antelación. Por un lado ello nos permitirá ir reflexionando sobre las decisiones que hemos plasmado en esa lista y, posiblemente, modificar alguna cosa o adaptarla a circunstancias, planes o hechos que surgen a última hora.

Por otra parte, hacer la lista con tiempo nos permite comprar aquéllo que necesitamos y no tenemos (por ejemplo, porque se nos ha acabado) o tener lo que queremos llevar preparado para ponerlo en la maleta (de manera que por ejemplo, reservamos cierta ropa de los niños sin utilizar para que no haya que lavar y planchar en los últimos días, o lavamos y planchamos lo necesario).

d) Hagan el siguiente ejercicio, SIEMPRE: Propónganse reducir su lista:

Como adelantaba, cuando se pretende viajar con dos niños pequeños y un coche también pequeño, se hace necesario valorar qué es realmente necesario e importante y qué es aquello de lo que se puede prescindir.

La confección de la lista debe estar inspirada no sólo por la coherencia y la razonabilidad sino también por el gran reto de tender a reducirla al máximo; por el propósito de sintetizarla, estrecharla, contenerla. Hay que darle una y otra vuelta a la lista y, en cada una de ellas, hay que deshacerse de algo. Les aseguro que la experiencia de volver de las vacaciones tras haber utilizado TODO lo que nos hemos llevado, sinn que nada se haya quedado en el fondo de la maleta, arrugado e intacto, es muy gratificante.

En este sentido yo siempre me deshago de las cosas que ocupan mucho espacio y puedo adquirir con relativa facilidad en el destino. Por ejemplo pañales (aunque siempre llevo algunos para el viaje y las primeras horas de asentamiento en el lugar), o trato de buscar alternativas a ciertas actuaciones o rutinas que requieren ir cargando de utensilios y enseres y que nos permiten prescindir de ellos. Por ejemplo, si en el destino tengo acceso a un fregadero amplio, no me llevo la bañera de Manuela (pese a que es la de Stokke que no pesa nada y ocupa poco), o me planteo la opción, si resulta viable, de llevar sólo el carricoche de Manuela y la mochila ergonómica; así si el leñador se cansa se puede montar en el carricoche mientras porteamos a Manuela.

Por supuesto si se puede lavar ropa, llevo «puestas» para la mitad de la duración de las vacaciones.

Cada día, al mirar la lista, siempre nos debemos plantear el mismo reto: Cómo podría reducirla? Al final, afloran las ideas!!

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2.- HACER EL EQUIPAJE.

En este punto del proceso de producción algunas pautas o consejos a tener en cuenta:

a) Ponerlo todo doblado y agrupado según su clasificación en la lista, fuera de las maletas y tomarse un minuto para visionar el equipaje completo: El volumen de cada una de las clasificaciones, su forma y las posibilidades a la hora de empaquetarlo.

b) Es mejor utilizar equipaje que nos permita organizar las cosas según su clasificación en distintos compartimentos.

c) Cuantos menos bultos mejor. Por esto insisto en el punto b. Es preferible llevar una maleta que tenga dos compartimentos diferenciados que nos permitan separar, por ejemplo, ropa de zapatos y un bolsillo donde meter medicinas, que varias bolsas con cada una de estas cosas.

d) Es importante empaquetar cada cosa atendiendo a los avatares que sufrirá en el viaje, protegiendo lo delicado, evitando que se derramen los tarros o jarabes..

e) Considero que es muy útil adquirir tarros de plástico pequeños para llenarlos con los geles y champús o demás fluidos que vayamos a llevar y que, generalmente, se dispensan en tarros de gran tamaño que ocupan muchísimo espacio.

d) También es conveniente olvidarse de cajas de zapatos, bolsos o complementos y meterlos, por ejemplo, en bolsas de zapatos o incluso de congelados para ahorrar espacio.

e) Las cosas deben introducirse en la maleta en un orden que os permita tener acceso fácil y rápido a aquéllo que podamos necesitar durante el viaje.

f) Un paso más allá del anterior: Siempre llevo una bolsa que viaja conmigo con lo imprescindible que voy a necesitar a lo largo del trayecto, sobre todo para los niños (ej. Una muda de ropa, chupetes (varios), agua, algo para picar y algunos juguetes.

d) Lo de los juguetes merece su propia mención. Siempre, siempre llevo juguetes para los viajes con los niños. Tanto para el trayecto como para que los tengan en el destino. Desde luego que pueden comprarse juguetes en el destino pero nosotros preferimos llevarlos de casa; en primer lugar porque tratamos de comprar juguetes con coherencia como política de empresa y, en segundo lugar, porque hemos percibido que llevar sus propias cosas de casa les hace sentir más seguros. Les gusta reconocer sus cosas y jugar con ellas; creo que les aporta cierta tranquilidad.

No deben seleccionarse muchos, pero sí deben seleccionarse los principales.

En mi caso, mi hijo presta atención a sus juguetes por épocas: Durante un tiempo se obsesiona con algo en particular y después no le hace ningún caso hasta que, más adelante, vuelve a ese juguete…

Cada vez que salimos a algún lugar (incluso si vamos a comer o a dar un paseo) le preguntamos si quiere llevar juguetes y le damos la opción de llenar una mochila con los que quiere llevar; generalmente sucede que el Leñador elige el HIT (como yo lo llamo),que es el juguete del momento; el de siempre: Que es ese juguete que siempre les gusta,  con el que siempre juega y se entretiene. En nuestro caso, por ejemplo, la guitarra o el coche pequeño naranja.

Para las vacaciones, evitando que se de cuenta yo me llevo la sorpresa. Selecciono un juguete que hace tiempo que tiene olvidado; que en alguna época le gustó mucho y al que lleva un largo periodo sin prestar atención. He comprobado que redescubrirlo en un lugar distinto les hace mucha ilusión.

Por último siempre llevo un par de cuentos.

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3.- EL TETRIS DE METERLO EN EL COCHE.

Evidentemente esta parte del proceso es válida si viajan en coche. De todos modos he ideado su enunciación sólo y exclusivamente para trasladarles que para mí estas vacaciones ha sido un misterio más inquietante aún que la Transfiguración, que mi marido haya logrado empaquetar el equipaje en el coche y que, además, tuviéramos cierta comodidad en el interior.

Desde aquí lo animo que nos ilustre con su infinita e inestimable sabiduría…

Como la entada me ha quedado bastante tostón, no voy a abordar, en particular, qué meto yo en nuestras maletas… y lo dejaré, si hay interés de su parte, para otra entrada.

PD.- Las fotos, por supuesto, son de nuestras vacaciones. Concretamente de la `primera parte… En ulteriores entradas, publicaré otras fotos…

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El mundo es de los que se reponen

Hace exactamente un mes y medio esta entrada se hubiese titulado «El mundo es de los valientes». Llevaba semanas pensándola, construyéndola en mi mente sobre la base de dos o tres circunstancias que confluían en ese momento en mi entonces  presente. Bueno, en el nuestro. En el de nuestra familia y nuestra casa.

Básicamente me había embriagado del sueño americano; había hecho mía la filosofía de «En busca de la felicidad» y me creía Will Smith correteando por el barrio financiero de Nueva York, pero en las calles del pueblo.

Teníamos un par de proyectos. Un par de proyectos buenos. De esos que te hacen soñar, que te llenan de ilusión y te colocan la imaginación en lugares lejanos pero que acaricias con los dedos a base de de compartir cervezas evocándolos.

Hubiera sido una entrada de mucho «lucha por lo que quieres, si lo quieres de verdad lo conseguirás, sólo tienes que proponértelo, no renuncies, no te rindas…» En definitiva, hubiera sido una entrada cargadita de pamplinas. Porque la verdad, todo esto son pamplinas.

Nunca me he tragado el bulo que nos vendía operación triunfo. Yo también me preguntaba, como Bardem en la entrañable «Los Lunes al sol», por qué el cuento no explica que unos nacen irremediablemente cigarras y otros hormigas, pero a ver, uno empieza con el jarro de leche en la cabeza, y se viene muy arriba… Qué le vamos a hacer?

Tan poco costó construir esas ilusiones, como que se derramara el jarro de leche.

No se vayan a pensar Ustedes de todas formas, que esta es una reflexión que nace de la derrota y el sin sabor… Ni que los sueños de los que les hablo eran proyectos integrales de vida… No hace falta todo eso para que uno saque pragmáticas conclusiones.

En realidad los proyectos que revoloteaban por nuestro techo, dando aire a la casa y alas a la cabeza, eran planes sencillos de los de familias medias normales que tienen que ver con el trabajo, la vivienda, la vida familiar o la operación bikini… (incluso eso); y tampoco es que les esté hablando desde la gruta solitaria del fracaso… Ni mucho menos.

En realidad les hablo desde una paz más reconfortante, incluso, que el alboroto de la ensoñación… Y les hablo desde allí para contarles que creo sinceramente que a veces las cosas salen y otras veces no; que muchas veces objetivos que han ocupado tu tiempo y tu esfuerzo se quedan sin alcanzar; que a veces los proyectos se realizan pero de forma distinta o en tiempos distintos… Y que c´est la Vie!  y no pasa nada, porque los que de verdad se comen el mundo, son los que se vuelven a casa y abren unas cervezas. Ésos que saben tratar con la vida porque son conscientes de que tiene las de ganar….

Los que se reponen y vuelven a soñar y quizás vuelven a fracasar, y otra vez triunfan. De esto mi padre sabía bastante.

Les dejo con unas fotos de un reciente viaje que hemos hecho a Barcelona con mi hermana y su pareja, y que, sinceramente, ha sido un Oasis. Mucha diversión, mucho entusiasmo por ver a los peques sorprendiéndose y mucho más lejos de la operación bikini, porque nos hemos puesto como el tato… A que sí, hermana??

Mis hijos se han portado genial; Barcelona tiene poder; y, además, el hecho de que el viaje tuviera, en parte, cometidos profesionales, no ha supuesto problema. Antes bien al contrario.

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PD.- Tengo como 6 ó 7 post a medio escribir sobre cuestiones varias… En concreto alguno trata desde el punto de vista jurídico las rupturas matrimoniales y la posición de los menores (esto es bastante serio y escabroso, la verdad); otros tienen más que ver con maternidad o hijos; como por ejemplo cómo me las apaño cuando salimos de viaje, qué echamos en la maleta para reducir la carga; cómo organizamos las comidas… Algunos tienen que ver con conciliación e igualdad, para variar y por ahí empecé a escribir otros sobre infancia; en el sentido de los juegos, cuentos, o utensilios que más gustan a mis hijos… La verdad es que últimamente ando bastante escasa de tiempo para sentarme a escribir así que por aquí les invito a que me manifiesten sus preferencias…. Muchas gracias

LAS VENTAJAS DE CASARSE CON UN MÚSICO

Hace unos días me preguntaba el de los 70´si me había parado a pensar en qué balance hago de las consecuencias que implica que él sea músico.

Se refería, básicamente, a que su trabajo le obliga a ausentarse en muchas ocasiones en días  y horarios no laborales para gran parte de los mortales.

Ya saben lo mucho que me quejo de esa incompatibilidad de horarios que sufre mi familia, pero lo cierto es que estar casada con un artista también encierra sus ventajas. Una de ellas es que muchas veces tiene que viajar por razones de trabajo, y si Júpiter se alinea con Saturno, toda la familia podemos acompañarle.

Eso pasó hace unas semanas. El de los 70´participaba con la Orquesta Sinfónica de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) en un concierto junto a Estrella Morente en que representaban El Amor Brujo de Manuel de Falla. Como era fin de semana  y además, coincidía con días festivos en Caravaca, decidimos que hacíamos las maletas y nos íbamos todos. Pero todos, todos, porque mi cuñado y mi hermana se apuntan a un bombardeo (y nosotros encantados) y a mi madre la cuasi obligamos y sorprendimos. No se me ocurría mejor regalo para el día de la madre que invitarla a pasar esos días con nosotros.

El tiempo acompañó y disfrutamos de un fin de semana súper divertido y relajante.

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Esto de los viajes en familia ha sido un descubrimiento para mí.

Viajar con niños es una oportunidad fascinante para educarlos.

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Educar me parece hoy en día, el proyecto o empresa más complicado al que me he enfrentado en la vida. Es muy difícil. Es un trabajo constante que ocupa todos los minutos del día, todos los días de la semana, todas las semanas del mes y todos los meses del año. Es un trabajo delicado en el que se avanza y se retrocede continuamente; en el que tienes que reinventarte; olvidar lo que habías aprendido; adaptarte una y mil veces; ser exigente con tus objetivos, relajada con tus exigencias y condescendiente con tus errores…

Cada situación cotidiana, por nimia que sea es una fuente de educación, para bien y para mal.

En todo este embrollo, viajar con los niños me parece una herramienta muy útil y sana para trabajar en la educación que queremos para nuestros hijos. Viajando los niños conocen el mundo y sus gentes: Empezando con el hecho de que carguen con sus propias maletas, se hagan responsables de lo suyo, esperen en la recepción de un hotel, pidan los servicios por favor, esperen su turno en el baño, vean cómo de contenta se pone su madre ante un plato de arroz de marisco; jueguen con la arena de la playa, descubran que juntos se pueden hacer muchas cosas, se lancen a preguntar por todo; cojan un autobús, un taxi, un tren; visiten un museo que le gusta a papá.

Viajando los niños tienen la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y aprender a cuidarla; de considerar hábitos distintos y aprender a ser críticos y respetuosos.

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Creo que viajando la familia se conoce en su individualidad. Mi hijo puede ver que a mamá le gusta el mar y que la relaja; o que a papá le encanta recorrer la ciudad en bicicleta.

Creo que viajando con los hijos, éstos perciben cuánto se les quiere; porque les enseñas, porque te congratulas de su diversión.

Creo que viajar en familia ayuda a fortalecer los lazos..

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Supongo que todo esto también se puede aprender sin viajar, pero viajando se hace menos duro y más divertido. Creo que regalar a los niños experiencias es muy positivo para desarrollar su curiosidad.

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Desde luego que viajar con niños tiene sus inconvenientes y que viajar resulta caro, pero imagino que se trata de analizar ventajas e inconvenientes y establecer prioridades.

En nuestro caso, para enfrentar lo primero las sabias palabras del de los 70´que ya han resonado por aquí alguna vez: Puede que sea devastador para el cuerpo pero es regenerador para la cabeza; y para lo segundo: Quizás no podamos cambiar el coche y sigamos teniendo que tirar de transporte público en los viajes; quizás tenga que pasar con el par de pantalones que tengo o renunciar a comprar una lavadora nueva..

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(Aciertan dónde está el de los 70´?)

En cualquier caso, no se trata de hacer un viaje de 80 días alrededor del mundo… Creo que es suficiente con una escapadita de vez en cuando; y cuando el presupuesto y las circunstancias lo permitan, planear algo mayor!

MI PRIMER DÍA

Mi historia con los gimnasios es la historia de una eterna primera cita.

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Desde mi terrible preadolescencia,  mi primer día de gimnasio arranca con el entusiasmo de convertirme en Jennifer Aniston. Sin embargo, rara vez consigo pasar de eso, del primer día. Y así hasta el año siguiente por estas fechas, cuando la sombra del verano y de los cuerpos en paños menores comienza a planear sobre los momentos ociosos de mi pensamiento.

Hace unas semanas, en un momento de ésos de venirse abajo que nos dan sobre todo a las mamás, estábamos mi querido hombre de los 70´y yo analizando lo que nos ha supuesto, en cuanto a tiempo  disponible, el reciente aumento de la familia… O como él diría «el que no para la moto»… Y lo cierto es que no para, no. Vas de una tarea a otra como si estuvieras haciendo uno de esos ridículos circuitos del Grand Prix. De los rulos de colchoneta a la pared de escalar, de ahí al punte movedizo o a las urnas gigantes llenas de insectos…

Así que mi marido, tan paradigma él de la gente sana, me volvió a proponer:

  • Deberías hacer deporte… Te vendría bien para encontrarte mejor físicamente y para desconectar un poco de la casa y de los niños.

No sufran; no hiere mi susceptibilidad. Tenía razón. Por más que me gustaría justificar un estilo de vida desprovisto de toda actividad deportiva (que no física) como opción viable, no es posible. Lo cierto es que, se mire por donde se mire, hacer deporte es bueno.

Así que, desde aquél día voy al gimnasio. Hace ya cuatro semanas de aquéllo; y voy dos veces por semana; y, de momento, la verdad, nos estamos conociendo y nos estamos gustando. Voy con pies de plomo por mis experiencias pasadas; no me atrevo a cantar victoria, pero siguen apeteciéndome las citas, semana tras semana.

Y ello a pesar de ser una completa PARIA en lo que a mundo deportivo se refiere.

Me detuve a valorar qué tipo de actividad quería realizar. Tenía un bono de dos días por semana y uno de los días estaba forzosamente asignado al Sábado por la mañana, muy por la mañana. Concretamente a las 8:00 horas de la mañana, pues mi apretada agenda social (llena de visitas al pediatra, tardes de parque, lavadoras y secadoras) no me permitía otra disposición.

Me llamó poderosamente la atención lo de la Zumba… Me pasé de los 14 a los 16 llevando calentadores con leggins y soñando con ser la bailarina de flash dance… Pero que levante la mano aquél hijo de los 80 que no se viene arriba con esta escena..!

 (He de decir que mientras edito el post y pongo este vídeo, mi hijo está bailando como un loco intentando imitar la rueda en el suelo que hace la protagonista. Tan buen rollo me ha dado que he tenido que hacer un parón para bailar con él… )

Mi parte racional me mandaba a pilates; porque tengo la espalda, como dirían en mi pueblo, hecha un solar y, puesto que tendré que  pasarme unos cuantos años más cargando de prole,no me viene mal fortalecer un poco la zona.

Empecé con el pilates y aún no me he animado con a zumba… Primero tengo que encontrar unos buenos calentadores…

Y llegó el gran día. Saqué mi mochila surfera, mis Nike de hace diez años, me coloqué mi chándal y mi camiseta de algodón y me planté en el gimnasio con los nervios de quién va a una entrevista de trabajo.

Y cuando llegué, me di cuenta de todo el tiempo que hacía que no pisaba un gimnasio. Ni siquiera había visto los sistemas de control de entradas y salidas con puertas de aeropuerto. Cuando yo iba al gimnasio el control era el tradicional «a tí no te he visto nunca por aquí,  ¿tienes carnet?»

Y cuando entré a lo que ahora se llama «sala polivalente», donde empezaba la clase de pilates, a punto estuve de hacerme la infeliz preguntando si era ahí la clase de AEROBIC para decir que me había equivocado de día y poder salir corriendo (menos mal que no lo hice, porque, al parecer, el aerobic ha pasado a la historia..): ¿Pero dónde había estado yo metida los últimos diez años?

Entre mujeres (y un hombre) con coletas altísimas y bien recogidas y preciosos conjuntos deportivos de color fucsia y negro, a juego con  zapatillas New Balance, estaba yo, con un chándal gris de algodón; una camiseta que rezaba «Tu herma ha estado en Granada y se ha acordado de tí» del año 92, unas zapatillas de deporte que parecían las de Michael Jordan y los pelos en la cara.

Cogí una colchoneta y la puse lo más alejada del espejo que pude; entre el cubo de la basura y las cajas de las pelotas, cruzando los dedos para pasar desapercibida. Y cuando iba a sacar mi toalla de flores verdes y turquesas del IKEA, descubro que nadie tiene toallas al uso; la gente lleva una suerte de trapo de tejido melocotón, tamaño mediano y colores vistosos y lisos. Así que adiós a la pretendida discreción. Mi toalla floreada de tamaño 2 x 2, mi chándal de algodón y mis pelos en la cara, rompían una simetría y uniformidad perfectas reinantes en el espacio.

Y de repente viene el monitor y cruza algunos chascarrillos con las demás chicas mientras miro hacia el suelo para que no me pregunte si soy nueva. En cualquier caso, no creo que albergara duda alguna al respecto.

Empieza la clase con estiramientos ciertamente gratificantes y pienso: Pues mira tú, para no haber hecho pilates en mi vida y, después de varios años de nula actividad deportiva, no estoy tan mal… Mi autoreconocimiento dura poco tiempo. De repente el monitor empieza a describir ejercicios que soy incapaz de visualizar. Me fijo en las compañeras y entiendo que no los puedo visualizar porque soy absolutamente incapaz de realizarlos. Lo intento; todo el mundo reproduce las posturas con el cuerpo firme y recto; a mi me tiemblan hasta las uñas, y lucho aparatosamente por mantener el equilibrio.

Mi sujetador de lactancia no contiene lo que debiera; la coleta baja se me deshace constantemente y hace que todos los pelos se me vengan a la boca… Y así, con pelos en la boca, el pecho colgando y el cuerpo temblándome, trato de mantenerme sobre mi antebrazo apoyado en el suelo y el lateral de un solo pie, roja como un tomate, para trabajar los oblicuos.

El monitor no deja de decir que bascule y que contraiga el «core» y yo no tengo ni idea de qué es una cosa ni la otra… (Ahora ya sí, eh? he aprendido mucho). Mientras todas las demás se concentran en la respiración, yo miro a unas y a otras preguntándome cómo demonios consiguen mantenerse rectas en esa posición sin que les tiemble nada..Será que tienen el «core» muy fortalecido..

Y cuando el monitor indica que bajemos a la colchoneta vértebra a vértebra y vuelve a los estiramientos gratificantes, en lo que parece ser el final de una hora eterna, no puedo evitar sonreír pensando en lo bien que me ha venido una hora fuera de casa, sin niños, escuchando Crowded House, aunque ejercicio haya hecho poco…

No quiero dejar de decir que cada día se me ha ido dando mejor y que estoy empezando a disfrutarlo. Aunque si quieren que les confiese algo… Lo que más disfruto sigue siendo esa hora fuera de casa, sin niños, en la que escucho música aceptable y logro ser consciente de mi misma.

 

 

 

NORMAL DAY… LET ME BE AWARE OF THE TREASURE YOU ARE

«Normal Day, let me be aware of the treasure you are. Let me learn from you, love you, bless you before you depart. Let me not pass you by in quest of some rare and perfect tomorrow.Let me hold you while I may, for i may not always be so. One day I shall dig my nails into the earth, or burry my face in the pillow, or strech myself taut, or raise my hands to the sky and want, more than all the world, your return»

Que vendría a ser algo así como:

Día normal, permíteme ser consciente del tesoro que eres. Permíteme aprender de tí, amarte, bendecirte antes de que te marches. Permíteme que no te deje pasar de largo en busca de un mañana raro y perfecto. Déjame abrazarte mientras pueda porque puede que no sea así siempre. Un día, puede que clave mis uñas en la tierra, o entierre mi cabeza en la almohada, o me yerga tensa o alce mis manso al cielo y pida, más que nada en el mundo, tu vuelta…»

Es una cita muy conocida de Mary Jean Irion y, para mí, absolutamente acertada y completamente reveladora.

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Cuando la escuché por primera vez, vino a mi memoria un fragmento del guión de la película argentina «NO SOS VOS, SOY YO» que me hizo reflexionar en su momento. Se trata del momento en que el psicólogo que está atendiendo al personaje interpretado por el actor Diego Peretti, le dice:

«En la vida hay días buenos. Pocos. También hay días malos; por suerte también pocos. Y el resto, la mayoría, son días normales.»

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No puede ser más real. Si me detengo a mirar a lo largo de mis 31 años de existencia, me doy cuenta de que los días en que han sucedido acontecimientos maravillosos (cuando conocí a mi esposo, me hice mis respectivos test de embarazo, nacieron mis hijos, aprobé el último examen de la carrera, creé mi despacho, me casé…)  no son muchos, considerados en cómputo global. Ni siquiera son muchos los días en que, no habiendo sucedido cosas maravillosas, he recibido una buena noticia o ha transcurrido el día sin contratiempos y me he mantenido alegre y relajada a lo largo de todas sus horas.

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Por suerte, tampoco son muchos (por suerte, menos todavía, o menos presentes en mi memoria, al menos) los días en que ha sucedido algo terrible en mi vida; o los que, sin haber sucedido algo terrible; han estado llenos de contratiempos, malas noticias o momentos no deseables.

La mayoría de mis días, según lo veo, han sido una reiteración de actos propios de la rutina, en los que se ha hecho el camino al andar. Han ido llegando sin grandes sorpresas, con sus instantes de bienestar y sus momentos de malestar. Con quejas y, desgraciadamente, como consecuencia de mi condición de Abellán, menos alabanzas de las que hubieran sido oportunas; pero en lo que hoy interesa, en la absoluta IGNORANCIA del tesoro que han supuesto.

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El regalo de póngase Dios (el que gusten) o la fortuna, que suponen los días que no he pasado ingresada en un hospital enferma o, peor aún, acompañando a alguno de mis seres más queridos. El tesoro de los días normales en los que el «qué vamos a comer hoy», sólo me ha preocupado en el sentido de preguntarme si mi hijo se comerá las patatas así, cocidas. Los días normales en los que he llegado a casa en una tarde de frío y me ha reconfortado el calor de mi hogar; días normales en que he aprendido cómo se anuda una corbata o he conocido la última Jurisprudencia europea en materia de sustracción internacional de menores… El absoluto presente que han supuesto los días más normales de todos; en los que he comido alrededor de una mesa junto a mi marido, mis hijos, mi familia, o me he reído a carcajadas con mi hermana.

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Aquéllos dichosos días normales en que me levantaba e iba a la universidad, estudiaba, aprendía y conocía a gente maravillosa, como a mi amiga la Crack, que más pronto que tarde daré a conocer en este blog… Los días normales en que tomaba café con amigos o veía una película en el cine.

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Días normales en que me he apasionado con una canción o he llorado de la emoción leyendo un libro. Días normales de risas y enfados, en los que me he estresado con el trabajo por hacer, o me ha cabreado la mala baba que se gastan algunos.

Y, sin embargo,  días normales que en su transcurso me han pasado completamente inadvertidos. Que incluso, en alguna ocasión, me han conducido al hastío de la monotonía y han despertado mi desprecio, mientras soñaba con otros días, otros lugares, otros momentos. Una casa más grande, un trabajo más cómodo, unos hijos más dóciles, un marido más atento…

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Y hoy, que vengo en ser consciente de la dicha que suponen; del regalo que representan los días normales de mi vida, con los personajes que implican y los escenarios en que se desarrollan, quiero exclamar que !Bendita rutina la mía! y que quede así, documentado, para cuando vuelva a perder de vista el tesoro que son los días normales.

POR SI TU QUIERES SABER…

 

El otro día andaba yo con la mente absorta, tratando de configurar, en un arranque de osadía, una lista de la compra desde la memoria. He comprobado en diversas ocasiones que es una empresa imposible que, en mi caso particular, jamás sale bien. Siempre, siempre, se me olvida algo…

Últimamente me prevengo de semejante locura. Especialmente desde que, como caída del cielo, ha venido a poner orden en esta casa dejada de la mano de Dios, nuestra Gusti; personalidad donde las haya capaz de elevar las tareas domésticas al nivel de ciencia.

Tan máquina es del orden y la limpieza en el hogar que no puedo permitirme que llegue el Lunes y se de cuenta de que no he sido capaz de recordar que no quedaba agua de plancha, o que la balleta de la cocina necesita ser sustituída. Tiene hasta una fórmula secreta para doblar las bolsas de la compra; clasifica los productos de la limpieza; ha conseguido almacenar en la despensa todos los trastos de casa sin que se te caigan en la cabeza cuando abres la puerta, y  le ha parecido muy pero que muy mal que acabemos con la pila para ganar espacio en el patinillo. Para ella en una casa, la pila es sagrada.

Pero ya estoy con los circunloquios (qué me gusta este palabro!).

Pues eso, que estaba yo con la mente absorta en los referidos menesteres, cuando oí en la televisión a una chica joven relatando su experiencia como enferma de bulimia, y vinieron a mi recuerdo momentos de mi propia existencia muy similares a los que la muchacha contaba y, de repente, dejando a un lado el objeto del pensamiento, me detuve en el pensamiento mismo.

Concretamente en el hecho de que todos esos recuerdos se me antojaban lejaaanos, lejaanos, lejaaanos (léase la reiteración de «lejanos» con los ojos entornados y alargando la «a» con profundidad en la voz) y caía en la cuenta de que, la vorágine de ser madre; la intensidad de la faceta que ocupa mis días en los últimos tiempos, me tiene desconectada de mi yo pre-maternidad…  Como no se si estoy consiguiendo explicar este batiburrillo de pensamientos en objeto y forma, contenido y continente, digamos que es algo así como que cuando pienso en esa chica demasiado delgada, con un diente de menos e incipiente joroba que sacaba matrículas de honor en la carrera, me resulta un tanto extraña.

Yo soy de las que piensa que las personas cambiamos; constantemente.  Y, aún más, soy de las que piensa que en las personas se dan interminables contradicciones, así que no me atrevo a definirme más allá del aquí y el ahora porque, si puede haber algunos rasgos que por así decirlo, esculpen el esqueleto de la personalidad, las circunstancias son las que finalizan la obra en el detalle.

Así las cosas, como solía decir mi profesor de Derecho Constitucional en la Universidad, se me ha ocurrido redimir de su letargo a mi yo individuo (no madre)… Por aquello de redescubrirme.

1. – Me gusta estudiar; o a mejor decir, me gusta aprender. Disfruté de la carrera y del instituto y disfruto mucho cuando aprendo algo.

2.- Si no hubiera estudiado Derecho, hubiera estudiado filología hispánica. Siempre fui de letras, aunque debo decir que, desde Doña Elena, que impartía esta materia cuando yo iba a 2º de la ESO, no tuve ni un solo buen profesor de Lengua y Literatura.

3.- Siempre recuerdo, como una de las más apasionantes, una conversación en un bar con un amigo, sobre España como Estado Federal. Yo contaría con 15 años y mi interlocutor era un chico apuesto unos 7 años mayor. Yo estaba muy leída con el estudio del proceso autonómico español en ese momento… Rabiosa actualidad.

4.- Cuando algo me gusta mucho se me atasca el léxico y sólo acierto a decir: BRUTAL.

5.- Encuentro ciertas dificultades en pillar ironías y darme de cuenta de ciertas cosas; ando algo falta de picaresca.

6.- Siempre empiezo las comunicaciones con mi esposo diciendo: Qué te iba a decir… Y él, lo detesta. Ha amenazado con no contestarme cuando lo haga.

7.- Una vez me detuvieron en el Corte Inglés junto a ua amiga porque creían que había robado un pintalabios. Lo cierto es que ni yo lo sabía pero mi amiga lo había cogido y me lo había metido al pantalón. No obstante justo a tiempo lo volvió a dejar en su sitio. Esta historia nos procuró un rato muy gracioso en los despachos de los directores de la cadena comercial…

8.- En mi primera semana de universidad protagonicé una ridícula historia en la Biblioteca de la Facultad de Derecho, intentando pagar con diez euros el préstamo de un libro. Es una historia que mis amigas siempre me animan que cuente a los desconocidos… Se lo pasan bien a mi costa.

9.- No me gusta trasnochar. Rindo mucho mejor por la mañana, aunque sea muy temprano.

10.- Me encanta desayunar. Es mi comida preferida.

11.- Mi pasatiempo preferido es ir al cine.

12.- Me encanta viajar, aunque salir de casa me pone un poco nerviosa.

13.- Me atraen las personas que trabajan en un videoclub. Me los imagino viendo miles de películas todos los días y conociéndolo todo sobre el séptimo arte.

14.- Me pirran las ensaladas y la tarta de Santiago. La que mejor me supo me la comí en una cafetería de mi pueblo junto a un profesor del colegio que después falleció de una terrible enfermedad. Por eso siempre recuerdo esa tarde.

15.-La película que más me ha hecho llorar en mi vida trataba sobre el bullyng escolar a un niño con pecas y gafas enormes que no podía andar. Creo que se llamaba Lucas.

16.- El papel de Susan Sarandon en EN EL NOMBRE DEL PADRE (peliculón donde los haya) me determinó a estudiar Derecho… Eso fue lo que conté en el discurso que tuve que dar cuando me eligieron madrina los alumnos de la Universidad a los que dí clase de Derecho Internacional Privado hace un par de años.

17.- Me encantan las sábanas de color blanco.

18.- Antes de tener una familia, me encantaba prepararme la cena con una copa de vino tinto y tomarla mientras veía capítulos de Sexo en Nueva York.

19.- No se cuidar plantas. Mueren.

20.- No se elegir mi película preferida, ni mi libro preferido ni mi grupo preferido ni mi canción preferida.

21.- Conocí los blogs gracias a éste. De recomendadísima lectura. Me encantaría conocer a esta chica alguna vez. La encuentro muy divertida e interesante.

22.- No tengo estación preferida, pero me gusta el sol en cualquier estación.

23.- Me suelen obsesionar las pelis con grandes bandas sonoras. Me pasó con CLOSER y con CAFÉ DE FLORE, entre otras…

24.-  A veces soy un poco nazi con la ignorancia extrema.

25.- Los miedos son algo que van y vienen en mi vida de forma constante.

26.- La música es capaz de cambiarme el humor más que nada en el mundo. La música acompaña mis días.