A disposición

dsc_0547Hay algo viscoso, persistente y tedioso que me viene acompañando desde el día en que descubrí, con asombro pero sin sorpresa, el positivo en el clear blue.

Apenas me prodigo cantando las alegrías de mi tercer cachorro por venir; ni abrazo farolas. Me cuido, incluso, de pensar en sus manitas calientes. No esbozo ni de lejos, el cuento de la lechera. Me freno el alborozo de notarle las patadas. En ocasiones esta reticencia a hacerle presente me instala en el archiconocido sentimiento de culpa; en el cuestionamiento de las emociones que me mueve la criatura… Y, a poco que le echo un rato de reflexión, caigo en la cuenta de que lo que tengo es MIEDO.

Lo tuve desde el primer momento, y por mil razones o ni una siquiera, no consigo desincrustármelo.

Yo quería más hijos, aunque la realidad parecía desaconsejármelo irrefutablemente. Yo, que en lo esencial he sido más bien permeable a la impulsividad, me encontraba en cada conversación con la psique calculadora de mi señor esposo, recordándome los viajes al trabajo tras noches sin dormir; los plazos con niños enfermos encima del regazo; las tomas con otros dos infantes colgados del cuello clamando mi atención. Los conflictos y la desconexión a la que me lleva el estrés; y la espera para todo aquello que tuviera que ver conmigo y con nosotros.

Aplazar el deporte, el comer más sano, un día de cine a la semana, leer más libros, salir de noche, hacer el amor, dormir diez horas, quedar con amigas…

Y cuando había repasado mentalmente todas las palmarias contraindicaciones, volvía al origen. A la sonrisa bobalicona de figurarme amamantando, y al júbilo de tres hermanos queriéndose (aunque fuera sólo a ratos).

Así que, finalmente y, como de costumbre, nos pudo el amor y, sin tiempo de reflexión, el nuevo bebé estaba ahí. Como si estuviera decidido a llegar. Sin permitirnos un replanteo; ni siquiera un titubeo. Y ya no había marcha atrás.

Y, en este punto, empezaron a cernirse los miedos, confusos y oscuros, a cubrir de sombras ese horizonte que se me antojaba tan gozoso: ¿Y si algo no va bien? ¿Y si se complica el embarazo? ¿Y si supone un riesgo para el bebé, o para mí? ¿y si afecta a mis dos hijos?..

Conforme va avanzando el seguimiento médico de la gestación, consigo disipar ciertos temores a golpe de informes obstétricos y movimientos fetales, pero el miedo, que no acepta rendición, se cuela por otros agujeros: ¿Cómo voy a sacar tiempo para todo? ¿Cómo lo haré en el trabajo? ¿Cómo gestionarán mis hijos la llegada de un nuevo miembro? ¿Cómo afectará a la relación con mi pareja (tengo claro que traerá turbulencias)? ¿Guardería? Y empiezo a sentirme abrumada, insegura y empequeñecida.

Sin embargo, en algunos instantes de lucidez, en medio de mi tortuoso empeño en tener un PLAN MAESTRO que me garantice el éxito y la cordura cuando el nuevo bebé haga aparición estelar, me recuerdo a mi misma que no tengo el control; que no existe una fórmula ni una receta infalible, y que lo único que está en mi mano es ponerme a disposición. A tu disposición, pequeño bebé. Y dejar que me domines, porque esto hacen los bebés.

Así que aquí estoy, bebé: Dispuesta y disponible. Para ti y tus necesidades y las de tus hermanos, en la medida en que mi condición humana alcance. Dispuesta también a tolerar mis fracasos y mis errores. Dispuesta y disponible para comprender mis frustraciones. Dispuesta para quererte y quereros, siempre otra vez más.

Dispuesta a exigir a mi marido estar dispuesto y disponible. Y, dispuesta también, a recibir la ayuda sin percibirla un descalabro.

Consciente de que pasarás de ser el bebé opcional, a otro maestro; a una fuente de hallazgos y descubrimientos increíbles, sanadores, con tal de que nosotros, nos pongamos a tu disposición. Me darás nuevas certezas y me revelarás, una vez más, que el amor son ondas expansivas, sin término cierto.

Te esperamos dispuestos y disponibles.

Sobre todo, porque Raúl alias Harry Potter y Manuela Hermione Greinger necesitan desesperadamente un Ronald Weasley.

 

CLULESS (Fuera de onda)

 

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Mi primer año de universidad da para muchas historias. Para muchas. Algunas quedarán ocultas al conocimiento de mis hijos bajo pactos sagrados de silencio. Y si a alguna o a alguno se les ocurre abrir el pico, no me voy a cortar en mantenerlas donde deben estar bajo amenazas y chantaje del sucio… Que yo las maldades no me las ingeniaba sola.

Tengo grabado en la memoria el escalofrío que sentí la primera vez que entré a mi clase de Derecho. Pero, para ser justos, ahora, con la claridad de la madurez, creo que el escalofrío se lo debió llevar el Sr. Montoro (no el Ministro) sino mi profesor de Filosofía del Derecho.

Yo representaba lo que venía siendo una hibridación perfecta de las tribus urbanas del momento (entre hippie, punky y heavy, andaba el juego); todo ello unido a una reseñable falta de amor propio y noviazgos tormentosos, y al racionamiento económico impuesto por las limitaciones presupuestarias de mis benefactores.

Para situarnos, yo podía vestir, en uno de mis días buenos,  un chándal de algodón, una camiseta de Sex Pistols que mi ex había heredado de su primo mayor,  y una riñonera con una llamativa hoja del cannabis. Recuerdo haber llevado hasta calentadores de colores.

Y, por supuesto, cuando hablo de chándal, no me refiero a la favorecedora ropa deportiva de Oysho. Yo me refiero al chandal de toda la vida. Al de los domingos de relajo; al de la escuela el día que tocaba gimnasia. Al de ‘choni’. Al de los heroinómanos en los 80. Al chándal, como realidad social y concepto antropológico. A ése.

Una vez una amiga mía me dijo que como iba yo a la universidad, no bajaba ella ni a tirar la basura… y tanta gracia me hizo esta frase, al cabo de los años, cuando ya era yo una distinguida letrada que vestía falda de tubo negra, que imploré a mis amigas que formara parte de los lemas que se corearan en mi despedida de soltera.

De esta guisa me iba yo a la universidad; y me sentaba en una silla situada en el medio, en la primera o segunda fila. Eso es. No se piensen que mi falta de adecuación al entorno me detenía. Como les decía, yo de amor propio andaba más bien escasa. En todos los ámbitos menos en uno. El del aprendizaje.

Iba a hablarles de mi seguridad en el entorno académico… Pero no se si sería del todo correcto utilizar esta expresión, porque el entorno académico, considerándolo de una forma global, tampoco me resultaba un ambiente amable: No era yo de formar grandes corrillos en la cantina, ni de tener una significación importante en los pasillos. Los profesores no me conocían porque nunca pisaba un despacho; ni mandaba mails. Siguen dándoseme regular las relaciones institucionales.

Pero yo era una idealista. Y me encantaba ir a clase. Me sentaba en primera fila por el puro placer de aprender. Y me abstraía de todo lo demás; y me sentía legitimada para recibir las informaciones y los conocimientos, y, pese al chándal, no me avergonzaba en absoluto. Es más, pensaba, real e ilusoriamente, que nadie me iba a prejuzgar por las fachas. Y no hablaba con la gente. Escuchaba y aprendía. Me emocionaba incluso, a veces y luego se lo contaba todo a mis amigos no universitarios. Les explicaba los grados del dolo en la comisión de los delitos en Derecho Penal, y los principios para la interpretación de los contratos.

Y, aunque ahora cada vez que lo pienso me sigo preguntando cómo podía, mostraba absoluta indiferencia ante el hecho de que a mi alrededor se desplegaba un auténtico desfile de pret a porter con las últimas tendencias de la temporada. Tacones, bolsos, pantalones ajustados, blusas, maquillaje, gomina en los chicos, polos y muchos logotipos de marcas. Como digo, entonces, ahora no me explico cómo, me la traía al pairo que pareciera que me había despistado buscando la clase de bellas artes o de sociología.

Pues bien, en uno de esos días de Derecho Penal Parte General, mi  admirado y honrado  profesor, el Señor Don Jaime Peris Rieira, cuyas clases siempre me parecieron una delicia para el entendimiento, recomendó el archiconocido libro de Cesare Beccaria «De los delitos y las Penas», y tanto me fascinó la sinopsis que del mismo hizo, que recién terminada la clase, me fui para la Biblioteca de la Facultad de Derecho a hacerme con él.

Cuando entré, por primera vez, en este espacio, sí me temblaron las piernas. Si el pasillo de la segunda planta de la facultad era el desfile de la colección Otoño Invierno, la Biblioteca era el Backstage. Pero aquí, a diferencia de lo que sucedía en el aula, yo no podía dar sentido a mi presencia en el proceso mismo del aprendizaje. No cabía crear este espacio acotado y seguro que yo construía en cada clase, entre las enseñanzas de los profesores (de los buenos profesores) y mi propio proceso intelectual de comprensión y asimilación. Estaba desprotegida y fuera de lugar en un mundo extraño. Las miradas de aquéllos cuyas mentes estaban esperando una distracción que justificase la pérdida de atención, se clavaron en mi chándal y en mi riñonera cuando crucé el mismo umbral de la puerta.

Me acerqué al mostrador. Todo lo silenciosa que podía. Me dirigí a la Señora al otro lado de la madera, en un tono casi inaudible: «Estaba buscando el libro «De los delitos y las penas» de Cesare Beccaria.»

– ¿Quée? Contestó la señora en un tono estruendoso; estrepitoso, molesto.

Giré la cintura para mirar hacia atrás y sondear la reacción de los presentes. La mayoría miraba. Me acerqué un poco más al mostrador en una evidente tensión creciente.

Que estoy buscando el libro «De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria.

Ah! Un momento, voy a buscarlo.

Miró el ordenador y después dio la vuelta al mostrador para dirigirse a las estanterías. Recuperé un poco el aliento y el ritmo cardíaco empezó a volver a la normalidad. La Señora volvió a colocarse tras el mostrador con el pequeño libro entre las manos, y mientras aún estaba en marcha, escuché:

Diez Euros.

El corazón se me disparó de nuevo; esta vez de una forma que parecía incontrolable. ¿Diez euros?, ¿En serio? ¿Había que pagar por sacar un libro de la biblioteca?? Me pareció absolutamente insólito e injusto, pero evidentemente, no iba a hacer preguntas. Faltaría más. Di por supuesto que se trataba de una suerte de depósito o fianza.

Se me hizo un nudo en la garanta. Por absurdo que parezca, en ese momento, ni hacer preguntas ni dejar el libro y salir por la puerta como había entrado, eran opciones que barajaba. Era una cuestión de dignidad salir de allí con mi libro; como si fuera una de los muchos usuarios de esa Biblioteca que parecían absolutamente habituados a los trámites, procedimientos y normas de aquél lugar. Pero diez Euros. Eso era la mitad de mi presupuesto semanal. Y no los tenía. En ese momento no los tenía.

Lo sabía muy bien. No tenía esa cantidad. Hice un cálculo mental de cuánto podía llevar encima y consideré que podría llegar a llevar unos 8,70 Euros. Con un poco de suerte, podría llegar a encontrar alguna moneda más de las de cierto valor (1 euro o 50 céntimos) por ahí despistada. Pero no había marcha atrás. Sin racionalizar el hecho patente de que no tenía los diez euros, abrí mi riñonera y traté de arrastrar con la mano extendida dentro de ella todas las monedas que se hubieran arrinconado en los bordes de las costuras.

Las saqué con el puño cerrado y las coloqué todas sobre el mostrador, dispuesta a contar. Una moneda de euro golpeó en la madera y cayó al suelo. El ruido captó la atención de los escasos estudiantes que aún no habían abandonado su concentración en los apuntes para mirar y disfrutar del espectáculo. Ahora todos miraban. Estaba al borde del llanto.

Recogí la moneda del suelo y la puse en el mostrador al tiempo que me sorprendía el rostro perplejo de la Señora al otro lado.

Pero ¿Qué haces?!! Me dijo en un tono que aún despierta mis más viles sentimientos.

Lo siento. No se si tengo los diez Euros.

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJ. Aun recuerdo sus alborotadoras carcajadas, buscando las miradas de las demás personas en la sala, tratando de hacerse con testigos de mi estrepitoso ridículo.

Varios de los presentes respondieron a la mirada de la Bibliotecaria con una sonrisa curiosa y sin apartar la mirada. Como cuando observas el predesenlace de un show que tiene escrito el final que estás esperando.

Me ha dicho Usted diez Euros. Contesté en una afirmación interrogativa, sabiéndome vencida. No había ya esperanza alguna de salir de allí con un mínimo de dignidad entre las manos.

DIEZ DÍAS!! MUJER!! EN LA BIBLIOTECA NO SE PAGA!! Contestó la mujer gritando; en un alarido que ya no rompía el silencio de la sala de estudio, porque nadie estaba estudiando. Todos eran partícipes de mi primera experiencia en la Biblioteca de la Facultad de Dercho. Todos tenían pase VIP a mi solemne puesta en evidencia.

Sabía que estaba colorada como un tomate. Aroalada. Con la cara roja y blanca. Muerta de vergüenza. Sudorosa y torpe. Tremendamente torpe. Recogí mis monedas del mostrador rezándole a Dios para que no se me cayera ninguna al suelo y pudiera salir de allí cuanto antes. Por suerte entraron todas en mi puño y las coloqué de nuevo en mi riñonera. Despegándome las que se me habían quedado incrustadas en la palma por el sudor. Y me fui.

Definitivamente: Se nos ha ido de las manos.

 

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Llegué a este mundo aquélla mañana en que me coloqué frente al espejo, con una barriga extraña y distinta y un niño  que lloraba en mis brazos. Llegué cuando, después de mirarme intensamente a los ojos, me desprendí al vacío de la desrealización: Ésa que me devolvía la mirada, no parecía yo.

Todo el mundo anterior confluía en un cruce de caminos que estaba representado en mi hijo.

La transformación y el silencio alrededor me llevaron hasta aquí.

La callada cuando miraba a un lado y a otro en busca de respuestas, me aterrorizaron al principio. Después tomé aire, concluí que era cosa mía; de mi deconstrucción y reedificación personal, y de, repente un día, un papá escribía en internet que hubo momentos en los que deseó devolver a su hijo a la inexistencia.

Me escandalicé y me intrigué a partes iguales, y conforme iba leyendo me iba acurrucando en el alivio y el consuelo de la identificación. Y así es como llegué hasta aquí. Hasta el blog. Y disfruto con la red y sus múltiples posibilidades… Con la accesibilidad a artículos y blogs que entretienen, analizan la actualidad o permiten crear espacios de reflexión y debate sobre lo humano y lo divino.

Pero, Señores y Señoras: Se nos ha ido de las manos.

Y esto es algo que venía sospechando desde hacía tiempo pero que se me reveló definitivamente como un baño de realidad corpórea cuando ví a una blogger sujetando en la mano una raíz de gengibre para contar a sus seguidores que era «uno de sus favoritos del mes»… O en su versión anglosajona, un «currently loving».

La blogger en cuestión se llama. o se hace llamar «A trendy life».  (Como a mí no me lee nadie, me puedo permitir las alusiones directas sin miedo a las repercusiones…)

Ya el título del blog es para echarle de comer aparte: Una vida de tendencia. Habla por sí mismo.

A trendy life vive viajando de un lugar a otro del mundo; cambiándose de ropa y compartiendo informaciones que, salvo que estuvieráis juntas desde primaria, hubieran resultado, al menos en otros tiempos, totalmente prescindibles.

A trendy life, como otras, han profesionalizado el mundo de la imagen hasta un exponente que me parece insuperable. He repasado sus publicaciones en busca de valor literario o artístico en sus post, o de algún tipo de pericia o técnica concreta, y no he encontrado más que imagen.

Que no se me malentienda. No es este alegato una crítica a «A trendy life». Ella tiene 290 mil seguidores en Instagram.

Y lo cierto es que después de darle más de una vuelta, he llegado a la conclusión que todo este mundo, el que se nos ha ido de las manos, no es más que una nueva fórmula de tele realidad; que tan poco de realidad tiene… Es decir: En nuestras pantallas gente normal haciendo cosas normales como criar, ponerse crema de sol, viajar (esto no es tan accesible a todos; por lo menos a los niveles de las influencers que incluyen un par de visitas a Nueva York por año y veraneos en Ibiza) poner lavadoras (esto sólo algunas) e incluso sufrir; y, aunque nos quieran queramos convencer de lo realista que es todo, nuestros viajes siempre son más abruptos: En la playa a nuestro hijo le escuecen los ojos; la arena se mete en el tupper de tortilla de patatas y en las piernas tenemos puntos negros que cruelmente descubre sin piedad la claridad del sol de mediodía; cuando ponemos lavadoras se nos derrama el detergente y cuando sufrimos estamos feos; sin maquillar, y nos vestimos de cualquier manera.

Pero las marcas son inteligentes y han sabido que nosotros nos vamos a creer que es espontáneo, la vida misma; y nos lo creemos porque en parte lo es; pero sólo en parte, y ahí el engaño… Y el influencer; porque si fuera sórdido y no viniera en un envoltorio cuidado al milímetro, no osaríamos a darle al Like.

Consumo blogs. Es más, escribo un blog. En general, muchos de ellos, los considero útiles, interesantes. En muchos me gusta la literatura. La forma en que su autor habla de lo que le place; en otros me identifico y me parecen un espacio de transmisión de sabiduría popular bastante eficiente; algunos me sirven de referencia para descubrir nuevos libros o pelis, recetas de cocina o cómo maximizar el espacio de tu armario… Pero, con todo, en muchos momentos siento que se nos ha ido de las manos.

Sentí exactamente eso cuando leí una publicación de una blogger-influencer-trendsetter que consistía en una foto de su hija pequeña llorando y lanzaba un mensaje del tipo: Si quieres ver lo que le pasaba a mi hija, haz clic en el perfil… Por los comentarios del post se deducía que su hija lloraba porque su padre se había ido o se alejaba… En serio, se nos ha ido de las manos. Qué os parece que más de trescientas mil personas estén en vilo con una niña que llora porque su padre se aleja?

Y el riesgo de deslumbramiento que tienen todas estas verdades a medias me parece delicado, así que me obligo a agarrarme a lo muchas veces cutre de mi día a día, aunque mi galería de instagram esté pasada por filtros.

Me convenzo de que, por más que lo parezca, nadie pasa un día en la playa sin que la arena acabe en los perfiles de las ingles de nuestro bikini; de que cuando me siento a dar el pecho a mi hija, se me forman pliegues o, llamémoslo por su nombre, michelines en la barriga; de que después de que mis dos hijos duerman con nosotros en la cama, aunque haya puesto unas preciosas y gustosas sábanas blancas, me duele el cuello; de que nadie se toma el café en la cama todos los días mientras lee un libro y tiene la pedicura perfectamente hecha, todo junto.

Y así, consciente de que no todo es mentira, pero todo no es verdad, navego por este mundo tan inmediato, novedoso y tremendamente útil, pero tramposo, embustero y demasiadas veces, frívolo.

 

PD.- Pongo una foto así, reflexiva y tal.

 

 

 

 

 

 

NORMAL DAY… LET ME BE AWARE OF THE TREASURE YOU ARE

«Normal Day, let me be aware of the treasure you are. Let me learn from you, love you, bless you before you depart. Let me not pass you by in quest of some rare and perfect tomorrow.Let me hold you while I may, for i may not always be so. One day I shall dig my nails into the earth, or burry my face in the pillow, or strech myself taut, or raise my hands to the sky and want, more than all the world, your return»

Que vendría a ser algo así como:

Día normal, permíteme ser consciente del tesoro que eres. Permíteme aprender de tí, amarte, bendecirte antes de que te marches. Permíteme que no te deje pasar de largo en busca de un mañana raro y perfecto. Déjame abrazarte mientras pueda porque puede que no sea así siempre. Un día, puede que clave mis uñas en la tierra, o entierre mi cabeza en la almohada, o me yerga tensa o alce mis manso al cielo y pida, más que nada en el mundo, tu vuelta…»

Es una cita muy conocida de Mary Jean Irion y, para mí, absolutamente acertada y completamente reveladora.

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Cuando la escuché por primera vez, vino a mi memoria un fragmento del guión de la película argentina «NO SOS VOS, SOY YO» que me hizo reflexionar en su momento. Se trata del momento en que el psicólogo que está atendiendo al personaje interpretado por el actor Diego Peretti, le dice:

«En la vida hay días buenos. Pocos. También hay días malos; por suerte también pocos. Y el resto, la mayoría, son días normales.»

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No puede ser más real. Si me detengo a mirar a lo largo de mis 31 años de existencia, me doy cuenta de que los días en que han sucedido acontecimientos maravillosos (cuando conocí a mi esposo, me hice mis respectivos test de embarazo, nacieron mis hijos, aprobé el último examen de la carrera, creé mi despacho, me casé…)  no son muchos, considerados en cómputo global. Ni siquiera son muchos los días en que, no habiendo sucedido cosas maravillosas, he recibido una buena noticia o ha transcurrido el día sin contratiempos y me he mantenido alegre y relajada a lo largo de todas sus horas.

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Por suerte, tampoco son muchos (por suerte, menos todavía, o menos presentes en mi memoria, al menos) los días en que ha sucedido algo terrible en mi vida; o los que, sin haber sucedido algo terrible; han estado llenos de contratiempos, malas noticias o momentos no deseables.

La mayoría de mis días, según lo veo, han sido una reiteración de actos propios de la rutina, en los que se ha hecho el camino al andar. Han ido llegando sin grandes sorpresas, con sus instantes de bienestar y sus momentos de malestar. Con quejas y, desgraciadamente, como consecuencia de mi condición de Abellán, menos alabanzas de las que hubieran sido oportunas; pero en lo que hoy interesa, en la absoluta IGNORANCIA del tesoro que han supuesto.

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El regalo de póngase Dios (el que gusten) o la fortuna, que suponen los días que no he pasado ingresada en un hospital enferma o, peor aún, acompañando a alguno de mis seres más queridos. El tesoro de los días normales en los que el «qué vamos a comer hoy», sólo me ha preocupado en el sentido de preguntarme si mi hijo se comerá las patatas así, cocidas. Los días normales en los que he llegado a casa en una tarde de frío y me ha reconfortado el calor de mi hogar; días normales en que he aprendido cómo se anuda una corbata o he conocido la última Jurisprudencia europea en materia de sustracción internacional de menores… El absoluto presente que han supuesto los días más normales de todos; en los que he comido alrededor de una mesa junto a mi marido, mis hijos, mi familia, o me he reído a carcajadas con mi hermana.

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Aquéllos dichosos días normales en que me levantaba e iba a la universidad, estudiaba, aprendía y conocía a gente maravillosa, como a mi amiga la Crack, que más pronto que tarde daré a conocer en este blog… Los días normales en que tomaba café con amigos o veía una película en el cine.

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Días normales en que me he apasionado con una canción o he llorado de la emoción leyendo un libro. Días normales de risas y enfados, en los que me he estresado con el trabajo por hacer, o me ha cabreado la mala baba que se gastan algunos.

Y, sin embargo,  días normales que en su transcurso me han pasado completamente inadvertidos. Que incluso, en alguna ocasión, me han conducido al hastío de la monotonía y han despertado mi desprecio, mientras soñaba con otros días, otros lugares, otros momentos. Una casa más grande, un trabajo más cómodo, unos hijos más dóciles, un marido más atento…

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Y hoy, que vengo en ser consciente de la dicha que suponen; del regalo que representan los días normales de mi vida, con los personajes que implican y los escenarios en que se desarrollan, quiero exclamar que !Bendita rutina la mía! y que quede así, documentado, para cuando vuelva a perder de vista el tesoro que son los días normales.

ESPÉRAME

Espera, cariño, a que se me pase la frustración que me tiene en jaque desde ayer porque lo tengo todo a medias. Y cuando se me pase la frustración y me sienta más relajada, espera a que resuelva las cuestiones urgentes del trabajo.

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Espera a que termine de cambiar el pañal de Raúl (ya sabes lo que cuesta mantenerlo quieto durante 5 segundos) y te pregunto qué tal se presenta hoy la tarde en el trabajo… Aunque lo mismo cuando termine, empieza a pedirme brazos para ir a dormir y tienes que encargarte de acunar a Manuela, mientras me meto en la cama con él.

Para el pecho, espera tu turno; que después de que Manuela mame, tiene que manosearlo tu hijo, y ya, después, Manuela quiere mamar otra vez.

Espera a que ponga lavadoras, que no nos quedan bodies limpios, y puedo contarte lo que se me ha ocurrido que podemos hacer en el baño para ganar espacio.

Espera a que se duerma la niña y puedo preguntarte qué te parece la próxima gira europea de Pearl Jam. Espera que se duerma y soñamos con la idea de que podemos ir a alguno de los conciertos…

Hoy me he estado acordando de lo que nos reímos aquella noche en mi piso de estudiantes cuando te arrastrabas por el suelo liado en mi albornoz, mientras sonaba Spin de Black circle. Cuando termines de acompañar a Raúl en su comida, te lo recuerdo y verás cómo nos reímos los dos juntos.

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Espera a que terminemos de comentar acerca de cómo fomentar la autonomía de nuestro hijo y después te pregunto cómo va el Madrid en la Champions; aunque si nos enzarzamos en intercambio de opiniones, al final se hace la hora de recogerlo del cole.

Encárgate ahora de llamar a la casa de comidas para llevar, y después ya podemos darnos ese abrazo que tanto necesito.

Ayer quería decirte que estabas muy guapo con esa camisa nueva y que me gusta la forma en que te has afeitado la barba,  pero ya sabes cómo se despertó Raúl de la siesta… Entre unas cosas y otras, quedó para mí.

Ya se que te dije que podríamos ver una peli juntos cuando acostásemos a los niños, pero qué quieres que te diga!; me duermo de pie.

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He sacado un hueco para ir a la peluquería y me he depilado aunque no te hayas dado cuenta; o tal vez sí lo has hecho y pensabas decírmelo pero, como yo, no viste el momento.

Ya saldremos los dos, no te preocupes, ahora ve con tu hijo en la bici y pasa tiempo con él que sabes que le entusiasma.

Sí, se que la última vez que nos reímos juntos a carcajadas por algo que no fuera una payasada del Leñador, fue cuando acerté cuál era la tarea del hogar que más te disgusta.. En serio, no hace falta ser muy listo; cuando coges la balleta para limpiar el mantel repleto de migas de pan, pones la misma cara que cuando tuviste que defender tu concierto solista de final de carrera… Es obvio que te tensa.

Ya me imagino que debes encontrarte un poco triste ante la idea de que tu hermano se marche lejos. Espera a que termine de cuadrar la contabilidad familiar de este mes y hablamos de ello.

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Me han recomendado un libro que estoy deseando poder leer. Cuando termines de explicarle a Raúl por qué no puede comer ahora un bombón, me encantaría compartirlo contigo.

Pensaba aprovechar el viaje a Murcia para contarte que quiero empezar a hacer deporte, pero al final tuve que pasármelo cantando un «veo veo» que siempre empieza con la letra M..

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Qué bien me sentó el beso que me diste en el pasillo el otro día, de forma inesperada, mientras corría a la habitación de Raúl a por un pañal para cambiarlo, sobre todo ahora que tantas veces me miro al espejo y pienso que no hay manera de que pueda resultarte atractiva

Cuánto disfruto esos 3 segundos de retoce en la cama cuando nos acostamos, antes de caer rendidos. Es sorprendente sentirse mimado cuando pasas el día mimando a otros.

Me gustas mucho, hombre de los 70´, cuando me das la cena mientras sostengo a la pequeña que se ha puesto a llorar. En esos momentos me convenzo de que recuperaremos ese espacio a dos bandas que hemos dejado en barbecho.

Y lo que más me gusta de todo, es que tú lo tienes absolutamente claro: Volverán, como las oscuras golondrinas, las cenas para dos, las escapadas románticas, las noches y las mañanas de pasión, los conciertos y las películas…

Y, mientras tanto, sigue enamorándome cambiando pañales con garbo; haciéndoles a tus hijos ataques del amor y quedándote por la noche a dormir a Manuela para que yo pueda irme a la cama.

 

 

 

 

Mi niño es un maleducado.

El otro día despertó mi interés un artículo que alguien compartió en facebook del diario «El Periódico» a propósito de la tolerancia social hacia las familias con hijos.

En él, un padre de familia relataba una experiencia desafortunada mientras viajaba en el tren con sus hijos, ante la desaprobación por parte de algunos de los demás viajeros, de su presencia misma.

Lo más interesante para mí fue el debate que se creó, al pie del artículo,a través de los comentarios de los lectores.

Simplificando hasta el absurdo, había quiénes estaban a favor del padre indignado; otros comprendían perfectamente el rechazo que para los otros viajeros, provocaba la familia con dos niños pequeños y, otros, y aquí la muestra de población que puso en jaque mi razonamiento, opinaban que por supuesto que se debía tolerar la presencia de niños pero siempre y cuando fueran niños bien educados…

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Atendiendo a los ejemplos que muchos de los implicados en el debate utilizaban para justificar su empatía hacia los viajeros que mostraron abiertamente su rechazo hacia los infantes, MI HIJO ES UN ABSOLUTO MALEDUCADO.

Sí, sí; tantos desvelos, tanto empeño, tanto tiempo invertido en intentar educarlo para que, al final, me haya salido un pequeño monstruo indigno de viajar en tren, en autobús, en avión; de ir a un restaurante o a una cafetería… Y lo peor de todo es que todo eso ha pasado sin que yo me hubiese enterado.

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Yo, que respiraba aliviada en la idea de que tan mal no se nos estaba dando la cosa al de los 70´y a mí cuando el leñador, a sus tiernos dos años, casi siempre pide las cosas por favor, acostumbra a decir gracias y hasta está aprendiendo a pedir disculpas; yo, que me derretía de ternura porque mi hijo se interesaba por dar la mano a mi abuela de 92 años cuando vamos por la calle o, en el parque, termina dejando su bici a todos los niños… Resulta que era totalmente inconsciente de que estaba creado un monstruo..

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Un pequeño monstruo, sí, porque mi hijo, cuando vamos a un restaurante, después de alrededor de hora y cuarto u hora y media sentado en la trona, se baja al suelo y juega a las carreras con los coches alrededor de nuestra mesa; un completo trasto que echa limón y patatas fritas en su vaso de agua y lo revuelve todo; un esperpento que ríe a carcajadas sonoras; que se arrodilla y se mancha y que rompe los manteles de papel.

Cómo no me había dado cuenta de lo peligroso y molesto que resulta mi hijo cuando en el tren pregunta millones de veces dónde está el maquinista; o se empeña en  apoyar la cabeza en los cristales. Cómo no había caído en la cuenta de que es un completo terrorista que canta «La araña insi winsi» a plena voz o se quita los zapatos. Cómo no he sido consciente hasta ahora de que mi hijo no muestra respeto alguno hacia la sociedad, porque me pide que le lea un cuento o da vueltas sobre sí mismo.

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Aunque…. Esperen un momento… ¿ No se trataba de tolerar a los niños? Quiero decir, ¿A los niños normales; a los de toda la vida…?

Vamos a ver, personas adultas que no soportáis a los niños maleducados como el mío: ¿Qué diferenciaría a un niño  bien educado cuya presencia sí resulta tolerable en restaurantes y transportes públicos, de un adulto como vosotros? Si estamos hablando de niños bien educados, que no se levantan de su asiento en tres horas de viaje; que comen sin mancharse y que no despegan el pico; que se ponen la mano para toser o estornudar y hasta ceden el paso a las señoras, entonces, amigos, ¿!!cómo no los ibais a tolerar??!! De la misma forma en que se os tolera a vosotros…

Pero así no son los niños. No al menos los sanos; los que son felices. Los niños de dos años, normales y felices, no suelen estar más de dos horas sentados sin moverse, porque necesitan moverse y liberar adrenalina; no  pueden estar callados, porque tienen la necesidad de comunicarse, de preguntar; quieren saberlo todo.. Vaya manía más estúpida!; Quieren tocar el agua y chafar las patatas fritas porque están conociendo el mundo… Menudo despropósito!; cantan, porque así expresan su alegría… Qué estupidez!..

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Así que sí, los niños en ocasiones revientan la comodidad del silencio y la tranquilidad abosolutas; coincidir con niños en un restaurante implica  que no vas a sentir que cenas a solas con tu pareja…Pero, queridos y queridas, ¿no vivimos en sociedad? ¿no implica esta realidad soportar situaciones no siempre deseables?… A mi, a veces tampoco me apetece escuchar a los de la mesa de la comida de trabajo reírse a carcajadas contando chistes machistas cuando voy con mi familia… Pero a nadie se le ocurre pensar que a los machistas debería prohibírseles ir a restaurantes.. ¿Por qué, entonces, sí nos planteamos que los niños no deberían viajar en tren?.

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Y, aunque a algunos no les interese, las contrapartidas que nos ofrecen los niños, creánme, son mucho más interesantes que las que suelen ofrecer los machistas…

En definitiva: Quiero que mi hijo sea un niño bien educado y por eso me esforzaré en seguir enseñándole a pedir las cosas por favor, a no insultar ni increpar a los demás, a dar las gracias; a pedir disculpas… Pero seguiré dejando que mi hijo se baje al suelo en los restaurantes, cante y baile cuando oye música y me pregunte cuarenta y cinco veces dónde está el maquinista…

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Las fotos son un poco de aquí y de allá…

 

 

POR SI TU QUIERES SABER…

 

El otro día andaba yo con la mente absorta, tratando de configurar, en un arranque de osadía, una lista de la compra desde la memoria. He comprobado en diversas ocasiones que es una empresa imposible que, en mi caso particular, jamás sale bien. Siempre, siempre, se me olvida algo…

Últimamente me prevengo de semejante locura. Especialmente desde que, como caída del cielo, ha venido a poner orden en esta casa dejada de la mano de Dios, nuestra Gusti; personalidad donde las haya capaz de elevar las tareas domésticas al nivel de ciencia.

Tan máquina es del orden y la limpieza en el hogar que no puedo permitirme que llegue el Lunes y se de cuenta de que no he sido capaz de recordar que no quedaba agua de plancha, o que la balleta de la cocina necesita ser sustituída. Tiene hasta una fórmula secreta para doblar las bolsas de la compra; clasifica los productos de la limpieza; ha conseguido almacenar en la despensa todos los trastos de casa sin que se te caigan en la cabeza cuando abres la puerta, y  le ha parecido muy pero que muy mal que acabemos con la pila para ganar espacio en el patinillo. Para ella en una casa, la pila es sagrada.

Pero ya estoy con los circunloquios (qué me gusta este palabro!).

Pues eso, que estaba yo con la mente absorta en los referidos menesteres, cuando oí en la televisión a una chica joven relatando su experiencia como enferma de bulimia, y vinieron a mi recuerdo momentos de mi propia existencia muy similares a los que la muchacha contaba y, de repente, dejando a un lado el objeto del pensamiento, me detuve en el pensamiento mismo.

Concretamente en el hecho de que todos esos recuerdos se me antojaban lejaaanos, lejaanos, lejaaanos (léase la reiteración de «lejanos» con los ojos entornados y alargando la «a» con profundidad en la voz) y caía en la cuenta de que, la vorágine de ser madre; la intensidad de la faceta que ocupa mis días en los últimos tiempos, me tiene desconectada de mi yo pre-maternidad…  Como no se si estoy consiguiendo explicar este batiburrillo de pensamientos en objeto y forma, contenido y continente, digamos que es algo así como que cuando pienso en esa chica demasiado delgada, con un diente de menos e incipiente joroba que sacaba matrículas de honor en la carrera, me resulta un tanto extraña.

Yo soy de las que piensa que las personas cambiamos; constantemente.  Y, aún más, soy de las que piensa que en las personas se dan interminables contradicciones, así que no me atrevo a definirme más allá del aquí y el ahora porque, si puede haber algunos rasgos que por así decirlo, esculpen el esqueleto de la personalidad, las circunstancias son las que finalizan la obra en el detalle.

Así las cosas, como solía decir mi profesor de Derecho Constitucional en la Universidad, se me ha ocurrido redimir de su letargo a mi yo individuo (no madre)… Por aquello de redescubrirme.

1. – Me gusta estudiar; o a mejor decir, me gusta aprender. Disfruté de la carrera y del instituto y disfruto mucho cuando aprendo algo.

2.- Si no hubiera estudiado Derecho, hubiera estudiado filología hispánica. Siempre fui de letras, aunque debo decir que, desde Doña Elena, que impartía esta materia cuando yo iba a 2º de la ESO, no tuve ni un solo buen profesor de Lengua y Literatura.

3.- Siempre recuerdo, como una de las más apasionantes, una conversación en un bar con un amigo, sobre España como Estado Federal. Yo contaría con 15 años y mi interlocutor era un chico apuesto unos 7 años mayor. Yo estaba muy leída con el estudio del proceso autonómico español en ese momento… Rabiosa actualidad.

4.- Cuando algo me gusta mucho se me atasca el léxico y sólo acierto a decir: BRUTAL.

5.- Encuentro ciertas dificultades en pillar ironías y darme de cuenta de ciertas cosas; ando algo falta de picaresca.

6.- Siempre empiezo las comunicaciones con mi esposo diciendo: Qué te iba a decir… Y él, lo detesta. Ha amenazado con no contestarme cuando lo haga.

7.- Una vez me detuvieron en el Corte Inglés junto a ua amiga porque creían que había robado un pintalabios. Lo cierto es que ni yo lo sabía pero mi amiga lo había cogido y me lo había metido al pantalón. No obstante justo a tiempo lo volvió a dejar en su sitio. Esta historia nos procuró un rato muy gracioso en los despachos de los directores de la cadena comercial…

8.- En mi primera semana de universidad protagonicé una ridícula historia en la Biblioteca de la Facultad de Derecho, intentando pagar con diez euros el préstamo de un libro. Es una historia que mis amigas siempre me animan que cuente a los desconocidos… Se lo pasan bien a mi costa.

9.- No me gusta trasnochar. Rindo mucho mejor por la mañana, aunque sea muy temprano.

10.- Me encanta desayunar. Es mi comida preferida.

11.- Mi pasatiempo preferido es ir al cine.

12.- Me encanta viajar, aunque salir de casa me pone un poco nerviosa.

13.- Me atraen las personas que trabajan en un videoclub. Me los imagino viendo miles de películas todos los días y conociéndolo todo sobre el séptimo arte.

14.- Me pirran las ensaladas y la tarta de Santiago. La que mejor me supo me la comí en una cafetería de mi pueblo junto a un profesor del colegio que después falleció de una terrible enfermedad. Por eso siempre recuerdo esa tarde.

15.-La película que más me ha hecho llorar en mi vida trataba sobre el bullyng escolar a un niño con pecas y gafas enormes que no podía andar. Creo que se llamaba Lucas.

16.- El papel de Susan Sarandon en EN EL NOMBRE DEL PADRE (peliculón donde los haya) me determinó a estudiar Derecho… Eso fue lo que conté en el discurso que tuve que dar cuando me eligieron madrina los alumnos de la Universidad a los que dí clase de Derecho Internacional Privado hace un par de años.

17.- Me encantan las sábanas de color blanco.

18.- Antes de tener una familia, me encantaba prepararme la cena con una copa de vino tinto y tomarla mientras veía capítulos de Sexo en Nueva York.

19.- No se cuidar plantas. Mueren.

20.- No se elegir mi película preferida, ni mi libro preferido ni mi grupo preferido ni mi canción preferida.

21.- Conocí los blogs gracias a éste. De recomendadísima lectura. Me encantaría conocer a esta chica alguna vez. La encuentro muy divertida e interesante.

22.- No tengo estación preferida, pero me gusta el sol en cualquier estación.

23.- Me suelen obsesionar las pelis con grandes bandas sonoras. Me pasó con CLOSER y con CAFÉ DE FLORE, entre otras…

24.-  A veces soy un poco nazi con la ignorancia extrema.

25.- Los miedos son algo que van y vienen en mi vida de forma constante.

26.- La música es capaz de cambiarme el humor más que nada en el mundo. La música acompaña mis días.

 

 

 

 

 

 

 

MANUELA

No me cuesta nada imaginarme tu reacción desde hace unas semanas, cada vez que me hubieras visto llegar con la enorme barriga que luzco..

Parece que te estuviera viendo ahora mismo acercarte a la cunita el primer día en que vuestras vidas confluyeran;  con los ojos húmedos y arrugados y tu risa incontenida. Ay tu risa! que era tan verdadera… Que me recordaba a cuando eras niño sin que yo, lógicamente, te haya  conocido de niño…

Y la misma cantinela repetirías al verla cada día, o cuando la acunaras en brazos cantándole aquélla nana de Mercedes Sosa que cantaba Víctor Jara.

(No me cabe duda de que votarías a Podemos si te enterases de que la canta Pablo Iglesias…)

Echo de menos decirte que estoy asustada; que la inmensa alegría que siento, no siempre empequeñece el temor de enfrentarme a la nueva situación.

 Todo porque sé que no me ibas a compadecer…Antes al contrario. Sé, a ciencia cierta que me dirías dos cosas:

La primera, que un hijo es lo más maravilloso que te puede regalar la vida… Y que Dios proveerá; y la segunda que donde caben 4, caben 5, y que, en el peor de los casos; todos a tu casa… y tú tan feliz.

Tu nieta, papá, se llamará MANUELA. Como tú, que significa Dios con nosotros; porque nos encanta como suena… Porque Manuela suena a mujer fuerte y de corazón noble… a dulzura y a carácter…

Y porque es tu nombre; el que resuena en mi memoria el día de hoy, de tu cumpleaños, con tanta fuerza.

Ésto sería lo que harías cada día al verme,  y al verla: CANTAR, como siempre:

PD.- Y no te preocupes, me encargaré de que la llamen MANUELA, sin diminutivos ni sucedáneos… y así te desquitas de que, muy a tu pesar, todos te llamaran MANOLO.

When the Child was a Child

Una vez, un bien querido amigo, compartía conmigo una foto de su infancia. Aún la guardo.

Yo ya lo conocí tullido. Con la piel quemada, el pelo incipientemente blanco y el andar medio cansado, del peso; aunque, con todo, me cautivó. Porque había encontrado su propia fórmula para descansar y no atragantarse con los días que vivir.

Había estado mirando a través de cientos de vidrios superpuestos fabricados con las noches sin dormir y las botellas de wishkey, a modo de anteojos; pero últimamente se ha deshecho de todos. Ve poco, pero lo que percibe resulta bastante real, auténtico.

Nos hablamos entre despechos, silencios y canciones y nos queremos sin hablarnos.

A los dos nos gusta la cerveza y una soledad que nos permita la cursilería. Nos entendemos  y a veces nos detestamos; más antes.

Me enriquece, y yo alguna vez le he impresionado. Pero se lo calla.

Una vez me enseñó una foto de su infancia y lo comprendí todo: «La infancia es lo más parecido al hogar», me dijo.

La mirada entusiasta y luminosa; el gesto temeroso; se los recordaba de algunas veces.. Como por ejemplo cuando sonaba Van Morrison.

We are ugly, but we have the music

Buenos días:

Esta es la primera entrada que escribo de una nueva categoría que destinaré a «Breves reflexiones momentáneas de andar por casa».

Acostumbraba a utilizar un cuaderno en el que, de tanto en tanto, anotaba alguna idea que me rondaba la cabeza o trataba de definir las reacciones físicas, químicas y espirituales que me inspiraban estímulos externos de cualquier naturaleza.

Siempre he mantenido la convicción de que, en mi caso particular y por lo que a enamoramiento se refiere, la verdad de la buena es que no me importa el aspecto físico… O mejor dicho, no juega un papel importante en la activación de mi resorte afectivo-sexual, la adecuación del objeto de mi deseo a los cánones estéticos imperantes.

Juzguen Ustedes mismos:

Quizás pronto escriba por qué razón debería haber nacido en Francia… (Al hilo de la lengua de esta canción; Brel, como saben, era Belga).

En cualquier caso, ese resorte del que hablaba lo dispara Jacques Brel cuando escucho esta canción y, al verlo interpretarla, ya ni encuentro camino de vuelta.

No miento si digo que percibo el corazón contraerse con alguno de los versos; como por ejemplo «cavaré la tierra hasta después de muerto para cubrir tu cuerpo de oro y de luz…» o «Te hablaré de esos amantes que vieron por dos veces sus corazones arder».

Un amigo me dijo una vez que me seduce el sufrimiento ajeno; el dolor… Quizás, en algún sentido; aunque diría más bien que en un hombre, me seduce su vulnerabilidad al amor; su capacidad de sufrir por amor.

!Vamos, que para mí no hay nada más sexy que un hombre que se lame las heridas de un desengaño! No se cómo interpretar eso… No parece una buena noticia, no?

Ya les había avisado de lo del romanticismo trasnochado y la tendencia «cortavenas»

Algo parecido me pasa con el Excelentísimo Sr. Cohen.

La profundidad de su perspectiva me cautiva. Me rindo a las asperezas de su historia.

Sospecho que no soy la única mujer del mundo con esta «tara»; así que: Hombres sobre la faz de la tierra, ya saben lo que tienen que hacer para «pillar cacho»; cuenten sus penas de amor… O mejor: CÁNTENLAS, aunque sea en palabras de Cohen.