Se me parte el alma.

Tal cual.

La estampa de entradas escalonadas, flechas en el suelo y señalizaciones perimetrales, me parte el alma.

Las caritas pequeñas con las sonrisas escondidas, por muchos colores y superhéroes que les pongamos a las mascarillas, me parte el alma.

El reencuentro distanciado, como un oximoron perverso, el olor a gel hidroalcoholico en las puertas de entrada… Y, sobre todas las cosas, sus caras de desconcierto. Eso, me parte el alma.

Y sospecho que nosotros, acostumbrados a los contrasentidos, nos encogemos de hombros ante tanta contradicción paseándose desvergonzada al lado nuestro, y hasta nos reservamos, en un ejercicio de prudencia domesticada, calificar de injusticia lo que no es más que eso… Pero ellos, a Dios gracias, no tienen entrenado el sentido de la resignación, y nos miran con extrañeza. Con preguntas en los ojos y el gesto inocente de quien, aún sin comprender del todo, elige confiar.

Y eso, recibir en contraprestación una confianza plena que no me siento del todo en condiciones de merecer, porque la sencilla realidad es que yo tampoco entiendo, me parte el alma.

Me miran así cuando les espeto que no se acerquen, que no entren, que se pongan gel, que no toquen; y, con cada orden del estilo, me tengo que tragar una enorme bola de cemento que se me atranca en la boca del estómago.

Me parte el alma cada uno de los abrazos que no van a darles sus profesores; cada beso que no va a enjuagar sus lágrimas cuando se hagan daño; cada canción que no van a cantar y cada función que no van a tener.

Cuando me los imagino en la hora del recreo cautivos tras las barreras infranqueables hechas con cinta de carrocero… Se me parte el alma.

Y que no me vengan con el cuento chino de que los niños se adaptan. No les queda más. Ellos siguen riendo, y jugando de la misma forma en que respiran, porque es lo suyo.

A nosotros, como adultos responsables, nos compete partirnos la cara porque no se les quite más de lo necesario… Para que cuando haya que adoptar una medida en la que resulten los únicos o principales perjudicados, por una vez, a los que mandan les tiemble el pulso.

Nos toca reivindicar que cuidar de ellos es la prioridad, y que ni el colegio ni los abuelos pueden entenderse como recurso al servicio del endiablado jeroglífico de la conciliación.

Se lo debemos( realmente se lo debemos por aplicación del artículo 154 del código civil).

Ninguno podemos ser garante, con esta pandemia cansina, y muchas bolas de cemento tendremos que tragar sin solución, pero podemos y debemos dar a la infancia el lugar que le corresponde, y sacarla del cajón de los trastos perdidos.

Porque verla cubrirse de polvo, bajo la mirada de todos, me parte el alma.

YA NO PUEDO MÁS.

No voy a cantaros que vivir así, es morir de amor.

Hoy tengo que gritar de alguna forma que es profundamente injusto y superlativamente hiriente escuchar semejantes palabros de la boca de niños  y niñas.

Pero ¿Cómo es posible que una niña de 8 años diga que no puede más con la vida?!!

Una niña de ocho años tiene que poder con mil vidas que le pongan por delante. Tiene que comerse la vida a bocados. Tiene que querer siempre más y más vida. Una niña de 8 años tiene que correr y saltar, y reír y jugar, y aprender y cantar, y bailar y experimentar. No puede estar cansada de la vida. Debe beberse la vida.

Cuando escuché a Marta decir que no podía más con su vida, se me partió el alma. Comprendí en este momento lo que significa que el alma se te parta. Porque te rompes por dentro.  Algo muy afilado se clava en algún lugar inidentificable. Te quiebras. Falta el aire.  Se te hace incompresible. Es una realidad que no puedes asumir; que deseas ignorar. Que quieres aniquilar, fulminar.

Y sigo escuchando a su madre, que está desesperada porque ¿Cómo no lo va a estar?

Ella, que desde el mismo día en que conoció la existencia de Marta le ha asignado el lugar de los reyes. La ha amado y cuidado con sus manos y sus pies y su cabeza. La ha amamantado, la ha acunado, la ha protegido y la ha soñado creciendo, viviendo, siendo feliz. Invariablemente.

Y, sin embargo, Marta, con 8 años, sufre. Se siente sola. No quiere ir al colegio. Allí le gritan, le pegan, le insultan, le vejan… Por nada. Por ser. Por ser gorda, o flaca, o alta o baja, o por no tener dinero, o por necesitar ayuda con el aprendizaje, o por tener aparato o gafas, o por estar enferma. Marta está triste cada día, todos los días, y no podemos permitírnoslo.

A Marta los insultos y los golpes se le pegan a la piel; se le incrustan y la acorralan. Y se desprecia y se culpa y ya nunca se cree que, en contra de lo que le repiten cada día de su vida ante las audiencias más vergonzantes, su existencia tiene más valor y dignidad que las de aquellos que la agreden. Aunque su padre porfíe de tal manera que parece querer imprimirlo con la voz en el aire.

A Marta la despierta la angustia por la mañana y se duerme agitada por el miedo y reducida por la soledad. Y sus padres no saben si es mejor no perderle la pista, o dejar de darles pistas a sus agresores.

No hace mucho, horrorizada por el inenarrable caso de maltrato infantil sucedido en Perris, California, leía la carta que un compañero de clase dedicaba a una de los hermanos Turpin, Jennifer Turpin, en la que pedía perdón por no haber actuado ante la situación de acoso escolar que sufrió la pequeña. Recuerdo especialmente que se lamentaba porque jamás se les ocurrió pensar que la vida de esta chiquilla, que apenas cambiaba de ropa y que olía a sudor, escondía torturas tan terribles. Y porque resultó que la realidad de esta niña era la más impía de las desolaciones, el desamor en su versión más cruel.

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Y me dió por pensar en esta costumbre nuestra tan humana de no acertar a vestirnos con la piel del otro. De ser de juicio rápido y fácil. De plegarnos a los prejuicios y estereotipos y de justificarnos en la inocencia del chismorreo patrio.

No tengo ni papa de psicología infantil, pero lo que sí sé es que nuestros hijos absorben los gestos y las palabras, los tonos e incluso los silencios con la avidez del instinto de supervivencia,  y aprenden el mundo según se lo mostramos. Nuestros actos les regulan el termómetro del bien y el mal.

Y por todo esto reflexiono hoy para proponerme ser consciente siempre de que aquel, el otro, el que no es como yo, está viviendo una vida cuyas circunstancias desconozco, así que me propongo ser amable, y que mis hijos lo vean, porque, tal vez, quienes primero tenemos que hacérnoslo mirar, somos nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vísteme despacio que tengo prisa.

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Padres y madres «all over the world«: ¿No os parece que esta expresión es la síntesis perfecta de vuestra vida como responsables de niños de entre uno y cuatro?

Pero ¿Por qué, niños del mundo, jamás queréis poneros la  ropa? Si la compramos de algodón y utilizamos Norit!!

Son las 3.30 pm. Si estamos pisando la calle a las 17.00, me daré por satisfecha, así que me propongo redimirme, vestirlos en tendencia y candorosos, más que peinarlos RE- peinarlos, e incluso ponerles colonia y quién sabe si unos tirantes al mayor y un lazo bien plantado a la pequeña..

Me voy al cuarto rebosante de ínfulas de grandeza, y abro el armario buscando sendos atuendos de los que hacen girarse al personal y, mientras estoy absorta pensando en lo cool que le quedan a WildManuela los vestidos con Converse, oigo a Raúl preguntarse inocente, pero en voz alta, dónde está su helicóptero que ha dejado en el sofá durante los diez segundos en que se lanzaba de cabeza desde el respaldo, probando si había mejorado su técnica de vorteleta. Sin solución de continuidad, unos pies corriendo destartalados, como si les fuera la vida en ello, en dirección opuesta.

Cierro los ojos, encojo los hombros y aprieto los dientes. Ya se lo que viene.

Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

No contesto. Sé lo que sigue:

Manuela me ha quitado el helicóoooooooooptero.

Después de 15 minutos de negociaciones, de sofocar tensiones y evitar lesiones; de consolar llantos y ofrecer alternativas, retomo el armario abierto con un poco menos de entusiasmo. Bueno, es Martes por la tarde; tampoco tienen que ir los niños de revista, con un par de conjuntos graciosos, servirá.

Tras  dos paseos adicionales al armario aún abierto, porque se me olvidó el pañal de una, los calcetines de otro y porque el pantalón blanco tenía una mancha de rotulador amarillo (lo que lo condena a la bolsa con ropa para frotar que pende en la despensa desde hace ocho meses), me felicito con condescendencia sincera por haberme hecho con el arsenal necesario, y por haber superado la primera de las fases de mi misión.

Me quito el jersey adelantándome a mi propia frustración. La tensión sudando se soporta peor.

Primer llamamiento:

-Hijo: Tienes la ropa en el sofá. ¿Puedes vestirte que vamos a salir?

  • Nooooo

-¿No quieres salir a la calle?

  • Siii, pero me llevo el violín.

Hijo de mi vida, hablo conmigo misma. No introduzcas ahora esta variable. Lo tenía previsto. Soy consciente de que tendremos que abrir ese melón antes de cruzar el umbral de la puerta, pero, hijo mío, como diría el Sr. Mariano Rajoy: «No entremos en eso ahora.»

Me resigno. No hay otra opción que entrar en eso, AHORA; JUSTO AHORA. Si las mujeres fuéramos un poco más como mi hijo, no habría brecha salarial que se nos resistiera…

Tras alcanzar un acuerdo razonable, que no era mi primera opción ni la suya, volvemos, veinte minutos después, a la ropa sobre el sillón.

Me contengo la emoción de ver que el primogénito empieza a bajarse los pantalones, y cojo en brazos a mi pequeña Wildy con la intención de llevarla hasta el sofá.

Patalea, arquea la espalda y llora diciendo que no.

La suelto. Miro el reloj: Las 16.10. Respiro. Manuela ¿A ti te apetece salir a la calle?

Siiiii. Calle, CALLE!! Grita con alboroto.

-Pues entonces tienes que vestirte.

A que no e illas, canturrea.

Casi me pierdo. Estoy a punto de dejarme llevar por la tensión creciente y mi adulto razonamiento según el cual si quieres salir y para salir tienes que ponerte la ropa, HAY QUE VESTIRSE, cuando consigo retroceder en la inercia inevitable hacia el desbordamiento, y tomarme un minuto para pensar.

Tengo dos opciones: Una pasa por reivindicar mi posición de autoridad y decirle que no es hora de jugar. A ésta le van a secundar llantos y oposición. Otra pasa por jugar un poco,  evitar la reacción defensiva y tratar de buscar, en los cinco minutos siguientes, el momento y la fórmula para plantearle que tenemos que vestirnos.

Consigo, hoy, rescatar de mi precario saco de paciencia, que parece la hucha de las pensiones, una sonrisa. Me agacho y simulo algo parecido a un monstruo acechante pisoteando con fuerza el pasillo de mi casa, mientras Manuela ríe y grita y huye despavorida.

La reduzco a base de cosquillas y cuando está noqueada, la llevo hasta el sofá en el socorrido «saco de patatas».

Comienzo a vestirla; hasta que se hace consciente. Justamente cuando estoy a punto de superar el pañal que es el 45% de todo el trámite. Y se gira, y cual Houdini, se escabulle de entre mis brazos y mis piernas y corre a toda velocidad, desnuda, canturreando de nuevo «A que no e illas…»

Miro el reloj de nuevo. Son las 16.30. Cojo el móvil. Mando un mensaje. Renuncio a la primera opción de mi optimista planificación. La tintorería puede esperar.

Miro al mayor: Sigue con los pantalones bajados, haciendo moverse a una moneda sobre un folio por medio de un imán colocado debajo.

Hijo, tienes que vestirte para salir, ¿Recuerdas?

Ah, sí. Voy.

Espero. Sigue con la moneda.

-Raúl.

-Sí, sí, sí… 

Coge el pantalón.

Vuelvo a hacerme con la pequeña y consigo vestirla de cintura para abajo.

Le canto la canción de cachivache (un pájaro que hemos inventado en casa) para distraer su atención del trance de introducir su desproporcionada cabeza por el cuello del jersey. Ni modo. LLora, me dice que le aprieta.

-Eze nooooooooooooo!!!

Durante unos segundos le discuto. Me rindo. Traigo otro. Espero no encontrarme a mi madre por la calle. Hija, ese jersey que lleva la nena tiene pelusas, está estropeado… (como si lo estuviera viendo).

PUES SÍ, MIRA MAMÁ SÍ, PERO ES UNA APUESTA SEGURA y SON LAS 17.15, le espeto con rotundidad a mi madre en mi mundo interior. La situación real más bien acabaría con: Vaya! Es verdad, no me había dado cuenta…No se vaya a pensar que le he puesto ese jersey de pura desesperación.

Con la pequeña vestida y la mente centrada únicamente en que no se quite los zapatos, ayudo al mayor a ponerse los propios y comienza la fase tres. Me la planteo como aquéllos concursos de los 90´en que un conductor de entretenimiento retaba a concursantes enloquecidos a que cogieran de una tienda todo aquello que pudieran durante diez exiguos minutos.

Visualizo las bolsas de merienda; las frutas, snacks y botellas de agua.

Visualizo las piezas de construcción en el suelo y las películas para devolver al videoclub.

Visualizo las ropas sucias sobre las sillas y los pijamas sobre la mesa del salón.

Visualizo los abrigos y gorros, guantes y bufandas.

Visualizo sus juguetes preferidos y sus gafas de sol (que últimamente quieren llevar con mucha independencia del sol que haga).

Trazo en mi mente el plan perfecto. Calculo las distancias y tengo en cuenta la proximidad de mis hijos a todo el «stuff» recogido, sorteando sus intentos de retomar nuevas actividades. Les doy algo para comer y les esbozo los primeros versos de una canción.

Y suena el silbato en mi mente alerta y corro, y me agacho, me levanto, abro cajones, los cierro, meto, saco y corro.

Todo listo.

Espera. Las llaves de casa. Les pregunto a ellos si las han visto. Lo hago por inercia, pero una vez Raúl me dijo que sí; y me señaló donde estaban. Para que veas, pensé.

Y ahora sí. Son las 17.40. Estamos listos.

No están peinados.

No llevan colonia.

Yo tampoco.

En el ascensor lo percibo de repente. Abandonad toda esperanza, pienso. Cojo el móvil: 

Tengo que volver. No me esperes. Si consigo salir de nuevo, aviso. 

Huele a caca. 

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Lo que de verdad importa.

Miércoles, día 26 de Abril, 11:00 AM. Estoy en el despacho. ¿Por qué siempre me sucederá lo mismo? A finales de Marzo me congratulo de lo tranquilo que se atisba el mes de Abril y me regocijo ante la expectativa de no abrir el pc durante los cuatro fines de semana que nos brinda; con sus Sábados y sus Domingos. Tengo que adelantar trabajo que luego llegan los imprevistos y se me vuelve a liar el «zompo», pienso…

Pero qué demonios, el relajo no me sienta bien. Al final ya tengo el zompo liado. Menudo final de mes; y los impuestos, y los plazos, y las vistas… Y las citas y reuniones. Recuerda la de las 12, me prevengo.

Suena el móvil; es un mensaje de What´s app:

La zozobra y la ansiedad por los plazos, las vistas, los impuestos, las reuniones se diluyen, se deshacen como la cera de una vela encendida. La lista de tareas y los pensamientos, la gestión del tiempo y la organización se acomodan en lugares secundarios cediendo el paso amablemente.

Parece mentira, con lo importante que parecía todo eso hace diez segundos.

Suelto el móvil y lo dejo sobre la mesa. Tengo dos minutos para tomar una decisión; para moverme en realidad. La decisión la he tomado ya. De forma casi involuntaria; refleja.

Cojo el bolso. Llamo a mi secretaria: Cancela la reunión. Tendré que darme prisa si quiero llegar a tiempo.

Cojo el coche. Me muerdo el labio. Tengo que darme prisa si quiero llegar. Ya me lo dijeron la semana pasada; pero lo olvidé. ¿Cómo pude olvidarlo? Tienes demasiadas cosas en la cabeza, me autodisculpo.

Suena el móvil de nuevo. Otro mensaje de What´s App: Oh no!! Ya están ahí. No voy a llegar. Meto la 6ª. Corro un poco más.

Mierda! Me lo estoy perdiendo. Me la estoy perdiendo. Y si está asustada? y si no lo comprende…? Y si le encanta? Cómo será su cara?? Mierda!! Me lo estoy perdiendo.

Estoy llegando; me quedan cinco minutos. Suplico al cielo: Que no se hayan ido todavía.

Cojo, por fin, la calle que lleva a la guardería de mi hija. Todavía se oye la dulzaina. Y el tambor. Aún están ahí.

Aparco, por decir algo.

Salgo del coche. Activo el modo rastreo y la localizo: Está contenta!! Hace palmas!!  «El Tío de la Pita y Tamboril» entonan la serafina y mi hija baila, agacha las piernas y mueve las manos haciendo círculos. balbucea algo parecido a Serafina y se ríe, con la boca muy abierta y los ojos achinados.

Me ve y de inmediato gira la cabeza hacia los músicos. Quiere mostrármelo. Quiere enseñarme lo que ha descubierto. Si yo no hubiera estado, también habría querido enseñármelo. Menos mal que estoy. Menos mal.

La cojo en brazos y baila, sigue bailando y mirándome, y mirándolos, y riéndose, y me está queriendo decir: Mira, mamá, cómo cantan, y tocan música, y me estoy divirtiendo y me gusta. Y me lo está diciendo.

Y con toda seguridad, el mes de Mayo tenga menos fines de semana, pero ha valido la pena.

El tío de la Pita es lo que de verdad importa.

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Feliz día de la Madre a todas las mamás del mundo. Todos los días, son los días de las madres; pero qué bien que haya uno en el que se acuerdan de decírnoslo!!

PD.- Las fotos son de un viaje a Amsterdam y Utrecht que hicimos en Semana Santa y del que escribiré algo por aquí.

TALLER DE ALQUIMIA

«Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.»

Que diría Neruda.

No es ningún secreto que me gusta el Otoño. No es ningún secreto que la melancolía es un sentimiento con el que me encuentro familiarizada.

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El Sábado la Asociación Amarena organizó un Taller de Alquimia para niños de entre 3 y 6 años, al que acudimos con Raúl.

El Taller incluía «cuentacuentos olfativos», almuerzo y una actividad que consistía en que los niños pudieran crear su propio perfume con las flores y frutos que ellos mismos recolectaban, de la mano de la cuentacuentos Gabriela,  que se metió en el bolsillo a todos los presentes con su canturreo y su sombrero rojo.

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Para nosotros fue una maravillosa oportunidad de pasar un rato con Raúl a solas. Para mí, en particular, fue un momento único para disfrutar de Las Fuentes del Marqués en el Otoño. Es un paisaje al que nunca podré terminar de agradecer la belleza. Da igual cuántas veces lo hayas visto…Es, sencillamente, mágico.

Pero como una imagen vale más que las 157 palabras que llevo escritas en este momento, les dejo unas fotos.

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Por cierto.. Que en mi despensa guardo el tarro con la mezcla de mi pequeño alquimista, y allí estará durante los díez días que tiene que permanecer en oscuridad el unguento antes de filtrarlo, y quién sabe? Quizás en el cuarto trastero reposa el próximo Channel Nº 5….

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Gracias a Amarena; gracias a Gabriela y gracias a todos los que participaron e hicieron que la mañana se convirtiese en un cuento de otoño con un perfume especial!

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Hasta pronto!!

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CUENTOS PREFERIDOS, BY LEÑADOR

Bienvenidos y bienvenidas:

Al leñador le gustan los cuentos. Le encantan, de hecho… Y saben lo que les digo? Que menos mal!! Teniendo en cuenta su ascendencia genética, tenía un 50% de probabilidades de que le gustara la lectura y otro 50% de que lo más parecido a la literatura que pasara por sus manos, fuera la contraportada de las cintas de DVD del videoclub…

Por mi parte, si hubiera renegado de las historias impresas me hubiera sentido bastante frustrada, para qué les voy a engañar… Como si le diera por aficionarse al reagetton (tengo mis dudas de que se escriba así, pero para lo poco que voy a utilizar esta palabra en mi vida, tampoco me voy a molestar en buscarla…) o terminara conduciendo una moto de cross.

Cada noche en mi casa se libra una ardua negociación en torno al número de cuentos que vamos a leer… Generalmente lo hemos estandarizado en unos tres; el cuarto vendría a ser el de la negociación… El que estoy dispuesta a ceder pero no se lo hago saber.

Pero claro está que el Leñador tiene sus propios gustos en cuanto a literatura se refiere… Y como las pasiones son como son, casi cada noche terminamos leyendo los mismos.

A continuación les voy a indicar algunas de los que han sido sus lecturas preferidas desde que comenzara a interesarse por ellas y hasta la actualidad.

I.- PRIMEROS CUENTOS

1.- ¿Qué sonido es ese? Animales. De la editorial YoYo: Una apuesta segura. Como su propio nombre indica ya, un libro con los sonidos de los animales.

Al Leñador le encantaba escuchar los sonidos e imitarlos y muy pronto comenzó a memorizar los nombres de los animales.

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2.- ¿Dónde está el bebé tigre? Este cuento fue todo un Hit… La familia Tigre salía de viaje, pero el bebé tigre había desparecido; había que buscarlo por todo la casa. Además de ser un libro con sonido, tenía puertas que abrir, sábanas que levantar, buzones que destapar lo que mantenía al leñador muy pero que muy atento.

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3.- Números, de Combel: Un cuento muy sencillo con números, animales y texturas: Un elefante liso, dos caracoles en espiral… Al leñador le gustaba mucho experimentar con las texturas.

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4.- ¿Dónde vives, Caracol? De Peter Horacek: Un cuento muy sencillo, con unas ilustraciones muy bonitas que capta la atención de los pequeños.

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5.- VIOLÍN, COCODRILO Y LUNA, de Antonio Rubio y Oscar Villán, de la Editorial Kalandraka:

Podría decir que han sido sus preferidos de más pequeño. Están pensados para contarlos entonando y contienen todo lo que resulta atractivo a cortas edades: Ilustraciones muy sencillas y básicas, muy representativas; repetición, acumulación, rima…

El de LUNA lo considero un básico. Raúl nos pedía que se lo contásemos una y otra vez..

El del violín ha sido su compañero durante mucho tiempo porque le permitía imitar los sonidos de los instrumentos musicales, que son una de sus pasiones.

El de cocodrilo es muy útil para empezar a introducir los colores.

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6.- El Pollo Pepe de Nick Denchfield: Un cuento con Pop Up que resultaba muy divertido y sorprendente para los niños. Me gustó especialmente este cuento porque es de los que tienen un desarollo sencillo que permite que sean los propios niños los que lo cuenten solos.

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II.- CUENTOS ENTRE DOS Y TRES AÑOS:

1.- Chica Chicha Bum Bum de Bill Martin Jr: Un rítmico cuento sobre el abecedario. Los sonidos que se emiten y el reiterar la onomatopeya «chicka chicka bum bum» les encanta… Un libro para contar casi cantando.

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2.- La Pequeña Oruga Glotona, de Erik Carle: Un clásico!! Al Leñador le encantaba enumerar todos los comestibles que aparecen en el cuento y descubrir como la oruga pasaba de ser pequeñita a ponerse muy gorda y, después, convertirse en mariposa!!

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3.- Presiona Aquí, de Hervé Tullet: Otro clásico y una delicia de cuento. Un libro interactivo en el que el niño participa en la narración determinando el transcurrir de los acontecimientos e interviniendo en ellos. Divertido y sorprendente.

4.- La cebra Camila, de Marisa Nuñez: Durante largo tiempo este cuento fue requerido cada noche por el Leñador. Me parece un cuento precioso, con un vocabulario muy rico y variado pero también con recursos como la rima, la reiteración y la acumulación que permiten entonarlo, dándole mucho dinamismo y musicalidad.

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5.- A qué sabe la luna? De Michael Gregnieck: Aunque su lectura está recomendada a partir de 5 años, al Leñador siempre le gustó mucho este cuento. Es una preciosa moraleja sobre la amistad, la cooperación y el trabajo en equipo. El Leñador se mantiene siempre muy atento para ve qué animal viene a construir la torre que permita llegar a la luna…

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6.- MAMÁ; De Martina Ruiz Johnson: Una belleza de cuento que explica la vinculación de la mamá con su hijo desde el embarazo, parto, crianza… Con unos versos en rima realmente tiernos y con unas ilustraciones preciosas y muy poéticas… A Raúl le encanta este cuento y, la verdad, a mi también!!

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7.-¿ADIVINA CUÁNTO TE QUIERO? Clásico entre los clásicos!! Una obra preciosa muy adecuada para enseñar la expresividad del cariño, el afecto y el amor, y que si cuentas recreando los gestos de las liebres color de avellana, resultará altamente divertido para los niños!

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8.- LA PEQUEÑA LOCOMOTORA QUE SÍ PUDO, de Watty Pipper. Me parece un cuento muy pero que muy completo… No conseguíamos encontrarlo en castellano, así que finalmente nos hicimos con uno de segunda mano, una edición bastante antigua e incluso algo roto, y en español latino (creo que por todo eso le tengo especial cariño). No obstante me parece un libro perfecto para enseñar a los niños diversos conceptos desde científicos (cómo rueda un vehículo con ruedas cuando hay una pendiente o una inclinación hacia abajo), de lenguaje (el libro cuenta con un rico vocabulario y muchas enumeraciones y, además utiliza distintos tonos y expresividad para los personajes) y hasta emocionales (albergando un mensaje sobre la superación y a confianza en uno mismo).

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9.- POR CUATRO ESQUINITAS DE NADA, de Jerome Rullier: Un cuento también muy completo pues muestra nobles valores como el de aceptar las diferencias; el diálogo; la amistad… Y lo hace a través de formas geométricas en una narración que se agradece por su sencillez.

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10.- BUENAS NOCHES, LUNA; de Margaret Wise Brown: Puede ser uno de mis más favoritos. Es un cuento para dormir; escrito ni más ni menos que en 1947 y que, desde su publicación, ha sido leído por millones de niños antes de irse a la cama y es uno de los 100 libros más vendidos de la historia. El protagonista del cuento se despide de todos los objetos y personajes a su alrededor antes de irse a dormir. La rima, el tono descriptivo, la adjetivación, los colores y los planos… El cuento consigue crear un clima de relajación y el niño se concentra en recordar los detalles de la habitación. Además tiene dos partes que al Leñador le resultan sorprendentes e impactantes: La viejecita tejiendo que dice «sssch no hables» y el «Buenas noches, Nadie».

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Me queda contarles los cuentos que ahora mismo más demanda El Leñador, pero no quiero que esta entrada me quede demasiado larga, así que lo dejaré para una segunda entrega.

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Espero que les haya sido de utilidad.

Feliz Semana!

Mi hijo no va a ir a la escuela. 

Hoy quiero confesar….

Que mi hijo, que cumple 3 años el 30 de Diciembre y que por tanto, como vengo escuchando sin tregua durante todo el verano  «va a entrar al cole», no se ha matriculado ni en Cervantes, ni en la Santa Cruz, ni en El Salvador, ni en Basilio Sáez…

Va a acudir, como viene haciendo desde Enero, a un espacio Montessori abierto en nuestra localidad.

Y verán, lo hago así, confesando, porque como una confesión es como he sentido muchísimas veces nuestra decisión, de mi marido y mía, cuando la hemos hecho pública ante miradas de evidente desaprobación; gestos de indolente escrutinio y palabras de condescendencia…

Respuestas como «pues si eso, cada uno…» «si a él le gusta…» detrás de las cuales resonaban altas dosis de juicio hostil, escondían y esconden  una ignorancia elegida… ; mejor ni preguntar, que ya sacaremos conclusiones en otros círculos.

No busquen en mis palabras intenciones de venganza o recriminación; no consideren que me estoy resarciendo de comentarios desafortunados. Más bien lo que pretendo es arrojar luz a todos aquéllos madres y padres, interesados en el método o no; interesados en mi vida o no, sobre en qué consiste el método, pedagogía o filosofía Montessori y por qué lo hemos elegido para nuestros hijos, en algo así como «Todo lo que Usted siempre ha querido saber y nunca se ha atrevido a preguntar».

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Desde que fuimos padres, el de los 70´y yo veníamos muy removidos ante el reto de la educación de nuestros hijos como, imagino, cada hijo de vecino.

Teníamos ideas, ideas de cómo nos gustaría hacerlo, de qué queríamos y, sobre todo y especialmente, de qué no queríamos.

No se nos malinterprete. Tanto mi marido como yo hemos ido a la escuela pública, la respetamos, la queremos y la defendemos; pero veníamos encontrando en el sistema educativo ciertos vicios y vacíos…

Digamos que nos proyectábamos la educación hacia nuestros hijos bajo ciertas premisas o procedimientos que no se acomodaban a los métodos tradicionales de enseñanza en nuestro país.  Digamos que hay algo en la forma generalizada de entender al niño y su crecimiento, que emana del ideario básico de nuestra sociedad y que choca con la forma en que nosotros nos planteábamos y nos planteamos la relación con nuestros hijos.

Y en esas estábamos cuando llegó a nuestros oídos a través de conocidos, como estas cosas suelen llegar, la noticia de que algunas familias se estaban planteando desarrollar un proyecto para la apertura de un centro Montessori, y habían organizado algunas reuniones informativas al respecto.

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Yo conocía Montessori muy de pasada y el de los 70´no tenía ni papa, así que entre las charlas informativas y lo que a título individual me puse en investigar, pude adquirir una idea global de lo que suponía este método o sistema para el aprendizaje y la educación de los niños.

No tiene sentido que les aburra enumerando todo lo que anhelábamos y proyectábamos para la educación del leñador y, seguidamente, de Manuela, porque acabamos antes si les cuento lo que encontramos con Montessori, ya que lo que encontramos viene transformando en realidad palpable y expansiva  nuestras pieruetas mentales, nuestros deseos y nuestros planes.

En Montessori aprender es leit motiv del sistema, eje rector o motor y, en este sentido, las calificaciones y los exámenes se sustituyen por la observación y el seguimiento. 

Esta posición parte de una idea tan simple como absolutamente verdadera: El ser humano disfruta de aprender. Y, si esto es así respecto del ser humano en general, resulta mucho más patente y obvio cuando hablamos de niños. Los niños quieren aprender.

Lo vemos a diario, lo veo con mi hijo: Continuamente quiere saber cómo se hace esto o lo otro; quiere hacer las cosas por sí mismo; presta atención cuando le cuento una historia nueva; me pide que relate «uuuna» y «oootra» vez cómo la tierra da vueltas alrededor del sol. Simplemente le encanta conocer el mundo.

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El error está en partir de la idea de que a los niños hay que disciplinarlos para que aprendan…

Les planteo una pregunta: ¿Qué creen Ustedes que haría un niño si no se le impusiera el estudio y el aprendizaje; si no se le dieran dibujos para colorear o números con puntos para unir con el lápiz? ¿Acaso se quedarían en una silla sentados, parados sin hacer absolutamente nada? Seguro que no.

La dictadura de las notas y de los exámenes en edades muy tempranas de enseñanza me parece totalmente contraproducente.

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Si sometemos a un niño pequeño a la presión de tener que estudiar las reglas ortográficas de memoria para vomitarlas todas juntas en el control de lengua, difícilmente pueda valorar la belleza del lenguaje y maravillarse con ella.

Si sometemos a un niño a la presión de aprender todas las partes de la flor (que además, no sirve para nada) para descargarlas en el examen de ciencias naturales, no es muy probable que se interese por el mundo natural, sus procesos y fenómenos.

Si en vez de eso, nos ocupásemos de fomentar en los niños la lectura, investigando y explorando qué tipo de lectura podría gustarles, probando con los temas por los que muestran interés, hablándoles de las historias y de sus autores… Los niños leerán y aprenderán las reglas ortográficas por el camino, como aprenden a hablar, o a andar; y además, nos ahorraremos el pernicioso efecto secundario que la presión de obtener una buena nota, o incluso una nota mejor que el compañero, puede tener en los niños.

Eso es Montessori.

Me cautivó de Montessori que, en este método, el aprendizaje sigue la dirección del niño hacia fuera; es decir, la curiosidad del niño guía el proceso del aprendizaje. La enseñanza no se proyecta desde el maestro hacía el niño, sino a la inversa.

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Podría decirse, muy básicamente hablando, que los niños aprenden solos.

Evidentemente, no se trata de que dejemos al niño a su libre albedrío y se ponga el solito a desarrollar en la pizarra el Teorema de Pitágoras. El aprendizaje autónomo y volitivo del niño va de la mano de un ambiente preparado, concepto esencial en Montessori.

El ambiente es un lugar ordenado, con amplitud para moverse; hecho a su medida, en el que todos los materiales y objetos se encuentran a su alcance y ordenados en función de su objetivo u objeto pedagógico; en el que se permanece en silencio y se habla bajito…

Les adelanto ya, pese a que lo retomaré más adelante a riesgo de que este post me quede absolutamente soporífero, que hasta el último momento en que decidimos que nuestro hijo empezara en este centro, tuvimos dudas… No es fácil, ya lo verán; pero les puedo asegurar que muchas de ellas desparecieron como por arte de magia el día en que fui a ver el espacio.

Simplemente me enamoré de aquél lugar… De cómo todo estaba ideado y cuidadosamente dispuesto. La motivación y el deseo que me despertó aquéllo me imprimió bastante coraje en el proceso de toma de decisiones. De verdad que cuando vi aquel lugar, me alentaba imaginarme a mi hijo allí, en ese ambiente.

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Dicho esto, sospechaba, y he tenido ocasión de comprobarlo con mi hijo, que los niños acusan etapas en que muestran interés por cosas concretas. Creo que casi todos los niños muestran interés por ciertas cosas como el lenguaje (la comunicación, la lectura…) las matemáticas (contar, sumar, restar), la música (ritmo, melodía, tono…) la ciencia (procesos naturales…); unos mostrarán más por unas cosas y otros preferirán otras; unos lo harán antes y otros después; pero, básicamente, entre ciertas edades, todos lo mostrarán en mayor o menor medida.

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Bien, pues esto también es Montessori: Montessori deja que la curiosidad del niño guíe el proceso de su propio aprendizaje y, a través de un ambiente preparado, pone a su alcance los materiales y elementos necesarios para lograr dicho aprendizaje, sirviéndole como apoyo la GUÍA, que inspira, orienta y sirve de ayuda al niño.

Y enlazando con lo anterior, precisamente el papel del GUÍA en Montessori, me sorprendió. No miento si digo que en un primer momento, me desconcertó, pero a medida que lo iba comprendiendo, me iba pareciendo de aplastante sentido común.

El rol de todo Guía Montessori se basa en el mismo principio que el Derecho penal; el de intervención mínima.  Su mayor cometido es la observación y el seguimiento del niño. Mediante la observación puede orientar al niño en sus preferencias o sus destrezas, motivarlo en sus flaquezas…

Y, aunque parezca insignificante, desde luego que no lo es. Todo lo contrario.

A menudo, y es algo que creo que todos hemos podido comprobar en casa,  nos resulta más cómodo con los niños intervenir para enseñarles cómo culminar una actividad concreta o, incluso hacerla nosotros mismos en su lugar. Creo que es mucho más díficil dejar que la hagan ellos, que decidan ellos, que actúen ellos. Tener la paciencia de permitirles fallar y aprender de su error… Pero consentir esta autonomía del niño se sustenta en una premisa tan cierta como maravillosa: La confianza en el niño.

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En la pedagogía Montessori se confía en el niño: En su capacidad de autoregularse o autodisciplinarse; en su capacidad para equivocarse y aprender; en su capacidad de llevar a cabo tareas que premeditamos que no pueden hacer y que, por el contrario, si los dejamos: VOILÁ!!  LO HAN HECHO, Y SOLOS!!

La confianza en el niño no sólo motiva la intervención mínima sino que es un resultado de la misma. Como consecuencia de confiar en el niño, el niño confía más en sí mismo. Comprueba que puede hacerlo; que no se le reprende por equivocarse…

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Si la confianza en el niño es esencial en Montessori, lo es también, al mismo nivel, EL RESPETO.

En este punto tengo que decirles que desde que empecé a investigar sobre Montessori, se ha ido diluyendo una venda que me cubría los ojos, forjada a base de años de influencia opuesta.

¿Desde cuándo no se ha respetado a los niños? Si a los niños siempre se les respeta… Parece obvio ¿no?

Pues les puedo decir que no es cierto. En muchísimas más ocasiones de las que nos imaginamos, se pasa por alto el respeto al niño: Cuando se le grita; cuando se le ridiculiza; cuando no se le deja llorar; cuando no se tienen en cuenta sus emociones o sentimientos; cuando se frivolizan sus preocupaciones… Incluso cuando se pretende que se identifique totalmente con los demás, sin atender a sus particularidades y genuidad.

¿Por qué saltan todas nuestras alarmas sociales cuando vemos a un hombre pegar a su mujer y nos quedamos inmóviles ante un padre que pega a un niño? Hace poco vi en Facebook un vídeo que venía a indicar que los padres, en uso del derecho y deber de disciplinar a los hijos, pueden pegarles un par de azotes con un cinturón..

O ¿Por qué si un niño llora nos enfadamos, le reprendemos y ridiculizamos con que deje de llorar, que se pone muy feo? ¿Acaso haríamos lo mismo con un adulto?.

El respeto en Montessori no sólo es hacia el niño en todos sus procesos, sino también del niño hacia sus compañeros; del Guía hacia el niño, y viceversa.

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Ésto sólo son algunos ejemplos. No me siento en la autoridad de profundizar más en todo ello porque no soy ninguna experta. Sólo soy una madre.

Y todo esto de lo que les hablo y de lo que no les hablo por prudencia y por no hastiarles, creó en mi marido y en mí el deseo de apostar por esta educación para nuestro hijo. Y, como ya les adelantaba, tomar la decisión no fue fácil.

Mi marido y yo sabíamos que ésto nos pondría en el punto de mira. ¿Cómo le íbamos a decir a familiares, amigos y conocidos que NO ÍBAMOS A LLEVAR A NUESTRO HIJO AL COLEGIO?? Les podría hacer una lista con las numerosas y variadas reacciones que nuestra decisión tuvo…  Desde la tragedia que, momentáneamente, pudo suponer para nuestros padres hasta la «hippielada» que muchos otros vieron en nuestra opción.

Algunos han pensado qué menuda «pijada» y otros que «nos están sacando el dinero», que eso no sirve para nada… Los más sinuosos, incluso esperan a que nos equivoquemos.

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Y Dios sabe, y el de los 70´también, que yo no soy impermeable a las críticas. Nunca lo he sido. Todo lo contrario. Me afecta mucho (más de lo que debiera) lo que los demás piensen de mí.

Sin embargo, y aunque la decisión no fue fácil, un pensamiento me llevó a pasar por encima de todo: Es lo que yo quiero para mis hijos. Porque creo que es bueno para ellos; porque me gusta que reciban esto; que se lo lleven, y frente a eso, poco tenían que hacer las críticas.

Les garantizo que más cómoda nos resultaría otra opción. Cuando apostamos por estos principios adquirimos el compromiso de transformarnos a nosotros mismos. No piensen que lo que me sale cuando mi hijo llora porque le he dado la magdalena sin papel y él quería quitarle el papel, es tratar de conectar con su frustración y emociones para después tratar de buscar una solución; no se crean que cuando mi hijo está pasando el mocho de la fregona por los muebles del salón, no me sale decirle que o deja de hacerlo o esa tarde se queda en casa… O que si se viste iremos a la calle y le compraré gusanitos… Claro que sí; todo eso a veces sale de mí. Esta apuesta nos obliga a redireccionarnos continuamente; con nuestros logros y nuestros fracasos; como cada cual.

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No hemos elegido que nuestros hijos sean educados en la pedagogía Montessori porque esperemos sacar un rédito de ella en el futuro. No creemos que vayan a ser más listos ni más buenos que un niño que vaya a la escuela hasta primaria. No esperamos con ésto que nuestros hijos sean las personas que descubran una vacuna contra el cáncer o que inventen la nueva red social del futuro.

No queremos esta educación, no elegimos esta educación, pensando en el futuro. Queremos esta educación pensando en el presente. Queremos que nuestros hijos sean educados con estos parámetros porque nos gusta que sean tratados de esta forma; y, seguramente, no es la vía más fácil en muchos niveles, pero para nosotros es importante ser honestos con nuestros objetivos y nuestros principios.

Desde hace mucho tiempo tengo perfectamente claro que lo que vale para una familia, no vale para otra; y tengo aún más claro que en relación con la educación de los hijos no somos nadie para sermonear o aleccionar a otros. Por este motivo quiero insistir en la idea de que con estas palabras no pretendo instruir, adiestrar, ni tan siquiera aconsejar nada a nadie. Simplemente, como decía al inicio del post, sentía la necesidad de confesarme.

Eso sí, a aquellos padres que tienen ideas similares en mente y a los que, como a mí, les puede la presión social, les invito a darse una vuelta por allí, y a ser valientes; y a todos los padres del mundo, con estas ideas u otras, les traslado mi admiración, porque, como ya he dicho alguna vez, educar es más difícil que cualquier otra cosa en el mundo.

PD.- Las fotografías son obra de JOSE M. SALAZAR. Y son preciosas!!

El mundo es de los que se reponen

Hace exactamente un mes y medio esta entrada se hubiese titulado «El mundo es de los valientes». Llevaba semanas pensándola, construyéndola en mi mente sobre la base de dos o tres circunstancias que confluían en ese momento en mi entonces  presente. Bueno, en el nuestro. En el de nuestra familia y nuestra casa.

Básicamente me había embriagado del sueño americano; había hecho mía la filosofía de «En busca de la felicidad» y me creía Will Smith correteando por el barrio financiero de Nueva York, pero en las calles del pueblo.

Teníamos un par de proyectos. Un par de proyectos buenos. De esos que te hacen soñar, que te llenan de ilusión y te colocan la imaginación en lugares lejanos pero que acaricias con los dedos a base de de compartir cervezas evocándolos.

Hubiera sido una entrada de mucho «lucha por lo que quieres, si lo quieres de verdad lo conseguirás, sólo tienes que proponértelo, no renuncies, no te rindas…» En definitiva, hubiera sido una entrada cargadita de pamplinas. Porque la verdad, todo esto son pamplinas.

Nunca me he tragado el bulo que nos vendía operación triunfo. Yo también me preguntaba, como Bardem en la entrañable «Los Lunes al sol», por qué el cuento no explica que unos nacen irremediablemente cigarras y otros hormigas, pero a ver, uno empieza con el jarro de leche en la cabeza, y se viene muy arriba… Qué le vamos a hacer?

Tan poco costó construir esas ilusiones, como que se derramara el jarro de leche.

No se vayan a pensar Ustedes de todas formas, que esta es una reflexión que nace de la derrota y el sin sabor… Ni que los sueños de los que les hablo eran proyectos integrales de vida… No hace falta todo eso para que uno saque pragmáticas conclusiones.

En realidad los proyectos que revoloteaban por nuestro techo, dando aire a la casa y alas a la cabeza, eran planes sencillos de los de familias medias normales que tienen que ver con el trabajo, la vivienda, la vida familiar o la operación bikini… (incluso eso); y tampoco es que les esté hablando desde la gruta solitaria del fracaso… Ni mucho menos.

En realidad les hablo desde una paz más reconfortante, incluso, que el alboroto de la ensoñación… Y les hablo desde allí para contarles que creo sinceramente que a veces las cosas salen y otras veces no; que muchas veces objetivos que han ocupado tu tiempo y tu esfuerzo se quedan sin alcanzar; que a veces los proyectos se realizan pero de forma distinta o en tiempos distintos… Y que c´est la Vie!  y no pasa nada, porque los que de verdad se comen el mundo, son los que se vuelven a casa y abren unas cervezas. Ésos que saben tratar con la vida porque son conscientes de que tiene las de ganar….

Los que se reponen y vuelven a soñar y quizás vuelven a fracasar, y otra vez triunfan. De esto mi padre sabía bastante.

Les dejo con unas fotos de un reciente viaje que hemos hecho a Barcelona con mi hermana y su pareja, y que, sinceramente, ha sido un Oasis. Mucha diversión, mucho entusiasmo por ver a los peques sorprendiéndose y mucho más lejos de la operación bikini, porque nos hemos puesto como el tato… A que sí, hermana??

Mis hijos se han portado genial; Barcelona tiene poder; y, además, el hecho de que el viaje tuviera, en parte, cometidos profesionales, no ha supuesto problema. Antes bien al contrario.

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PD.- Tengo como 6 ó 7 post a medio escribir sobre cuestiones varias… En concreto alguno trata desde el punto de vista jurídico las rupturas matrimoniales y la posición de los menores (esto es bastante serio y escabroso, la verdad); otros tienen más que ver con maternidad o hijos; como por ejemplo cómo me las apaño cuando salimos de viaje, qué echamos en la maleta para reducir la carga; cómo organizamos las comidas… Algunos tienen que ver con conciliación e igualdad, para variar y por ahí empecé a escribir otros sobre infancia; en el sentido de los juegos, cuentos, o utensilios que más gustan a mis hijos… La verdad es que últimamente ando bastante escasa de tiempo para sentarme a escribir así que por aquí les invito a que me manifiesten sus preferencias…. Muchas gracias

LAS VENTAJAS DE CASARSE CON UN MÚSICO

Hace unos días me preguntaba el de los 70´si me había parado a pensar en qué balance hago de las consecuencias que implica que él sea músico.

Se refería, básicamente, a que su trabajo le obliga a ausentarse en muchas ocasiones en días  y horarios no laborales para gran parte de los mortales.

Ya saben lo mucho que me quejo de esa incompatibilidad de horarios que sufre mi familia, pero lo cierto es que estar casada con un artista también encierra sus ventajas. Una de ellas es que muchas veces tiene que viajar por razones de trabajo, y si Júpiter se alinea con Saturno, toda la familia podemos acompañarle.

Eso pasó hace unas semanas. El de los 70´participaba con la Orquesta Sinfónica de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) en un concierto junto a Estrella Morente en que representaban El Amor Brujo de Manuel de Falla. Como era fin de semana  y además, coincidía con días festivos en Caravaca, decidimos que hacíamos las maletas y nos íbamos todos. Pero todos, todos, porque mi cuñado y mi hermana se apuntan a un bombardeo (y nosotros encantados) y a mi madre la cuasi obligamos y sorprendimos. No se me ocurría mejor regalo para el día de la madre que invitarla a pasar esos días con nosotros.

El tiempo acompañó y disfrutamos de un fin de semana súper divertido y relajante.

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Esto de los viajes en familia ha sido un descubrimiento para mí.

Viajar con niños es una oportunidad fascinante para educarlos.

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Educar me parece hoy en día, el proyecto o empresa más complicado al que me he enfrentado en la vida. Es muy difícil. Es un trabajo constante que ocupa todos los minutos del día, todos los días de la semana, todas las semanas del mes y todos los meses del año. Es un trabajo delicado en el que se avanza y se retrocede continuamente; en el que tienes que reinventarte; olvidar lo que habías aprendido; adaptarte una y mil veces; ser exigente con tus objetivos, relajada con tus exigencias y condescendiente con tus errores…

Cada situación cotidiana, por nimia que sea es una fuente de educación, para bien y para mal.

En todo este embrollo, viajar con los niños me parece una herramienta muy útil y sana para trabajar en la educación que queremos para nuestros hijos. Viajando los niños conocen el mundo y sus gentes: Empezando con el hecho de que carguen con sus propias maletas, se hagan responsables de lo suyo, esperen en la recepción de un hotel, pidan los servicios por favor, esperen su turno en el baño, vean cómo de contenta se pone su madre ante un plato de arroz de marisco; jueguen con la arena de la playa, descubran que juntos se pueden hacer muchas cosas, se lancen a preguntar por todo; cojan un autobús, un taxi, un tren; visiten un museo que le gusta a papá.

Viajando los niños tienen la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y aprender a cuidarla; de considerar hábitos distintos y aprender a ser críticos y respetuosos.

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Creo que viajando la familia se conoce en su individualidad. Mi hijo puede ver que a mamá le gusta el mar y que la relaja; o que a papá le encanta recorrer la ciudad en bicicleta.

Creo que viajando con los hijos, éstos perciben cuánto se les quiere; porque les enseñas, porque te congratulas de su diversión.

Creo que viajar en familia ayuda a fortalecer los lazos..

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Supongo que todo esto también se puede aprender sin viajar, pero viajando se hace menos duro y más divertido. Creo que regalar a los niños experiencias es muy positivo para desarrollar su curiosidad.

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Desde luego que viajar con niños tiene sus inconvenientes y que viajar resulta caro, pero imagino que se trata de analizar ventajas e inconvenientes y establecer prioridades.

En nuestro caso, para enfrentar lo primero las sabias palabras del de los 70´que ya han resonado por aquí alguna vez: Puede que sea devastador para el cuerpo pero es regenerador para la cabeza; y para lo segundo: Quizás no podamos cambiar el coche y sigamos teniendo que tirar de transporte público en los viajes; quizás tenga que pasar con el par de pantalones que tengo o renunciar a comprar una lavadora nueva..

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(Aciertan dónde está el de los 70´?)

En cualquier caso, no se trata de hacer un viaje de 80 días alrededor del mundo… Creo que es suficiente con una escapadita de vez en cuando; y cuando el presupuesto y las circunstancias lo permitan, planear algo mayor!

La increíble sensación de venirse…Abajo

O sentirse superada. Totalmente. Con la situación fuera de todo control.

La mayoría de homo sapiens sobre la faz terrestre habrán experimentado esta sensación alguna vez y coincidirán conmigo en que resulta terrorífico. Uno desea desaparecer; encontrar una vía de escape bajo los azulejos del baño que te lleve a mundos más amables.

Creo que la maternidad, sobre todo cuando es múltiple, es un hervidero imparable de increíbles sensaciones de venirse abajo (dicho sea, para los que quieran empezar a señalarme con el dedo, que también es un hervidero permanente de increíbles sensaciones de venirse arriba, y que, como todos Ustedes saben, éstas superan siempre el filtro letal de nuestra memoria, mientras las primeras sólo salen ilesas cuando son especialmente traumáticas… Seguro que nadie se acuerda de esa mañana de Lunes en que su hijo mayor tiró su primer vaso de agua al suelo, mientras el pequeño gateaba por la cocina desnudo y las tostadas del desayuno empezaban a quemarse…).

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Pues me ha dado por pensar en ello desde que leí este post de MAMÁ EN EL SIGLO XXI.

Y es que, no quiero ponerme en modo anuncio de jamón de york de Campofrío pero…Qué narices: Somos puñeteras heroínas!

La maternidad, la mía y las ajenas, me ha desvelado el sublime poder de la mujer; de la mujer madre… Y no es que subestime en absoluto el poder de la mujer no madre.. Ni del hombre y, por consiguiente, del ser humano en general; de sus capacidades, sus límites o posibilidades… Es simplemente que hoy quiero hacer mención de honor a éstas; porque, queridos y queridas, a veces es realmente duro, muy duro, y sin embargo, no nos adelantan la edad de jubilación.

Mientras leía el post de mi compañera, casi me echo a llorar; porque podía ponerme en sus zapatos y sentir la angustia de ese momento en que se apodera de tí la increíble sensación de venirse abajo… En que, en el mejor de los casos, haces como ella y te encierras en el baño durante dos minutos, conscientemente indiferente a los peligros que mientras tanto, puedan acechar a tu prole, y lloras amargamente (eso sí, durante dos minutos) con el grifo abierto en su máxima potencia.

He descubierto que para muchas mujeres con descendencia, el día tiene 30 horas; la noche apenas un par de ellas; son capaces de subsistir alimentándose poco y a deshoras, consiguen almacenar en sus cerebros más citas, datos e informaciones que los servidores del Pentágono y, además, se ponen los labios rojos para salir a la calle; beben vino mientras discuten de política; se presentan a oposiciones; hacen crecer un negocio; hacen yoga; corren maratones; montan en Harley Davison…

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Mi maternidad me ha permitido poner en otra óptica las historias que mi madre me contaba de cuando, tras traerme al mundo, tuvo que quedarse hasta diez días en el Hospital, con todos los puntos de la episiotomía infectados, con 39 de fiebre y acunándome entre gemidos por los pasillos del Clínico La Arrixaca; de cuando, con los dolores de un cólico nefrítico (las que, como yo, los hayáis sufrido, saben que son para volverse loco) se ocupaba de un bebé con pulmonía (AKA una servidora) y de una niña de año y medio que, de pura necesidad de atención, tenía hasta llagas en la boca…

Y hay momentos, compañeras y compañeros, en los que el medidor de presión oscila a lo largo del espacio sombreado en rojo, y es necesario que la válvula suba y gire, y libere la presión porque, de lo contrario, se produce una explosión. Una explosión en forma de gritos, llantos, culpas, miedos o cosas aún peores.. Y, aunque la mayor parte de las veces, se puede arreglar, es un momento del que no nos gusta participar.

Y, como para muestra un botón, les cuento que últimamente también yo me he sentido al borde de hacerme un  Meryl Streep en Kramer contra Kramer. Concretamente cuando, con mi hija de 18 días enganchada al oxígeno en un hospital, tras tres noches sentada en un sillón raído y con el mecanismo de reclinar inutilizable, sacaba apenas hora y media para poder ver a mi otro hijo y, al tener que abandonarlo de nuevo (preocupada por si a Manuela le iban a poner la nebulización y no iba a llegar a tiempo de ser yo quién la sostuviera mientras lloraba) me pedía: «Mamá no te vayas» y me preguntaba, acentuando con el mayor salero del mundo el tono interrogativo: «Te quedas que juguemos?«;

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Y en momentos como ése, indescriptiblemente cansada, tratando de ignorar las listas de to does; el trabajo; los pelos de loca; la capa de polvo que envuelve los muebles del salón; la lista de llamadas de mis amigas… Piensas en una cama con sábanas blancas y limpias, que no huelen a leche materna, en una taza de fresas con nata al despertar y una película europea de media tarde.

Pero Ustedes saben como yo que si te lo ofrecieran (la cama, las fresas y la película) no las cambiarías por las cuatro barras de hierro con forma de sillón que te permiten estar al lado de tu bebé cuando entre cables y gomas, te sonríe; o la hora y media que puedes pasar jugando con tu hijo y escuchando las risas escandalosas que le provocan tus cosquillas…

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Y no es que palos con gusto no duelan; claro que duelen, pero hay algo mucho más grande, y eso, nosotras y ellos (padres y madres), lo sabemos.