Y ¿Quién es ella? ¿En qué lugar se enamoró de tí? La llegada de un hermano.

Mmmm. Parece que ya es de día. Sí, efectivamente veo luz por los agujeritos de la persiana. Sin embargo mi habitación sigue en penumbra.

¿Dónde estará mi chupete? ¿Y mamá? No me gusta despertar solo y que todo esté en penumbra. Quiero ver a mamá.

Voy a llamarla. 

Mamá, Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Mamáaaaaaaaaaaaaaa.

No viene. Quizás aún no me ha oído. Voy a llamarla un poco más fuerte. Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!

Por la puerta aparece alguien. No es mamá. Es papá. Yo quiero ver a mamá. Me gusta que mamá me abrace por la mañana cuando me despierto, y que me pregunte cómo he dormido.

Quiero ver a mamá.

Cielo, mamá está dando de comer a la hermanita. En cuanto termine, viene.

Pero yo quiero ver a mamá. Quiero verla ya. Quiero abrazar a mamá ahora. 

Antes mamá siempre venía cuando la llamaba. Antes siempre estaba cuando quería abrazarla.

Antes de que llegara la hermana, mamá siempre tenía tiempo para hacer desfiles tocando el tambor, para jugar a las carreras de coches, o servir de trampolín para que yo me resbalara por sus piernas…

Y ahora, lo echo de menos. La echo de menos. 

Podría ser un día cualquiera en las vidas de muchos padres.

Me he pensado mucho escribir sobre esta realidad. Cada vez que escribo en relación con algún tema que afecta directamente a mis hijos, me pregunto cómo se sentirían ellos si pudieran leerlo. Quiero ser todo lo delicada y todo lo respetuosa que se merecen sus sentimientos.

Enfocar la llegada de un hermano al entorno familiar es difícil y espinoso. En ocasiones, genera algunas situaciones que resultan arduas de manejar para los padres. Si a esto le unes que el mayor está en la «fascinante» y arrolladora etapa de los dos años, tenemos un cocktail bien cargadito.

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No negaré que en algunos momentos me he sentido superada, casi paralizada en situaciones así. Y en muchas de esas situaciones hubiera escrito sobre este asunto ofuscada, en un post que hubiera resultado muy distinto al que hoy Ustedes van a leer. Por suerte me he contenido y no lo he escrito.

Y escribo ahora, sentada en relativa paz, lejos de los niños; de los dos, y analizo la situación tratando de darle cordura.

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Y averiguo la realidad latente; que ha estado ahí desde el principio, tan clara, tan obvia, tan lógica… Y que, sin embargo, tantas veces se ha ocultado a mis ojos.

EMPATÍA.

EMPATÍA es el único truco o consejo que puedo dar a las madres y padres que estén pasando por esta situación. Por la llegada de un hermano menor.

EMPATÍA hacia los niños.

Parece un perogrullo, no? Pues no lo es. En absoluto. Deténganse un momento a hacer balance y apuesto a que pueden contar un buen puñado de situaciones en que, evidentemente de forma inconsciente, los padres tendemos a no hacernos cargo de los sentimientos de nuestros hijos; de los niños en general.

Sucede que bajo el nombre de rabietas, a veces lo que hacemos es minusvalorar las emociones de los niños; relativizarlas, restarles importancia. Consideramos que son cosas de niños, que no hay que hacerle demasiado caso.

Si nuestro amigo del alma nos llama a media noche llorando, diciéndonos que se siente muy mal, lo último que se nos ocurriría sería espetarle que deje de llorar y tampoco nos enfadaríamos ni pensaríamos que es una persona MALA.

No se sorprendan; no es ridículo lo que digo. Se han dado cuenta de que la sociedad habla de «niños malos» cuando demuestran especial sensibilidad (lloran) o tienen dificultades para dormir o comer, y que son «niños buenos» aquéllos que duermen mucho, comen bien y lloran poco??

Trasladen este criterio al mundo de los adultos. Seguramente nos parecerá que un adulto que llora con facilidad (AKA una servidora) es un ser sensible, y que una persona que no duerme mucho es vital o simplemente tiene insomnio… Con lo de la comida, tres cuartos de lo mismo.

Entonces, cómo medimos si un niño es malo o bueno?? Pues, sencillamente, en consideración a cuánta atención nuestra requieren. Si requieren mucha, son malos; si requieren poca, son muy buenos.

Así expuesto, estarán de acuerdo conmigo en que nos estamos equivocando. Que estas cuestiones no son lo que define a un niño, a un ser humano, como bueno  o malo.

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Bien, pues todo esto quería exponerlo como muestra de que, efectivamente, nos resistimos a ser PLENAMENTE EMPÁTICOS con nuestros hijos. A veces pienso que nos da un poco de miedo. Como si poner en valor sus sentimientos y darles relevancia supusiera una claudicación. Como si nos restara imperio, autoridad; como si los estuviéramos mimando… Y eso no es más que la consecuencia de una educación en la que se nos ha convencido de que a los niños hay que tratarlos con severidad… Mano dura… Y si más lloran, menos mean.

Lo primero que me aconseja aplicar la empatía en las situaciones a las que me estoy refiriendo es NO TRATAR DE APLACAR EL SENTIMIENTO del hijo mayor. No escandalizarse de que de repente quiera que soltemos al hermano menor y lo dejemos solo en la cuna, o que no lo vistamos, o que no lo alimentemos. En realidad lo que nuestro hijo quiere es estar con nosotros y eso implica que no estemos con el otro/a.

Tampoco tratar de evadirlo del mismo recurriendo a, como yo los llamo, opiáceos… Soluciones inmediatas que pueden calmar o conformar a nuestro hijo/a pero que dejan el problema intacto, aunque atrapado en algún lugar más profundo en el que fermentará y del que volverá más tarde, con un sabor aún más amargo.

Lo de las distracciones; al menos en mi caso, creo que puede ser una solución en situaciones de emergencia. Por supuesto.

Tampoco se trata de que seamos utópicos. No podemos pensar que, en todo momento, tenemos el tiempo y las circunstancias para tratar de mantener una conversación con nuestro hijo y encauzar su frustración de una forma positiva. A veces, simplemente no se puede. Esto es una realidad. Y, créanme, la TABLET , el móvil, los dibujos, el caramelo y otras muchas cosas pueden ser un recurso para estas situaciones.

Desde luego que en mi casa lo son. Y no pasa nada.

Simplemente, desde mi punto de vista, es conveniente, siempre que se pueda, tratar de encarar el problema junto al niño.

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Lo de no tenerle miedo a los sentimientos de nuestros hijos fue algo que me descubrió Marisa en una breve conversación que mantuvimos no hace mucho, y debo decir que me abrió los ojos.

Me di cuenta de que, en algún sentido, a veces estaba pretendiendo que mi hijo mayor fuera simplemente perfecto. Que no albergara ningún sentimiento negativo… Pero la realidad es que nadie lo es.

Todos los adultos, sin excepción, a veces nos enfadamos, a veces nos frustramos, a veces nos entristecemos, a veces (yo muchas) queremos cruzarle la cara a alguien, o coger las maletas e irnos lejos… ¿Por qué les negamos a los niños que puedan sentirse así?

Una vez superada esta fase. ACEPTANDO que tu hijo está triste por la mera existencia de su hermano/a (lo que no significa que no lo quiera); podemos ayudarle a verbalizarlo. Ponerlo en palabras ayuda, también ponerlo en garabatos sobre un papel, o en gestos faciales…

Después podemos hacerle ver que lo entendemos. Si en ese momento nos es posible darle un abrazo a nuestro hijo, éso puede ayudar a que realmente sienta que no lo juzgamos. Que lo queremos, incluso cuando tiene esas actitudes, aunque podamos decirle que no está bien lanzar juguetes contra los muebles o pintar la mesa del salón. Pese a todo, los queremos.

Seguidamente podemos decirle cómo lo vemos nosotros.

Un simple «Se´que para tí es un rollo que justo ahora, que estábamos tan a gusto jugando juntos a El Tío de la Pita, tenga que ponerme a darle de mamar a Manuela. A mi también me gustaría seguir desfilando contigo».

En mi caso, también funciona generarle nuevas ilusiones, como por ejemplo, diciéndole «En cuanto termine de mamar tu hermana, la acostaré y entonces yo puedo hacer de Tomir y tu de Tamboril» o, más a largo plazo: «Cuando la hermana sea mayor, ella podrá hacer de reina mora e ir detrás de nosotros.»

Como digo, ser sensible a los sentimientos de nuestros hijos no implica hacer dejación de nuestra obligación de decirles lo que está bien o mal. Si, como consecuencia de la frustración mi hijo ha tirado la comida al suelo o ha lanzado un jarrón y lo ha roto, le diré que eso está mal y que tiene que recogerlo; una vez esté más tranquilo, tendrá que recogerlo, con mi ayuda si es preciso, pero deberá recogerlo… Mientras no lo recoja, no podremos ponernos a jugar de nuevo.

Una de las cosas que más me importa en este mundo, es que mis hijos desarrollen entre ellos un vínculo de amor.

Por ahora, la forma en que yo trato de fomentar eso es demostrándoles cuánto los quiero siempre que puedo. Les aseguro que funciona.

A mi hijo le encanta cuando los abrazo a los dos a la vez y les digo: Ay mis dos hijos, mis dos tesoros, lo que más quiero en el mundo!! Tanto es así que, él mismo, muchas veces aprovecha cuando tengo en brazos a su hermana para acercarse a mi y decirme: Mamá, tus dos hijos juntos...  Y, como sabe que aprovecho la más mínima ocasión en que están juntos para inmortalizar el momento, añade: No nos echas una foto? O corre a darle un beso a Manuela y exclama: Mira, mamá, cómo se ríe conmigo!!

Evito compararlos. Claro que son diferentes; pero diferentes nunca implica mejor ni peor.

Trato de mostrarles mutuamente cómo y cuánto les quiere su hermano/a. Acostumbro a decirle a Raúl que su hermana se lo pasa pipa con él porque hace muchas cosas graciosas y divertidas y, aprovecho cualquier ocasión para que Manuela mire a su hermano… No le hace falta mucho, es oír su voz y le entra el riso…

Tanto el de los 70´como yo intentamos con nuestro comportamiento crear en nuestros hijos el concepto de reglas de casa o, como yo prefiero llamarlo, POLÍTICAS DE EMPRESA o decálogo de buenas prácticas…

Por ejemplo es política de empresa dar las buenas noches; pedir las cosas por favor, decir gracias, dar besos; no pegar ni gritar al otro… Y esas políticas se aplican para todos y cada uno de los miembros de la familia. Espero que, de este modo, también mis hijos puedan desarrollar  las relaciones entre ellos sobre estas premisas.

Por último, ya saben lo ávidos que son los niños para asumir responsabilidades. Les satisface ser responsables de las cosas, así que trato de implicar a Raúl en el cuidado y aprendizaje de su hermana. Él se siente feliz de saber que podrá enseñarle a hacer filas de coches… y, de momento, insiste cada día en que Manuela coja alguno de sus coches. Me pregunta: Mamá, le dejo un coche a Manuela…? Y le contesto: Lo que tu quieras. Y entonces se dirige hacia ella y trata de que ésta lo agarre con la mano; como no lo hace, pese a su insistencia, lo deja sobre su cuerpo y dice: Mamá se lo dejo en la barriga..

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Además de todo esto, que para mí es lo fundamental, hay pequeñas prácticas que pueden ayudar con esta etapa. Una de ellas es organizar los calendarios de manera que logremos sacar tiempo para  hacer muchos planes en familia (todos juntos) y algún que otro plan de papá y mamá con cada uno de los hijos. No hace falta que sean planes muy excepcionales.

Mi hijo disfruta mucho salir una tarde sólo con mamá al parque y tomar un helado o ir con papá sólo en la bici…

Con todo, él disfruta mucho más los planes de todos juntos; y es que, en realidad,  con un hermano todo es MÁS DIVERTIDO. Ellos también lo saben… Sólo tienen que llegar a comprenderlo, y eso, lleva tiempo…

PD.1- Las fotos son de la Comunión de Ana, la hija de mis primos, Ginés y Ana. Gracias a los dos, fue un día muy bonito junto a la familia de mi querido padre.

PD2.- El vestido es de Zara y me pareció una opción muy buena para poder dar el pecho. Al ser camisero me lo podía desabrochar con mucha facilidad. Los zapatos son de Zendra.

PD3.- El peinado es obra de Toñi López. La verdad es que me encantó el resultado..

La increíble sensación de venirse…Abajo

O sentirse superada. Totalmente. Con la situación fuera de todo control.

La mayoría de homo sapiens sobre la faz terrestre habrán experimentado esta sensación alguna vez y coincidirán conmigo en que resulta terrorífico. Uno desea desaparecer; encontrar una vía de escape bajo los azulejos del baño que te lleve a mundos más amables.

Creo que la maternidad, sobre todo cuando es múltiple, es un hervidero imparable de increíbles sensaciones de venirse abajo (dicho sea, para los que quieran empezar a señalarme con el dedo, que también es un hervidero permanente de increíbles sensaciones de venirse arriba, y que, como todos Ustedes saben, éstas superan siempre el filtro letal de nuestra memoria, mientras las primeras sólo salen ilesas cuando son especialmente traumáticas… Seguro que nadie se acuerda de esa mañana de Lunes en que su hijo mayor tiró su primer vaso de agua al suelo, mientras el pequeño gateaba por la cocina desnudo y las tostadas del desayuno empezaban a quemarse…).

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Pues me ha dado por pensar en ello desde que leí este post de MAMÁ EN EL SIGLO XXI.

Y es que, no quiero ponerme en modo anuncio de jamón de york de Campofrío pero…Qué narices: Somos puñeteras heroínas!

La maternidad, la mía y las ajenas, me ha desvelado el sublime poder de la mujer; de la mujer madre… Y no es que subestime en absoluto el poder de la mujer no madre.. Ni del hombre y, por consiguiente, del ser humano en general; de sus capacidades, sus límites o posibilidades… Es simplemente que hoy quiero hacer mención de honor a éstas; porque, queridos y queridas, a veces es realmente duro, muy duro, y sin embargo, no nos adelantan la edad de jubilación.

Mientras leía el post de mi compañera, casi me echo a llorar; porque podía ponerme en sus zapatos y sentir la angustia de ese momento en que se apodera de tí la increíble sensación de venirse abajo… En que, en el mejor de los casos, haces como ella y te encierras en el baño durante dos minutos, conscientemente indiferente a los peligros que mientras tanto, puedan acechar a tu prole, y lloras amargamente (eso sí, durante dos minutos) con el grifo abierto en su máxima potencia.

He descubierto que para muchas mujeres con descendencia, el día tiene 30 horas; la noche apenas un par de ellas; son capaces de subsistir alimentándose poco y a deshoras, consiguen almacenar en sus cerebros más citas, datos e informaciones que los servidores del Pentágono y, además, se ponen los labios rojos para salir a la calle; beben vino mientras discuten de política; se presentan a oposiciones; hacen crecer un negocio; hacen yoga; corren maratones; montan en Harley Davison…

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Mi maternidad me ha permitido poner en otra óptica las historias que mi madre me contaba de cuando, tras traerme al mundo, tuvo que quedarse hasta diez días en el Hospital, con todos los puntos de la episiotomía infectados, con 39 de fiebre y acunándome entre gemidos por los pasillos del Clínico La Arrixaca; de cuando, con los dolores de un cólico nefrítico (las que, como yo, los hayáis sufrido, saben que son para volverse loco) se ocupaba de un bebé con pulmonía (AKA una servidora) y de una niña de año y medio que, de pura necesidad de atención, tenía hasta llagas en la boca…

Y hay momentos, compañeras y compañeros, en los que el medidor de presión oscila a lo largo del espacio sombreado en rojo, y es necesario que la válvula suba y gire, y libere la presión porque, de lo contrario, se produce una explosión. Una explosión en forma de gritos, llantos, culpas, miedos o cosas aún peores.. Y, aunque la mayor parte de las veces, se puede arreglar, es un momento del que no nos gusta participar.

Y, como para muestra un botón, les cuento que últimamente también yo me he sentido al borde de hacerme un  Meryl Streep en Kramer contra Kramer. Concretamente cuando, con mi hija de 18 días enganchada al oxígeno en un hospital, tras tres noches sentada en un sillón raído y con el mecanismo de reclinar inutilizable, sacaba apenas hora y media para poder ver a mi otro hijo y, al tener que abandonarlo de nuevo (preocupada por si a Manuela le iban a poner la nebulización y no iba a llegar a tiempo de ser yo quién la sostuviera mientras lloraba) me pedía: «Mamá no te vayas» y me preguntaba, acentuando con el mayor salero del mundo el tono interrogativo: «Te quedas que juguemos?«;

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Y en momentos como ése, indescriptiblemente cansada, tratando de ignorar las listas de to does; el trabajo; los pelos de loca; la capa de polvo que envuelve los muebles del salón; la lista de llamadas de mis amigas… Piensas en una cama con sábanas blancas y limpias, que no huelen a leche materna, en una taza de fresas con nata al despertar y una película europea de media tarde.

Pero Ustedes saben como yo que si te lo ofrecieran (la cama, las fresas y la película) no las cambiarías por las cuatro barras de hierro con forma de sillón que te permiten estar al lado de tu bebé cuando entre cables y gomas, te sonríe; o la hora y media que puedes pasar jugando con tu hijo y escuchando las risas escandalosas que le provocan tus cosquillas…

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Y no es que palos con gusto no duelan; claro que duelen, pero hay algo mucho más grande, y eso, nosotras y ellos (padres y madres), lo sabemos.

 

 

 

Bienvenida al mundo. Bienvenida a casa (crónica de un parto mil veces anunciado)

El pasado día 4 de Febrero, Jueves ya, a las 00.06, después de haberse hecho infinitamente de rogar, llegaba al mundo nuestra pequeña Manuela.

Desde el Martes por la mañana estaba teniendo cada vez más contracciones. De hecho, llamé a mi hermana ese mismo día  para decirle que creía que sería esa tarde.  Al final tampoco fue esa tarde, y mi familia estaba al borde del infarto con mis pálpitos sobre el parto… Tanto, que casi se lo pensaron cuando el Miércoles por la tarde les llamé para decirles que me iba al hospital…

El Miércoles a media mañana empecé a sentir un cansancio insoportable y mucho sueño. . Se me cerraban los párpados, así que tuve que dejar el trabajo y acostarme a dormir.

Durante toda la tarde estuve teniendo contracciones, pero no me alarmé porque tampoco eran nada nuevo… Algunas más intensas, tal vez.

Sobre las 18:00 horas de la tarde, las contracciones se empezaron a hacer regulares; las sentía cada 9 minutos aproximadamente. Me temía que el proceso empezaba a desencadenarse, pero por los muchos relatos de partos (con Raúl rompí la bolsa y no tuve la experiencia de ponerme de parto, porque fue inducido) que había leído en internet, consideré que aquéllo duraría horas hasta que estuviera en el momento oportuno.. Así que con calma, me puse mi lista de Spotify «Songs to exist» para relajarme un poco y empecé a bailar en el salón con mi Leñador, al ritmo de Hand of Love de The Sound.

Pero la cosa parecía ir más rápido de lo que me había planteado y, sobre las 19.30, las contracciones eran ya cada 3 minutos. Aún no había avisado a nadie, así que me apresuré en llamar al de los 70″ que parecía que hubiese tenido que venir desde los 70´. No se si alguna vez he contado por aquí que mi marido no va a morir de un infarto. Tardó casi media hora en aparecer. Media hora que se me hizo eterna. En un momento lo llamé y me soltó: «Estoy buscando aparcamiento«… Y yo ya me lo imaginaba tratando de evitar la zona azul, calles demasiado estrechas, zonas poco transitadas.. Y las contracciones seguían cada 3 minutos.

En cada contracción me ponía en cuclillas y balanceaba el cuerpo para facilitar la colocación del bebé.

Cuando mi querido esposo se dignó a aparecer con calma y quietud, en una representación perfecta de lo antagónico a lo que reflejan las películas sobre los papás cuando sus queridísimas se ponen de parto, y, cuando también llegaron abuelos para atender al que se quedaba, cogimos las bolsas y nos fuimos al hospital. Ese momento en el que me despedía del leñador sabiendo que era el último en el que sería mi único hijo (al menos de forma visible para èl) me provocó sentimientos encontrados. Sentí mucha tristeza al dejarlo tan ajeno a lo que iba a suceder.

Al llegar a Urgencias, mientras esperábamos en la sala de espera, me sentía muy tranquila, cómoda, y empecé yo también a dudar de que nos fuéramos a  quedar.

Me hicieron pasar a monitores. La matrona me preguntó cómo me encontraba y si tenía contracciones. Le dije que sí, pero que no me encontraba mal; no me dolían demasiado. Algo, no obstante, debió observar en mí porque decidió explorarme inmediatamente, antes de ponerme en monitores. Al hacerlo vi como pedía una lanceta y le pregunté para qué, algo alarmada. Me dijo que iba a romper la bolsa y le contesté: Pero ¿ya? Y me dijo, ¿cuándo quieres que lo haga si tienes más de 5 centimetros de dilatación..?

La verdad es que no lo esperaba y, de repente, me encontraba con todos los aparatos conectados y en camisón sobre la cama. Algo empezaba a no gustarme.

Seguidamente me dijo que iba a llamar al anestesista. Gran momento de la tarde: Le indiqué que mi intención era intentar dar a luz sin ponerme la epidural y que, en ese momento, puesto que me encontraba soportando el dolor con bastante dignidad, prefería aguantar…

No le sentó nada bien a la señora esta indecisa decisión porque me espetó que «de intentar, nada» que me daba 10 minutos para decidir si quería ponérmela o no. Que era ahora o no era nunca. A todo esto añadió: Cuando el dolor sea insoportable no quiero tener que discutir contigo…

Realmente esa actitud era todo lo contrario a lo que necesitaba para haber continuado con mi propósito del parto natural. Diez minutos. No lo sabía; no sabía lo que quería hacer… Empezaba a sentir dolores más intensos y sobre todo empecé a sentir MIEDO. Miedo atroz a decir que no quería epidural y a encontrarme después incapaz de soportarlo. Pedí que llamaran a mi marido, que seguía en la sala de espera, y la matrona me dijo que éso era algo que debía decidir yo sola.

Me temía que había dado con una de esas matronas para las que la parturienta, acá una servidora, no tenía vela en el nacimiento… Pese a que me encontraba bastante empequeñecida por los acontecimientos, arranqué el valor para decirle que quería ver a mi marido y hablar con él.

Con cara de bastante contrariedad, se fue a llamar a la sala de espera y a hacerlo pasar. Le comenté lo ocurrido y le dije que podía soportar el dolor y que quería continuar intentándolo y él lo vio perfecto; me veía bien… Pero en ese momento volvió la matrona pro epidural y me dijo que me iba a doler mucho más.

Nos preguntó por qué razón no quería epidural y le expliqué lo que me sucedió en el nacimiento de Raúl. Me dijo que eso no me iba a volver a suceder de ninguna manera. Que en ese momento tenía demasiado epidural en el cuerpo porque había pasado más de 10 horas conectada a la oxitocina y a la anestesia; pero que en esta ocasión la cosa iba rápida y que la anestesia me quitaría el dolor pero no me impediría sentir las contracciones.

Raúl resultó totalmente convencido por la matrona y me dijo que por él se la pondría. Que puesto que no iba a tener el mismo problema que con Raúl, entonces, para qué iba a estar sintiendo el dolor??!! Francamente no fue por falta de apoyo. Raúl me apoyaría aunque lo que quisiera fuera cruzar el atlántico a nado, pero él no quería verme pasar dolor y la matrona resultaba francamente convincente con sus palabras.

Pues, con este panorama, accedí a ponérmela… Con las mismas dudas que hubiera albergado si hubiera decidido no ponérmela finalmente, y muy confiada en que en esta ocasión, la sensación fuera distinta.

Y tan distinta me pareció!!, pues, aunque el anestesista me había indicado que en 10 o 15 minutos me haría efecto, había pasado media hora y, en cada contracción, sentía un dolor altamente intenso… Cada vez más intenso. Se lo dije a la matrona y le faltó reírse en mi cara. No hacía falta ser experto en lenguaje no verbal para percibir el orgullo de quién se sabe convalidado en sus predicciones por los hechos constatados. Vamos, la señora estaba pensando algo como… Mírala, la que quería parir sin anestesia!! Pero debió de quedarse con alguna duda porque volvió a entrar a la sala y, viéndome realmente apurada, partiendo cada uno de los huesos de la mano de mi esposo, se acercó a mirar el cateter de la epidural para, a continuación, exclamar: Madre mía, si no está saliendo!!

AJÁ, Señora, quién hubiera reído ahora henchida de orgullo habría sido yo si no hubiera sido porque el dolor no me daba tregua…

Decidió explorarme antes de llamar al anestesista y me dijo que estaba de 8 cm y medio… Vaya por Dios!! los Astros se habían rendido a mi deseo de aguantar sin epidural. Enseguida entró el anestesista en la habitación y, sin decirme nada, cogió el catéter y me suministró por esa vía un fármaco.

A continuación, indicó: Te he puesto otra cosa que te hará un efecto muy rápido y te provocará bloqueo muscular total. No da tiempo a otra cosa…

MANDE??!! Quiere decir que dejaré de tener cualquier tipo de sensibilidad de cintura para abajo en 5 minutos??! Pues sí. Así era.

No me lo podía creer!! Había llegado al hospital con más de 5 cm de dilatación, después de bailar los dolores de parto al ritmo de Van Morrison y Tom Waits; había manifestado mi deseo inseguro de dar a luz sin anestesia para evitar la impotencia que sentí durante el expulsivo de mi hijo, en esta nueva ocasión; había sucumbido a las bondades de la epidural cantadas por la matrona pro anestesia y a su firme convicción de que esta vez sería distinto; sin embargo, por piruetas del destino, había completado hasta una dilatación de más de 8 centímetros sin una gota de anestesia… Y ahora, a las puertas del final, iba a pasarme EXACTAMENTE LO MISMO que me pasó con Raúl… Precisamente lo que quería evitar… Después de todos los vaivenes, de los dolores, de los miedos y de las dudas…

Entré en modo cólera. Sólo la parsimonia de mi hombre de los 70´ y el apoyo moral de mi familia al otro lado del What´s app, consiguió sosegarme y permitirme concluir que iba a dar a luz a mi hija, sí o sí, y que, puesto que nada se podía hacer ya, no valía la pena estar enfadada. No podré negar que el hecho de imaginarme un expulsivo igual, me frustraba y me hacía sentirme decepcionada.

Sin embargo, por otra pirueta del destino, NADA FUE IGUAL QUE en el expulsivo del Leñador… Y la matrona pro anestesia, que tanto me había disgustado en un primer momento, de repente se convirtió en una profesional dulce, atenta y muy experimentada.

Me llevaron a paritorio. Me hizo saber que sentía que al final me hubieran tenido que poner la solución rápida pero que empujaría, y lo haría muy bien.  Yo me tomé un minuto para decirle a Manuela que iba a hacer todo lo que estuviera en mi mano.. Que me iba a dejar la piel.

Y empecé a empujar cuando la matrona me indicaba.. Empujaba sin sensibilidad, con la cabeza, los brazos y la parte del tórax que se mantenía viva… Lo hacía como podía, todo lo fuerte que podía.

Al tercer empujón la matrona hizo traer el espejo y vi cómo salía la cabeza de Manuela… Llenita de pelo; con mucho pelo… Y me sentí impresionada; maravillada. En dos empujones más mi niña preciosa estaba fuera.

Dios mío; qué guapa estaba!!!

Recuerdo que lo primero que pensé es que se parecía muchísimo a su hermano. Estaba preciosa… Caliente, otra vez.. Suave, tan mía, tan dulce y tan tierna… Tan milagrosamente viva, moviéndose, llorando, mostrando su rechazo a la luz, el frío, el mundo… De nuevo en mis brazos, pegada a mi pecho… Fue sencillamente asombroso.

No tuvieron que hacerme episiotomía, ni maniobra de Kristeller, ni desgarro, ni nada de nada… Manuela había venido al mundo con bastante prudencia; sin alboroto, pero con firmeza y decisión.

Manuela llegó al mundo a las 00.06 del día 4 de Febrero; pesó 3.560 kg y midió 50 cm. Y se hizo patente que todos la estábamos esperando. Todas nuestras vidas.

Y qué quieren que les diga… Que ya se ha incrustado en mi piel de nuevo, ese momento de contacto caliente y húmedo y que, de nuevo, pese a todos los giros inesperados que nos deparó su llegada, fue, junto con el nacimiento de mi hijo, la experiencia más maravillosa de toda mi vida.

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LA CANASTILLA DEL BEBÉ

Buenas tardes a todos/as:

Sigo embarazada. Noticia nefasta para mi ansiedad, y de regocijo para mi lista de «to does».

Hace un par de semanas que, ante el marcaje de mi Señora madre, tengo preparada la bolsa del hospital con las cositas de Manuela.

Supongo que todo el que tenga la suerte de tener a su madre cerca, tiene la bolsa del hospital preparada con suficiente antelación… Si alguna de Ustedes peca de despistaílla, le cedo a mi madre unos días. Le garantizo que tendrá la colada hecha y las ropitas del bebé planchadas, antes de llegar a la semana 37.

He pensado que quizás a alguien pueda serle de utilidad ver lo que yo (con la inestimable e insistente ayuda de mi madre mutada en grillo pepito), he preparado para llevar al hospital.. Y si no es el caso… Si no les resulta útil en modo alguno, al menos pongo fotitos de la ropa pequeñita de Manuela, que es una auténtica monada..

1.- Evidentemente, la bolsa: Ésta es la misma que utilicé con Raúl. Es de Tuc Tuc y la compré en una tienda de Caravaca.

La verdad es que fue una  buena compra porque nos ha dado mucho juego para viajar mientras Raúl era más pequeño. Tiene muchos compartimentos diferentes para organizar las cosas del bebé  y, además, es de un tejido que se lava con mucha facilidad:

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2.- Pañales, toallitas y cremita del culete:

En algunos hospitales facilitan los pañales.

Las toallitas y la crema son las que finalmente he terminado utilizando para Raúl porque me han convencido más.

La cremita de Welda, de caléndula, me la regaló por primera vez mi socia y amiga Julia cuando nació Raúl. Simplemente me encantó. Cómo huele, su textura y, especialmente su eficacia. A Raúl apenas se le ha irritado la piel del culete usando esta crema y si alguna vez hemos usado otra que le ha provocado irritación, al volver a utilizar ésta, se ha calmado muy rápidamente. La venden en el Corte Inglés y en algunas farmacias o parafarmacias. Por supuesto en internet, siempre.

Las toallitas, junto a las de Suavinex, son mis favoritas también.

 3.- Bodies:

De bodies no he comprado ni uno!! Son todos de Raúl. Tengo muchísimos.

Todas las mamás sabrán que recién nacidos los niños hacen muchísima caca.. Raúl hacía prácticamente con cada toma y, por el tipo de caca que es, (líquida) casi siempre terminaba saliéndose del pañal y ensuciando toda la ropita. Como en casa no teníamos secadora y era pleno invierno, tuvimos que armarnos con un arsenal muy importante de esta prenda si no queríamos dejar al peque desnudo mientras se secaban las coladas.

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Éstos son todos de H&M. La verdad es que son mis favoritos. De algodón orgánico y con apertura lateral. Son muy cómodos y bonitos.

4.- Gorros y Manoplas:

Tenía un conjunto de gorro y manoplas muy bonito que la Tita Elena regaló a Raúl para cuando nació y que iba acompañado de un pijamita precioso. Todo de Tous.

Hace unos días mi hermana me regaló otro conjuntito en color rosa. Me los llevo los dos, así estrena modelito cada día.

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5.- Pijamas: 

Llevo cuatro pijamas.

Concédanme un segundo antes de llamarme exagerada.

Llevo dos pijamas de la talla 0 y dos de la talla 1. Con Raúl me llevé la mayoría de la talla 0 y no pude ponerle ninguno. Le quedaban muy pequeños y tuvimos que salir corriendo en búsqueda de pijamas más grandes. Así que esta vez, prevengo.

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El de rayas grises es uno de los que se quedó sin estrenar con Raúl.

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6.- Ropita:

Llevo también dos conjuntos para la salida del hospital. Uno un poco más pequeño y otro más grande.

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7.- Una mantita:

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8.- El chupete:

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Con Raúl seguí los consejos de la matrona que aconsejaba no utilizarlo hasta los 15 días de nacimiento del bebé para que no pudiera confundirle y entorpecer la lactancia. Al final Raúl no cogió el chupete hasta pasados muchos meses…

En esta ocasión tampoco quiero introducirle el chupete de forma rápida. Para favorecer la lactancia (experiencia que para mí ha sido altamente gratificante, como contaba aquí) prefiero ponerlo al pecho cada vez que necesite mamar (por la razón que sea..) y, ya, más adelante, intentaré introducirlo porque, ciertamente, con Raúl nos ha venido muy bien. No obstante, es uno de esos «por si acasos».

8.- El regalo de la tata:

El regalo de la tata madrina es el llamado BRINGING HOME BABY BUNDLE de FRESHLY PICKED (marca americana de mocasines y zapatos).

Desde que lo descubrí en el blog de una chica que suelo leer y que, al parecer, había colaborado en su diseño, me dejó prendada. Es una preciosidad. Se trata de una canastilla que se compone de una bata para mamá; una gasa o sabanita fina para el bebé o lo que los angloparlantes llaman Swaddle y utilizan para liar a los recién nacidos de esa forma que parecen larvas (técnica que, por cierto, creo que funciona para darle bienestar y seguridad al bebé y evitar el llanto); un gorrito para el bebé, unos calcetines para mamá y unos mocasines que son realmente adorables.

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El mío es en color Blossom (cerezo), pero los hay también en gris y azul. Lo hubo también en amarillo, pero me temo que fue una edición especial y a fecha de hoy, está agotada.

No llevo nada de aseo como geles, champús y colonias.

El baño se lo hacen en el hospital con su propio utillaje y en cuanto a la colonia, tengo que reconocer que no soy muy partidaria de las colonias en los recién nacidos.

Tienen un olor fascinante; genuino y único y me parece una locura enmascararlo debajo de una colonia! Es como mezclar un buen Ribera con coca-cola, o no?

Por lo que a mi respecta, procuro no olvidarme de: Una bata, unas zapatillas de casa, la bolsa de aseo, una ropa para la salida del hospital; compresas maternales y discos de lactancia!

 

Creo que eso es todo…

 

 

 

Feliz Cumpleaños, cielucho

Últimamente reproduzco en bucle el momento en que te traje al mundo.

Dos años hace ya (mañana a las 7.55 Pm, para ser exactos) de ese instante (por decirlo de algún modo) absolutamente revelador; desbordante, asombroso y bastante gore, en general.

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Todo intento de explicar lo que has supuesto para mi vida que pueda deducirse de estas líneas, no será más que un esfuerzo inútil y pretencioso, porque, sencillamente, pequeñajo, no hay palabras. No las hay, o si las hubiera, no sabría emplearlas de la manera adecuada. Releo lo que escribo; incluso reviso los pensamientos en forma de lenguaje que revolotean mi cabeza en el momento en que me siento a escribir, y lo que sale no se parece en nada a lo que exulta en mi interior ante la idea misma de ti.

A nadie le pillará por sorpresa si digo que has cambiado nuestras vidas de forma torrencial…

Y para ser sincera, en un aspecto las has limitado. Has limitado nuestra actividad social, nuestra actividad profesional y nos has dejado casi sin ocio (al menos del de para uno mismo).

En dos años he leído tres libros y podría contar con los dedos de las manos las películas que he disfrutado. Me quedé por «El Hombre Lobo» de los Eels.

Habré pasado menos de 10 veces por la peluquería y sería indecente decir las veces que me he depilado.

Los días de compras me han durado lo que duraba tu bolsa de gusanitos y las conversaciones con mis amigas se han convertido en frases inconexas entre «Cariño, el detergente no se come» o «Ya mismo nos vamos».

De repente, dormir hasta las 8 de la mañana, y sólo despertarse una vez, es una cura de sueño de las buenas; y una fabulosa comida fuera es cualquiera que nos haya permitido llegar al momento del postre, aunque en los 60 minutos en que hayamos podido aguantarte sobre la trona, hayas mezclado vinagre, cerveza y caldo de berberechos con pan de pipas y, sí, Señores y Señoras, te lo hayas bebido.

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Y con todo, me tienes, hijo, con el corazón encogido… Mirando a la vida a través de colores pastelosos, llenando el teléfono móvil de fotos secuencia (de hasta 20 o 30 disparos) de lo que tardas en lanzar un beso, y tarareando «Felicidad, qué bonito nombre tienes…» por las esquinas.

Pero es que para menos no es.

Esa mirada noblona y dulzota debajo de esos cabellos rubios como las candelas; y esa boca de piñoncito que me quita el sentío… Los muslos apretados; el pecho fuerte y los pies rechochos con la peste más salerosa que haya olido jamás.

Y si me quedaba algo de dignidad, la perdí del todo cuando empezaste a hablar… Y no paraste nunca… Y cuando asumiste  que las cosas se piden «for favor y cin llorarl»; y cuando decidiste que ibas a dedicarte a hacer solos con la guitarra, mientras mueves la pierna al más puro estilo Buddy Holly ; o que el piano no se puede tocar sin «paltitura» o cuando te pones de lo más cool tocando el Cello que has creado con la guitarra invertida y un palo del tambor. Nunca un palo había dado tanto de sí. Lo mismo lo conviertes en trompeta que en arco de violín.

Me tienes al borde de perder el juicio con tu hablar refinado y tus «icos» murcianos, o con las filas de coches más grandes y rectas que se hayan visto jamás; y me colocas entre la risa y el llanto cuando de madrugada te da por acordarte de que «el árbol de Navidad es súpel grande y tiene un montón de bolas» y por cantar «Navidad, Navidad, duce Navidad la alegría vamos a cantal HEY!

Así que poco importa que te pases un tercio del día manoseándome los pechos; o que me claves la cabeza en la costilla cada vez que terminas en la cama conyugal, que es más veces de las que no.

Pronto se me olvida que he perdido todo el pudor que me quedaba cargándote en brazos hasta mientras hago pipí y lo mismo me da que te comas el jamón como si no existiera futuro, cuando haces saludos de concertista o coges mi ordenador para comunicarme, con la misma culpabilidad que lo hago yo, que vas a terminar un trabajo y ya está.

Eres lo más desde que se descubrió el fuego; un espectáculo del vivir…

Eres dulce y cariñoso.

Me haces querer más que en las películas… Incluso quererme a mi misma mucho más. Me has enseñado tanto de ti y de mi… Y has puesto los puntos sobre las íes sobre lo urgente, lo importante y lo superfluo. Nos devuelves la idea de esperanza y de ilusión y nos haces movernos cómodamente en la ñoñería…

Qué te voy a contar, pequeño leñador…Que haces las delicias de nuestros días y que, rezo por hacerlo lo mejor posible contigo hasta que esté en mi mano una mínima responsabilidad sobre tu felicidad….

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Te deseo un MUY FELIZ SEGUNDO CUMPLEAÑOS, cielucho.

PD: Te quiero

Antes de que huyan despavoridos de este blog, déjenme decirles que no pienso hacer una reseña sobre la peli de LaGravenese. Aunque, ya que lo he mencionado, no me resisto a contarles que me incomodan las películas que falsean las respuestas emocionales humanas a los acontecimientos vitales de gran impacto, endulzándolas con elementos cómicos (como amigas feas y graciosas), ambientes navideños o de Acción de Gracias (con niños cantando villancicos), o una historia de amor forzada e innecesaria (a muchos les parece que las mujeres, especialmente, no podremos reponernos del todo de las circunstancias trágicas de nuestra existencia si no conocemos a un hombre muy hombre).

No. En este post quiero pedir perdón y hacer una declaración de amor.

Y, aquí está:

Te pido perdón por todas las veces en que te he mostrado mi desprecio como si no valieras nada.

Siento haberte culpado en tantas ocasiones de mis miedos e inseguridades. Siento haberte señalado con el dedo pidiéndote explicaciones y haberte deseado cambiar por otro, casi cada día. Siento haberte mirado unas veces con furia y otras con pena sin apreciar tu asombrosa capacidad; tu valía y tu inestimable ayuda en cada instante de mi vida.

Durante varios años no quería saber mucho de tí y, cuando me encontraba contigo de frente, sólo era capaz de vilipendiarte y maldecirte. Tan enfadada llegué a estar contigo que no dudé en maltratarte y ultrajarte.

Aunque esa reacción no me duró demasiado y, en cierta manera te acepté (incluso alguna vez me sorprendí estimándote) nunca he sido del todo justa contigo.

Y un día, tú, con toda la humildad del mundo, te me descubriste ante los ojos transformándote y, de una forma asombrosa, fascinante, me brindaste regalos de incalculable valor. Te convertiste en parte decisiva de mi proyecto más ambicioso; del más difícil.

Y, a partir de ese momento, caí en la cuenta de que debía y quería cuidarte sin exigirte, y que era más importante valorarte que venerarte o ensalzarte. Me enseñaste tus verdaderas utilidades y me maravillé con tus destrezas.

Te ensanchaste y creciste para darle cabida a nuestro hijo; creaste un mecanismo para alimentarlo mientras él aún no podía comer, y levantaste un lazo de piel y celúlas entre él y yo. Te preparaste para alumbrarle y te abriste, te desgarraste y, aún así volviste (casi) a la normalidad.

Antes de que el Leñador abriera los ojos, habías creado su alimento y lo hacías brotar como un resorte al sonido de su llanto, al olor de su piel o si te conmovías con su sonrisa.

Y mira que sigues sin gustarme del todo. Incluso menos que cuando tanto te odiaba… Cada año que pasa me descubres nuevas miserias y deficiencias; taras y daños.

Ya no es sólo que los pechos no estén tulgentes y hayan cedido a la fuerza de la gravedad, ni que el vientre haya perdido firmeza y los muslos se me junten cada vez más en su nacimiento. Ya no es sólo que cuando me río los ojos se me arruguen. Resulta que también tengo joroba, y varices, y callos, y durezas en los pies y se me cae el pelo, y bajo el cuello piel flácida… Y miles de cosas más que sabes que no me gustan.

Y no te engaño ni me engaño: Me encanta mi cuerpo y mi imagen; me encanta mi físico.. Sabrías que no es verdad… No te has caído de un guindo. Eres consciente de que cambiaría mi culo por el de Giselle Bundchen sin pestañear; que me gustaría tener el pelo de Jessica Chanstain, los ojos de Angelina Jolie o los labios de Scarlet Johansson.

Pero contigo aprendí que no se trata de eso.. Sino de atender a tus prodigiosas ocupaciones. Ahora casi todos los días comprendo que tus fines son otros más altos que los de gustarme y gustar a nadie y, por todo lo que haces, por todo lo que eres, te quiero incluso aún con las miserias que me muestras.  Y, aunque me ocupo sin preocuparme de sacar el máximo rendimiento a tu aspecto, de que luzcas bonito; no me olvido de quién eres.

Y hoy por hoy vuelves a ensancharte y a crecer, y volverás a abrirte y desgarrarte, y seguramente, cuando termines el proceso, todavía me descubras más de tus sombras, de tus lacras y de tus vicios, pero serán ya dos los que me hablarán de tus proezas.

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Con la Venia, Señoría: Tengo que amamantar.


IMG-20140319-WA0013Todo blog de maternidad que se precie debe tratar la joya de la corona de entre los gajes y oficios de esta noble labor. A saber: La lactancia.


Desde mi punto de vista, tanto hablar de lactancia nos ha distorsionado un poco la perspectiva. Ha pervertido de alguna manera su sentido primario y nos ha enzarzado en polémicas doctrinales, posiciones antagónicas y disputas virtuales… 

Cuando me preñé tuve claro que quería amamantar, aunque no las tenía todas conmigo: El primer y único ejemplo de mujeres no aptas para tan maravilloso menester que la matrona de mis clases preparto utilizó con recalcitrante tono compasivo fue, precisamente, el de las abogadas.

Una, que además no se caracteriza por la seguridad en sí misma, empezó a recular pensando que si aguantábamos tres meses, podríamos darnos por contentos; mi leñador y yo.

Llevamos casi 16 meses y esto no tiene pinta de estar llegando a su fin…. No queremos; ninguno de los dos, aunque menos él, la verdad  (A mí algunas veces me dan ganas de arrancármelas).

Decía lo de la perversión porque la sorpresa con la que me encontré cuando mi pequeño, aún caliente y viscoso, se enganchó a mi pecho, fue que ESO era naturaleza viva; en estado puro, documental de la dos, vaya.

Mi hijo humano parecía un lechón, un cachorro perfectamente comparable al de cualquier otro mamífero: Palpaba con sus manos poco diestras mi barriga y, con los ojos cerrados, reptaba al olor de la leche hasta enganchar el pezón como el que logra agarrar un objeto con una liana. Una vez allí parecía haber llegado a casa; regulaba la respiración, la temperatura y se acurrucaba tierno y calmo. Sin intención, por instinto.

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Entre mis primeras sensaciones con el pecho recuerdo dolor (por muy primeriza que fuera, a mí los entuertos me hacían polvo), alguna que otra grieta, cierta ansiedad por la congestión de «las manolas» con la subida de la leche y, por supuesto, dado que me pasaba media noche lactando y la otra media acunando y cantando, mucho sueño (eso sí, pese a que sigo desafinando como una condenada en el canto en general, le he cogido un punto a las nanas que hace las delicias de todos mis familiares en la hora de la siesta).

En la intimidad de mi hogar el pecho se ofrecía, como diríamos en mi tierra, «a pajera abierta». Sin horarios ni restricciones. Esto nos costó, y nos sigue costando a fecha de hoy, más de una mirada juiciosa. Sólo las mamás que proveen a sus hijos el servicio «teta 24 horas» pueden entender la frustración que me causaba la eterna pregunta: ¿A qué hora le toca mamar?». La única respuesta que generaba mi masa cerebral a esta interpelación, era un irónico «A las 15:00 horas, 40 minutos, 53 segundos, NO TE JODE!». Naturalmente me cuidaba de dar esa respuesta y, a cambio, espetaba un complaciente, «en un rato» (Un rato puede ser muchas cosas…).

Aún peor era esa situación en la que, en medio de la reunión familiar, al gemido constante de tu pequeño (al berreo, en caso de mi leñador) lo cogías tratando de pasar desapercibida y te lo ponías al pecho como el que no quiere la cosa, cruzando los dedos de los pies para no despertar la suspicacia de tu suegra. No obstante, la mujer, que está en todo, enseguida pregunta: «¿Ya le vas a dar de mamar? ¿Pero si mamó hace menos de una hora?.»

La reacción que perfeccioné a esta pregunta (absolutamente retórica, por otra parte… No es que le vaya a dar, es que le estoy dando…) fue un leve encogimiento de hombros acompañado de un suspiro aspirado con una mueca tendente a la sonrisa. Funciona. Se callan; seguramente pensando alguna de estas tres cosas: 1; El niño no queda satisfecho con la teta y tiene hambre a todas horas. 2; no le estamos acostumbrando bien y se está «engolosinando» con la teta, o 3; como madres endiabladamente primerizas que somos no sabemos gestionar un llanto y todo lo solucionamos con teta. En cualquier caso, se callan.

Menos mal que estaba mi abuela (otra vez mi abuela). Si por ella hubiera sido, la «muchachica» no se despegaba de las brevas de su madre ni para recibir el agua bendita.

Superada esta fase de ser diana de todas las aspiraciones de tus allegadas de convertirse en pediatras o matronas, nos vimos obligados a enfrentarnos a empresas mayores: Una mastitis que me hizo llorar de dolor y desesperación, y la vuelta al trabajo.

No es correcto llamarla vuelta en realidad, porque a duras penas estuve desconectada un par de semanas. El leñador vio la luz del día (de la tarde) un 30 de Diciembre y el 12 de Enero tiene registro de entrada un recurso de apelación que tuve que presentar…

La conciliación en nuestro caso sólo es mérito nuestro. De mi marido; de mi hijo, de mis padres, de mis suegros y mío. A nadie, mucho menos al Estado, le debemos nada en este sentido.

Mi presto hombre de los tardíos 70´se ha recorrido media geografía española para llevar a mi hijo a los brazos de su madre entre juicio y cita; entre reunión y comparecencia.

Recuerdo una ocasión en la que el leñador, con sus tiernos 3 meses, se paseó por toda la Vega Baja del Segura mientras su madre ejercía su profesión en los Juzgados de Torrevieja y salía del palacio de Justicia, tras más de dos horas de Juicio, a una velocidad que ya quisiera Ussain Bolt, aún «entogada», y ante la atónita mirada de los agentes que custodiaban la entrada y la salida, para darle su criptonita.

Suerte la mía que tras el parto perdí todo el pudor de mi juventud y he lactado en cualquier lugar, en cualquier momento y de cualquier manera…

A fecha de hoy, ya hemos aprendido mucho. El leñador sabe perfectamente lo que quiere y, cada vez que desea retozar entre las «domingas» de su madre, señala de forma autoritaria el asiento más confortable que encuentra a su alcance y articula un claro e incisivo: MAMÁ. Con esta orden, me siento y empieza el despiporre…