Se me parte el alma.

Tal cual.

La estampa de entradas escalonadas, flechas en el suelo y señalizaciones perimetrales, me parte el alma.

Las caritas pequeñas con las sonrisas escondidas, por muchos colores y superhéroes que les pongamos a las mascarillas, me parte el alma.

El reencuentro distanciado, como un oximoron perverso, el olor a gel hidroalcoholico en las puertas de entrada… Y, sobre todas las cosas, sus caras de desconcierto. Eso, me parte el alma.

Y sospecho que nosotros, acostumbrados a los contrasentidos, nos encogemos de hombros ante tanta contradicción paseándose desvergonzada al lado nuestro, y hasta nos reservamos, en un ejercicio de prudencia domesticada, calificar de injusticia lo que no es más que eso… Pero ellos, a Dios gracias, no tienen entrenado el sentido de la resignación, y nos miran con extrañeza. Con preguntas en los ojos y el gesto inocente de quien, aún sin comprender del todo, elige confiar.

Y eso, recibir en contraprestación una confianza plena que no me siento del todo en condiciones de merecer, porque la sencilla realidad es que yo tampoco entiendo, me parte el alma.

Me miran así cuando les espeto que no se acerquen, que no entren, que se pongan gel, que no toquen; y, con cada orden del estilo, me tengo que tragar una enorme bola de cemento que se me atranca en la boca del estómago.

Me parte el alma cada uno de los abrazos que no van a darles sus profesores; cada beso que no va a enjuagar sus lágrimas cuando se hagan daño; cada canción que no van a cantar y cada función que no van a tener.

Cuando me los imagino en la hora del recreo cautivos tras las barreras infranqueables hechas con cinta de carrocero… Se me parte el alma.

Y que no me vengan con el cuento chino de que los niños se adaptan. No les queda más. Ellos siguen riendo, y jugando de la misma forma en que respiran, porque es lo suyo.

A nosotros, como adultos responsables, nos compete partirnos la cara porque no se les quite más de lo necesario… Para que cuando haya que adoptar una medida en la que resulten los únicos o principales perjudicados, por una vez, a los que mandan les tiemble el pulso.

Nos toca reivindicar que cuidar de ellos es la prioridad, y que ni el colegio ni los abuelos pueden entenderse como recurso al servicio del endiablado jeroglífico de la conciliación.

Se lo debemos( realmente se lo debemos por aplicación del artículo 154 del código civil).

Ninguno podemos ser garante, con esta pandemia cansina, y muchas bolas de cemento tendremos que tragar sin solución, pero podemos y debemos dar a la infancia el lugar que le corresponde, y sacarla del cajón de los trastos perdidos.

Porque verla cubrirse de polvo, bajo la mirada de todos, me parte el alma.

A disposición

dsc_0547Hay algo viscoso, persistente y tedioso que me viene acompañando desde el día en que descubrí, con asombro pero sin sorpresa, el positivo en el clear blue.

Apenas me prodigo cantando las alegrías de mi tercer cachorro por venir; ni abrazo farolas. Me cuido, incluso, de pensar en sus manitas calientes. No esbozo ni de lejos, el cuento de la lechera. Me freno el alborozo de notarle las patadas. En ocasiones esta reticencia a hacerle presente me instala en el archiconocido sentimiento de culpa; en el cuestionamiento de las emociones que me mueve la criatura… Y, a poco que le echo un rato de reflexión, caigo en la cuenta de que lo que tengo es MIEDO.

Lo tuve desde el primer momento, y por mil razones o ni una siquiera, no consigo desincrustármelo.

Yo quería más hijos, aunque la realidad parecía desaconsejármelo irrefutablemente. Yo, que en lo esencial he sido más bien permeable a la impulsividad, me encontraba en cada conversación con la psique calculadora de mi señor esposo, recordándome los viajes al trabajo tras noches sin dormir; los plazos con niños enfermos encima del regazo; las tomas con otros dos infantes colgados del cuello clamando mi atención. Los conflictos y la desconexión a la que me lleva el estrés; y la espera para todo aquello que tuviera que ver conmigo y con nosotros.

Aplazar el deporte, el comer más sano, un día de cine a la semana, leer más libros, salir de noche, hacer el amor, dormir diez horas, quedar con amigas…

Y cuando había repasado mentalmente todas las palmarias contraindicaciones, volvía al origen. A la sonrisa bobalicona de figurarme amamantando, y al júbilo de tres hermanos queriéndose (aunque fuera sólo a ratos).

Así que, finalmente y, como de costumbre, nos pudo el amor y, sin tiempo de reflexión, el nuevo bebé estaba ahí. Como si estuviera decidido a llegar. Sin permitirnos un replanteo; ni siquiera un titubeo. Y ya no había marcha atrás.

Y, en este punto, empezaron a cernirse los miedos, confusos y oscuros, a cubrir de sombras ese horizonte que se me antojaba tan gozoso: ¿Y si algo no va bien? ¿Y si se complica el embarazo? ¿Y si supone un riesgo para el bebé, o para mí? ¿y si afecta a mis dos hijos?..

Conforme va avanzando el seguimiento médico de la gestación, consigo disipar ciertos temores a golpe de informes obstétricos y movimientos fetales, pero el miedo, que no acepta rendición, se cuela por otros agujeros: ¿Cómo voy a sacar tiempo para todo? ¿Cómo lo haré en el trabajo? ¿Cómo gestionarán mis hijos la llegada de un nuevo miembro? ¿Cómo afectará a la relación con mi pareja (tengo claro que traerá turbulencias)? ¿Guardería? Y empiezo a sentirme abrumada, insegura y empequeñecida.

Sin embargo, en algunos instantes de lucidez, en medio de mi tortuoso empeño en tener un PLAN MAESTRO que me garantice el éxito y la cordura cuando el nuevo bebé haga aparición estelar, me recuerdo a mi misma que no tengo el control; que no existe una fórmula ni una receta infalible, y que lo único que está en mi mano es ponerme a disposición. A tu disposición, pequeño bebé. Y dejar que me domines, porque esto hacen los bebés.

Así que aquí estoy, bebé: Dispuesta y disponible. Para ti y tus necesidades y las de tus hermanos, en la medida en que mi condición humana alcance. Dispuesta también a tolerar mis fracasos y mis errores. Dispuesta y disponible para comprender mis frustraciones. Dispuesta para quererte y quereros, siempre otra vez más.

Dispuesta a exigir a mi marido estar dispuesto y disponible. Y, dispuesta también, a recibir la ayuda sin percibirla un descalabro.

Consciente de que pasarás de ser el bebé opcional, a otro maestro; a una fuente de hallazgos y descubrimientos increíbles, sanadores, con tal de que nosotros, nos pongamos a tu disposición. Me darás nuevas certezas y me revelarás, una vez más, que el amor son ondas expansivas, sin término cierto.

Te esperamos dispuestos y disponibles.

Sobre todo, porque Raúl alias Harry Potter y Manuela Hermione Greinger necesitan desesperadamente un Ronald Weasley.

 

Vísteme despacio que tengo prisa.

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Padres y madres «all over the world«: ¿No os parece que esta expresión es la síntesis perfecta de vuestra vida como responsables de niños de entre uno y cuatro?

Pero ¿Por qué, niños del mundo, jamás queréis poneros la  ropa? Si la compramos de algodón y utilizamos Norit!!

Son las 3.30 pm. Si estamos pisando la calle a las 17.00, me daré por satisfecha, así que me propongo redimirme, vestirlos en tendencia y candorosos, más que peinarlos RE- peinarlos, e incluso ponerles colonia y quién sabe si unos tirantes al mayor y un lazo bien plantado a la pequeña..

Me voy al cuarto rebosante de ínfulas de grandeza, y abro el armario buscando sendos atuendos de los que hacen girarse al personal y, mientras estoy absorta pensando en lo cool que le quedan a WildManuela los vestidos con Converse, oigo a Raúl preguntarse inocente, pero en voz alta, dónde está su helicóptero que ha dejado en el sofá durante los diez segundos en que se lanzaba de cabeza desde el respaldo, probando si había mejorado su técnica de vorteleta. Sin solución de continuidad, unos pies corriendo destartalados, como si les fuera la vida en ello, en dirección opuesta.

Cierro los ojos, encojo los hombros y aprieto los dientes. Ya se lo que viene.

Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

No contesto. Sé lo que sigue:

Manuela me ha quitado el helicóoooooooooptero.

Después de 15 minutos de negociaciones, de sofocar tensiones y evitar lesiones; de consolar llantos y ofrecer alternativas, retomo el armario abierto con un poco menos de entusiasmo. Bueno, es Martes por la tarde; tampoco tienen que ir los niños de revista, con un par de conjuntos graciosos, servirá.

Tras  dos paseos adicionales al armario aún abierto, porque se me olvidó el pañal de una, los calcetines de otro y porque el pantalón blanco tenía una mancha de rotulador amarillo (lo que lo condena a la bolsa con ropa para frotar que pende en la despensa desde hace ocho meses), me felicito con condescendencia sincera por haberme hecho con el arsenal necesario, y por haber superado la primera de las fases de mi misión.

Me quito el jersey adelantándome a mi propia frustración. La tensión sudando se soporta peor.

Primer llamamiento:

-Hijo: Tienes la ropa en el sofá. ¿Puedes vestirte que vamos a salir?

  • Nooooo

-¿No quieres salir a la calle?

  • Siii, pero me llevo el violín.

Hijo de mi vida, hablo conmigo misma. No introduzcas ahora esta variable. Lo tenía previsto. Soy consciente de que tendremos que abrir ese melón antes de cruzar el umbral de la puerta, pero, hijo mío, como diría el Sr. Mariano Rajoy: «No entremos en eso ahora.»

Me resigno. No hay otra opción que entrar en eso, AHORA; JUSTO AHORA. Si las mujeres fuéramos un poco más como mi hijo, no habría brecha salarial que se nos resistiera…

Tras alcanzar un acuerdo razonable, que no era mi primera opción ni la suya, volvemos, veinte minutos después, a la ropa sobre el sillón.

Me contengo la emoción de ver que el primogénito empieza a bajarse los pantalones, y cojo en brazos a mi pequeña Wildy con la intención de llevarla hasta el sofá.

Patalea, arquea la espalda y llora diciendo que no.

La suelto. Miro el reloj: Las 16.10. Respiro. Manuela ¿A ti te apetece salir a la calle?

Siiiii. Calle, CALLE!! Grita con alboroto.

-Pues entonces tienes que vestirte.

A que no e illas, canturrea.

Casi me pierdo. Estoy a punto de dejarme llevar por la tensión creciente y mi adulto razonamiento según el cual si quieres salir y para salir tienes que ponerte la ropa, HAY QUE VESTIRSE, cuando consigo retroceder en la inercia inevitable hacia el desbordamiento, y tomarme un minuto para pensar.

Tengo dos opciones: Una pasa por reivindicar mi posición de autoridad y decirle que no es hora de jugar. A ésta le van a secundar llantos y oposición. Otra pasa por jugar un poco,  evitar la reacción defensiva y tratar de buscar, en los cinco minutos siguientes, el momento y la fórmula para plantearle que tenemos que vestirnos.

Consigo, hoy, rescatar de mi precario saco de paciencia, que parece la hucha de las pensiones, una sonrisa. Me agacho y simulo algo parecido a un monstruo acechante pisoteando con fuerza el pasillo de mi casa, mientras Manuela ríe y grita y huye despavorida.

La reduzco a base de cosquillas y cuando está noqueada, la llevo hasta el sofá en el socorrido «saco de patatas».

Comienzo a vestirla; hasta que se hace consciente. Justamente cuando estoy a punto de superar el pañal que es el 45% de todo el trámite. Y se gira, y cual Houdini, se escabulle de entre mis brazos y mis piernas y corre a toda velocidad, desnuda, canturreando de nuevo «A que no e illas…»

Miro el reloj de nuevo. Son las 16.30. Cojo el móvil. Mando un mensaje. Renuncio a la primera opción de mi optimista planificación. La tintorería puede esperar.

Miro al mayor: Sigue con los pantalones bajados, haciendo moverse a una moneda sobre un folio por medio de un imán colocado debajo.

Hijo, tienes que vestirte para salir, ¿Recuerdas?

Ah, sí. Voy.

Espero. Sigue con la moneda.

-Raúl.

-Sí, sí, sí… 

Coge el pantalón.

Vuelvo a hacerme con la pequeña y consigo vestirla de cintura para abajo.

Le canto la canción de cachivache (un pájaro que hemos inventado en casa) para distraer su atención del trance de introducir su desproporcionada cabeza por el cuello del jersey. Ni modo. LLora, me dice que le aprieta.

-Eze nooooooooooooo!!!

Durante unos segundos le discuto. Me rindo. Traigo otro. Espero no encontrarme a mi madre por la calle. Hija, ese jersey que lleva la nena tiene pelusas, está estropeado… (como si lo estuviera viendo).

PUES SÍ, MIRA MAMÁ SÍ, PERO ES UNA APUESTA SEGURA y SON LAS 17.15, le espeto con rotundidad a mi madre en mi mundo interior. La situación real más bien acabaría con: Vaya! Es verdad, no me había dado cuenta…No se vaya a pensar que le he puesto ese jersey de pura desesperación.

Con la pequeña vestida y la mente centrada únicamente en que no se quite los zapatos, ayudo al mayor a ponerse los propios y comienza la fase tres. Me la planteo como aquéllos concursos de los 90´en que un conductor de entretenimiento retaba a concursantes enloquecidos a que cogieran de una tienda todo aquello que pudieran durante diez exiguos minutos.

Visualizo las bolsas de merienda; las frutas, snacks y botellas de agua.

Visualizo las piezas de construcción en el suelo y las películas para devolver al videoclub.

Visualizo las ropas sucias sobre las sillas y los pijamas sobre la mesa del salón.

Visualizo los abrigos y gorros, guantes y bufandas.

Visualizo sus juguetes preferidos y sus gafas de sol (que últimamente quieren llevar con mucha independencia del sol que haga).

Trazo en mi mente el plan perfecto. Calculo las distancias y tengo en cuenta la proximidad de mis hijos a todo el «stuff» recogido, sorteando sus intentos de retomar nuevas actividades. Les doy algo para comer y les esbozo los primeros versos de una canción.

Y suena el silbato en mi mente alerta y corro, y me agacho, me levanto, abro cajones, los cierro, meto, saco y corro.

Todo listo.

Espera. Las llaves de casa. Les pregunto a ellos si las han visto. Lo hago por inercia, pero una vez Raúl me dijo que sí; y me señaló donde estaban. Para que veas, pensé.

Y ahora sí. Son las 17.40. Estamos listos.

No están peinados.

No llevan colonia.

Yo tampoco.

En el ascensor lo percibo de repente. Abandonad toda esperanza, pienso. Cojo el móvil: 

Tengo que volver. No me esperes. Si consigo salir de nuevo, aviso. 

Huele a caca. 

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UNO DE LOS NUESTROS

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Ni el desquiciante Tubullar Bells de Mike Olfield poniendo música a las espantosas contorsiones de la pequeña Regan; ni el conejo blanco en el Resplandor. Ni tan siquiera «El que camina detrás de la fila» de los Chicos del Maíz. Nada.

Nada es capaz de encogerme el corazón con semejante prestreza; nada sobre la faz de la tierra es más espeluznante que la ausencia de previsión, organización o plan en una casa con dos hijos post-bebes pero pre-infantes, y, como aquél que dice, dos negocios propios.

No hay márgenes. Es una cuestión de supervivencia.

Recuerdo una noche, cerrada, en la que nos recogíamos con la prole a los pertinentes rituales nocturnos de duchas, cenas, cuentos, más cuentos, historias y canciones, cuando nos cruzamos con el andar despreocupado y ligero de uno de nuestros amigos de la especie «solterum sin hijus».

Por sus fachas los conocerás.

Esta especie mantiene la tersura de la piel. Los ejemplares de Solterum no presentan las características hendiduras que lucen bajo nuestros ojos, en tonalidades que van del verde al negro, pasando por el violeta. Esta especie muestra, con carácter general, el rictus relajado y la sonrisa cuasi imborrable.

Están al día en materia de cine, música y locales de moda. Tienen el spotify cargado de Playlists, se permiten el lujo de quedarse absortos y de despistarse, trasnochan  por costumbre y se beben los gyn tonics sin remordimiento (sus resacas son otras, no nos engañemos… A ver quién sería el guapo si no…).

Recuerdo, con incómodo asombro como soltó, como el que da los buenos días, que estaba hablando con ciertos congéneres (de los de su especie) y que aún no sabía, a las 10.30 pm, si iban a irse al pueblo vecino a las fiestas patronales, a la playa o a Las Vegas. Parecía que no hubiera espacio para horarios, inconvenientes ni compromisos en esa conversación vía What´s app, que seguro que estaba cargada de gifts y chistes verdes. Podría haberse acordado visitar el Taj Majal, y el rictus «del Matute» no se hubiera movido…Un ápice. Qué escándalo!!

Nosotros no salimos sin un plan. Un plan con sus  variaciones. Plan b, c, d… Y cuando la operación reviste FES (fases especialmente sensibles) porque, por ejemplo, implica lugares especialmente peligrosos en términos de integridad física, o nocturnidad, y el abecedario castellano, «ñ» mediante, se nos queda corto, recurrimos al griego; del alfa a la omega: Por si se duermen en el coche, por si no se duermen, por si no se comen la comida, por si comen demasiado, por si hace frío, por si no lo hace; por si se despeñan por cualquier escalera; por si se hacen las 20.07…

A veces me las he dado de despreocupada pero, para ser franca, no me muevo con soltura en el desgobierno. Prefiero organizarme, aunque sea en líneas generales, ir sincopada y evitar la catástrofe: Si no han dormido siesta, son las 20:00 de la tarde del Domingo y el Lunes hay trabajo, cole y guarde, sencillamente NO podemos hacer un road trip hasta un precioso paraje natural 80 Km ha.  Llámenme estricta o estresada, pero si mis hijos se duermen en el coche a las 20.00 de la tarde (que lo harán) no podré volver a mentarles a Morfeo hasta pasadas las 3.00 AM y… Como que no, que al día siguiente, tampoco hay siesta…

Para los Solterum, esto es pan comido.

Eso sí, ellos tampoco experimentan la indescriptible sensación de expansión cardíaca y la profusa irrigación coronaria, cuando los cachorros te llaman mamá…

 

Los hijos o cómo poner a prueba tu matrimonio.

Querida pareja de enamorados, recién casados o no casados, que soñáis con el momento en el que tengáis que darle un nuevo uso a la habitación de la plancha:

No os equivoquéis.

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Tener hijos no es sólo que papá los cargue a hombros mientras mamá los mira y se enarmora y reenamora. Tener hijos trasciende las lágrimas de emoción en el paritorio. Va mucho más allá. Tener hijos no es dar paseos los Domingos por la mañana, ni tener fotos familiares en el hueco de la escalera.

Nos recuerdo ahora con el retoño envuelto en la toquilla de punto y lazos, maquillada  por aquéllo de empezar el postparto sintiéndote mona, y el de los 70´con los ojos ojerosos y de un lado a otro con los papeles para la inscripción en el Registro, pero con aquella sonrisa imborrable y bobalicona, y pienso:! Qué infelices!!

Tres días en casa son ya suficientes para comprobar, aterrados, que el sueño se ha transformado en pesadilla.

Quién lo probó lo sabe.

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De repente NO PUEDES DORMIR. NUNCA.

Te encuentras con los pezones agrietados (con grietas por las que sale sangre y se convierten en costra); con los puntos de la episiotomía infectados, con un bebé llorón a todas horas clavando las encías en esos pezones agrietados, y completamente exhausta.

Y tu marido también: Agotado, perdido y confuso; posiblemente más que tú porque él no se ha pasado nueve meses leyendo el foro «enfemenino» ni los 500 blogs de maternidad que tú tienes entre los favoritos. Él no sabía «qué se espera cuándo se está esperando» ni le ha quedado claro que dar el pecho es «Un regalo para toda la vida». Así que él, aún más que tú, no entiende nada.

Durante estos primeros meses, los cambios y la vida se tornan tan brutales, bestiales que no reflexionas; no piensas ni añoras. Te centras en sobrevivir. En salir adelante. Sufres una regresión a tu ser primitivo y te contentas con comer o sentarte en el sofá el rato en que viene tu madre y te coge al bebé.

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El tiempo va pasando y el cansancio, la inseguridad y la presión se van expandiendo como una plaga en las neuronas de tu cerebro.

Él vuelve al trabajo y cuando llega por la noche se encuentra en el salón a una persona inescrutable. Con los ojos hinchados  y con la vacuidad que deja la derrota. En la cocina los platos sin fregar; la bañera llena y las toallas en el suelo; las ropas en las sillas y la lavadora sin poner.

Son casi las once de la noche y, mientras ella espera de él compasión porque no ha podido ducharse en tres días y se siente absolutamente odiosa, él se muere de hambre porque desde las 14.00 horas en que pudo racanear del plato un filete de pechuga mientras sujetaba al bebé, no ha comido nada.

Ceda quién ceda, habrá un herido.

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En esta tesitura no es nada difícil que la relación de pareja quede enquistada en el reproche: «No te imaginas el día que he llevado en el trabajo»; «Yo no me he podido sentar ni cinco minutos..»

Y vuestro buen hacer empieza medirse por las veces en que cada uno se despierta por la noche.

Cuando decidís destapar la caja de pandora, comprobáis compungidos que no sois los mismos. Y cuesta aceptarlo.

No; no somos los mismos. Probablemente nos reímos menos; somos menos despreocupados; incluso menos ágiles desde el punto de vista del ingenio. Menos cariñosos, seguro. Menos sexys, por descontado. Menos pasionales y menos modernos.

¿Cómo vamos a serlo? La vida se ha precipitado por el embudo de la responsabilidad de los niños y el trabajo. Toda tu energía, tu tiempo y, lo que es sin duda más importante, tu capacidad de concentración, está dedicada a sus necesidades; las del trabajo y las de la casa. Pagar las facturas; qué van a comer; qué se van a poner; ¿tenemos ropa limpia?; hace falta comprar fruta; hay que hacer algo con esos celos…

En algún lugar que hemos dado en llamar «más adelante» se aglutinan las conversaciones inacabadas; interrumpidas por un llanto; un conflicto o la dictadura del reloj.

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Y con la seriedad de la carrera, cómo no contemplar la posibilidad de abandonar, o de lesionarse.

Y sin embargo, por paradójico que parezca, yo creo que el reto es revelador. Transformador. Una dimensión paralela que me resultaba ajena, oculta, antes de que llegara El Leñador.

Esa nueva dimensión también se proyecta sobre la relación de pareja. Hay una complicidad; un secreto; una vivencia límite y salvaje que sólo vosotros dos conocéis. A veces hay un miedo cruel; otras un júbilo indescriptible; a veces extenuación y otras gratitud; pero en cualquier caso, sólo a los dos se os revelan de modo tan similar.

Como en todo, se avanza combatiendo; pero no contra el otro, sino junto a él. Y cuando se dispara el fuego amigo, la paciencia, la comprensión y el perdón, refuerzan las tropas.

El humor es el arma estrella: Capaz de derrotar hasta el más temido de los adversarios. Si aquél día en que te levantas por la mañana y no hay ni un solo calzoncillo para ponerle a tu hijo, en vez de montar en cólera con tu pareja porque se ha olvidado de poner la lavadora, simplemente os miráis y os echáis a reir, porque sólo vosotros dos sabéis que con la semana de trabajo, ocupaciones y obstáculos que habéis tenido que superar, es una proeza que sólo os hayáis olvidado de la lavadora, entonces la recriminación y la distancia, quedan reducidas a escombro.

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Y, por supuesto, querida pareja que os representáis vestidos en peto vaquero eligiendo el papel de la habitación, dejad de mirar películas de Hollywood*. Eso no os va a hacer ningún bien. La realidad es otra distinta… Mucho peor y mucho mejor. Mucho más real.

* Yo, que soy una devota del 7º arte, tengo por ahí algunos títulos que me parecen muy altamente recomendables y que tratan precisamente, el tema de las relaciones de pareja, pero de un modo real.  Me propongo irlos recopilando y escribir un post.

Lo que de verdad importa.

Miércoles, día 26 de Abril, 11:00 AM. Estoy en el despacho. ¿Por qué siempre me sucederá lo mismo? A finales de Marzo me congratulo de lo tranquilo que se atisba el mes de Abril y me regocijo ante la expectativa de no abrir el pc durante los cuatro fines de semana que nos brinda; con sus Sábados y sus Domingos. Tengo que adelantar trabajo que luego llegan los imprevistos y se me vuelve a liar el «zompo», pienso…

Pero qué demonios, el relajo no me sienta bien. Al final ya tengo el zompo liado. Menudo final de mes; y los impuestos, y los plazos, y las vistas… Y las citas y reuniones. Recuerda la de las 12, me prevengo.

Suena el móvil; es un mensaje de What´s app:

La zozobra y la ansiedad por los plazos, las vistas, los impuestos, las reuniones se diluyen, se deshacen como la cera de una vela encendida. La lista de tareas y los pensamientos, la gestión del tiempo y la organización se acomodan en lugares secundarios cediendo el paso amablemente.

Parece mentira, con lo importante que parecía todo eso hace diez segundos.

Suelto el móvil y lo dejo sobre la mesa. Tengo dos minutos para tomar una decisión; para moverme en realidad. La decisión la he tomado ya. De forma casi involuntaria; refleja.

Cojo el bolso. Llamo a mi secretaria: Cancela la reunión. Tendré que darme prisa si quiero llegar a tiempo.

Cojo el coche. Me muerdo el labio. Tengo que darme prisa si quiero llegar. Ya me lo dijeron la semana pasada; pero lo olvidé. ¿Cómo pude olvidarlo? Tienes demasiadas cosas en la cabeza, me autodisculpo.

Suena el móvil de nuevo. Otro mensaje de What´s App: Oh no!! Ya están ahí. No voy a llegar. Meto la 6ª. Corro un poco más.

Mierda! Me lo estoy perdiendo. Me la estoy perdiendo. Y si está asustada? y si no lo comprende…? Y si le encanta? Cómo será su cara?? Mierda!! Me lo estoy perdiendo.

Estoy llegando; me quedan cinco minutos. Suplico al cielo: Que no se hayan ido todavía.

Cojo, por fin, la calle que lleva a la guardería de mi hija. Todavía se oye la dulzaina. Y el tambor. Aún están ahí.

Aparco, por decir algo.

Salgo del coche. Activo el modo rastreo y la localizo: Está contenta!! Hace palmas!!  «El Tío de la Pita y Tamboril» entonan la serafina y mi hija baila, agacha las piernas y mueve las manos haciendo círculos. balbucea algo parecido a Serafina y se ríe, con la boca muy abierta y los ojos achinados.

Me ve y de inmediato gira la cabeza hacia los músicos. Quiere mostrármelo. Quiere enseñarme lo que ha descubierto. Si yo no hubiera estado, también habría querido enseñármelo. Menos mal que estoy. Menos mal.

La cojo en brazos y baila, sigue bailando y mirándome, y mirándolos, y riéndose, y me está queriendo decir: Mira, mamá, cómo cantan, y tocan música, y me estoy divirtiendo y me gusta. Y me lo está diciendo.

Y con toda seguridad, el mes de Mayo tenga menos fines de semana, pero ha valido la pena.

El tío de la Pita es lo que de verdad importa.

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Feliz día de la Madre a todas las mamás del mundo. Todos los días, son los días de las madres; pero qué bien que haya uno en el que se acuerdan de decírnoslo!!

PD.- Las fotos son de un viaje a Amsterdam y Utrecht que hicimos en Semana Santa y del que escribiré algo por aquí.

El mundo es de los que se reponen

Hace exactamente un mes y medio esta entrada se hubiese titulado «El mundo es de los valientes». Llevaba semanas pensándola, construyéndola en mi mente sobre la base de dos o tres circunstancias que confluían en ese momento en mi entonces  presente. Bueno, en el nuestro. En el de nuestra familia y nuestra casa.

Básicamente me había embriagado del sueño americano; había hecho mía la filosofía de «En busca de la felicidad» y me creía Will Smith correteando por el barrio financiero de Nueva York, pero en las calles del pueblo.

Teníamos un par de proyectos. Un par de proyectos buenos. De esos que te hacen soñar, que te llenan de ilusión y te colocan la imaginación en lugares lejanos pero que acaricias con los dedos a base de de compartir cervezas evocándolos.

Hubiera sido una entrada de mucho «lucha por lo que quieres, si lo quieres de verdad lo conseguirás, sólo tienes que proponértelo, no renuncies, no te rindas…» En definitiva, hubiera sido una entrada cargadita de pamplinas. Porque la verdad, todo esto son pamplinas.

Nunca me he tragado el bulo que nos vendía operación triunfo. Yo también me preguntaba, como Bardem en la entrañable «Los Lunes al sol», por qué el cuento no explica que unos nacen irremediablemente cigarras y otros hormigas, pero a ver, uno empieza con el jarro de leche en la cabeza, y se viene muy arriba… Qué le vamos a hacer?

Tan poco costó construir esas ilusiones, como que se derramara el jarro de leche.

No se vayan a pensar Ustedes de todas formas, que esta es una reflexión que nace de la derrota y el sin sabor… Ni que los sueños de los que les hablo eran proyectos integrales de vida… No hace falta todo eso para que uno saque pragmáticas conclusiones.

En realidad los proyectos que revoloteaban por nuestro techo, dando aire a la casa y alas a la cabeza, eran planes sencillos de los de familias medias normales que tienen que ver con el trabajo, la vivienda, la vida familiar o la operación bikini… (incluso eso); y tampoco es que les esté hablando desde la gruta solitaria del fracaso… Ni mucho menos.

En realidad les hablo desde una paz más reconfortante, incluso, que el alboroto de la ensoñación… Y les hablo desde allí para contarles que creo sinceramente que a veces las cosas salen y otras veces no; que muchas veces objetivos que han ocupado tu tiempo y tu esfuerzo se quedan sin alcanzar; que a veces los proyectos se realizan pero de forma distinta o en tiempos distintos… Y que c´est la Vie!  y no pasa nada, porque los que de verdad se comen el mundo, son los que se vuelven a casa y abren unas cervezas. Ésos que saben tratar con la vida porque son conscientes de que tiene las de ganar….

Los que se reponen y vuelven a soñar y quizás vuelven a fracasar, y otra vez triunfan. De esto mi padre sabía bastante.

Les dejo con unas fotos de un reciente viaje que hemos hecho a Barcelona con mi hermana y su pareja, y que, sinceramente, ha sido un Oasis. Mucha diversión, mucho entusiasmo por ver a los peques sorprendiéndose y mucho más lejos de la operación bikini, porque nos hemos puesto como el tato… A que sí, hermana??

Mis hijos se han portado genial; Barcelona tiene poder; y, además, el hecho de que el viaje tuviera, en parte, cometidos profesionales, no ha supuesto problema. Antes bien al contrario.

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PD.- Tengo como 6 ó 7 post a medio escribir sobre cuestiones varias… En concreto alguno trata desde el punto de vista jurídico las rupturas matrimoniales y la posición de los menores (esto es bastante serio y escabroso, la verdad); otros tienen más que ver con maternidad o hijos; como por ejemplo cómo me las apaño cuando salimos de viaje, qué echamos en la maleta para reducir la carga; cómo organizamos las comidas… Algunos tienen que ver con conciliación e igualdad, para variar y por ahí empecé a escribir otros sobre infancia; en el sentido de los juegos, cuentos, o utensilios que más gustan a mis hijos… La verdad es que últimamente ando bastante escasa de tiempo para sentarme a escribir así que por aquí les invito a que me manifiesten sus preferencias…. Muchas gracias

MI PRIMER DÍA

Mi historia con los gimnasios es la historia de una eterna primera cita.

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Desde mi terrible preadolescencia,  mi primer día de gimnasio arranca con el entusiasmo de convertirme en Jennifer Aniston. Sin embargo, rara vez consigo pasar de eso, del primer día. Y así hasta el año siguiente por estas fechas, cuando la sombra del verano y de los cuerpos en paños menores comienza a planear sobre los momentos ociosos de mi pensamiento.

Hace unas semanas, en un momento de ésos de venirse abajo que nos dan sobre todo a las mamás, estábamos mi querido hombre de los 70´y yo analizando lo que nos ha supuesto, en cuanto a tiempo  disponible, el reciente aumento de la familia… O como él diría «el que no para la moto»… Y lo cierto es que no para, no. Vas de una tarea a otra como si estuvieras haciendo uno de esos ridículos circuitos del Grand Prix. De los rulos de colchoneta a la pared de escalar, de ahí al punte movedizo o a las urnas gigantes llenas de insectos…

Así que mi marido, tan paradigma él de la gente sana, me volvió a proponer:

  • Deberías hacer deporte… Te vendría bien para encontrarte mejor físicamente y para desconectar un poco de la casa y de los niños.

No sufran; no hiere mi susceptibilidad. Tenía razón. Por más que me gustaría justificar un estilo de vida desprovisto de toda actividad deportiva (que no física) como opción viable, no es posible. Lo cierto es que, se mire por donde se mire, hacer deporte es bueno.

Así que, desde aquél día voy al gimnasio. Hace ya cuatro semanas de aquéllo; y voy dos veces por semana; y, de momento, la verdad, nos estamos conociendo y nos estamos gustando. Voy con pies de plomo por mis experiencias pasadas; no me atrevo a cantar victoria, pero siguen apeteciéndome las citas, semana tras semana.

Y ello a pesar de ser una completa PARIA en lo que a mundo deportivo se refiere.

Me detuve a valorar qué tipo de actividad quería realizar. Tenía un bono de dos días por semana y uno de los días estaba forzosamente asignado al Sábado por la mañana, muy por la mañana. Concretamente a las 8:00 horas de la mañana, pues mi apretada agenda social (llena de visitas al pediatra, tardes de parque, lavadoras y secadoras) no me permitía otra disposición.

Me llamó poderosamente la atención lo de la Zumba… Me pasé de los 14 a los 16 llevando calentadores con leggins y soñando con ser la bailarina de flash dance… Pero que levante la mano aquél hijo de los 80 que no se viene arriba con esta escena..!

 (He de decir que mientras edito el post y pongo este vídeo, mi hijo está bailando como un loco intentando imitar la rueda en el suelo que hace la protagonista. Tan buen rollo me ha dado que he tenido que hacer un parón para bailar con él… )

Mi parte racional me mandaba a pilates; porque tengo la espalda, como dirían en mi pueblo, hecha un solar y, puesto que tendré que  pasarme unos cuantos años más cargando de prole,no me viene mal fortalecer un poco la zona.

Empecé con el pilates y aún no me he animado con a zumba… Primero tengo que encontrar unos buenos calentadores…

Y llegó el gran día. Saqué mi mochila surfera, mis Nike de hace diez años, me coloqué mi chándal y mi camiseta de algodón y me planté en el gimnasio con los nervios de quién va a una entrevista de trabajo.

Y cuando llegué, me di cuenta de todo el tiempo que hacía que no pisaba un gimnasio. Ni siquiera había visto los sistemas de control de entradas y salidas con puertas de aeropuerto. Cuando yo iba al gimnasio el control era el tradicional «a tí no te he visto nunca por aquí,  ¿tienes carnet?»

Y cuando entré a lo que ahora se llama «sala polivalente», donde empezaba la clase de pilates, a punto estuve de hacerme la infeliz preguntando si era ahí la clase de AEROBIC para decir que me había equivocado de día y poder salir corriendo (menos mal que no lo hice, porque, al parecer, el aerobic ha pasado a la historia..): ¿Pero dónde había estado yo metida los últimos diez años?

Entre mujeres (y un hombre) con coletas altísimas y bien recogidas y preciosos conjuntos deportivos de color fucsia y negro, a juego con  zapatillas New Balance, estaba yo, con un chándal gris de algodón; una camiseta que rezaba «Tu herma ha estado en Granada y se ha acordado de tí» del año 92, unas zapatillas de deporte que parecían las de Michael Jordan y los pelos en la cara.

Cogí una colchoneta y la puse lo más alejada del espejo que pude; entre el cubo de la basura y las cajas de las pelotas, cruzando los dedos para pasar desapercibida. Y cuando iba a sacar mi toalla de flores verdes y turquesas del IKEA, descubro que nadie tiene toallas al uso; la gente lleva una suerte de trapo de tejido melocotón, tamaño mediano y colores vistosos y lisos. Así que adiós a la pretendida discreción. Mi toalla floreada de tamaño 2 x 2, mi chándal de algodón y mis pelos en la cara, rompían una simetría y uniformidad perfectas reinantes en el espacio.

Y de repente viene el monitor y cruza algunos chascarrillos con las demás chicas mientras miro hacia el suelo para que no me pregunte si soy nueva. En cualquier caso, no creo que albergara duda alguna al respecto.

Empieza la clase con estiramientos ciertamente gratificantes y pienso: Pues mira tú, para no haber hecho pilates en mi vida y, después de varios años de nula actividad deportiva, no estoy tan mal… Mi autoreconocimiento dura poco tiempo. De repente el monitor empieza a describir ejercicios que soy incapaz de visualizar. Me fijo en las compañeras y entiendo que no los puedo visualizar porque soy absolutamente incapaz de realizarlos. Lo intento; todo el mundo reproduce las posturas con el cuerpo firme y recto; a mi me tiemblan hasta las uñas, y lucho aparatosamente por mantener el equilibrio.

Mi sujetador de lactancia no contiene lo que debiera; la coleta baja se me deshace constantemente y hace que todos los pelos se me vengan a la boca… Y así, con pelos en la boca, el pecho colgando y el cuerpo temblándome, trato de mantenerme sobre mi antebrazo apoyado en el suelo y el lateral de un solo pie, roja como un tomate, para trabajar los oblicuos.

El monitor no deja de decir que bascule y que contraiga el «core» y yo no tengo ni idea de qué es una cosa ni la otra… (Ahora ya sí, eh? he aprendido mucho). Mientras todas las demás se concentran en la respiración, yo miro a unas y a otras preguntándome cómo demonios consiguen mantenerse rectas en esa posición sin que les tiemble nada..Será que tienen el «core» muy fortalecido..

Y cuando el monitor indica que bajemos a la colchoneta vértebra a vértebra y vuelve a los estiramientos gratificantes, en lo que parece ser el final de una hora eterna, no puedo evitar sonreír pensando en lo bien que me ha venido una hora fuera de casa, sin niños, escuchando Crowded House, aunque ejercicio haya hecho poco…

No quiero dejar de decir que cada día se me ha ido dando mejor y que estoy empezando a disfrutarlo. Aunque si quieren que les confiese algo… Lo que más disfruto sigue siendo esa hora fuera de casa, sin niños, en la que escucho música aceptable y logro ser consciente de mi misma.

 

 

 

ESPÉRAME

Espera, cariño, a que se me pase la frustración que me tiene en jaque desde ayer porque lo tengo todo a medias. Y cuando se me pase la frustración y me sienta más relajada, espera a que resuelva las cuestiones urgentes del trabajo.

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Espera a que termine de cambiar el pañal de Raúl (ya sabes lo que cuesta mantenerlo quieto durante 5 segundos) y te pregunto qué tal se presenta hoy la tarde en el trabajo… Aunque lo mismo cuando termine, empieza a pedirme brazos para ir a dormir y tienes que encargarte de acunar a Manuela, mientras me meto en la cama con él.

Para el pecho, espera tu turno; que después de que Manuela mame, tiene que manosearlo tu hijo, y ya, después, Manuela quiere mamar otra vez.

Espera a que ponga lavadoras, que no nos quedan bodies limpios, y puedo contarte lo que se me ha ocurrido que podemos hacer en el baño para ganar espacio.

Espera a que se duerma la niña y puedo preguntarte qué te parece la próxima gira europea de Pearl Jam. Espera que se duerma y soñamos con la idea de que podemos ir a alguno de los conciertos…

Hoy me he estado acordando de lo que nos reímos aquella noche en mi piso de estudiantes cuando te arrastrabas por el suelo liado en mi albornoz, mientras sonaba Spin de Black circle. Cuando termines de acompañar a Raúl en su comida, te lo recuerdo y verás cómo nos reímos los dos juntos.

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Espera a que terminemos de comentar acerca de cómo fomentar la autonomía de nuestro hijo y después te pregunto cómo va el Madrid en la Champions; aunque si nos enzarzamos en intercambio de opiniones, al final se hace la hora de recogerlo del cole.

Encárgate ahora de llamar a la casa de comidas para llevar, y después ya podemos darnos ese abrazo que tanto necesito.

Ayer quería decirte que estabas muy guapo con esa camisa nueva y que me gusta la forma en que te has afeitado la barba,  pero ya sabes cómo se despertó Raúl de la siesta… Entre unas cosas y otras, quedó para mí.

Ya se que te dije que podríamos ver una peli juntos cuando acostásemos a los niños, pero qué quieres que te diga!; me duermo de pie.

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He sacado un hueco para ir a la peluquería y me he depilado aunque no te hayas dado cuenta; o tal vez sí lo has hecho y pensabas decírmelo pero, como yo, no viste el momento.

Ya saldremos los dos, no te preocupes, ahora ve con tu hijo en la bici y pasa tiempo con él que sabes que le entusiasma.

Sí, se que la última vez que nos reímos juntos a carcajadas por algo que no fuera una payasada del Leñador, fue cuando acerté cuál era la tarea del hogar que más te disgusta.. En serio, no hace falta ser muy listo; cuando coges la balleta para limpiar el mantel repleto de migas de pan, pones la misma cara que cuando tuviste que defender tu concierto solista de final de carrera… Es obvio que te tensa.

Ya me imagino que debes encontrarte un poco triste ante la idea de que tu hermano se marche lejos. Espera a que termine de cuadrar la contabilidad familiar de este mes y hablamos de ello.

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Me han recomendado un libro que estoy deseando poder leer. Cuando termines de explicarle a Raúl por qué no puede comer ahora un bombón, me encantaría compartirlo contigo.

Pensaba aprovechar el viaje a Murcia para contarte que quiero empezar a hacer deporte, pero al final tuve que pasármelo cantando un «veo veo» que siempre empieza con la letra M..

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Qué bien me sentó el beso que me diste en el pasillo el otro día, de forma inesperada, mientras corría a la habitación de Raúl a por un pañal para cambiarlo, sobre todo ahora que tantas veces me miro al espejo y pienso que no hay manera de que pueda resultarte atractiva

Cuánto disfruto esos 3 segundos de retoce en la cama cuando nos acostamos, antes de caer rendidos. Es sorprendente sentirse mimado cuando pasas el día mimando a otros.

Me gustas mucho, hombre de los 70´, cuando me das la cena mientras sostengo a la pequeña que se ha puesto a llorar. En esos momentos me convenzo de que recuperaremos ese espacio a dos bandas que hemos dejado en barbecho.

Y lo que más me gusta de todo, es que tú lo tienes absolutamente claro: Volverán, como las oscuras golondrinas, las cenas para dos, las escapadas románticas, las noches y las mañanas de pasión, los conciertos y las películas…

Y, mientras tanto, sigue enamorándome cambiando pañales con garbo; haciéndoles a tus hijos ataques del amor y quedándote por la noche a dormir a Manuela para que yo pueda irme a la cama.

 

 

 

 

Mi niño es un maleducado.

El otro día despertó mi interés un artículo que alguien compartió en facebook del diario «El Periódico» a propósito de la tolerancia social hacia las familias con hijos.

En él, un padre de familia relataba una experiencia desafortunada mientras viajaba en el tren con sus hijos, ante la desaprobación por parte de algunos de los demás viajeros, de su presencia misma.

Lo más interesante para mí fue el debate que se creó, al pie del artículo,a través de los comentarios de los lectores.

Simplificando hasta el absurdo, había quiénes estaban a favor del padre indignado; otros comprendían perfectamente el rechazo que para los otros viajeros, provocaba la familia con dos niños pequeños y, otros, y aquí la muestra de población que puso en jaque mi razonamiento, opinaban que por supuesto que se debía tolerar la presencia de niños pero siempre y cuando fueran niños bien educados…

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Atendiendo a los ejemplos que muchos de los implicados en el debate utilizaban para justificar su empatía hacia los viajeros que mostraron abiertamente su rechazo hacia los infantes, MI HIJO ES UN ABSOLUTO MALEDUCADO.

Sí, sí; tantos desvelos, tanto empeño, tanto tiempo invertido en intentar educarlo para que, al final, me haya salido un pequeño monstruo indigno de viajar en tren, en autobús, en avión; de ir a un restaurante o a una cafetería… Y lo peor de todo es que todo eso ha pasado sin que yo me hubiese enterado.

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Yo, que respiraba aliviada en la idea de que tan mal no se nos estaba dando la cosa al de los 70´y a mí cuando el leñador, a sus tiernos dos años, casi siempre pide las cosas por favor, acostumbra a decir gracias y hasta está aprendiendo a pedir disculpas; yo, que me derretía de ternura porque mi hijo se interesaba por dar la mano a mi abuela de 92 años cuando vamos por la calle o, en el parque, termina dejando su bici a todos los niños… Resulta que era totalmente inconsciente de que estaba creado un monstruo..

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Un pequeño monstruo, sí, porque mi hijo, cuando vamos a un restaurante, después de alrededor de hora y cuarto u hora y media sentado en la trona, se baja al suelo y juega a las carreras con los coches alrededor de nuestra mesa; un completo trasto que echa limón y patatas fritas en su vaso de agua y lo revuelve todo; un esperpento que ríe a carcajadas sonoras; que se arrodilla y se mancha y que rompe los manteles de papel.

Cómo no me había dado cuenta de lo peligroso y molesto que resulta mi hijo cuando en el tren pregunta millones de veces dónde está el maquinista; o se empeña en  apoyar la cabeza en los cristales. Cómo no había caído en la cuenta de que es un completo terrorista que canta «La araña insi winsi» a plena voz o se quita los zapatos. Cómo no he sido consciente hasta ahora de que mi hijo no muestra respeto alguno hacia la sociedad, porque me pide que le lea un cuento o da vueltas sobre sí mismo.

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Aunque…. Esperen un momento… ¿ No se trataba de tolerar a los niños? Quiero decir, ¿A los niños normales; a los de toda la vida…?

Vamos a ver, personas adultas que no soportáis a los niños maleducados como el mío: ¿Qué diferenciaría a un niño  bien educado cuya presencia sí resulta tolerable en restaurantes y transportes públicos, de un adulto como vosotros? Si estamos hablando de niños bien educados, que no se levantan de su asiento en tres horas de viaje; que comen sin mancharse y que no despegan el pico; que se ponen la mano para toser o estornudar y hasta ceden el paso a las señoras, entonces, amigos, ¿!!cómo no los ibais a tolerar??!! De la misma forma en que se os tolera a vosotros…

Pero así no son los niños. No al menos los sanos; los que son felices. Los niños de dos años, normales y felices, no suelen estar más de dos horas sentados sin moverse, porque necesitan moverse y liberar adrenalina; no  pueden estar callados, porque tienen la necesidad de comunicarse, de preguntar; quieren saberlo todo.. Vaya manía más estúpida!; Quieren tocar el agua y chafar las patatas fritas porque están conociendo el mundo… Menudo despropósito!; cantan, porque así expresan su alegría… Qué estupidez!..

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Así que sí, los niños en ocasiones revientan la comodidad del silencio y la tranquilidad abosolutas; coincidir con niños en un restaurante implica  que no vas a sentir que cenas a solas con tu pareja…Pero, queridos y queridas, ¿no vivimos en sociedad? ¿no implica esta realidad soportar situaciones no siempre deseables?… A mi, a veces tampoco me apetece escuchar a los de la mesa de la comida de trabajo reírse a carcajadas contando chistes machistas cuando voy con mi familia… Pero a nadie se le ocurre pensar que a los machistas debería prohibírseles ir a restaurantes.. ¿Por qué, entonces, sí nos planteamos que los niños no deberían viajar en tren?.

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Y, aunque a algunos no les interese, las contrapartidas que nos ofrecen los niños, creánme, son mucho más interesantes que las que suelen ofrecer los machistas…

En definitiva: Quiero que mi hijo sea un niño bien educado y por eso me esforzaré en seguir enseñándole a pedir las cosas por favor, a no insultar ni increpar a los demás, a dar las gracias; a pedir disculpas… Pero seguiré dejando que mi hijo se baje al suelo en los restaurantes, cante y baile cuando oye música y me pregunte cuarenta y cinco veces dónde está el maquinista…

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Las fotos son un poco de aquí y de allá…