CLULESS (Fuera de onda)

 

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Mi primer año de universidad da para muchas historias. Para muchas. Algunas quedarán ocultas al conocimiento de mis hijos bajo pactos sagrados de silencio. Y si a alguna o a alguno se les ocurre abrir el pico, no me voy a cortar en mantenerlas donde deben estar bajo amenazas y chantaje del sucio… Que yo las maldades no me las ingeniaba sola.

Tengo grabado en la memoria el escalofrío que sentí la primera vez que entré a mi clase de Derecho. Pero, para ser justos, ahora, con la claridad de la madurez, creo que el escalofrío se lo debió llevar el Sr. Montoro (no el Ministro) sino mi profesor de Filosofía del Derecho.

Yo representaba lo que venía siendo una hibridación perfecta de las tribus urbanas del momento (entre hippie, punky y heavy, andaba el juego); todo ello unido a una reseñable falta de amor propio y noviazgos tormentosos, y al racionamiento económico impuesto por las limitaciones presupuestarias de mis benefactores.

Para situarnos, yo podía vestir, en uno de mis días buenos,  un chándal de algodón, una camiseta de Sex Pistols que mi ex había heredado de su primo mayor,  y una riñonera con una llamativa hoja del cannabis. Recuerdo haber llevado hasta calentadores de colores.

Y, por supuesto, cuando hablo de chándal, no me refiero a la favorecedora ropa deportiva de Oysho. Yo me refiero al chandal de toda la vida. Al de los domingos de relajo; al de la escuela el día que tocaba gimnasia. Al de ‘choni’. Al de los heroinómanos en los 80. Al chándal, como realidad social y concepto antropológico. A ése.

Una vez una amiga mía me dijo que como iba yo a la universidad, no bajaba ella ni a tirar la basura… y tanta gracia me hizo esta frase, al cabo de los años, cuando ya era yo una distinguida letrada que vestía falda de tubo negra, que imploré a mis amigas que formara parte de los lemas que se corearan en mi despedida de soltera.

De esta guisa me iba yo a la universidad; y me sentaba en una silla situada en el medio, en la primera o segunda fila. Eso es. No se piensen que mi falta de adecuación al entorno me detenía. Como les decía, yo de amor propio andaba más bien escasa. En todos los ámbitos menos en uno. El del aprendizaje.

Iba a hablarles de mi seguridad en el entorno académico… Pero no se si sería del todo correcto utilizar esta expresión, porque el entorno académico, considerándolo de una forma global, tampoco me resultaba un ambiente amable: No era yo de formar grandes corrillos en la cantina, ni de tener una significación importante en los pasillos. Los profesores no me conocían porque nunca pisaba un despacho; ni mandaba mails. Siguen dándoseme regular las relaciones institucionales.

Pero yo era una idealista. Y me encantaba ir a clase. Me sentaba en primera fila por el puro placer de aprender. Y me abstraía de todo lo demás; y me sentía legitimada para recibir las informaciones y los conocimientos, y, pese al chándal, no me avergonzaba en absoluto. Es más, pensaba, real e ilusoriamente, que nadie me iba a prejuzgar por las fachas. Y no hablaba con la gente. Escuchaba y aprendía. Me emocionaba incluso, a veces y luego se lo contaba todo a mis amigos no universitarios. Les explicaba los grados del dolo en la comisión de los delitos en Derecho Penal, y los principios para la interpretación de los contratos.

Y, aunque ahora cada vez que lo pienso me sigo preguntando cómo podía, mostraba absoluta indiferencia ante el hecho de que a mi alrededor se desplegaba un auténtico desfile de pret a porter con las últimas tendencias de la temporada. Tacones, bolsos, pantalones ajustados, blusas, maquillaje, gomina en los chicos, polos y muchos logotipos de marcas. Como digo, entonces, ahora no me explico cómo, me la traía al pairo que pareciera que me había despistado buscando la clase de bellas artes o de sociología.

Pues bien, en uno de esos días de Derecho Penal Parte General, mi  admirado y honrado  profesor, el Señor Don Jaime Peris Rieira, cuyas clases siempre me parecieron una delicia para el entendimiento, recomendó el archiconocido libro de Cesare Beccaria «De los delitos y las Penas», y tanto me fascinó la sinopsis que del mismo hizo, que recién terminada la clase, me fui para la Biblioteca de la Facultad de Derecho a hacerme con él.

Cuando entré, por primera vez, en este espacio, sí me temblaron las piernas. Si el pasillo de la segunda planta de la facultad era el desfile de la colección Otoño Invierno, la Biblioteca era el Backstage. Pero aquí, a diferencia de lo que sucedía en el aula, yo no podía dar sentido a mi presencia en el proceso mismo del aprendizaje. No cabía crear este espacio acotado y seguro que yo construía en cada clase, entre las enseñanzas de los profesores (de los buenos profesores) y mi propio proceso intelectual de comprensión y asimilación. Estaba desprotegida y fuera de lugar en un mundo extraño. Las miradas de aquéllos cuyas mentes estaban esperando una distracción que justificase la pérdida de atención, se clavaron en mi chándal y en mi riñonera cuando crucé el mismo umbral de la puerta.

Me acerqué al mostrador. Todo lo silenciosa que podía. Me dirigí a la Señora al otro lado de la madera, en un tono casi inaudible: «Estaba buscando el libro «De los delitos y las penas» de Cesare Beccaria.»

– ¿Quée? Contestó la señora en un tono estruendoso; estrepitoso, molesto.

Giré la cintura para mirar hacia atrás y sondear la reacción de los presentes. La mayoría miraba. Me acerqué un poco más al mostrador en una evidente tensión creciente.

Que estoy buscando el libro «De los delitos y las penas, de Cesare Beccaria.

Ah! Un momento, voy a buscarlo.

Miró el ordenador y después dio la vuelta al mostrador para dirigirse a las estanterías. Recuperé un poco el aliento y el ritmo cardíaco empezó a volver a la normalidad. La Señora volvió a colocarse tras el mostrador con el pequeño libro entre las manos, y mientras aún estaba en marcha, escuché:

Diez Euros.

El corazón se me disparó de nuevo; esta vez de una forma que parecía incontrolable. ¿Diez euros?, ¿En serio? ¿Había que pagar por sacar un libro de la biblioteca?? Me pareció absolutamente insólito e injusto, pero evidentemente, no iba a hacer preguntas. Faltaría más. Di por supuesto que se trataba de una suerte de depósito o fianza.

Se me hizo un nudo en la garanta. Por absurdo que parezca, en ese momento, ni hacer preguntas ni dejar el libro y salir por la puerta como había entrado, eran opciones que barajaba. Era una cuestión de dignidad salir de allí con mi libro; como si fuera una de los muchos usuarios de esa Biblioteca que parecían absolutamente habituados a los trámites, procedimientos y normas de aquél lugar. Pero diez Euros. Eso era la mitad de mi presupuesto semanal. Y no los tenía. En ese momento no los tenía.

Lo sabía muy bien. No tenía esa cantidad. Hice un cálculo mental de cuánto podía llevar encima y consideré que podría llegar a llevar unos 8,70 Euros. Con un poco de suerte, podría llegar a encontrar alguna moneda más de las de cierto valor (1 euro o 50 céntimos) por ahí despistada. Pero no había marcha atrás. Sin racionalizar el hecho patente de que no tenía los diez euros, abrí mi riñonera y traté de arrastrar con la mano extendida dentro de ella todas las monedas que se hubieran arrinconado en los bordes de las costuras.

Las saqué con el puño cerrado y las coloqué todas sobre el mostrador, dispuesta a contar. Una moneda de euro golpeó en la madera y cayó al suelo. El ruido captó la atención de los escasos estudiantes que aún no habían abandonado su concentración en los apuntes para mirar y disfrutar del espectáculo. Ahora todos miraban. Estaba al borde del llanto.

Recogí la moneda del suelo y la puse en el mostrador al tiempo que me sorprendía el rostro perplejo de la Señora al otro lado.

Pero ¿Qué haces?!! Me dijo en un tono que aún despierta mis más viles sentimientos.

Lo siento. No se si tengo los diez Euros.

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJ. Aun recuerdo sus alborotadoras carcajadas, buscando las miradas de las demás personas en la sala, tratando de hacerse con testigos de mi estrepitoso ridículo.

Varios de los presentes respondieron a la mirada de la Bibliotecaria con una sonrisa curiosa y sin apartar la mirada. Como cuando observas el predesenlace de un show que tiene escrito el final que estás esperando.

Me ha dicho Usted diez Euros. Contesté en una afirmación interrogativa, sabiéndome vencida. No había ya esperanza alguna de salir de allí con un mínimo de dignidad entre las manos.

DIEZ DÍAS!! MUJER!! EN LA BIBLIOTECA NO SE PAGA!! Contestó la mujer gritando; en un alarido que ya no rompía el silencio de la sala de estudio, porque nadie estaba estudiando. Todos eran partícipes de mi primera experiencia en la Biblioteca de la Facultad de Dercho. Todos tenían pase VIP a mi solemne puesta en evidencia.

Sabía que estaba colorada como un tomate. Aroalada. Con la cara roja y blanca. Muerta de vergüenza. Sudorosa y torpe. Tremendamente torpe. Recogí mis monedas del mostrador rezándole a Dios para que no se me cayera ninguna al suelo y pudiera salir de allí cuanto antes. Por suerte entraron todas en mi puño y las coloqué de nuevo en mi riñonera. Despegándome las que se me habían quedado incrustadas en la palma por el sudor. Y me fui.

PADRES DIVORCIADOS: ¿A qué cole llevamos a los niños? ¿Hará la Comunión? ¿Pueden ir al psicólogo?

A menudo y, desgraciadamente, cuando se atraviesa la tortuosa senda del divorcio o la separación, los padres se muestran aún más incapaces de alcanzar acuerdos que nuestros políticos.

A menudo, también, y muy desgraciadamente, las diferencias personales y el acervo emocional «gestado» durante la crisis de pareja, se imponen al objetivo del bienestar de los menores, y cada pequeño paso en la vida familiar se torna conflictivo, cada decisión desencadena una lucha cuerpo a cuerpo, y, por ende, la dinámica familiar se convierte en una tortura angustiosa.

Nada nuevo: Acuérdense de las icónicas cintas «La guerra de los Rose» o «Kramer contra Kramer».

Observo, en mi vida profesional, que muchos padres divorciados y separados albergan constantes dudas sobre quién y cómo deben adoptarse las decisiones acerca de los hijos cuando los progenitores se encuentran separados o divorciados y, asimismo, sobre con qué mecanismos cuentan cuando no están de acuerdo con alguna decisión adoptada por el otro progenitor.

Éste es el tema sobre el que he escrito en el blog de nuestro despacho profesional. Me pareció que también es un tema interesante para aquéllos de Ustedes que acostumbran a dar una vuelta por aquí, pues, como bien se desprende del título que me busqué, es una cuestión «entre togas y chupetes»…

Por ello les dejo a continuación el enlace del blog por si les interesa echar un vistazo:

 

http://as-abogados.com/blog/

Muchas gracias y feliz Jueves!

El mundo es de los que se reponen

Hace exactamente un mes y medio esta entrada se hubiese titulado «El mundo es de los valientes». Llevaba semanas pensándola, construyéndola en mi mente sobre la base de dos o tres circunstancias que confluían en ese momento en mi entonces  presente. Bueno, en el nuestro. En el de nuestra familia y nuestra casa.

Básicamente me había embriagado del sueño americano; había hecho mía la filosofía de «En busca de la felicidad» y me creía Will Smith correteando por el barrio financiero de Nueva York, pero en las calles del pueblo.

Teníamos un par de proyectos. Un par de proyectos buenos. De esos que te hacen soñar, que te llenan de ilusión y te colocan la imaginación en lugares lejanos pero que acaricias con los dedos a base de de compartir cervezas evocándolos.

Hubiera sido una entrada de mucho «lucha por lo que quieres, si lo quieres de verdad lo conseguirás, sólo tienes que proponértelo, no renuncies, no te rindas…» En definitiva, hubiera sido una entrada cargadita de pamplinas. Porque la verdad, todo esto son pamplinas.

Nunca me he tragado el bulo que nos vendía operación triunfo. Yo también me preguntaba, como Bardem en la entrañable «Los Lunes al sol», por qué el cuento no explica que unos nacen irremediablemente cigarras y otros hormigas, pero a ver, uno empieza con el jarro de leche en la cabeza, y se viene muy arriba… Qué le vamos a hacer?

Tan poco costó construir esas ilusiones, como que se derramara el jarro de leche.

No se vayan a pensar Ustedes de todas formas, que esta es una reflexión que nace de la derrota y el sin sabor… Ni que los sueños de los que les hablo eran proyectos integrales de vida… No hace falta todo eso para que uno saque pragmáticas conclusiones.

En realidad los proyectos que revoloteaban por nuestro techo, dando aire a la casa y alas a la cabeza, eran planes sencillos de los de familias medias normales que tienen que ver con el trabajo, la vivienda, la vida familiar o la operación bikini… (incluso eso); y tampoco es que les esté hablando desde la gruta solitaria del fracaso… Ni mucho menos.

En realidad les hablo desde una paz más reconfortante, incluso, que el alboroto de la ensoñación… Y les hablo desde allí para contarles que creo sinceramente que a veces las cosas salen y otras veces no; que muchas veces objetivos que han ocupado tu tiempo y tu esfuerzo se quedan sin alcanzar; que a veces los proyectos se realizan pero de forma distinta o en tiempos distintos… Y que c´est la Vie!  y no pasa nada, porque los que de verdad se comen el mundo, son los que se vuelven a casa y abren unas cervezas. Ésos que saben tratar con la vida porque son conscientes de que tiene las de ganar….

Los que se reponen y vuelven a soñar y quizás vuelven a fracasar, y otra vez triunfan. De esto mi padre sabía bastante.

Les dejo con unas fotos de un reciente viaje que hemos hecho a Barcelona con mi hermana y su pareja, y que, sinceramente, ha sido un Oasis. Mucha diversión, mucho entusiasmo por ver a los peques sorprendiéndose y mucho más lejos de la operación bikini, porque nos hemos puesto como el tato… A que sí, hermana??

Mis hijos se han portado genial; Barcelona tiene poder; y, además, el hecho de que el viaje tuviera, en parte, cometidos profesionales, no ha supuesto problema. Antes bien al contrario.

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PD.- Tengo como 6 ó 7 post a medio escribir sobre cuestiones varias… En concreto alguno trata desde el punto de vista jurídico las rupturas matrimoniales y la posición de los menores (esto es bastante serio y escabroso, la verdad); otros tienen más que ver con maternidad o hijos; como por ejemplo cómo me las apaño cuando salimos de viaje, qué echamos en la maleta para reducir la carga; cómo organizamos las comidas… Algunos tienen que ver con conciliación e igualdad, para variar y por ahí empecé a escribir otros sobre infancia; en el sentido de los juegos, cuentos, o utensilios que más gustan a mis hijos… La verdad es que últimamente ando bastante escasa de tiempo para sentarme a escribir así que por aquí les invito a que me manifiesten sus preferencias…. Muchas gracias

Tú a Boston y yo a Nuremberg, pero por favor, !NO TE LLEVES A LOS NIÑOS!

sustracciónY si te los llevas, que sea con mi consentimiento; y cuídate de que lo puedes acreditar…

En caso contrario, nos vamos al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Mula para que el Sr Juez de primer destino; después de sufrir un desmayo por hiperventilación cuando le contemos nuestra historia, decida dónde tienen que poner el huevo nuestros retoños.

Pues sí, Señores y Señoras; que esto del mestizaje y de las parejas multiculturales es una cosa muy cool y muy bella, no digo yo que no, pero que tiene su lado oscuro, sobre todo cuando los amantes dejan de entenderse, y no sólo por culpa de la barrera idiomática.

Cómo no va a ser de cuento de hadas la historia de la alemana que se va de Erasmus a Francia, donde, en un atardecer «sous le ciel de París» bajo la Torre Eiffel, ve pasar a un apuesto americano que, renegado de la industria cinematográfica nacional, en la que sólo te dan crédito si tu peli es de salvar el mundo o, al menos, sale Will Smith, está probando suerte en la vieja Europa, cámara en mano, para hacer el cine que siempre soñó; el independiente, el que no da ni un duro pero te imprime un sex appeal que ya lo quisiera para sí Ben Affleck.

Se miran, se sonríen y el resto es historia… De amor, claro está… Con sus conversaciones hasta el amanecer, sus paseos cogidos de la mano y su comerse a besos en la penumbra de cualquier callejón…

Tanto es así que en un viaje al Estado de Massachusetts para que la germana conociese a los padres de él, en pleno partido de los New England Patriots frente a los Cowboys de Dallas, nuestra Anna se encuentra con su blanca tez y su cabello rubio trigo en la pantalla del marcador, y a su americano de pro, de rodillas, con un pedrusco en una mano y la mostaza resbalándole por la barbilla, el cual pregunta compungido: «Will you marry me?.

Celebran una boda por todo lo alto en la bonita ciudad de Nuremberg, con ritos anglicanos y videoconferencias varias para que la vieja tía Amy, que no se puede mover, mande sus bendiciones a los recién casados.

Tras la boda; los amantes de Teruel que diría mi madre, se vuelven al París que los vio nacer (como pareja) y se instalan en un pequeño estudio del barrio de Montparnasse, donde él lo sigue intentando con la dirección y ella se propone terminar sus estudios de arte…

Entre facturas sin pagar y cenas en la azotea, conciben a una dulce francesita que nace morena como su padre y con los ojos claros de su madre.

Desesperados porque en París los pañales cuestan como si los hipopótamos del culete los hubiera pintado Dalí, y ya les ha llegado la segunda carta del casero para que paguen la renta, deciden que como en España no se vive en ningún sitio, que ella estuvo una vez en las Fiestas patronales de Caravaca de la Cruz y que por esa zona los pueblos tienen mucha solera, hace un sol de escándalo y la playa pilla «a tiro de piedra».

Sin muchas más cavilaciones, nuestra Anna y nuestro Paul, acompañados de la pequeña Chloe, ponen rumbo al Noroeste murciano donde capean como buenamente pueden una relación bastante menos idílica que la que soñaban mientras paseaban a orillas del Sena, y hacen crecer la familia con un varón al que deciden llamar Otto  a cuyo alumbramiento, por cierto, no asiste el padre de la criatura que, cansado de malvivir vendiendo guiones a pequeñas productoras europeas, ha sucumbido a una oferta de la Paramount para rodar una serie en emisión nocturna sobre las desventuras de una antigua estrella del boxeo, y ha establecido su residencia temporal (al menos así lo cree nuestra Anna) en el flamante distrito de Hollywood.

La historia ya no parece tan idílica, ¿Verdad? Pues aún hay más:

Entre llamadas a cobro revertido y vuelos que se retrasan reiteradamente, la relación termina hecha pedazos como el corazón de la dulce Anna, que de repente se encuentra sola, en un país extranjero y sin perro que le ladre.

!Y a ver quién le resuelve a nuestra protagonista el galimatías del divorcio, la custodia, la pensión de alimentos de los niños…!! Para empezar no sabe ni dónde tiene que presentar la demanda; ¿en el añorado París?: ¿En su Alemania natal?, ¿en la diabólica España que ha destrozado sus sueños e ilusiones?… Y, una vez que consiga interponer la demanda ¿Qué ley le va a aplicar el Juez/Richter/Juge/Judge? ¿El BGB alemán que estudió durante un año antes de decidir que el Derecho no era para ella?; ¿El Code Civile francés que presidía el salón de su piso de estudiantes durante su aventura gala? ¿los antecedentes jurisprudenciales del Estado de Massachusetts? ¿o tal vez nuestro Código Civil de 1889?.

Si nuestra alemana no consigue encontrar unos abogados «resultones» como nosotras, que puedan dar respuesta a sus inquietudes de puro Derecho Internacional Privado, podrá verse tentada a coger a sus churumbeles y poner pies en polvorosa en el primer avión destino Baviera que salga desde Alicante.

Y mucho ojo, porque si en la inestabilidad emocional de la otrora Sra. Anderson, nadie interviene para poner cordura, se estará buscando un lío de los gordos. Cometerá un secuestro internacional de menores que, además de ser un ilícito penal, podrá desencadenar un proceso complicado de restitución…

Y el pobre Sr. Paul, que vuelve a casa por Navidad, cargado de regalos y vestido de Santa Claus, de repente se encuentra que Chloe y Otto no están en casa, ni sus ropas, ni sus maletas y pronto resuelve que su madre se los ha arrebatado y, se encuentra tan perdido como se encontraba Anna antes de marcharse.

Y precisamente, de este fenómeno tan caleidoscópico en el que la mayoría de las veces, como suele suceder en Derecho de familia, no hay buenos ni malos, sino decisiones condicionadas, turbadas y tomadas en caliente; y de su forma de resolverlo, habla mi estimada compañera Carolina Marín Pedreño (referente donde los haya en esta materia) en su libro: «SUSTRACCIÓN INTERNACIONAL DE MENORES y proceso legal para la restitución del menor», publicado por la editorial jurídica LEY 57, que presentó el Viernes pasado en La Muralla en Murcia, junto a otros muchos compañeros y grandes expertos de esta cosa apasionante que es el Derecho Internacional Privado.

La obra, además, por si fuera poco, lleva  prólogo del Magistado Don Francisco Javier Forcada Miranda, Juez de enlace en España de la Conferencia de la Haya, así que sin duda es un imprescindible en el escritorio de todos los compañeros y agentes jurídicos que quieran conocer mejor esta realidad jurídica y social. Yo no veo el momento de quedarme a solas con él!!

*Nota de la autora: La aquí firmante es plenamente consciente de la seriedad que presentan los casos de sustracción internacional de menores y de lo doloroso de sus consecuencias, por lo que el tono ameno que empleo en el post y que sonará a quiénes de vez en cuando se tropiezan con el blog, no pretende frivolizar una cuestión tan delicada, sino, simplemente, presentar de forma superficial y desde un plano teórico, la situación potencial de muchos de estos casos, de una forma que resulte accesible para mi abuela y para mi madre que hasta ahora son mis lectoras incondicionales.

Dejen las armas en el suelo y nadie saldrá herido.

La Naranja Mecánica es una tarde en los columpios comparada con una jornada matinal en un buen número de palacios de Justicia de un pueblo o ciudad cualquiera de nuestro país. Eso sí que es una historia de violencia y no la que contaba Cronenberg en una película altamente recomendable, protagonizada por Vigo Mortensen y María Bello.

Les hablo de Juzgados de Primera Instancia e Instrucción, Juzgados de lo Social o incluso de lo contencioso administrativo (aunque éstos últimos en menor medida) cuyo día a día sería un filón para Tarantino si en algún momento le abandonan las musas de la inspiración y se queda sin historia sangrienta que contar.

Junglas de hormigón con fieras trajeadas y cafés de máquina.

Recién salida de la Universidad, con un proyecto profesional que pasaba sí o sí por trabajar para alguna ONG internacional liberando a inocentes condenados a penas capitales, o cazando y castigando a los culpables de las desapariciones de niños en Argentina durante la dictadura de Videla, jamás me pude imaginar que el ejercicio en los Juzgado me iba a suponer tal entrenamiento en agresividad e ira.

Después de unos cuantos años de curtirme la piel a base de gritos fuera de lugar, contestaciones carentes de modales y silencios despectivos, una servidora pasea con altivez su indiferencia. En ocasiones, para mi estupefacción, logrando amedrentar así muchos despotismos, como al perro ladrador al que le pisas el rabo.

Son innumerables las veces en que la declaración de un imputado o un juicio de despido, se han convertido en un ring de lucha libre en el que peleas con más de un contrincante y nunca sabes de qué lugar te va a venir el golpe, así que para no aburrirles me voy a acordar de una de las últimas.

Al abrigo de mi defensa, un trabajador de toda la vida, de avanzada edad, que en algún tiempo pasado y mejor logró tener una modesta empresa que se fue al garete con la maldita crisis. Al otro lado del ring una titular de un Juzgado de Instrucción, joven y brillante. En la otra esquina, como acusación, un compañero cordial y tan escaldado como yo de las maneras que se gastan algunos agentes de la Justicia.

Al entrar en la oficina judicial el compañero y yo nos dirigimos un saludo amable y comentamos el frío que estaba haciendo esa semana, mientras esperamos que Su Señoría nos haga pasar al despacho.

Mi cliente, que jamás ha pisado un Juzgado y que, tras una vida de trabajo duro como autónomo, sin business angels ni responsabilidad civil limitada, se ha visto inmerso en un proceso penal como consecuencia de una denuncia interpuesta por una entidad bancaria, se encuentra nervioso. Lleva la citación cuidadosamente guardada en el bolsillo de su camisa, junto al bolígrafo de publicidad que le regalaron en la Notaría cuando fue a firmar el poder para pleitos. Le sudan las manos y apenas levanta la mirada del suelo. Está cabizbajo y pensativo; sospecho que le ronda cómo ha podido llegar hasta ahí; que toda la vida trabajando para ésto y que como no se solucione pronto la papeleta, la mujer lo va a echar de casa… A la vejez.  Se ha peinado el poco pelo que tiene hacia atrás, con mucha colonia. Demasiada. Pretendía dar buena imagen. Se ha puesto su mejor camisa; recién planchada.

Su Señoría se asoma airosa a la Oficina desde la puerta del despacho, y le indica a su empleado que la declaración se va a celebrar allí, fuera; en la mesa del funcionario.

Miro al cliente; ése no es lugar para tomar declaración a un imputado; con diez trabajadores a menos de 3 metros haciendo fotocopias y contestando al teléfono a un ritmo de Martes, y decenas de personas entrando y saliendo entre risas y chascarrillos. De este modo lo sugiero y me llevo el primer silencio despectivo de la jornada.

Su Señoría se coloca tras la mesa del funcionario, expediente en mano, sin levantar la vista de sus propias resoluciones, como si le costara comprender algo que ha escrito y, sin ni siquiera mirarlo, espeta al imputado: Venga, siéntese.

El Señor, que es un Señor, obedece sin interpelar a Su Señoría y recoge sus manos entre los dedos. Los años le han dado cuerda y perspectiva.

A partir de ahí las preguntas se suceden en el tono de la morena despechada que pide explicaciones a su consorte por el pelo rubio que ha encontrado en la ducha.

A Su Señoría no le gusta que el imputado hable en voz baja, y se lo hace saber entre resoplos de impaciencia y desesperación…:!! Bfff!!.. ¿Quiere hablar más alto que no se le entiende?. Tampoco le gusta que trate de explicar las cosas de la única forma que sabe, desde el principio: Vaya Usted al grano, hombre, que no tenemos toda la mañana… No le gusta que manifieste la certeza de lo que declara: “si es verdad o no lo decidiré yo…” y así, en general va poniendo pegas a cada palabra que pronuncia…

El cliente me mira cada vez más nervioso preguntándome con ojos inquietos qué es lo que está haciendo mal…

Y en mí, irremediablemente, ante semejante agresividad, se despierta la fiera. Me imagino con la mano sobre la pistola que llevo en el cinturón y con un megáfono en la otra desde el que vocifero mirando hacia los lados y con abrumadora determinación: Muy bien, manos arriba; dejen cuidadosamente sus armas en el suelo y nadie saldrá herido. Al más puro estilo Ally McBeal; sólo que mientras ella veía bebés en pañales bailando canciones de Barry White, yo veo tiroteos a quemarropa…

Letrada! Su turno; si tiene alguna pregunta para su cliente… Y, de repente despierto de mi sueño de violencia, relativizando: No sé si esa joven ha tenido un mal día, si tiene la errónea idea de que ganará respeto repartiendo mala educación, o si la pobre aún tiene que atender 50 juicios rápidos y dictar 40 sentencias antes de irse a casa, sin medios y sin poder servir a la Justicia como tiempo pasado soñó…

En cualquier caso, finalizo mi intervención con modales exquisitos por si alguien se da por aludido.

Sea como fuere; Dios me libre de generalizar. Ha sido en Jueces, fiscales y demás familia (mayores y jóvenes) en quiénes he descubierto las mayores dosis de deferencia, consideración y amabilidad para con los demás, por lo que no es algo gremial. Lo de las habas; que las cuecen en todas partes.