Llegué a este mundo aquélla mañana en que me coloqué frente al espejo, con una barriga extraña y distinta y un niño que lloraba en mis brazos. Llegué cuando, después de mirarme intensamente a los ojos, me desprendí al vacío de la desrealización: Ésa que me devolvía la mirada, no parecía yo.
Todo el mundo anterior confluía en un cruce de caminos que estaba representado en mi hijo.
La transformación y el silencio alrededor me llevaron hasta aquí.
La callada cuando miraba a un lado y a otro en busca de respuestas, me aterrorizaron al principio. Después tomé aire, concluí que era cosa mía; de mi deconstrucción y reedificación personal, y de, repente un día, un papá escribía en internet que hubo momentos en los que deseó devolver a su hijo a la inexistencia.
Me escandalicé y me intrigué a partes iguales, y conforme iba leyendo me iba acurrucando en el alivio y el consuelo de la identificación. Y así es como llegué hasta aquí. Hasta el blog. Y disfruto con la red y sus múltiples posibilidades… Con la accesibilidad a artículos y blogs que entretienen, analizan la actualidad o permiten crear espacios de reflexión y debate sobre lo humano y lo divino.
Pero, Señores y Señoras: Se nos ha ido de las manos.
Y esto es algo que venía sospechando desde hacía tiempo pero que se me reveló definitivamente como un baño de realidad corpórea cuando ví a una blogger sujetando en la mano una raíz de gengibre para contar a sus seguidores que era «uno de sus favoritos del mes»… O en su versión anglosajona, un «currently loving».
La blogger en cuestión se llama. o se hace llamar «A trendy life». (Como a mí no me lee nadie, me puedo permitir las alusiones directas sin miedo a las repercusiones…)
Ya el título del blog es para echarle de comer aparte: Una vida de tendencia. Habla por sí mismo.
A trendy life vive viajando de un lugar a otro del mundo; cambiándose de ropa y compartiendo informaciones que, salvo que estuvieráis juntas desde primaria, hubieran resultado, al menos en otros tiempos, totalmente prescindibles.
A trendy life, como otras, han profesionalizado el mundo de la imagen hasta un exponente que me parece insuperable. He repasado sus publicaciones en busca de valor literario o artístico en sus post, o de algún tipo de pericia o técnica concreta, y no he encontrado más que imagen.
Que no se me malentienda. No es este alegato una crítica a «A trendy life». Ella tiene 290 mil seguidores en Instagram.
Y lo cierto es que después de darle más de una vuelta, he llegado a la conclusión que todo este mundo, el que se nos ha ido de las manos, no es más que una nueva fórmula de tele realidad; que tan poco de realidad tiene… Es decir: En nuestras pantallas gente normal haciendo cosas normales como criar, ponerse crema de sol, viajar (esto no es tan accesible a todos; por lo menos a los niveles de las influencers que incluyen un par de visitas a Nueva York por año y veraneos en Ibiza) poner lavadoras (esto sólo algunas) e incluso sufrir; y, aunque nos quieran queramos convencer de lo realista que es todo, nuestros viajes siempre son más abruptos: En la playa a nuestro hijo le escuecen los ojos; la arena se mete en el tupper de tortilla de patatas y en las piernas tenemos puntos negros que cruelmente descubre sin piedad la claridad del sol de mediodía; cuando ponemos lavadoras se nos derrama el detergente y cuando sufrimos estamos feos; sin maquillar, y nos vestimos de cualquier manera.
Pero las marcas son inteligentes y han sabido que nosotros nos vamos a creer que es espontáneo, la vida misma; y nos lo creemos porque en parte lo es; pero sólo en parte, y ahí el engaño… Y el influencer; porque si fuera sórdido y no viniera en un envoltorio cuidado al milímetro, no osaríamos a darle al Like.
Consumo blogs. Es más, escribo un blog. En general, muchos de ellos, los considero útiles, interesantes. En muchos me gusta la literatura. La forma en que su autor habla de lo que le place; en otros me identifico y me parecen un espacio de transmisión de sabiduría popular bastante eficiente; algunos me sirven de referencia para descubrir nuevos libros o pelis, recetas de cocina o cómo maximizar el espacio de tu armario… Pero, con todo, en muchos momentos siento que se nos ha ido de las manos.
Sentí exactamente eso cuando leí una publicación de una blogger-influencer-trendsetter que consistía en una foto de su hija pequeña llorando y lanzaba un mensaje del tipo: Si quieres ver lo que le pasaba a mi hija, haz clic en el perfil… Por los comentarios del post se deducía que su hija lloraba porque su padre se había ido o se alejaba… En serio, se nos ha ido de las manos. Qué os parece que más de trescientas mil personas estén en vilo con una niña que llora porque su padre se aleja?
Y el riesgo de deslumbramiento que tienen todas estas verdades a medias me parece delicado, así que me obligo a agarrarme a lo muchas veces cutre de mi día a día, aunque mi galería de instagram esté pasada por filtros.
Me convenzo de que, por más que lo parezca, nadie pasa un día en la playa sin que la arena acabe en los perfiles de las ingles de nuestro bikini; de que cuando me siento a dar el pecho a mi hija, se me forman pliegues o, llamémoslo por su nombre, michelines en la barriga; de que después de que mis dos hijos duerman con nosotros en la cama, aunque haya puesto unas preciosas y gustosas sábanas blancas, me duele el cuello; de que nadie se toma el café en la cama todos los días mientras lee un libro y tiene la pedicura perfectamente hecha, todo junto.
Y así, consciente de que no todo es mentira, pero todo no es verdad, navego por este mundo tan inmediato, novedoso y tremendamente útil, pero tramposo, embustero y demasiadas veces, frívolo.
PD.- Pongo una foto así, reflexiva y tal.