Como cada 8 de marzo, si les soy absolutamente sincera, no sé por dónde empezar. Me ofusco y me aturullo porque hay una infinidad de ejemplos de situaciones, tendencias, estereotipos, premisas y planteamientos que son verdaderos palos en las ruedas para una igualdad real entre mujeres y hombres en nuestra sociedad occidental (ni hablar de otras sociedades en las que se siguen produciendo descorazonadoras privaciones de derechos humanos a las mujeres, por el hecho de serlo) y me gustaría discutir y debatir sobre todas ellas.
Se que me repito con esta idea, pero para mí una de las claves para agrietar los techos de cristal está, claramente, en la CORRESPONSABILIDAD. O, verán, para hacerlo más claro, vamos a decir responsabilidad «a secas» porque me gusta, me tienta la idea de pensar en los hombres caminando solos hacia el feminismo, y no alentados por el soniquete permanente y, por qué negarlo, fatigoso de las mujeres recordando aquí y allá que no existe ninguna regla antropológica que nos coloque en una posición de mayor deber en los ámbitos familiares y del hogar, y de menor derecho en ámbitos profesionales, sociales e institucionales.
Cuando hablamos de corresponsabilidad la identificamos claramente con la figura masculina, porque para nosotras la conciencia de nuestras obligaciones familiares y la necesidad de actuar conforme a las mismas, es, casi siempre, responsabilidad sin más. Así que la corresponsabilidad no sólo debiera ser el objetivo perseguido a través de una actitud de los hombres en el seno de la familia orientada a coger, asumir; sino también la correlativa de las mujeres a soltar, libertar, sin que procurar un ambiente de corresponsabilidad sea, de nuevo, una exclusiva y adicional obligación de las mujeres, en el seno de nuestras familias.
Voy a ir aterrizando (que me voy por las ramas) al ámbito profesional que me es propio. Como abogada, me he tragado muchos discursos sobre los nobles y honrosos valores de mi profesión (que sin duda, lo son), pero casi como un mantra, en todos y cada uno de los discursos que he presenciado, un 90% pronunciados por abogados y no abogadas, he tenido que escuchar HORRORIZADA, el agradecimiento y reconocimiento de estos compañeros a sus mujeres por haber tolerado y haberse resignado a una desatención estructural, continuada y, al parecer, absolutamente inevitable (como si te dieran la dispensa con el carnet de colegiado), el tiempo y la dedicación a sus hijos e hijas, y al hogar. Esto es lamentable, nocivo y muy casposo. Esto es absoluta falta de responsabilidad. Pero, sorprendentemente, una irresponsabilidad aplaudida y hasta meritoria.
Mientras tanto, todavía las mujeres nos enredamos en ciento y una explicaciones cuando obligaciones profesionales (no digo ya cuando se trata de ocio) nos mantienen alejadas de nuestros hijos e hijas, o del hogar.
Evidentemente, la paternidad y la maternidad implican renuncias, pero lo que resulta intolerable es que dichas renuncias sean asumidas como inevitables y exclusivas a cargo de las oportunidades de la mujer dentro de la pareja. Una aplastante y evidente mayoría de hombres respecto de mujeres no temen la paternidad del modo en que la calculamos nosotras, porque son inconscientemente conscientes de su posición de privilegio, y de que los costes son mucho menos devastadores de los que nosotras aventuramos.Por el contrario, es absolutamente necesario que los costes de la renuncia se distribuyan entre ambos miembros de la pareja.
Y para aquellos casos en que por diversas razones en las que no voy a entrar ahora, pues dan para muchas más líneas, el equilibrio se descompensa, están las medidas correctoras, como la acogida por este Juzgado de Velez Málaga, que ha sido tan sorprendentemente destacada en el plano informativo, sobre la indemnización reconocida a una mujer que se había dedicado durante su matrimonio (en un régimen económico matrimonial de separación de bienes) en exclusiva al hogar y al cuidado de los hijos de la pareja, mientras el hombre había desarrollado plenamente su faceta profesional.
Y, precisamente a esto me refiero yo cuando hablo de responsabilidad y no de corresponsabilidad, y cuando lo que pido es que sean los hombres los que capitaneen su propia transformación. Que no nos cuenten cuentos chinos, la responsabilidad masculina para con los cuidados y la obligaciones familiares está totalmente, aún hoy, desnaturalizada. Son muy pocos los círculos masculinos en los que los hombres se reconocen clara y desacomplejadamente cuidadores, amos de casa, y muchos menos aún en los que se percibe por el resto, con naturalidad y admiración.
Así que estoy deseando que llegue un día en el que pueda escuchar de mis compañeros abogados, hombres, y también en muchos otros planos profesionales y de la vida pública en general, el discurso valiente del esfuerzo que les ha supuesto conciliar sus vidas profesionales y familiares; que reivindiquen medidas en este sentido; que defiendan como su propia guerra la atención y consideración a los cuidados, a la infancia y a las personas con discapacidad, y que lo hagan con orgullo y sin temor.
PD: Como en todas las generalizaciones, habrá quien tenga que disentir de este diagnóstico, así que me remito a las estadísticas.