UNO DE LOS NUESTROS

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Ni el desquiciante Tubullar Bells de Mike Olfield poniendo música a las espantosas contorsiones de la pequeña Regan; ni el conejo blanco en el Resplandor. Ni tan siquiera «El que camina detrás de la fila» de los Chicos del Maíz. Nada.

Nada es capaz de encogerme el corazón con semejante prestreza; nada sobre la faz de la tierra es más espeluznante que la ausencia de previsión, organización o plan en una casa con dos hijos post-bebes pero pre-infantes, y, como aquél que dice, dos negocios propios.

No hay márgenes. Es una cuestión de supervivencia.

Recuerdo una noche, cerrada, en la que nos recogíamos con la prole a los pertinentes rituales nocturnos de duchas, cenas, cuentos, más cuentos, historias y canciones, cuando nos cruzamos con el andar despreocupado y ligero de uno de nuestros amigos de la especie «solterum sin hijus».

Por sus fachas los conocerás.

Esta especie mantiene la tersura de la piel. Los ejemplares de Solterum no presentan las características hendiduras que lucen bajo nuestros ojos, en tonalidades que van del verde al negro, pasando por el violeta. Esta especie muestra, con carácter general, el rictus relajado y la sonrisa cuasi imborrable.

Están al día en materia de cine, música y locales de moda. Tienen el spotify cargado de Playlists, se permiten el lujo de quedarse absortos y de despistarse, trasnochan  por costumbre y se beben los gyn tonics sin remordimiento (sus resacas son otras, no nos engañemos… A ver quién sería el guapo si no…).

Recuerdo, con incómodo asombro como soltó, como el que da los buenos días, que estaba hablando con ciertos congéneres (de los de su especie) y que aún no sabía, a las 10.30 pm, si iban a irse al pueblo vecino a las fiestas patronales, a la playa o a Las Vegas. Parecía que no hubiera espacio para horarios, inconvenientes ni compromisos en esa conversación vía What´s app, que seguro que estaba cargada de gifts y chistes verdes. Podría haberse acordado visitar el Taj Majal, y el rictus «del Matute» no se hubiera movido…Un ápice. Qué escándalo!!

Nosotros no salimos sin un plan. Un plan con sus  variaciones. Plan b, c, d… Y cuando la operación reviste FES (fases especialmente sensibles) porque, por ejemplo, implica lugares especialmente peligrosos en términos de integridad física, o nocturnidad, y el abecedario castellano, «ñ» mediante, se nos queda corto, recurrimos al griego; del alfa a la omega: Por si se duermen en el coche, por si no se duermen, por si no se comen la comida, por si comen demasiado, por si hace frío, por si no lo hace; por si se despeñan por cualquier escalera; por si se hacen las 20.07…

A veces me las he dado de despreocupada pero, para ser franca, no me muevo con soltura en el desgobierno. Prefiero organizarme, aunque sea en líneas generales, ir sincopada y evitar la catástrofe: Si no han dormido siesta, son las 20:00 de la tarde del Domingo y el Lunes hay trabajo, cole y guarde, sencillamente NO podemos hacer un road trip hasta un precioso paraje natural 80 Km ha.  Llámenme estricta o estresada, pero si mis hijos se duermen en el coche a las 20.00 de la tarde (que lo harán) no podré volver a mentarles a Morfeo hasta pasadas las 3.00 AM y… Como que no, que al día siguiente, tampoco hay siesta…

Para los Solterum, esto es pan comido.

Eso sí, ellos tampoco experimentan la indescriptible sensación de expansión cardíaca y la profusa irrigación coronaria, cuando los cachorros te llaman mamá…

 

Los hijos o cómo poner a prueba tu matrimonio.

Querida pareja de enamorados, recién casados o no casados, que soñáis con el momento en el que tengáis que darle un nuevo uso a la habitación de la plancha:

No os equivoquéis.

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Tener hijos no es sólo que papá los cargue a hombros mientras mamá los mira y se enarmora y reenamora. Tener hijos trasciende las lágrimas de emoción en el paritorio. Va mucho más allá. Tener hijos no es dar paseos los Domingos por la mañana, ni tener fotos familiares en el hueco de la escalera.

Nos recuerdo ahora con el retoño envuelto en la toquilla de punto y lazos, maquillada  por aquéllo de empezar el postparto sintiéndote mona, y el de los 70´con los ojos ojerosos y de un lado a otro con los papeles para la inscripción en el Registro, pero con aquella sonrisa imborrable y bobalicona, y pienso:! Qué infelices!!

Tres días en casa son ya suficientes para comprobar, aterrados, que el sueño se ha transformado en pesadilla.

Quién lo probó lo sabe.

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De repente NO PUEDES DORMIR. NUNCA.

Te encuentras con los pezones agrietados (con grietas por las que sale sangre y se convierten en costra); con los puntos de la episiotomía infectados, con un bebé llorón a todas horas clavando las encías en esos pezones agrietados, y completamente exhausta.

Y tu marido también: Agotado, perdido y confuso; posiblemente más que tú porque él no se ha pasado nueve meses leyendo el foro «enfemenino» ni los 500 blogs de maternidad que tú tienes entre los favoritos. Él no sabía «qué se espera cuándo se está esperando» ni le ha quedado claro que dar el pecho es «Un regalo para toda la vida». Así que él, aún más que tú, no entiende nada.

Durante estos primeros meses, los cambios y la vida se tornan tan brutales, bestiales que no reflexionas; no piensas ni añoras. Te centras en sobrevivir. En salir adelante. Sufres una regresión a tu ser primitivo y te contentas con comer o sentarte en el sofá el rato en que viene tu madre y te coge al bebé.

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El tiempo va pasando y el cansancio, la inseguridad y la presión se van expandiendo como una plaga en las neuronas de tu cerebro.

Él vuelve al trabajo y cuando llega por la noche se encuentra en el salón a una persona inescrutable. Con los ojos hinchados  y con la vacuidad que deja la derrota. En la cocina los platos sin fregar; la bañera llena y las toallas en el suelo; las ropas en las sillas y la lavadora sin poner.

Son casi las once de la noche y, mientras ella espera de él compasión porque no ha podido ducharse en tres días y se siente absolutamente odiosa, él se muere de hambre porque desde las 14.00 horas en que pudo racanear del plato un filete de pechuga mientras sujetaba al bebé, no ha comido nada.

Ceda quién ceda, habrá un herido.

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En esta tesitura no es nada difícil que la relación de pareja quede enquistada en el reproche: «No te imaginas el día que he llevado en el trabajo»; «Yo no me he podido sentar ni cinco minutos..»

Y vuestro buen hacer empieza medirse por las veces en que cada uno se despierta por la noche.

Cuando decidís destapar la caja de pandora, comprobáis compungidos que no sois los mismos. Y cuesta aceptarlo.

No; no somos los mismos. Probablemente nos reímos menos; somos menos despreocupados; incluso menos ágiles desde el punto de vista del ingenio. Menos cariñosos, seguro. Menos sexys, por descontado. Menos pasionales y menos modernos.

¿Cómo vamos a serlo? La vida se ha precipitado por el embudo de la responsabilidad de los niños y el trabajo. Toda tu energía, tu tiempo y, lo que es sin duda más importante, tu capacidad de concentración, está dedicada a sus necesidades; las del trabajo y las de la casa. Pagar las facturas; qué van a comer; qué se van a poner; ¿tenemos ropa limpia?; hace falta comprar fruta; hay que hacer algo con esos celos…

En algún lugar que hemos dado en llamar «más adelante» se aglutinan las conversaciones inacabadas; interrumpidas por un llanto; un conflicto o la dictadura del reloj.

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Y con la seriedad de la carrera, cómo no contemplar la posibilidad de abandonar, o de lesionarse.

Y sin embargo, por paradójico que parezca, yo creo que el reto es revelador. Transformador. Una dimensión paralela que me resultaba ajena, oculta, antes de que llegara El Leñador.

Esa nueva dimensión también se proyecta sobre la relación de pareja. Hay una complicidad; un secreto; una vivencia límite y salvaje que sólo vosotros dos conocéis. A veces hay un miedo cruel; otras un júbilo indescriptible; a veces extenuación y otras gratitud; pero en cualquier caso, sólo a los dos se os revelan de modo tan similar.

Como en todo, se avanza combatiendo; pero no contra el otro, sino junto a él. Y cuando se dispara el fuego amigo, la paciencia, la comprensión y el perdón, refuerzan las tropas.

El humor es el arma estrella: Capaz de derrotar hasta el más temido de los adversarios. Si aquél día en que te levantas por la mañana y no hay ni un solo calzoncillo para ponerle a tu hijo, en vez de montar en cólera con tu pareja porque se ha olvidado de poner la lavadora, simplemente os miráis y os echáis a reir, porque sólo vosotros dos sabéis que con la semana de trabajo, ocupaciones y obstáculos que habéis tenido que superar, es una proeza que sólo os hayáis olvidado de la lavadora, entonces la recriminación y la distancia, quedan reducidas a escombro.

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Y, por supuesto, querida pareja que os representáis vestidos en peto vaquero eligiendo el papel de la habitación, dejad de mirar películas de Hollywood*. Eso no os va a hacer ningún bien. La realidad es otra distinta… Mucho peor y mucho mejor. Mucho más real.

* Yo, que soy una devota del 7º arte, tengo por ahí algunos títulos que me parecen muy altamente recomendables y que tratan precisamente, el tema de las relaciones de pareja, pero de un modo real.  Me propongo irlos recopilando y escribir un post.

Mi hijo no va a ir a la escuela. 

Hoy quiero confesar….

Que mi hijo, que cumple 3 años el 30 de Diciembre y que por tanto, como vengo escuchando sin tregua durante todo el verano  «va a entrar al cole», no se ha matriculado ni en Cervantes, ni en la Santa Cruz, ni en El Salvador, ni en Basilio Sáez…

Va a acudir, como viene haciendo desde Enero, a un espacio Montessori abierto en nuestra localidad.

Y verán, lo hago así, confesando, porque como una confesión es como he sentido muchísimas veces nuestra decisión, de mi marido y mía, cuando la hemos hecho pública ante miradas de evidente desaprobación; gestos de indolente escrutinio y palabras de condescendencia…

Respuestas como «pues si eso, cada uno…» «si a él le gusta…» detrás de las cuales resonaban altas dosis de juicio hostil, escondían y esconden  una ignorancia elegida… ; mejor ni preguntar, que ya sacaremos conclusiones en otros círculos.

No busquen en mis palabras intenciones de venganza o recriminación; no consideren que me estoy resarciendo de comentarios desafortunados. Más bien lo que pretendo es arrojar luz a todos aquéllos madres y padres, interesados en el método o no; interesados en mi vida o no, sobre en qué consiste el método, pedagogía o filosofía Montessori y por qué lo hemos elegido para nuestros hijos, en algo así como «Todo lo que Usted siempre ha querido saber y nunca se ha atrevido a preguntar».

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Desde que fuimos padres, el de los 70´y yo veníamos muy removidos ante el reto de la educación de nuestros hijos como, imagino, cada hijo de vecino.

Teníamos ideas, ideas de cómo nos gustaría hacerlo, de qué queríamos y, sobre todo y especialmente, de qué no queríamos.

No se nos malinterprete. Tanto mi marido como yo hemos ido a la escuela pública, la respetamos, la queremos y la defendemos; pero veníamos encontrando en el sistema educativo ciertos vicios y vacíos…

Digamos que nos proyectábamos la educación hacia nuestros hijos bajo ciertas premisas o procedimientos que no se acomodaban a los métodos tradicionales de enseñanza en nuestro país.  Digamos que hay algo en la forma generalizada de entender al niño y su crecimiento, que emana del ideario básico de nuestra sociedad y que choca con la forma en que nosotros nos planteábamos y nos planteamos la relación con nuestros hijos.

Y en esas estábamos cuando llegó a nuestros oídos a través de conocidos, como estas cosas suelen llegar, la noticia de que algunas familias se estaban planteando desarrollar un proyecto para la apertura de un centro Montessori, y habían organizado algunas reuniones informativas al respecto.

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Yo conocía Montessori muy de pasada y el de los 70´no tenía ni papa, así que entre las charlas informativas y lo que a título individual me puse en investigar, pude adquirir una idea global de lo que suponía este método o sistema para el aprendizaje y la educación de los niños.

No tiene sentido que les aburra enumerando todo lo que anhelábamos y proyectábamos para la educación del leñador y, seguidamente, de Manuela, porque acabamos antes si les cuento lo que encontramos con Montessori, ya que lo que encontramos viene transformando en realidad palpable y expansiva  nuestras pieruetas mentales, nuestros deseos y nuestros planes.

En Montessori aprender es leit motiv del sistema, eje rector o motor y, en este sentido, las calificaciones y los exámenes se sustituyen por la observación y el seguimiento. 

Esta posición parte de una idea tan simple como absolutamente verdadera: El ser humano disfruta de aprender. Y, si esto es así respecto del ser humano en general, resulta mucho más patente y obvio cuando hablamos de niños. Los niños quieren aprender.

Lo vemos a diario, lo veo con mi hijo: Continuamente quiere saber cómo se hace esto o lo otro; quiere hacer las cosas por sí mismo; presta atención cuando le cuento una historia nueva; me pide que relate «uuuna» y «oootra» vez cómo la tierra da vueltas alrededor del sol. Simplemente le encanta conocer el mundo.

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El error está en partir de la idea de que a los niños hay que disciplinarlos para que aprendan…

Les planteo una pregunta: ¿Qué creen Ustedes que haría un niño si no se le impusiera el estudio y el aprendizaje; si no se le dieran dibujos para colorear o números con puntos para unir con el lápiz? ¿Acaso se quedarían en una silla sentados, parados sin hacer absolutamente nada? Seguro que no.

La dictadura de las notas y de los exámenes en edades muy tempranas de enseñanza me parece totalmente contraproducente.

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Si sometemos a un niño pequeño a la presión de tener que estudiar las reglas ortográficas de memoria para vomitarlas todas juntas en el control de lengua, difícilmente pueda valorar la belleza del lenguaje y maravillarse con ella.

Si sometemos a un niño a la presión de aprender todas las partes de la flor (que además, no sirve para nada) para descargarlas en el examen de ciencias naturales, no es muy probable que se interese por el mundo natural, sus procesos y fenómenos.

Si en vez de eso, nos ocupásemos de fomentar en los niños la lectura, investigando y explorando qué tipo de lectura podría gustarles, probando con los temas por los que muestran interés, hablándoles de las historias y de sus autores… Los niños leerán y aprenderán las reglas ortográficas por el camino, como aprenden a hablar, o a andar; y además, nos ahorraremos el pernicioso efecto secundario que la presión de obtener una buena nota, o incluso una nota mejor que el compañero, puede tener en los niños.

Eso es Montessori.

Me cautivó de Montessori que, en este método, el aprendizaje sigue la dirección del niño hacia fuera; es decir, la curiosidad del niño guía el proceso del aprendizaje. La enseñanza no se proyecta desde el maestro hacía el niño, sino a la inversa.

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Podría decirse, muy básicamente hablando, que los niños aprenden solos.

Evidentemente, no se trata de que dejemos al niño a su libre albedrío y se ponga el solito a desarrollar en la pizarra el Teorema de Pitágoras. El aprendizaje autónomo y volitivo del niño va de la mano de un ambiente preparado, concepto esencial en Montessori.

El ambiente es un lugar ordenado, con amplitud para moverse; hecho a su medida, en el que todos los materiales y objetos se encuentran a su alcance y ordenados en función de su objetivo u objeto pedagógico; en el que se permanece en silencio y se habla bajito…

Les adelanto ya, pese a que lo retomaré más adelante a riesgo de que este post me quede absolutamente soporífero, que hasta el último momento en que decidimos que nuestro hijo empezara en este centro, tuvimos dudas… No es fácil, ya lo verán; pero les puedo asegurar que muchas de ellas desparecieron como por arte de magia el día en que fui a ver el espacio.

Simplemente me enamoré de aquél lugar… De cómo todo estaba ideado y cuidadosamente dispuesto. La motivación y el deseo que me despertó aquéllo me imprimió bastante coraje en el proceso de toma de decisiones. De verdad que cuando vi aquel lugar, me alentaba imaginarme a mi hijo allí, en ese ambiente.

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Dicho esto, sospechaba, y he tenido ocasión de comprobarlo con mi hijo, que los niños acusan etapas en que muestran interés por cosas concretas. Creo que casi todos los niños muestran interés por ciertas cosas como el lenguaje (la comunicación, la lectura…) las matemáticas (contar, sumar, restar), la música (ritmo, melodía, tono…) la ciencia (procesos naturales…); unos mostrarán más por unas cosas y otros preferirán otras; unos lo harán antes y otros después; pero, básicamente, entre ciertas edades, todos lo mostrarán en mayor o menor medida.

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Bien, pues esto también es Montessori: Montessori deja que la curiosidad del niño guíe el proceso de su propio aprendizaje y, a través de un ambiente preparado, pone a su alcance los materiales y elementos necesarios para lograr dicho aprendizaje, sirviéndole como apoyo la GUÍA, que inspira, orienta y sirve de ayuda al niño.

Y enlazando con lo anterior, precisamente el papel del GUÍA en Montessori, me sorprendió. No miento si digo que en un primer momento, me desconcertó, pero a medida que lo iba comprendiendo, me iba pareciendo de aplastante sentido común.

El rol de todo Guía Montessori se basa en el mismo principio que el Derecho penal; el de intervención mínima.  Su mayor cometido es la observación y el seguimiento del niño. Mediante la observación puede orientar al niño en sus preferencias o sus destrezas, motivarlo en sus flaquezas…

Y, aunque parezca insignificante, desde luego que no lo es. Todo lo contrario.

A menudo, y es algo que creo que todos hemos podido comprobar en casa,  nos resulta más cómodo con los niños intervenir para enseñarles cómo culminar una actividad concreta o, incluso hacerla nosotros mismos en su lugar. Creo que es mucho más díficil dejar que la hagan ellos, que decidan ellos, que actúen ellos. Tener la paciencia de permitirles fallar y aprender de su error… Pero consentir esta autonomía del niño se sustenta en una premisa tan cierta como maravillosa: La confianza en el niño.

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En la pedagogía Montessori se confía en el niño: En su capacidad de autoregularse o autodisciplinarse; en su capacidad para equivocarse y aprender; en su capacidad de llevar a cabo tareas que premeditamos que no pueden hacer y que, por el contrario, si los dejamos: VOILÁ!!  LO HAN HECHO, Y SOLOS!!

La confianza en el niño no sólo motiva la intervención mínima sino que es un resultado de la misma. Como consecuencia de confiar en el niño, el niño confía más en sí mismo. Comprueba que puede hacerlo; que no se le reprende por equivocarse…

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Si la confianza en el niño es esencial en Montessori, lo es también, al mismo nivel, EL RESPETO.

En este punto tengo que decirles que desde que empecé a investigar sobre Montessori, se ha ido diluyendo una venda que me cubría los ojos, forjada a base de años de influencia opuesta.

¿Desde cuándo no se ha respetado a los niños? Si a los niños siempre se les respeta… Parece obvio ¿no?

Pues les puedo decir que no es cierto. En muchísimas más ocasiones de las que nos imaginamos, se pasa por alto el respeto al niño: Cuando se le grita; cuando se le ridiculiza; cuando no se le deja llorar; cuando no se tienen en cuenta sus emociones o sentimientos; cuando se frivolizan sus preocupaciones… Incluso cuando se pretende que se identifique totalmente con los demás, sin atender a sus particularidades y genuidad.

¿Por qué saltan todas nuestras alarmas sociales cuando vemos a un hombre pegar a su mujer y nos quedamos inmóviles ante un padre que pega a un niño? Hace poco vi en Facebook un vídeo que venía a indicar que los padres, en uso del derecho y deber de disciplinar a los hijos, pueden pegarles un par de azotes con un cinturón..

O ¿Por qué si un niño llora nos enfadamos, le reprendemos y ridiculizamos con que deje de llorar, que se pone muy feo? ¿Acaso haríamos lo mismo con un adulto?.

El respeto en Montessori no sólo es hacia el niño en todos sus procesos, sino también del niño hacia sus compañeros; del Guía hacia el niño, y viceversa.

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Ésto sólo son algunos ejemplos. No me siento en la autoridad de profundizar más en todo ello porque no soy ninguna experta. Sólo soy una madre.

Y todo esto de lo que les hablo y de lo que no les hablo por prudencia y por no hastiarles, creó en mi marido y en mí el deseo de apostar por esta educación para nuestro hijo. Y, como ya les adelantaba, tomar la decisión no fue fácil.

Mi marido y yo sabíamos que ésto nos pondría en el punto de mira. ¿Cómo le íbamos a decir a familiares, amigos y conocidos que NO ÍBAMOS A LLEVAR A NUESTRO HIJO AL COLEGIO?? Les podría hacer una lista con las numerosas y variadas reacciones que nuestra decisión tuvo…  Desde la tragedia que, momentáneamente, pudo suponer para nuestros padres hasta la «hippielada» que muchos otros vieron en nuestra opción.

Algunos han pensado qué menuda «pijada» y otros que «nos están sacando el dinero», que eso no sirve para nada… Los más sinuosos, incluso esperan a que nos equivoquemos.

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Y Dios sabe, y el de los 70´también, que yo no soy impermeable a las críticas. Nunca lo he sido. Todo lo contrario. Me afecta mucho (más de lo que debiera) lo que los demás piensen de mí.

Sin embargo, y aunque la decisión no fue fácil, un pensamiento me llevó a pasar por encima de todo: Es lo que yo quiero para mis hijos. Porque creo que es bueno para ellos; porque me gusta que reciban esto; que se lo lleven, y frente a eso, poco tenían que hacer las críticas.

Les garantizo que más cómoda nos resultaría otra opción. Cuando apostamos por estos principios adquirimos el compromiso de transformarnos a nosotros mismos. No piensen que lo que me sale cuando mi hijo llora porque le he dado la magdalena sin papel y él quería quitarle el papel, es tratar de conectar con su frustración y emociones para después tratar de buscar una solución; no se crean que cuando mi hijo está pasando el mocho de la fregona por los muebles del salón, no me sale decirle que o deja de hacerlo o esa tarde se queda en casa… O que si se viste iremos a la calle y le compraré gusanitos… Claro que sí; todo eso a veces sale de mí. Esta apuesta nos obliga a redireccionarnos continuamente; con nuestros logros y nuestros fracasos; como cada cual.

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No hemos elegido que nuestros hijos sean educados en la pedagogía Montessori porque esperemos sacar un rédito de ella en el futuro. No creemos que vayan a ser más listos ni más buenos que un niño que vaya a la escuela hasta primaria. No esperamos con ésto que nuestros hijos sean las personas que descubran una vacuna contra el cáncer o que inventen la nueva red social del futuro.

No queremos esta educación, no elegimos esta educación, pensando en el futuro. Queremos esta educación pensando en el presente. Queremos que nuestros hijos sean educados con estos parámetros porque nos gusta que sean tratados de esta forma; y, seguramente, no es la vía más fácil en muchos niveles, pero para nosotros es importante ser honestos con nuestros objetivos y nuestros principios.

Desde hace mucho tiempo tengo perfectamente claro que lo que vale para una familia, no vale para otra; y tengo aún más claro que en relación con la educación de los hijos no somos nadie para sermonear o aleccionar a otros. Por este motivo quiero insistir en la idea de que con estas palabras no pretendo instruir, adiestrar, ni tan siquiera aconsejar nada a nadie. Simplemente, como decía al inicio del post, sentía la necesidad de confesarme.

Eso sí, a aquellos padres que tienen ideas similares en mente y a los que, como a mí, les puede la presión social, les invito a darse una vuelta por allí, y a ser valientes; y a todos los padres del mundo, con estas ideas u otras, les traslado mi admiración, porque, como ya he dicho alguna vez, educar es más difícil que cualquier otra cosa en el mundo.

PD.- Las fotografías son obra de JOSE M. SALAZAR. Y son preciosas!!

VACACIONES: Cómo preparar el equipaje con niños.

DSC_0712Vienen a mi recuerdo recortes de un ayer en que arrastraba secador, plancha del pelo, varios pares de tacones de aguja, productos capilares, protectores solares para cuerpo, rostro y cabello, el maletín del maquillaje, una profusa mochila de complementos y el equipamiento deportivo para mis vacaciones de soltera.

Por si me invitaban a un cocktail super cool, decía la revista ELLE que la indumentaria ideal era un little black dress y unas sandalias de tacón con unos pendientes dorados y un clutch de pedrería; por si me despertaba a las 6 am con ganas de correr a la orilla de la playa no me podía permitir no llevar calzado deportivo a juego con la gorra; para bajar a la playa no sólo no podía olvidarme la toalla, sino que eran enseres «sine qua non» el sombrero, las gafas de sol, el kaftán y un bonito bolso de rafia con un par de lecturas dentro.

En realidad mi maleta se llenaba cada año de esos propósitos y, al final de los finales, acababa mal llevando durante los siete días de playa el mismo vestido de mercadillo; de día y de noche.

En cualquier caso, cada verano repetía mi equipaje ilustrada por los consejos de las revistas de moda, como si fuera a veranear en la costa francesa o en un yate con amigos en Ibiza, huyendo de paparazzi, en vez de pasarme la semana en un apartamento caluroso de Águilas o San Juan de los Terreros…

Qué más da? Yo disfrutaba eligiendo los estilismos para el cocktail de media tarde, para la cena de gala; para el día de playa; para mis entrenamientos matinales; para la tarde de cine… Con la única consecuencia de que mi señor otrora novio y ahora esposo, refunfuñaba durante todo el viaje de ida y vuelta.

Todo eso se acabó.

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Les aseguro que meter en un AUDI A3 a dos adultos y dos niños con los equipajes de todos ellos para una estancia de 15 días con sus 500 noches 15 noches, es una de las cosas de las que más orgullosa me voy  a sentir durante el resto de mi vida.

No me vayan a restar los méritos. Es una proeza, una genialidad, obra de las cabezas más aventajadas; prueba de un ingenio apabullante, consecuencia de una organización perfecta, sin fisuras.

Gracias.

Pero no se queden con la envidia, les voy a desvelar los trucos y entresijos de tamaña heroicidad, y se lo los voy a poner así ordenaditos y esquematizados como una auténtica blogger.

De nada.

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Los pasos o hitos del proceso de equipaje son los siguientes:

  1. Preparar la lista con las cosas que hay que llevar
  2. Empaquetarlo todo y colocarlo en las maletas/bolsas
  3. cargar el coche.

Cada paso del proceso tiene su «Know How», no se vayan a pensar.

1.- HACER UNA LISTA:

Durante los días previos a empezar el equipaje me dedico a hacer una lista con las cosas que tendré que llevarme. Éstos son los aspectos que han de tenerse en cuenta en esta fase del proceso:

a) La LISTA COMO SANTO GRIAL.

La lista es el Santo Grial del equipaje; la lista es el todo.. . Es la fórmula de la Coca Cola, es el mapa del tesoro; es el pergamino, la llave maestra…Lo que está en la lista acaba en la maleta y lo que no está en la lista, bajo ningún concepto (y esto es una norma esencial para el éxito del proceso) PUEDE SER AÑADIDO AL EQUIPAJE.

Es muy importante que se comprenda bien este concepto y, bajo ninguna circunstancia se caiga en el «por si acaso» en el momento de estar ejecutando, propiamente dicha, la acción de hacer las maletas.

Todo el trabajo intelectual se acaba con la lista. Para confeccionar la lista uno se concentra mucho y valora absolutamente todos los «por si acaso»: Por si acaso llueve, por si acaso por la noche refresca, por si acaso en pleno mes de Agosto en la costa almeriense cae una nevada; por si acaso sucede una ecatombe nuclear en la Sierra del Segura… Todos. Y, tras descartar algunos y darse el gusto de asumir otros como posibles, casi probables,haciendo la vista gorda, se ultima la lista.

Si nos permitimos la licencia de caer en las hipótesis mientras hacemos el equipaje, añadiremos cosas presos del miedo, la ansiedad o directamente la neurosis que a algunos nos causa salir de vacaciones, especialmente con niños.

Es importante que a la hora de hacer la lista hayamos valorado bien aspectos como el pronóstico del tiempo, la duración de las vacaciones, las posibilidades de adquirir algunas necesidades en el destino, las excursiones que se proyectan hacer una vez en el lugar, posibilidades de lavar ropa…

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b) CLASIFICAR Y AGRUPAR:

Teniendo en cuenta que para unas vacaciones largas deben llevarse muchas cosas, sería muy complicado ponerse a anotarlas todas sin orden ni criterio y que no se olvidase algo. Es necesario clasificar y hacer grupos o apartados.

En mi caso, en primer lugar divido la lista en cuatro columnas en relación con los miembros de la familia (Raúl, Mi menda, Raúl Jr y Manuela) y clasifico los enseres a empaquetar en filas:

  • Ropa: Subclasificada, a su vez en: Ropa interior, ropa de dormir, de baño, diaria y de salir/vestir; zapatos y complementos .
  • Aseo y maquillaje.
  • Alimentación.
  • Medicinas y salud
  • Entretenimiento.
  • Trabajo.
  • Puericultura

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c) La lista es un SER VIVO.

La lista debe hacerse con tiempo. La lista tiene vida: Se adapta, crece, se mutila, se transforma… Es importante hacer la lista con varios días de antelación. Por un lado ello nos permitirá ir reflexionando sobre las decisiones que hemos plasmado en esa lista y, posiblemente, modificar alguna cosa o adaptarla a circunstancias, planes o hechos que surgen a última hora.

Por otra parte, hacer la lista con tiempo nos permite comprar aquéllo que necesitamos y no tenemos (por ejemplo, porque se nos ha acabado) o tener lo que queremos llevar preparado para ponerlo en la maleta (de manera que por ejemplo, reservamos cierta ropa de los niños sin utilizar para que no haya que lavar y planchar en los últimos días, o lavamos y planchamos lo necesario).

d) Hagan el siguiente ejercicio, SIEMPRE: Propónganse reducir su lista:

Como adelantaba, cuando se pretende viajar con dos niños pequeños y un coche también pequeño, se hace necesario valorar qué es realmente necesario e importante y qué es aquello de lo que se puede prescindir.

La confección de la lista debe estar inspirada no sólo por la coherencia y la razonabilidad sino también por el gran reto de tender a reducirla al máximo; por el propósito de sintetizarla, estrecharla, contenerla. Hay que darle una y otra vuelta a la lista y, en cada una de ellas, hay que deshacerse de algo. Les aseguro que la experiencia de volver de las vacaciones tras haber utilizado TODO lo que nos hemos llevado, sinn que nada se haya quedado en el fondo de la maleta, arrugado e intacto, es muy gratificante.

En este sentido yo siempre me deshago de las cosas que ocupan mucho espacio y puedo adquirir con relativa facilidad en el destino. Por ejemplo pañales (aunque siempre llevo algunos para el viaje y las primeras horas de asentamiento en el lugar), o trato de buscar alternativas a ciertas actuaciones o rutinas que requieren ir cargando de utensilios y enseres y que nos permiten prescindir de ellos. Por ejemplo, si en el destino tengo acceso a un fregadero amplio, no me llevo la bañera de Manuela (pese a que es la de Stokke que no pesa nada y ocupa poco), o me planteo la opción, si resulta viable, de llevar sólo el carricoche de Manuela y la mochila ergonómica; así si el leñador se cansa se puede montar en el carricoche mientras porteamos a Manuela.

Por supuesto si se puede lavar ropa, llevo «puestas» para la mitad de la duración de las vacaciones.

Cada día, al mirar la lista, siempre nos debemos plantear el mismo reto: Cómo podría reducirla? Al final, afloran las ideas!!

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2.- HACER EL EQUIPAJE.

En este punto del proceso de producción algunas pautas o consejos a tener en cuenta:

a) Ponerlo todo doblado y agrupado según su clasificación en la lista, fuera de las maletas y tomarse un minuto para visionar el equipaje completo: El volumen de cada una de las clasificaciones, su forma y las posibilidades a la hora de empaquetarlo.

b) Es mejor utilizar equipaje que nos permita organizar las cosas según su clasificación en distintos compartimentos.

c) Cuantos menos bultos mejor. Por esto insisto en el punto b. Es preferible llevar una maleta que tenga dos compartimentos diferenciados que nos permitan separar, por ejemplo, ropa de zapatos y un bolsillo donde meter medicinas, que varias bolsas con cada una de estas cosas.

d) Es importante empaquetar cada cosa atendiendo a los avatares que sufrirá en el viaje, protegiendo lo delicado, evitando que se derramen los tarros o jarabes..

e) Considero que es muy útil adquirir tarros de plástico pequeños para llenarlos con los geles y champús o demás fluidos que vayamos a llevar y que, generalmente, se dispensan en tarros de gran tamaño que ocupan muchísimo espacio.

d) También es conveniente olvidarse de cajas de zapatos, bolsos o complementos y meterlos, por ejemplo, en bolsas de zapatos o incluso de congelados para ahorrar espacio.

e) Las cosas deben introducirse en la maleta en un orden que os permita tener acceso fácil y rápido a aquéllo que podamos necesitar durante el viaje.

f) Un paso más allá del anterior: Siempre llevo una bolsa que viaja conmigo con lo imprescindible que voy a necesitar a lo largo del trayecto, sobre todo para los niños (ej. Una muda de ropa, chupetes (varios), agua, algo para picar y algunos juguetes.

d) Lo de los juguetes merece su propia mención. Siempre, siempre llevo juguetes para los viajes con los niños. Tanto para el trayecto como para que los tengan en el destino. Desde luego que pueden comprarse juguetes en el destino pero nosotros preferimos llevarlos de casa; en primer lugar porque tratamos de comprar juguetes con coherencia como política de empresa y, en segundo lugar, porque hemos percibido que llevar sus propias cosas de casa les hace sentir más seguros. Les gusta reconocer sus cosas y jugar con ellas; creo que les aporta cierta tranquilidad.

No deben seleccionarse muchos, pero sí deben seleccionarse los principales.

En mi caso, mi hijo presta atención a sus juguetes por épocas: Durante un tiempo se obsesiona con algo en particular y después no le hace ningún caso hasta que, más adelante, vuelve a ese juguete…

Cada vez que salimos a algún lugar (incluso si vamos a comer o a dar un paseo) le preguntamos si quiere llevar juguetes y le damos la opción de llenar una mochila con los que quiere llevar; generalmente sucede que el Leñador elige el HIT (como yo lo llamo),que es el juguete del momento; el de siempre: Que es ese juguete que siempre les gusta,  con el que siempre juega y se entretiene. En nuestro caso, por ejemplo, la guitarra o el coche pequeño naranja.

Para las vacaciones, evitando que se de cuenta yo me llevo la sorpresa. Selecciono un juguete que hace tiempo que tiene olvidado; que en alguna época le gustó mucho y al que lleva un largo periodo sin prestar atención. He comprobado que redescubrirlo en un lugar distinto les hace mucha ilusión.

Por último siempre llevo un par de cuentos.

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3.- EL TETRIS DE METERLO EN EL COCHE.

Evidentemente esta parte del proceso es válida si viajan en coche. De todos modos he ideado su enunciación sólo y exclusivamente para trasladarles que para mí estas vacaciones ha sido un misterio más inquietante aún que la Transfiguración, que mi marido haya logrado empaquetar el equipaje en el coche y que, además, tuviéramos cierta comodidad en el interior.

Desde aquí lo animo que nos ilustre con su infinita e inestimable sabiduría…

Como la entada me ha quedado bastante tostón, no voy a abordar, en particular, qué meto yo en nuestras maletas… y lo dejaré, si hay interés de su parte, para otra entrada.

PD.- Las fotos, por supuesto, son de nuestras vacaciones. Concretamente de la `primera parte… En ulteriores entradas, publicaré otras fotos…

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SESIÓN EN FAMILIA

Hace algo así como dos meses, tuvimos la suerte de disfrutar de una sesión fotográfica en familia.

El trabajo lo hizo Luis Zarco, que es ya un viejo amigo, y el encargado de inmortalizar, a través de su firma, los momentos de nuestra boda que ya compartí en este post.

La verdad es que nos gusta mucho su trabajo. Posiblemente porque le definen dos características que considero esenciales en cualquier profesional:

Pasión e inquietud. La pasión hace que disfrutes con tu trabajo y eso se traduce en los resultados, porque no sólo pones tu técnica, sino que pones tu alma y,  a su servicio, la técnica.

Por otro lado la inquietud, porque te mantiene despierto, hace que no te amodorres y te conformes con hacer lo que ya está hecho, sino que te empuja a buscar, a indagar, a experimentar, a crear… Y eso es lo que marca la diferencia.

Además de todo esto, Luis es un tío genial, así que, para los que no andamos acostumbrados a los flashes, supone un punto.

Al final para nosotros fue un rato más en familia, de los que se dan en casa en tantas ocasiones, y eso era precisamente lo que queríamos que fuera.

Ya se habrán dado cuenta de que me gusta inmortalizar momentos de nuestras vidas en imágenes. Para mí guardar fotos, sea cual fuere su formato, es cuidar los recuerdos; crearles un espacio donde perdurarán y se mantendrán vivos. Pienso que cuando mis hijos sean mayores, disfrutarán viendo estas fotografías como disfruto yo viendo los viejos álbumes o cajas de zapatos que se ocultan tras montañas de polvo en el trastero de casa de mi madre.

Creo que es un estupendo regalo para la familia. Una imagen nos despierta tantas cosas… Y si son bonitas, si son capaces de captar también lo que no se ve; entonces son un tesoro.

Para nosotros las que hizo Luis lo son. Gracias por el trabajo.

Un poco al hilo, con respecto a la idea de compartir fotos de mis hijos en redes sociales, no lo hago a la ligera. La intimidad de mis hijos es un tema que me preocupa como a cualquier padre.

Trato, al compartir imágenes, de hacerlo guardando ciertas normas de seguridad . Por otra parte, selecciono aquéllas imágenes que entiendo que no lesionan en modo alguno su dignidad. Básicamente me imagino a mis hijos viendo estas fotos cuando sean mayores.

Creo que es un tema muy personal en el que cada uno decide lo que cree más conveniente.. Desde mi punto de vista me resulta menos violento compartir algunas imágenes de mis hijos en este blog, que exponerlos de otras formas a la vida pública… En definitiva, creo que la decisión es de cada familia.

Les dejo una muestra de esas preciosas fotografías!

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Si les ha gustado, les adelanto que la sesión tiene una segunda parte en exteriores!! 

Y ¿Quién es ella? ¿En qué lugar se enamoró de tí? La llegada de un hermano.

Mmmm. Parece que ya es de día. Sí, efectivamente veo luz por los agujeritos de la persiana. Sin embargo mi habitación sigue en penumbra.

¿Dónde estará mi chupete? ¿Y mamá? No me gusta despertar solo y que todo esté en penumbra. Quiero ver a mamá.

Voy a llamarla. 

Mamá, Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Mamáaaaaaaaaaaaaaa.

No viene. Quizás aún no me ha oído. Voy a llamarla un poco más fuerte. Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!

Por la puerta aparece alguien. No es mamá. Es papá. Yo quiero ver a mamá. Me gusta que mamá me abrace por la mañana cuando me despierto, y que me pregunte cómo he dormido.

Quiero ver a mamá.

Cielo, mamá está dando de comer a la hermanita. En cuanto termine, viene.

Pero yo quiero ver a mamá. Quiero verla ya. Quiero abrazar a mamá ahora. 

Antes mamá siempre venía cuando la llamaba. Antes siempre estaba cuando quería abrazarla.

Antes de que llegara la hermana, mamá siempre tenía tiempo para hacer desfiles tocando el tambor, para jugar a las carreras de coches, o servir de trampolín para que yo me resbalara por sus piernas…

Y ahora, lo echo de menos. La echo de menos. 

Podría ser un día cualquiera en las vidas de muchos padres.

Me he pensado mucho escribir sobre esta realidad. Cada vez que escribo en relación con algún tema que afecta directamente a mis hijos, me pregunto cómo se sentirían ellos si pudieran leerlo. Quiero ser todo lo delicada y todo lo respetuosa que se merecen sus sentimientos.

Enfocar la llegada de un hermano al entorno familiar es difícil y espinoso. En ocasiones, genera algunas situaciones que resultan arduas de manejar para los padres. Si a esto le unes que el mayor está en la «fascinante» y arrolladora etapa de los dos años, tenemos un cocktail bien cargadito.

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No negaré que en algunos momentos me he sentido superada, casi paralizada en situaciones así. Y en muchas de esas situaciones hubiera escrito sobre este asunto ofuscada, en un post que hubiera resultado muy distinto al que hoy Ustedes van a leer. Por suerte me he contenido y no lo he escrito.

Y escribo ahora, sentada en relativa paz, lejos de los niños; de los dos, y analizo la situación tratando de darle cordura.

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Y averiguo la realidad latente; que ha estado ahí desde el principio, tan clara, tan obvia, tan lógica… Y que, sin embargo, tantas veces se ha ocultado a mis ojos.

EMPATÍA.

EMPATÍA es el único truco o consejo que puedo dar a las madres y padres que estén pasando por esta situación. Por la llegada de un hermano menor.

EMPATÍA hacia los niños.

Parece un perogrullo, no? Pues no lo es. En absoluto. Deténganse un momento a hacer balance y apuesto a que pueden contar un buen puñado de situaciones en que, evidentemente de forma inconsciente, los padres tendemos a no hacernos cargo de los sentimientos de nuestros hijos; de los niños en general.

Sucede que bajo el nombre de rabietas, a veces lo que hacemos es minusvalorar las emociones de los niños; relativizarlas, restarles importancia. Consideramos que son cosas de niños, que no hay que hacerle demasiado caso.

Si nuestro amigo del alma nos llama a media noche llorando, diciéndonos que se siente muy mal, lo último que se nos ocurriría sería espetarle que deje de llorar y tampoco nos enfadaríamos ni pensaríamos que es una persona MALA.

No se sorprendan; no es ridículo lo que digo. Se han dado cuenta de que la sociedad habla de «niños malos» cuando demuestran especial sensibilidad (lloran) o tienen dificultades para dormir o comer, y que son «niños buenos» aquéllos que duermen mucho, comen bien y lloran poco??

Trasladen este criterio al mundo de los adultos. Seguramente nos parecerá que un adulto que llora con facilidad (AKA una servidora) es un ser sensible, y que una persona que no duerme mucho es vital o simplemente tiene insomnio… Con lo de la comida, tres cuartos de lo mismo.

Entonces, cómo medimos si un niño es malo o bueno?? Pues, sencillamente, en consideración a cuánta atención nuestra requieren. Si requieren mucha, son malos; si requieren poca, son muy buenos.

Así expuesto, estarán de acuerdo conmigo en que nos estamos equivocando. Que estas cuestiones no son lo que define a un niño, a un ser humano, como bueno  o malo.

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Bien, pues todo esto quería exponerlo como muestra de que, efectivamente, nos resistimos a ser PLENAMENTE EMPÁTICOS con nuestros hijos. A veces pienso que nos da un poco de miedo. Como si poner en valor sus sentimientos y darles relevancia supusiera una claudicación. Como si nos restara imperio, autoridad; como si los estuviéramos mimando… Y eso no es más que la consecuencia de una educación en la que se nos ha convencido de que a los niños hay que tratarlos con severidad… Mano dura… Y si más lloran, menos mean.

Lo primero que me aconseja aplicar la empatía en las situaciones a las que me estoy refiriendo es NO TRATAR DE APLACAR EL SENTIMIENTO del hijo mayor. No escandalizarse de que de repente quiera que soltemos al hermano menor y lo dejemos solo en la cuna, o que no lo vistamos, o que no lo alimentemos. En realidad lo que nuestro hijo quiere es estar con nosotros y eso implica que no estemos con el otro/a.

Tampoco tratar de evadirlo del mismo recurriendo a, como yo los llamo, opiáceos… Soluciones inmediatas que pueden calmar o conformar a nuestro hijo/a pero que dejan el problema intacto, aunque atrapado en algún lugar más profundo en el que fermentará y del que volverá más tarde, con un sabor aún más amargo.

Lo de las distracciones; al menos en mi caso, creo que puede ser una solución en situaciones de emergencia. Por supuesto.

Tampoco se trata de que seamos utópicos. No podemos pensar que, en todo momento, tenemos el tiempo y las circunstancias para tratar de mantener una conversación con nuestro hijo y encauzar su frustración de una forma positiva. A veces, simplemente no se puede. Esto es una realidad. Y, créanme, la TABLET , el móvil, los dibujos, el caramelo y otras muchas cosas pueden ser un recurso para estas situaciones.

Desde luego que en mi casa lo son. Y no pasa nada.

Simplemente, desde mi punto de vista, es conveniente, siempre que se pueda, tratar de encarar el problema junto al niño.

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Lo de no tenerle miedo a los sentimientos de nuestros hijos fue algo que me descubrió Marisa en una breve conversación que mantuvimos no hace mucho, y debo decir que me abrió los ojos.

Me di cuenta de que, en algún sentido, a veces estaba pretendiendo que mi hijo mayor fuera simplemente perfecto. Que no albergara ningún sentimiento negativo… Pero la realidad es que nadie lo es.

Todos los adultos, sin excepción, a veces nos enfadamos, a veces nos frustramos, a veces nos entristecemos, a veces (yo muchas) queremos cruzarle la cara a alguien, o coger las maletas e irnos lejos… ¿Por qué les negamos a los niños que puedan sentirse así?

Una vez superada esta fase. ACEPTANDO que tu hijo está triste por la mera existencia de su hermano/a (lo que no significa que no lo quiera); podemos ayudarle a verbalizarlo. Ponerlo en palabras ayuda, también ponerlo en garabatos sobre un papel, o en gestos faciales…

Después podemos hacerle ver que lo entendemos. Si en ese momento nos es posible darle un abrazo a nuestro hijo, éso puede ayudar a que realmente sienta que no lo juzgamos. Que lo queremos, incluso cuando tiene esas actitudes, aunque podamos decirle que no está bien lanzar juguetes contra los muebles o pintar la mesa del salón. Pese a todo, los queremos.

Seguidamente podemos decirle cómo lo vemos nosotros.

Un simple «Se´que para tí es un rollo que justo ahora, que estábamos tan a gusto jugando juntos a El Tío de la Pita, tenga que ponerme a darle de mamar a Manuela. A mi también me gustaría seguir desfilando contigo».

En mi caso, también funciona generarle nuevas ilusiones, como por ejemplo, diciéndole «En cuanto termine de mamar tu hermana, la acostaré y entonces yo puedo hacer de Tomir y tu de Tamboril» o, más a largo plazo: «Cuando la hermana sea mayor, ella podrá hacer de reina mora e ir detrás de nosotros.»

Como digo, ser sensible a los sentimientos de nuestros hijos no implica hacer dejación de nuestra obligación de decirles lo que está bien o mal. Si, como consecuencia de la frustración mi hijo ha tirado la comida al suelo o ha lanzado un jarrón y lo ha roto, le diré que eso está mal y que tiene que recogerlo; una vez esté más tranquilo, tendrá que recogerlo, con mi ayuda si es preciso, pero deberá recogerlo… Mientras no lo recoja, no podremos ponernos a jugar de nuevo.

Una de las cosas que más me importa en este mundo, es que mis hijos desarrollen entre ellos un vínculo de amor.

Por ahora, la forma en que yo trato de fomentar eso es demostrándoles cuánto los quiero siempre que puedo. Les aseguro que funciona.

A mi hijo le encanta cuando los abrazo a los dos a la vez y les digo: Ay mis dos hijos, mis dos tesoros, lo que más quiero en el mundo!! Tanto es así que, él mismo, muchas veces aprovecha cuando tengo en brazos a su hermana para acercarse a mi y decirme: Mamá, tus dos hijos juntos...  Y, como sabe que aprovecho la más mínima ocasión en que están juntos para inmortalizar el momento, añade: No nos echas una foto? O corre a darle un beso a Manuela y exclama: Mira, mamá, cómo se ríe conmigo!!

Evito compararlos. Claro que son diferentes; pero diferentes nunca implica mejor ni peor.

Trato de mostrarles mutuamente cómo y cuánto les quiere su hermano/a. Acostumbro a decirle a Raúl que su hermana se lo pasa pipa con él porque hace muchas cosas graciosas y divertidas y, aprovecho cualquier ocasión para que Manuela mire a su hermano… No le hace falta mucho, es oír su voz y le entra el riso…

Tanto el de los 70´como yo intentamos con nuestro comportamiento crear en nuestros hijos el concepto de reglas de casa o, como yo prefiero llamarlo, POLÍTICAS DE EMPRESA o decálogo de buenas prácticas…

Por ejemplo es política de empresa dar las buenas noches; pedir las cosas por favor, decir gracias, dar besos; no pegar ni gritar al otro… Y esas políticas se aplican para todos y cada uno de los miembros de la familia. Espero que, de este modo, también mis hijos puedan desarrollar  las relaciones entre ellos sobre estas premisas.

Por último, ya saben lo ávidos que son los niños para asumir responsabilidades. Les satisface ser responsables de las cosas, así que trato de implicar a Raúl en el cuidado y aprendizaje de su hermana. Él se siente feliz de saber que podrá enseñarle a hacer filas de coches… y, de momento, insiste cada día en que Manuela coja alguno de sus coches. Me pregunta: Mamá, le dejo un coche a Manuela…? Y le contesto: Lo que tu quieras. Y entonces se dirige hacia ella y trata de que ésta lo agarre con la mano; como no lo hace, pese a su insistencia, lo deja sobre su cuerpo y dice: Mamá se lo dejo en la barriga..

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Además de todo esto, que para mí es lo fundamental, hay pequeñas prácticas que pueden ayudar con esta etapa. Una de ellas es organizar los calendarios de manera que logremos sacar tiempo para  hacer muchos planes en familia (todos juntos) y algún que otro plan de papá y mamá con cada uno de los hijos. No hace falta que sean planes muy excepcionales.

Mi hijo disfruta mucho salir una tarde sólo con mamá al parque y tomar un helado o ir con papá sólo en la bici…

Con todo, él disfruta mucho más los planes de todos juntos; y es que, en realidad,  con un hermano todo es MÁS DIVERTIDO. Ellos también lo saben… Sólo tienen que llegar a comprenderlo, y eso, lleva tiempo…

PD.1- Las fotos son de la Comunión de Ana, la hija de mis primos, Ginés y Ana. Gracias a los dos, fue un día muy bonito junto a la familia de mi querido padre.

PD2.- El vestido es de Zara y me pareció una opción muy buena para poder dar el pecho. Al ser camisero me lo podía desabrochar con mucha facilidad. Los zapatos son de Zendra.

PD3.- El peinado es obra de Toñi López. La verdad es que me encantó el resultado..

LAS VENTAJAS DE CASARSE CON UN MÚSICO

Hace unos días me preguntaba el de los 70´si me había parado a pensar en qué balance hago de las consecuencias que implica que él sea músico.

Se refería, básicamente, a que su trabajo le obliga a ausentarse en muchas ocasiones en días  y horarios no laborales para gran parte de los mortales.

Ya saben lo mucho que me quejo de esa incompatibilidad de horarios que sufre mi familia, pero lo cierto es que estar casada con un artista también encierra sus ventajas. Una de ellas es que muchas veces tiene que viajar por razones de trabajo, y si Júpiter se alinea con Saturno, toda la familia podemos acompañarle.

Eso pasó hace unas semanas. El de los 70´participaba con la Orquesta Sinfónica de la Universidad Católica San Antonio de Murcia (UCAM) en un concierto junto a Estrella Morente en que representaban El Amor Brujo de Manuel de Falla. Como era fin de semana  y además, coincidía con días festivos en Caravaca, decidimos que hacíamos las maletas y nos íbamos todos. Pero todos, todos, porque mi cuñado y mi hermana se apuntan a un bombardeo (y nosotros encantados) y a mi madre la cuasi obligamos y sorprendimos. No se me ocurría mejor regalo para el día de la madre que invitarla a pasar esos días con nosotros.

El tiempo acompañó y disfrutamos de un fin de semana súper divertido y relajante.

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Esto de los viajes en familia ha sido un descubrimiento para mí.

Viajar con niños es una oportunidad fascinante para educarlos.

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Educar me parece hoy en día, el proyecto o empresa más complicado al que me he enfrentado en la vida. Es muy difícil. Es un trabajo constante que ocupa todos los minutos del día, todos los días de la semana, todas las semanas del mes y todos los meses del año. Es un trabajo delicado en el que se avanza y se retrocede continuamente; en el que tienes que reinventarte; olvidar lo que habías aprendido; adaptarte una y mil veces; ser exigente con tus objetivos, relajada con tus exigencias y condescendiente con tus errores…

Cada situación cotidiana, por nimia que sea es una fuente de educación, para bien y para mal.

En todo este embrollo, viajar con los niños me parece una herramienta muy útil y sana para trabajar en la educación que queremos para nuestros hijos. Viajando los niños conocen el mundo y sus gentes: Empezando con el hecho de que carguen con sus propias maletas, se hagan responsables de lo suyo, esperen en la recepción de un hotel, pidan los servicios por favor, esperen su turno en el baño, vean cómo de contenta se pone su madre ante un plato de arroz de marisco; jueguen con la arena de la playa, descubran que juntos se pueden hacer muchas cosas, se lancen a preguntar por todo; cojan un autobús, un taxi, un tren; visiten un museo que le gusta a papá.

Viajando los niños tienen la oportunidad de disfrutar de la naturaleza y aprender a cuidarla; de considerar hábitos distintos y aprender a ser críticos y respetuosos.

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Creo que viajando la familia se conoce en su individualidad. Mi hijo puede ver que a mamá le gusta el mar y que la relaja; o que a papá le encanta recorrer la ciudad en bicicleta.

Creo que viajando con los hijos, éstos perciben cuánto se les quiere; porque les enseñas, porque te congratulas de su diversión.

Creo que viajar en familia ayuda a fortalecer los lazos..

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Supongo que todo esto también se puede aprender sin viajar, pero viajando se hace menos duro y más divertido. Creo que regalar a los niños experiencias es muy positivo para desarrollar su curiosidad.

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Desde luego que viajar con niños tiene sus inconvenientes y que viajar resulta caro, pero imagino que se trata de analizar ventajas e inconvenientes y establecer prioridades.

En nuestro caso, para enfrentar lo primero las sabias palabras del de los 70´que ya han resonado por aquí alguna vez: Puede que sea devastador para el cuerpo pero es regenerador para la cabeza; y para lo segundo: Quizás no podamos cambiar el coche y sigamos teniendo que tirar de transporte público en los viajes; quizás tenga que pasar con el par de pantalones que tengo o renunciar a comprar una lavadora nueva..

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(Aciertan dónde está el de los 70´?)

En cualquier caso, no se trata de hacer un viaje de 80 días alrededor del mundo… Creo que es suficiente con una escapadita de vez en cuando; y cuando el presupuesto y las circunstancias lo permitan, planear algo mayor!

ESPÉRAME

Espera, cariño, a que se me pase la frustración que me tiene en jaque desde ayer porque lo tengo todo a medias. Y cuando se me pase la frustración y me sienta más relajada, espera a que resuelva las cuestiones urgentes del trabajo.

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Espera a que termine de cambiar el pañal de Raúl (ya sabes lo que cuesta mantenerlo quieto durante 5 segundos) y te pregunto qué tal se presenta hoy la tarde en el trabajo… Aunque lo mismo cuando termine, empieza a pedirme brazos para ir a dormir y tienes que encargarte de acunar a Manuela, mientras me meto en la cama con él.

Para el pecho, espera tu turno; que después de que Manuela mame, tiene que manosearlo tu hijo, y ya, después, Manuela quiere mamar otra vez.

Espera a que ponga lavadoras, que no nos quedan bodies limpios, y puedo contarte lo que se me ha ocurrido que podemos hacer en el baño para ganar espacio.

Espera a que se duerma la niña y puedo preguntarte qué te parece la próxima gira europea de Pearl Jam. Espera que se duerma y soñamos con la idea de que podemos ir a alguno de los conciertos…

Hoy me he estado acordando de lo que nos reímos aquella noche en mi piso de estudiantes cuando te arrastrabas por el suelo liado en mi albornoz, mientras sonaba Spin de Black circle. Cuando termines de acompañar a Raúl en su comida, te lo recuerdo y verás cómo nos reímos los dos juntos.

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Espera a que terminemos de comentar acerca de cómo fomentar la autonomía de nuestro hijo y después te pregunto cómo va el Madrid en la Champions; aunque si nos enzarzamos en intercambio de opiniones, al final se hace la hora de recogerlo del cole.

Encárgate ahora de llamar a la casa de comidas para llevar, y después ya podemos darnos ese abrazo que tanto necesito.

Ayer quería decirte que estabas muy guapo con esa camisa nueva y que me gusta la forma en que te has afeitado la barba,  pero ya sabes cómo se despertó Raúl de la siesta… Entre unas cosas y otras, quedó para mí.

Ya se que te dije que podríamos ver una peli juntos cuando acostásemos a los niños, pero qué quieres que te diga!; me duermo de pie.

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He sacado un hueco para ir a la peluquería y me he depilado aunque no te hayas dado cuenta; o tal vez sí lo has hecho y pensabas decírmelo pero, como yo, no viste el momento.

Ya saldremos los dos, no te preocupes, ahora ve con tu hijo en la bici y pasa tiempo con él que sabes que le entusiasma.

Sí, se que la última vez que nos reímos juntos a carcajadas por algo que no fuera una payasada del Leñador, fue cuando acerté cuál era la tarea del hogar que más te disgusta.. En serio, no hace falta ser muy listo; cuando coges la balleta para limpiar el mantel repleto de migas de pan, pones la misma cara que cuando tuviste que defender tu concierto solista de final de carrera… Es obvio que te tensa.

Ya me imagino que debes encontrarte un poco triste ante la idea de que tu hermano se marche lejos. Espera a que termine de cuadrar la contabilidad familiar de este mes y hablamos de ello.

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Me han recomendado un libro que estoy deseando poder leer. Cuando termines de explicarle a Raúl por qué no puede comer ahora un bombón, me encantaría compartirlo contigo.

Pensaba aprovechar el viaje a Murcia para contarte que quiero empezar a hacer deporte, pero al final tuve que pasármelo cantando un «veo veo» que siempre empieza con la letra M..

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Qué bien me sentó el beso que me diste en el pasillo el otro día, de forma inesperada, mientras corría a la habitación de Raúl a por un pañal para cambiarlo, sobre todo ahora que tantas veces me miro al espejo y pienso que no hay manera de que pueda resultarte atractiva

Cuánto disfruto esos 3 segundos de retoce en la cama cuando nos acostamos, antes de caer rendidos. Es sorprendente sentirse mimado cuando pasas el día mimando a otros.

Me gustas mucho, hombre de los 70´, cuando me das la cena mientras sostengo a la pequeña que se ha puesto a llorar. En esos momentos me convenzo de que recuperaremos ese espacio a dos bandas que hemos dejado en barbecho.

Y lo que más me gusta de todo, es que tú lo tienes absolutamente claro: Volverán, como las oscuras golondrinas, las cenas para dos, las escapadas románticas, las noches y las mañanas de pasión, los conciertos y las películas…

Y, mientras tanto, sigue enamorándome cambiando pañales con garbo; haciéndoles a tus hijos ataques del amor y quedándote por la noche a dormir a Manuela para que yo pueda irme a la cama.

 

 

 

 

La increíble sensación de venirse…Abajo

O sentirse superada. Totalmente. Con la situación fuera de todo control.

La mayoría de homo sapiens sobre la faz terrestre habrán experimentado esta sensación alguna vez y coincidirán conmigo en que resulta terrorífico. Uno desea desaparecer; encontrar una vía de escape bajo los azulejos del baño que te lleve a mundos más amables.

Creo que la maternidad, sobre todo cuando es múltiple, es un hervidero imparable de increíbles sensaciones de venirse abajo (dicho sea, para los que quieran empezar a señalarme con el dedo, que también es un hervidero permanente de increíbles sensaciones de venirse arriba, y que, como todos Ustedes saben, éstas superan siempre el filtro letal de nuestra memoria, mientras las primeras sólo salen ilesas cuando son especialmente traumáticas… Seguro que nadie se acuerda de esa mañana de Lunes en que su hijo mayor tiró su primer vaso de agua al suelo, mientras el pequeño gateaba por la cocina desnudo y las tostadas del desayuno empezaban a quemarse…).

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Pues me ha dado por pensar en ello desde que leí este post de MAMÁ EN EL SIGLO XXI.

Y es que, no quiero ponerme en modo anuncio de jamón de york de Campofrío pero…Qué narices: Somos puñeteras heroínas!

La maternidad, la mía y las ajenas, me ha desvelado el sublime poder de la mujer; de la mujer madre… Y no es que subestime en absoluto el poder de la mujer no madre.. Ni del hombre y, por consiguiente, del ser humano en general; de sus capacidades, sus límites o posibilidades… Es simplemente que hoy quiero hacer mención de honor a éstas; porque, queridos y queridas, a veces es realmente duro, muy duro, y sin embargo, no nos adelantan la edad de jubilación.

Mientras leía el post de mi compañera, casi me echo a llorar; porque podía ponerme en sus zapatos y sentir la angustia de ese momento en que se apodera de tí la increíble sensación de venirse abajo… En que, en el mejor de los casos, haces como ella y te encierras en el baño durante dos minutos, conscientemente indiferente a los peligros que mientras tanto, puedan acechar a tu prole, y lloras amargamente (eso sí, durante dos minutos) con el grifo abierto en su máxima potencia.

He descubierto que para muchas mujeres con descendencia, el día tiene 30 horas; la noche apenas un par de ellas; son capaces de subsistir alimentándose poco y a deshoras, consiguen almacenar en sus cerebros más citas, datos e informaciones que los servidores del Pentágono y, además, se ponen los labios rojos para salir a la calle; beben vino mientras discuten de política; se presentan a oposiciones; hacen crecer un negocio; hacen yoga; corren maratones; montan en Harley Davison…

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Mi maternidad me ha permitido poner en otra óptica las historias que mi madre me contaba de cuando, tras traerme al mundo, tuvo que quedarse hasta diez días en el Hospital, con todos los puntos de la episiotomía infectados, con 39 de fiebre y acunándome entre gemidos por los pasillos del Clínico La Arrixaca; de cuando, con los dolores de un cólico nefrítico (las que, como yo, los hayáis sufrido, saben que son para volverse loco) se ocupaba de un bebé con pulmonía (AKA una servidora) y de una niña de año y medio que, de pura necesidad de atención, tenía hasta llagas en la boca…

Y hay momentos, compañeras y compañeros, en los que el medidor de presión oscila a lo largo del espacio sombreado en rojo, y es necesario que la válvula suba y gire, y libere la presión porque, de lo contrario, se produce una explosión. Una explosión en forma de gritos, llantos, culpas, miedos o cosas aún peores.. Y, aunque la mayor parte de las veces, se puede arreglar, es un momento del que no nos gusta participar.

Y, como para muestra un botón, les cuento que últimamente también yo me he sentido al borde de hacerme un  Meryl Streep en Kramer contra Kramer. Concretamente cuando, con mi hija de 18 días enganchada al oxígeno en un hospital, tras tres noches sentada en un sillón raído y con el mecanismo de reclinar inutilizable, sacaba apenas hora y media para poder ver a mi otro hijo y, al tener que abandonarlo de nuevo (preocupada por si a Manuela le iban a poner la nebulización y no iba a llegar a tiempo de ser yo quién la sostuviera mientras lloraba) me pedía: «Mamá no te vayas» y me preguntaba, acentuando con el mayor salero del mundo el tono interrogativo: «Te quedas que juguemos?«;

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Y en momentos como ése, indescriptiblemente cansada, tratando de ignorar las listas de to does; el trabajo; los pelos de loca; la capa de polvo que envuelve los muebles del salón; la lista de llamadas de mis amigas… Piensas en una cama con sábanas blancas y limpias, que no huelen a leche materna, en una taza de fresas con nata al despertar y una película europea de media tarde.

Pero Ustedes saben como yo que si te lo ofrecieran (la cama, las fresas y la película) no las cambiarías por las cuatro barras de hierro con forma de sillón que te permiten estar al lado de tu bebé cuando entre cables y gomas, te sonríe; o la hora y media que puedes pasar jugando con tu hijo y escuchando las risas escandalosas que le provocan tus cosquillas…

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Y no es que palos con gusto no duelan; claro que duelen, pero hay algo mucho más grande, y eso, nosotras y ellos (padres y madres), lo sabemos.

 

 

 

SÁBADOS Y ALUMBRAMIENTOS

No se pongan nerviosos que aún no he dado a luz, no… Tanto tiempo intuyendo que la pequeña se iba a adelantar  y, ahora, muy cerca de alcanzar la hora D, me paso el día esperando y la noche desesperando.

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Todo mi entorno ha perdido una porra sobre el día del alumbramiento, alentada por mi maternal convicción de que no llegaba ni a las 38 semanas. A excepción de mi hombre de los 70, al que le quedan apenas 7 horas para despedirse del mérito de descifrar la incógnita que tiene en vilo a propios y extraños.

Y no se si a Ustedes (madres que me lean) les sucede como a mí, pero cuánto más tiempo pasa, más visualizo y represento el momento del alumbramiento en mi cabeza. Tanto que en las últimas noches, me quita el sueño.

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Cierto que no será la primera vez… Pero, o bien tengo el recuerdo distorsionado del primero, o verdaderamente estaba más tranquila… Supongo que, al menos, sí que era mucho más ignorante. Estaba ilusionada por tener a mi hijo y no tenía ni papa de cómo era una contracción; ni una episiotomía; ni un desgarro; ni un postparto; ni las primeras etapas de la lactancia… Ni los jod.. entuertos.

He leído mucho sobre partos y he de decir que me causa bastante sorpresa comprobar como muchas mamás tienen un recuerdo tendencialmente negativo respecto de cómo transcurrió, o, al menos lo relatan con evidente tono de decepción.

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El parto de mi hijo Raúl fue, lo que se podría decir, intervenido (si es que yo he logrado entender bien lo que ese concepto significa); con su epidural; con su oxitocina, con su suero, con su antibiótico, con su episiotomía y desgarro incluidos… Y, aunque hubieron momentos realmente duros, guardo un buen recuerdo.

Con Raúl había estado manteniendo cierto descanso por amenaza de parto prematuro desde la semana 32.  Finalmente no llego hasta la 38+6.  Durante toda la semana antes de dar a luz, había estado sintiendo contracciones con cierta frecuencia y, durante determinados periodos, regulares y bastante continuadas.

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La mañana del día que ingresé (que fue el día 29 de Diciembre) comencé  a sentir contracciones cada 5 ó 6 minutos aproximadamente. No eran dolorosas pero sí las sentía con intensidad. Como era primeriza y los resultados del estreptococo habían sido positivos (de manera que mi absoluta fijación era llegar pronto al hospital para que pudieran administrarme el antibiótico suficiente), allí que me planté. En monitores comprobaron que, ciertamente, tenía contracciones bastante frecuentes pero no tenía nada de dilatación, así que el ginecólogo, después de asegurarse de que vivía a menos de 10 minutos del hospital, me recomendó irme a casa y volver cuando los intervalos entre las contracciones se redujeran un poco, o fueran aquéllas más dolorosas.

Me fui a casa y, en apenas dos horas, noté que había fisurado la bolsa. No «rompí aguas», sino que iba notando pequeños escapes involuntarios de líquido amniótico con cada movimiento que hacía. Comprobé que el líquido que salía estaba transparente y me lo tomé con calma.

Al llegar al hospital corroboraron que, efectivamente, se había roto la bolsa y me ingresaron a la espera de que comenzara el parto. El ginecólogo estaba seguro de que me pondría de parto por la continuidad de las contracciones. Me pusieron el antibiótico y, no obstante, me programaron lo programaron para las 8.00 horas de la mañana siguiente, ante el improbable y finalmente acontecido hecho, de que no se desencadenara espontáneamente.

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Y no se desencadenó… De manera que a la mañana siguiente, tras una noche entera de paseos junto a mi hermana por los pasillos del hospital, emocionada, nerviosa y, desde el prisma de mi inminente alumbramiento, asombrosamente poco asustada, me metieron a la sala de dilatación, abrieron el grifo de la oxitocina y comenzó la fiesta.

Las contracciones dolorosas no se hicieron mucho de rogar…  Estaba monitorizada, con la vía de la oxitocina, el suero y el antibiótico, pero le pedí a una matrona que era un ángel del cielo, si podía moverme y no encontró ningún problema.. De hecho, la pobre se pasaba el rato acudiendo a mis aposentos a recolocar los sensores del monitor porque de tanto moverme perdían la señal. De hecho, finalmente puse el huevo en la pelota de pilates que me aliviaba bastante el dolor y allí me mantuve mientras mi querido esposo capturaba imágenes terroríficas sobre mi cara sufriente en el momento álgido de la contracción.

Acudieron un par de veces a hacerme los benditos tactos (qué cosa más maravillosa, verdad?…) y, al segundo me dijeron que podían ponerme la epidural, aunque decidí esperar un poco porque hasta ese momento, gracias a los intervalos entre contracción y contracción que eran paseos por las nubes, podía soportar el dolor. Un par de horas más tarde, cuando volvió a pasar la matrona y me propuso la epidural, pedí que me la pusieran porque la cosa pintaba lenta y el dolor se hacía ya bastante difícilmente soportable. Eran ya aproximadamente las 15:00 horas.

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He de decir que lo que hasta ese momento había estado siendo una experiencia dolorosa pero no desagradable, se convirtió en una sensación desagradable aunque menos dolorosa.

 No sé si me pusieron demasiada epidural o si, simplemente, me resultaron especialmente incómodos sus efectos secundarios. Creo que las dos cosas. Comencé a marearme, a tener mucha angustia y dejé de sentir POR COMPLETO la mitad inferior de mi cuerpo. Tenía que mantenerme con los ojos cerrados, entre la vigilia y el sueño para no encontrarme enferma.

Tanto fue así, que le pedí a la matrona que me bajaran la epidural. Lo hizo, y encontré cierto alivio.

Al cabo de un rato, empecé a notar una presión/quemezón/dolor en la parte baja de la vagina y pensé que quizás se habían pasado bajando la anestesia… Pero la matrona entró y me confirmó que era el bebé, que estaba bajando por el canal de parto… Volvió a hacer uno de esos tactos maravillosos y me dijo que había tocado el pelo de Raúl..

En poco menos de media hora me encontraba en el paritorio…. Sinceramente, éste fue el momento más duro y agónico.

Cómo finalizó la historia, ya lo saben quiénes acostumbran a leerme.. Para saber cómo continúa, tendrán que esperar un poco. Lo desvelaré en el siguiente post; para el cual espero tener una nueva historia de alumbramientos para contar!!

PD.- Las fotos son de esta mañana de Sábado preciosa, en la que he disfrutado de un precioso paseo, aún embarazada!