- Buenas tardes flooor!! Escucha:
- Dime hermosa
- Esta tarde estaremos en tu ciudad… Nos vemos, ¿no?
- ¡Ay qué bien! ¡Qué ilusión! ¿A qué hora venís?
- Pues llegaremos sobre las 19.30.
- Vale, perfecto, a esa hora podríamos vernos…
- A esa hora ya hemos quedado, terminaremos en una hora o así…
- Mmm… Vale… Es que si os desocupáis sobre las 20:30 o las 21:00 se me complica un poco porque el peque se acuesta sobre las 21.30 horas.
- ¡Sin problema! Nos vemos sobre las 20:30 y nos tomamos algo y después, cuando acuestes al crío seguimos (emoticonos de guiños).
- Bueno, la verdad es que a las 20:30 tengo que empezar a hacerle la cena y después tengo que bañarlo…
- Muy bien, no te preocupes. Vamos a tu casa cuando terminemos y nos pones cualquier cosa de picar. ¡Me llevo musicote!
- (SUSPIRO PROFUNDO) mmm, mira, la verdad es que durante la hora antes de irse a la cama estoy muy liada con él, porque estoy sola y tengo que darle la cena, baño… Ya sabes que es un niño complicado para dormir, me cuesta un rato de cuentos y canciones al lado de su cuna. Ojalá lo hubiera sabido antes… Habría tratado de encontrar a alguien que se quedara con él un rato.
- No problem. Cuando terminemos nos vamos a tu casa y nos llevamos unos litros de cerveza y unas pizzas y nos las comemos allí.
- Si te parece bien, hacemos lo siguiente: Cuando terminéis, vaís a por las pizzas y la bebida y daís un paseo; te doy un toque al móvil cuando el nene se haya dormido y os venís para casa… Es que si os ve llegar a ocho mozas como a vosotras, te aseguro que no va a haber manera de llevarlo a la cama…
- Bien, bien… No tenemos prisa.. No tenemos que madrugar!!
- (Los temblores se apoderan de mi cuerpo exhausto). Bueno, nosotros estamos bastante agotados y tengo que levantarme a las 6.30 am así que tampoco podré alargar mucho..
- ¡No te preocupes, mujer! Cuando tengas que echarnos, nos echas…
- Bien; estupendo… Aquí os espero.
A estas alturas los suspiros se han convertido en taquicardia y me hallo hiperventilando…
Para cuando llegan mis amigas, estilosas como ellas solas, con sus faldas midi y sus cinturones apretados; sus coletas altas; sus uñas de los pies pintadas en tono frambuesa y su olor a tendencia, me encuentro enfundada en una camiseta del de los 70´, de la década de los 90´, con el pelo recogido en lo que pretende ser una coleta e incrustaciones ojerosas bajo los ojos.
Mis amigas entran a casa con una vitalidad que, de dos años a esta parte, a mí se me agota a las 19:00 horas de la tarde… En contraposición, a las 8:00 am de la mañana, soy capaz de cualquier cosa…
He hecho el esfuerzo para preparar una mesa con algo para picar y los vasos más modernos que tengo.
La cena discurre entre risas y anécdotas graciosas. Doy gracias al cielo de que El Leñador duerme y he escuchado la historia del tío con el que se lió mi amiga la trotamundos enterita; sin perder detalle… Tan entusiasmada estoy que en cuanto salgan por la puerta me apunto los detalles principales en las notas del I Phone, no vaya a ser que entre pañales que comprar, citas al pediatra y al matrón y plazos procesales, se me olvide algún dato importante y en la próxima conversación vuelva a parecer lo pesada y poco cool que acostumbro, preguntando todo el tiempo… ¿Pero eso qué es? ¿Cuándo ha pasado? ¿Quién es?…. ¿Cómo os llamáis…?!!
Me lo estoy pasando rebien cuando, en un viaje a la cocina para rellenar los vasos de cerveza, miro el amenazante reloj que cuelga de la pared y, mientras el minutero coincide con la aguja de la hora en el número 12, se escucha una voz distorsionada (que, no me pregunten por qué, parece la de mi madre) que resuena diciendo: Mañana a las 6.30 am, cuando tengas que levantarte para meterte 160 Km en el cuerpo no te va a parecer tan graciosa la historia de cuando emulaste el baile enterito de Grease en un bar de Almería, allá por el año 2005.
Vuelvo al salón como el que ha visto un fantasma. Asustada, pero incapaz de contarle a esas mujeres, preciosas, risueñas y vitales las razones de mis temores más profundos, a sabiendas de que, pese a que emplearían en ello toda su empatía y su cariño (que es mucho) no comprenderán del todo el debate emocional que se libra en mi interior. A partir de este momento, ya no soy la misma. Las historias hilarantes las empiezo a escuchar como si provinieran de la mesa contigua del restaurante, y en mi cabeza se agolpan las llamadas por hacer, los despertares nocturnos a darle agua al Leñador y el sonido de la alarma a las 6.30 de la mañana que ya casi acierta a decir: Date prisa, no hay tiempo que perder!.
El de los 70´, que me tiene bastante calada y tiene más fuerza de voluntad que yo, se arma de coraje y, con la simpatía que le caracteriza, espeta: Chicas, ha sido un placer pero creo que tenemos que ir despidiendo la velada, o mañana nos veremos obligados a declararnos en huelga de actividad.
La felicidad inunda mi espíritu. Abro los ojos y se dibuja en mi rostro decrépito una sonrisa de puro confort! Gracias, mi hombre. Gracias.
Despido a mis amigas, que se muestran absolutamente deliciosas y comprensivas, con un sabor agridulce: Feliz de haberlas podido disfrutar por un tiempo, pero contrariada por no poderme reencarnar en la que era hace 5 años; en la de los bailes de Grease y las imitaciones de David Bisbal.
Reflexiono en la cama y descubro que aunque algunas cosas han cambiado, y mucho; de vez en cuando (aunque sea muy de vez en cuando) aún puedo bailar “La Gozadera” y partirme de risa con mi amiga la futbolista; maravillarme con las historias de mi amiga la trotamundos; envidiar la vida sana de mi amiga la triatleta; preguntar como una posesa a mi amiga la fashionista dónde ha comprado esos pantalones palazzo tan divinos que, probablemente, yo no pueda ponerme en otros dos años; asombrarme con la capacidad productiva de mi amiga la actriz; debatir vehementemente con mi amiga la informática; endulzarme con las historias prematrimoniales de mi amiga la que se casa, y hablar de tíos buenos con la crack durante horas…
Y atesoro esos momentos en mi cabeza y en mi corazón como puntales que mantienen en pie uno de los aspectos esenciales de mi vida y de mi personalidad, que es su amistad; esa que tanto aprecio.
Y, de repente, despierto de las ensoñaciones de fraternidad al grito de: Mamaaaaaaaá Aguaaaaaaaa!! Y me sonrío por dentro de escuchar tan clara la realidad de mi día a día…