Hoy quiero confesar….
Que mi hijo, que cumple 3 años el 30 de Diciembre y que por tanto, como vengo escuchando sin tregua durante todo el verano «va a entrar al cole», no se ha matriculado ni en Cervantes, ni en la Santa Cruz, ni en El Salvador, ni en Basilio Sáez…
Va a acudir, como viene haciendo desde Enero, a un espacio Montessori abierto en nuestra localidad.
Y verán, lo hago así, confesando, porque como una confesión es como he sentido muchísimas veces nuestra decisión, de mi marido y mía, cuando la hemos hecho pública ante miradas de evidente desaprobación; gestos de indolente escrutinio y palabras de condescendencia…
Respuestas como «pues si eso, cada uno…» «si a él le gusta…» detrás de las cuales resonaban altas dosis de juicio hostil, escondían y esconden una ignorancia elegida… ; mejor ni preguntar, que ya sacaremos conclusiones en otros círculos.
No busquen en mis palabras intenciones de venganza o recriminación; no consideren que me estoy resarciendo de comentarios desafortunados. Más bien lo que pretendo es arrojar luz a todos aquéllos madres y padres, interesados en el método o no; interesados en mi vida o no, sobre en qué consiste el método, pedagogía o filosofía Montessori y por qué lo hemos elegido para nuestros hijos, en algo así como «Todo lo que Usted siempre ha querido saber y nunca se ha atrevido a preguntar».

Desde que fuimos padres, el de los 70´y yo veníamos muy removidos ante el reto de la educación de nuestros hijos como, imagino, cada hijo de vecino.
Teníamos ideas, ideas de cómo nos gustaría hacerlo, de qué queríamos y, sobre todo y especialmente, de qué no queríamos.
No se nos malinterprete. Tanto mi marido como yo hemos ido a la escuela pública, la respetamos, la queremos y la defendemos; pero veníamos encontrando en el sistema educativo ciertos vicios y vacíos…
Digamos que nos proyectábamos la educación hacia nuestros hijos bajo ciertas premisas o procedimientos que no se acomodaban a los métodos tradicionales de enseñanza en nuestro país. Digamos que hay algo en la forma generalizada de entender al niño y su crecimiento, que emana del ideario básico de nuestra sociedad y que choca con la forma en que nosotros nos planteábamos y nos planteamos la relación con nuestros hijos.
Y en esas estábamos cuando llegó a nuestros oídos a través de conocidos, como estas cosas suelen llegar, la noticia de que algunas familias se estaban planteando desarrollar un proyecto para la apertura de un centro Montessori, y habían organizado algunas reuniones informativas al respecto.

Yo conocía Montessori muy de pasada y el de los 70´no tenía ni papa, así que entre las charlas informativas y lo que a título individual me puse en investigar, pude adquirir una idea global de lo que suponía este método o sistema para el aprendizaje y la educación de los niños.
No tiene sentido que les aburra enumerando todo lo que anhelábamos y proyectábamos para la educación del leñador y, seguidamente, de Manuela, porque acabamos antes si les cuento lo que encontramos con Montessori, ya que lo que encontramos viene transformando en realidad palpable y expansiva nuestras pieruetas mentales, nuestros deseos y nuestros planes.
En Montessori aprender es leit motiv del sistema, eje rector o motor y, en este sentido, las calificaciones y los exámenes se sustituyen por la observación y el seguimiento.
Esta posición parte de una idea tan simple como absolutamente verdadera: El ser humano disfruta de aprender. Y, si esto es así respecto del ser humano en general, resulta mucho más patente y obvio cuando hablamos de niños. Los niños quieren aprender.
Lo vemos a diario, lo veo con mi hijo: Continuamente quiere saber cómo se hace esto o lo otro; quiere hacer las cosas por sí mismo; presta atención cuando le cuento una historia nueva; me pide que relate «uuuna» y «oootra» vez cómo la tierra da vueltas alrededor del sol. Simplemente le encanta conocer el mundo.

El error está en partir de la idea de que a los niños hay que disciplinarlos para que aprendan…
Les planteo una pregunta: ¿Qué creen Ustedes que haría un niño si no se le impusiera el estudio y el aprendizaje; si no se le dieran dibujos para colorear o números con puntos para unir con el lápiz? ¿Acaso se quedarían en una silla sentados, parados sin hacer absolutamente nada? Seguro que no.
La dictadura de las notas y de los exámenes en edades muy tempranas de enseñanza me parece totalmente contraproducente.


Si sometemos a un niño pequeño a la presión de tener que estudiar las reglas ortográficas de memoria para vomitarlas todas juntas en el control de lengua, difícilmente pueda valorar la belleza del lenguaje y maravillarse con ella.
Si sometemos a un niño a la presión de aprender todas las partes de la flor (que además, no sirve para nada) para descargarlas en el examen de ciencias naturales, no es muy probable que se interese por el mundo natural, sus procesos y fenómenos.
Si en vez de eso, nos ocupásemos de fomentar en los niños la lectura, investigando y explorando qué tipo de lectura podría gustarles, probando con los temas por los que muestran interés, hablándoles de las historias y de sus autores… Los niños leerán y aprenderán las reglas ortográficas por el camino, como aprenden a hablar, o a andar; y además, nos ahorraremos el pernicioso efecto secundario que la presión de obtener una buena nota, o incluso una nota mejor que el compañero, puede tener en los niños.
Eso es Montessori.
Me cautivó de Montessori que, en este método, el aprendizaje sigue la dirección del niño hacia fuera; es decir, la curiosidad del niño guía el proceso del aprendizaje. La enseñanza no se proyecta desde el maestro hacía el niño, sino a la inversa.

Podría decirse, muy básicamente hablando, que los niños aprenden solos.
Evidentemente, no se trata de que dejemos al niño a su libre albedrío y se ponga el solito a desarrollar en la pizarra el Teorema de Pitágoras. El aprendizaje autónomo y volitivo del niño va de la mano de un ambiente preparado, concepto esencial en Montessori.
El ambiente es un lugar ordenado, con amplitud para moverse; hecho a su medida, en el que todos los materiales y objetos se encuentran a su alcance y ordenados en función de su objetivo u objeto pedagógico; en el que se permanece en silencio y se habla bajito…
Les adelanto ya, pese a que lo retomaré más adelante a riesgo de que este post me quede absolutamente soporífero, que hasta el último momento en que decidimos que nuestro hijo empezara en este centro, tuvimos dudas… No es fácil, ya lo verán; pero les puedo asegurar que muchas de ellas desparecieron como por arte de magia el día en que fui a ver el espacio.
Simplemente me enamoré de aquél lugar… De cómo todo estaba ideado y cuidadosamente dispuesto. La motivación y el deseo que me despertó aquéllo me imprimió bastante coraje en el proceso de toma de decisiones. De verdad que cuando vi aquel lugar, me alentaba imaginarme a mi hijo allí, en ese ambiente.

Dicho esto, sospechaba, y he tenido ocasión de comprobarlo con mi hijo, que los niños acusan etapas en que muestran interés por cosas concretas. Creo que casi todos los niños muestran interés por ciertas cosas como el lenguaje (la comunicación, la lectura…) las matemáticas (contar, sumar, restar), la música (ritmo, melodía, tono…) la ciencia (procesos naturales…); unos mostrarán más por unas cosas y otros preferirán otras; unos lo harán antes y otros después; pero, básicamente, entre ciertas edades, todos lo mostrarán en mayor o menor medida.

Bien, pues esto también es Montessori: Montessori deja que la curiosidad del niño guíe el proceso de su propio aprendizaje y, a través de un ambiente preparado, pone a su alcance los materiales y elementos necesarios para lograr dicho aprendizaje, sirviéndole como apoyo la GUÍA, que inspira, orienta y sirve de ayuda al niño.
Y enlazando con lo anterior, precisamente el papel del GUÍA en Montessori, me sorprendió. No miento si digo que en un primer momento, me desconcertó, pero a medida que lo iba comprendiendo, me iba pareciendo de aplastante sentido común.
El rol de todo Guía Montessori se basa en el mismo principio que el Derecho penal; el de intervención mínima. Su mayor cometido es la observación y el seguimiento del niño. Mediante la observación puede orientar al niño en sus preferencias o sus destrezas, motivarlo en sus flaquezas…
Y, aunque parezca insignificante, desde luego que no lo es. Todo lo contrario.
A menudo, y es algo que creo que todos hemos podido comprobar en casa, nos resulta más cómodo con los niños intervenir para enseñarles cómo culminar una actividad concreta o, incluso hacerla nosotros mismos en su lugar. Creo que es mucho más díficil dejar que la hagan ellos, que decidan ellos, que actúen ellos. Tener la paciencia de permitirles fallar y aprender de su error… Pero consentir esta autonomía del niño se sustenta en una premisa tan cierta como maravillosa: La confianza en el niño.

En la pedagogía Montessori se confía en el niño: En su capacidad de autoregularse o autodisciplinarse; en su capacidad para equivocarse y aprender; en su capacidad de llevar a cabo tareas que premeditamos que no pueden hacer y que, por el contrario, si los dejamos: VOILÁ!! LO HAN HECHO, Y SOLOS!!
La confianza en el niño no sólo motiva la intervención mínima sino que es un resultado de la misma. Como consecuencia de confiar en el niño, el niño confía más en sí mismo. Comprueba que puede hacerlo; que no se le reprende por equivocarse…

Si la confianza en el niño es esencial en Montessori, lo es también, al mismo nivel, EL RESPETO.
En este punto tengo que decirles que desde que empecé a investigar sobre Montessori, se ha ido diluyendo una venda que me cubría los ojos, forjada a base de años de influencia opuesta.
¿Desde cuándo no se ha respetado a los niños? Si a los niños siempre se les respeta… Parece obvio ¿no?
Pues les puedo decir que no es cierto. En muchísimas más ocasiones de las que nos imaginamos, se pasa por alto el respeto al niño: Cuando se le grita; cuando se le ridiculiza; cuando no se le deja llorar; cuando no se tienen en cuenta sus emociones o sentimientos; cuando se frivolizan sus preocupaciones… Incluso cuando se pretende que se identifique totalmente con los demás, sin atender a sus particularidades y genuidad.
¿Por qué saltan todas nuestras alarmas sociales cuando vemos a un hombre pegar a su mujer y nos quedamos inmóviles ante un padre que pega a un niño? Hace poco vi en Facebook un vídeo que venía a indicar que los padres, en uso del derecho y deber de disciplinar a los hijos, pueden pegarles un par de azotes con un cinturón..
O ¿Por qué si un niño llora nos enfadamos, le reprendemos y ridiculizamos con que deje de llorar, que se pone muy feo? ¿Acaso haríamos lo mismo con un adulto?.
El respeto en Montessori no sólo es hacia el niño en todos sus procesos, sino también del niño hacia sus compañeros; del Guía hacia el niño, y viceversa.

Ésto sólo son algunos ejemplos. No me siento en la autoridad de profundizar más en todo ello porque no soy ninguna experta. Sólo soy una madre.
Y todo esto de lo que les hablo y de lo que no les hablo por prudencia y por no hastiarles, creó en mi marido y en mí el deseo de apostar por esta educación para nuestro hijo. Y, como ya les adelantaba, tomar la decisión no fue fácil.
Mi marido y yo sabíamos que ésto nos pondría en el punto de mira. ¿Cómo le íbamos a decir a familiares, amigos y conocidos que NO ÍBAMOS A LLEVAR A NUESTRO HIJO AL COLEGIO?? Les podría hacer una lista con las numerosas y variadas reacciones que nuestra decisión tuvo… Desde la tragedia que, momentáneamente, pudo suponer para nuestros padres hasta la «hippielada» que muchos otros vieron en nuestra opción.
Algunos han pensado qué menuda «pijada» y otros que «nos están sacando el dinero», que eso no sirve para nada… Los más sinuosos, incluso esperan a que nos equivoquemos.

Y Dios sabe, y el de los 70´también, que yo no soy impermeable a las críticas. Nunca lo he sido. Todo lo contrario. Me afecta mucho (más de lo que debiera) lo que los demás piensen de mí.
Sin embargo, y aunque la decisión no fue fácil, un pensamiento me llevó a pasar por encima de todo: Es lo que yo quiero para mis hijos. Porque creo que es bueno para ellos; porque me gusta que reciban esto; que se lo lleven, y frente a eso, poco tenían que hacer las críticas.
Les garantizo que más cómoda nos resultaría otra opción. Cuando apostamos por estos principios adquirimos el compromiso de transformarnos a nosotros mismos. No piensen que lo que me sale cuando mi hijo llora porque le he dado la magdalena sin papel y él quería quitarle el papel, es tratar de conectar con su frustración y emociones para después tratar de buscar una solución; no se crean que cuando mi hijo está pasando el mocho de la fregona por los muebles del salón, no me sale decirle que o deja de hacerlo o esa tarde se queda en casa… O que si se viste iremos a la calle y le compraré gusanitos… Claro que sí; todo eso a veces sale de mí. Esta apuesta nos obliga a redireccionarnos continuamente; con nuestros logros y nuestros fracasos; como cada cual.

No hemos elegido que nuestros hijos sean educados en la pedagogía Montessori porque esperemos sacar un rédito de ella en el futuro. No creemos que vayan a ser más listos ni más buenos que un niño que vaya a la escuela hasta primaria. No esperamos con ésto que nuestros hijos sean las personas que descubran una vacuna contra el cáncer o que inventen la nueva red social del futuro.
No queremos esta educación, no elegimos esta educación, pensando en el futuro. Queremos esta educación pensando en el presente. Queremos que nuestros hijos sean educados con estos parámetros porque nos gusta que sean tratados de esta forma; y, seguramente, no es la vía más fácil en muchos niveles, pero para nosotros es importante ser honestos con nuestros objetivos y nuestros principios.
Desde hace mucho tiempo tengo perfectamente claro que lo que vale para una familia, no vale para otra; y tengo aún más claro que en relación con la educación de los hijos no somos nadie para sermonear o aleccionar a otros. Por este motivo quiero insistir en la idea de que con estas palabras no pretendo instruir, adiestrar, ni tan siquiera aconsejar nada a nadie. Simplemente, como decía al inicio del post, sentía la necesidad de confesarme.
Eso sí, a aquellos padres que tienen ideas similares en mente y a los que, como a mí, les puede la presión social, les invito a darse una vuelta por allí, y a ser valientes; y a todos los padres del mundo, con estas ideas u otras, les traslado mi admiración, porque, como ya he dicho alguna vez, educar es más difícil que cualquier otra cosa en el mundo.
PD.- Las fotografías son obra de JOSE M. SALAZAR. Y son preciosas!!