A Manuela:

Amor mío:

No sé ni cuándo, ni cómo, ni de qué manera han pasado los 1095 días de tus tres explosivos años. Bueno, una cosa sí sé. Han pasado rápido; fugaces, diría.

Has dejado de ser un bebé, aunque yo siga arañando a esa etapa, voces absurdas y canciones de cuna, de vez en cuando. Soy dolorosamente consciente de que vas a dejar de ser la pequeña en no mucho tiempo, y temo no estar preparada para verte gestionarlo, con tus triunfos y derrotas. Aunque sé que lo harás. Conmigo de tu parte.

Es una sensación complicada ésta.

Guardo el recuerdo intacto del día que me puse de parto y, canasta en mano, miré a tu hermano que jugaba indiferente en el suelo de la habitación. Estaba innegablemente emocionada de saber que iba a abrazarte por primera vez. Sin embargo, me inundó una tristeza inexplicable al tomar conciencia de que Raúl ya no sería el único, ni el pequeño. Lo observé, tan ajeno a los retos y experiencias que se cernían sobre sus tiernos dos años, y me llené de compasión.

Y últimamente me brota esta compasión en cada abrazo que te doy; en cada caricia, cuando, ay Manuela, jugueteas con tus manos en mis labios y en mis ojos antes de dormirte, posándome una mirada de puro amor (ojalá pudieras hacer eso toda la vida…).

Tus tres años de existencia me han dado la certeza absoluta de que los hijos siempre te dan una lección. Viniste a sanar las culpas y los miedos de mi primera maternidad y me hiciste fuerte y segura. Has dinamitado la losa del deber ser y me has regalado la libertad para hacer las cosas de otras formas, incluso asumiendo con madurez la posibilidad de equivocarme.

Has sido el lado amable del aprendizaje. El de las «prácticas», cuando has comprendido el concepto y, aunque sigas teniendo infinidad de preguntas, tienes algunas respuestas que te mueven a tomar decisiones, con valentía y responsabilidad.

Te veo crecer, con tu alegría y tu naturalidad; con tu confianza y tu seguridad y tu modo particular de ser solamente tú, y me trasladas a la calma más ortodoxa; a la de la ausencia de conflicto o turbulencia. Eres tan luminosa, Manuela; tan fácil en el sentido más maravilloso de la palabra…

Vas por la vida sin pedirle nada, recibiendo los días como regalos. Tienes un sentido de pertenencia profundo. Te sabes de nosotros; de tu hermano, de tu padre… Te sabes sin miedo y sin duda, y con esta conciencia te desenvuelves auténtica y libre, deliciosamente libre.

Me gusta tu manera de ser princesa por momentos y por momentos salvaje; tu forma de hacer añicos las etiquetas; incluso las mías.  Me gusta cómo te defiendes a ti misma, con mucho de lo que a mi siempre me ha faltado. Con este amor propio tan saludable y cautivador.

Eres fuerte e inteligente, dulce y amable; solidaria y sensible. Es verdadera fortuna ser tu mamá, y estar invitada a los próximos días, meses y años de tu vida. A atravesar los momentos que están por venir, aunque verdaderamente me asuste lidiar con tu determinación cuando superes los 12…

Me propongo haceros entender, cuando nazca vuestro hermano, y no tenga tanto tiempo ni atención, y por momentos pierda el enfoque, que os quiero del mismo modo extremo. Y sé que lo entenderéis algunas veces; y, cuando no, me presto a comprenderos.

Feliz Tercer cumpleaños, mi amor, vamos a hacer de este día un día especial que quieras recordar cuando crezcas. Vamos a intentar hacer esto con cada uno de tus días.

Te quiero.

A disposición

dsc_0547Hay algo viscoso, persistente y tedioso que me viene acompañando desde el día en que descubrí, con asombro pero sin sorpresa, el positivo en el clear blue.

Apenas me prodigo cantando las alegrías de mi tercer cachorro por venir; ni abrazo farolas. Me cuido, incluso, de pensar en sus manitas calientes. No esbozo ni de lejos, el cuento de la lechera. Me freno el alborozo de notarle las patadas. En ocasiones esta reticencia a hacerle presente me instala en el archiconocido sentimiento de culpa; en el cuestionamiento de las emociones que me mueve la criatura… Y, a poco que le echo un rato de reflexión, caigo en la cuenta de que lo que tengo es MIEDO.

Lo tuve desde el primer momento, y por mil razones o ni una siquiera, no consigo desincrustármelo.

Yo quería más hijos, aunque la realidad parecía desaconsejármelo irrefutablemente. Yo, que en lo esencial he sido más bien permeable a la impulsividad, me encontraba en cada conversación con la psique calculadora de mi señor esposo, recordándome los viajes al trabajo tras noches sin dormir; los plazos con niños enfermos encima del regazo; las tomas con otros dos infantes colgados del cuello clamando mi atención. Los conflictos y la desconexión a la que me lleva el estrés; y la espera para todo aquello que tuviera que ver conmigo y con nosotros.

Aplazar el deporte, el comer más sano, un día de cine a la semana, leer más libros, salir de noche, hacer el amor, dormir diez horas, quedar con amigas…

Y cuando había repasado mentalmente todas las palmarias contraindicaciones, volvía al origen. A la sonrisa bobalicona de figurarme amamantando, y al júbilo de tres hermanos queriéndose (aunque fuera sólo a ratos).

Así que, finalmente y, como de costumbre, nos pudo el amor y, sin tiempo de reflexión, el nuevo bebé estaba ahí. Como si estuviera decidido a llegar. Sin permitirnos un replanteo; ni siquiera un titubeo. Y ya no había marcha atrás.

Y, en este punto, empezaron a cernirse los miedos, confusos y oscuros, a cubrir de sombras ese horizonte que se me antojaba tan gozoso: ¿Y si algo no va bien? ¿Y si se complica el embarazo? ¿Y si supone un riesgo para el bebé, o para mí? ¿y si afecta a mis dos hijos?..

Conforme va avanzando el seguimiento médico de la gestación, consigo disipar ciertos temores a golpe de informes obstétricos y movimientos fetales, pero el miedo, que no acepta rendición, se cuela por otros agujeros: ¿Cómo voy a sacar tiempo para todo? ¿Cómo lo haré en el trabajo? ¿Cómo gestionarán mis hijos la llegada de un nuevo miembro? ¿Cómo afectará a la relación con mi pareja (tengo claro que traerá turbulencias)? ¿Guardería? Y empiezo a sentirme abrumada, insegura y empequeñecida.

Sin embargo, en algunos instantes de lucidez, en medio de mi tortuoso empeño en tener un PLAN MAESTRO que me garantice el éxito y la cordura cuando el nuevo bebé haga aparición estelar, me recuerdo a mi misma que no tengo el control; que no existe una fórmula ni una receta infalible, y que lo único que está en mi mano es ponerme a disposición. A tu disposición, pequeño bebé. Y dejar que me domines, porque esto hacen los bebés.

Así que aquí estoy, bebé: Dispuesta y disponible. Para ti y tus necesidades y las de tus hermanos, en la medida en que mi condición humana alcance. Dispuesta también a tolerar mis fracasos y mis errores. Dispuesta y disponible para comprender mis frustraciones. Dispuesta para quererte y quereros, siempre otra vez más.

Dispuesta a exigir a mi marido estar dispuesto y disponible. Y, dispuesta también, a recibir la ayuda sin percibirla un descalabro.

Consciente de que pasarás de ser el bebé opcional, a otro maestro; a una fuente de hallazgos y descubrimientos increíbles, sanadores, con tal de que nosotros, nos pongamos a tu disposición. Me darás nuevas certezas y me revelarás, una vez más, que el amor son ondas expansivas, sin término cierto.

Te esperamos dispuestos y disponibles.

Sobre todo, porque Raúl alias Harry Potter y Manuela Hermione Greinger necesitan desesperadamente un Ronald Weasley.

 

No se qué tendrá

No se qué tendrá la ecografía de las 12 semanas que me deja como si me hubiera metido entre pecho y espalda 5 chupitos de Jägermeister.

Recuerdo el momento en que me enteré de que estaba embarazada de nuevo. Empezaba a intuirlo aunque apenas tenía un retraso de un par de días, porque me encontraba bastante abatida y extremadamente sensible, así que fui a la farmacia y compré un test casero de embarazo.

No quise decirle nada al de los 70´. No estoy segura de si tenía miedo a que la idea le ilusionara y, finalmente quedase en falsa alarma y astenia primaveral, o todo lo contrario; que no le entusiasmara en absoluto convertirse en padre por segunda vez…(sobre todo teniendo en cuenta que  aún arrastramos faltas de sueño que matemáticamente se han convertido en irrecuperables, salvo que la ciencia logre aumentarle unos 20 años más a la esperanza de vida de occidentales del montón…)

El caso es que me lo callé. Compré el test una tarde de Miércoles y decidí esperar un par de días para garantizar su fiabilidad. La espera me duró hasta el Jueves por la mañana; concretamente hasta las 6:00 am – No sé guardar un secreto (a no ser que sea de los íntimos y privados, en ese caso me vuelvo TutanKamón, o que pertenezca a la esfera profesional, ahí soy puro silencio, como Bisbal) ni disimular una sorpresa o fingir en una broma colectiva.

Me levanté sigilosamente hasta el baño y tras el pipí, esperé con impaciencia los 30 segundos que tarda el chisme en desvelarte la incógnita. En serio, no sé por qué en las películas lo convierten en una interminable espera en la que los progenitores se pelean, se reconcilian y se vuelven a pelear… En menos de 30 segundos el «líquido» empieza a reptar por el aparatejo y, al punto, se puede intuir si la segunda rayita va tomando color.

Cuando lo confirmé, entré en la habitación y le rasqué un pie al de los 70´que remoloneó un poco pero reaccionó rápido al verme inmóvil a los pies de la cama con el gesto retorcido, expectante y contenido; sin saber si llorar o reir o gritar o correr…Ignorante del todo preguntó con voz gangosa y los ojos entornados -¿Qué pasa?- y, susurrando, contesté: – Estoy embarazada, hombre de los 70´-(en realidad lo llamé por su nombre; es una licencia literaria). En estado de seminconsciencia pegó un salto de la cama y me abrazó durante un segundo. Después comenzó un baile muy gracioso y ortopédico que me encantaría describir con más detalle pero que no puedo porque condenaría esta entrada a la censura más despiadada.

Parece un momento bonito, ¿verdad?

Pues desde ese día hasta hoy mismo mi segund@ hij@ desapareció prácticamente de nuestras vidas y nos recordaba su temprana existencia únicamente con las náuseas espantosas que me acompañaban todo el día; el cansancio extremo que se apoderaba de mi después de comer y una bipolaridad afectivo-emocional que me tenía tan pronto cantando a la vida como sumida en la desesperanza más profunda…

Para ser sincera, hasta hoy, en el fondo de mi ser me preguntaba si sería capaz de querer a un niñ@ que venía sin ser inesperado pero que nos pillaba por sorpresa… Recuerdo que con el Leñador los 9 meses fueron como ir saltando por un paisaje campestre con una cesta de mimbre y un cielo muy azul… Me acariciaba la panza a todas horas, planeábamos y fantaseábamos con nuestro retoño; todos, propios y ajenos se interesaban por mi salud y la del primogénito… Les diré que incluso ayer, después de haberlo tenido que recordar como 20 veces, aún el de los 70´había olvidado que hoy nos tocaba la ecografía del primer trimestre…

Ni miraba escaparates de bebé ni leía en internet sobre el toxoplasma gondii, ni buscaba blogs de embarazadas, ni me empollaba en qué consistía el método montessori.… Pobre criatura!!

Hasta hoy.

Hasta ese momento en que en la consulta de tocología me han puesto el «brazo» del ecógrafo viscoso sobre el vientre y se han dibujado en la pantalla, perfectamente definidos, una cabeza, un tronco, unos brazos y unas piernitas que se movían en círculos… El ginecólogo ha conectado el sonido y, de repente, el estruendo fuerte y decidido, constante y vital del corazón de nuestro bebé latiendo: Toc Toc Toc Toc… No he podido contener las lágrimas… Asombrosamente las mismas, igual de intensas, que las que me sorprendían hace unos dos años cuando el que estaba ahí era el Leñador.

Y la verdad es que no hay otra ecografía (ni siquiera la de 3d en que ves a tu hijo como hecho en cera) que me cause mayor emoción que ésta. Me hace caer en la cuenta de que lo que estoy albergando es, o será mi bebé…

Nos han confirmado que todo parece ir en orden y esa es la mejor noticia.

Me temo que para saber el sexo del susodicho aún tendremos que esperar un poco, así que, ánimo, hagan sus apuestas!!!

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Habrá que añadir unas nuevas…