Siempre te querré
Siempre tendrás mi cariño,
Mientras yo esté contigo
Siempre serás mi bebé
(Fragmento del cuento “siempre te querré” de Robert Munch)
Me encanta cuando llega la noche y puedo acostarme a tu lado. Cuando duermen ya tus hermanos y me tumbo junto a ti, y me pides que me acerque más, que no te de la espalda y que deje el móvil.
Y siento que esas palabras casi me liberasen, como si no hubiese caído en la cuenta por mi misma de que podía, por fin, dejar atrás el día y regalarnos un rato de pura presencia.
Dices: “mamá, abrázame y deja el móvil” y sueltas los grilletes invisibles que me sujetan a la idea de “no quedan plátanos”, “mañana a las 6 tengo que estar en pie” u “otro día más en que no he cogido cita para el médico”…
Y entonces lo hago. Dejo el móvil, miro tu cara bonita; tu cara perfecta y sonriente, y empiezo a notar como no me encuentro tan cansada como pensaba, no, al menos, en ese momento. Me empiezas a contar un montón de cosas la mar de interesantes, que me has construido una biblioteca enorme en tu casa de minecraft, me haces preguntas y me siento muy orgullosa de tus cuestionamientos y, algunas veces, haces que me destornille de la risa. Los dos reímos a carcajadas. Puedo ver los hilos que nos conectan, como si hubiese un camino invisible y secreto de ida y vuelta entre tú cabeza y la mía. Es un momento mágico y genuino. Lamento no ser consciente de esto en cada minuto, y lamento las noches en las que me convenzo de que 10 minutos así es perder un tiempo que, en esos erráticos días, estoy convencida de no tener. Esa es la mamá que no tiene ni idea.
Y lo más absolutamente fascinante de ese momento de verdad rotunda, es que se (siento) que para ti es casi sagrado, que te hace feliz. Lo veo en tus ojos chispeantes, en tu risa tranquila, como la de quienes no tienen ni pizca de miedo. Y comprendo que estás en casa porque estás conmigo, y por supuesto yo estoy en casa también. Porque estoy contigo.
Da igual lo caótico y enfurruñado que haya sido el día. No importa si diez minutos antes estaba pensando en llevarte a un internado en Liverpool. Allí en la cama, tumbada a tu lado, el enfado que hace unos instantes me atormentaba, pierde toda relevancia, se deshace como arena entre los dedos.
Hace un par de noches, los dos abrazados, me dijiste que no querías que me muriese nunca. Y lo comprendo, vida mía, porque yo no querría “morirte” nunca. Y como evitarte el dolor de no tenerme algún día, no va a ser posible, ojalá que todas estas cartas que escribo el día de tu cumpleaños sean el abrazo urgente que se necesita, precisamente, cuando no es posible.
Ya se que va a dar igual que te salga barba o que vuelvas de madrugada, que cada noche tendré las mismas ganas de acurrucarte entre los brazos y abrazarte como si el mundo empezase en su día primero, igual que cuando hace 9 años lo hice por primera vez.
Feliz cumpleaños, mi amor.
