
Están siendo unas Navidades muy duras. Ni las canciones moñas, ni el anuncio de El Almendro (y su canalla referencia al reencuentro familiar por Navidad), ni los mantecados Felipe II; ni tan siquiera Love Actually, Dios mío, están siendo suficientes para que conecte con el entorno. Nada. Soy un detestable Grinch.
Son las circunstancias que nos han tocado vivir, y estoy tratando de no sacarlo de madre.
Pero mañana es tu cumpleaños, y no puedo, no quiero, más bien, faltar a la carta, porque, por suerte, sigo teniendo claro que esto es lo que cuenta. Lo tengo más aún. Cuando la muerte hace su aparición irremediable, ineluctable, incontestable, y manda al carajo de un plumazo las pequeñeces que nos ahogan, la fuerza de los hechos, la evidencia de finitud, nos dirigen la mirada, y, aunque sólo sea transitoriamente, tenemos consciencia de que el tiempo sólo existe “durante”.
Así que mi momento navideño, por el que volví a entregarme al agradecimiento, lo tuve contigo el otro día, cuando, ante la posibilidad de que pasáramos la Nochebuena separados, me miraste con las lágrimas en las mejillas y me dijiste: Pero mamá, yo quiero estar contigo.
Y el corazón se me hizo un nudito rebosante de AMOR. Amor bestial.
Y pensé, después, que llevas, cielo, regalándome amor bestial ocho años ya. Porque, no solo te quiero que duele, sino que me he sentido y me siento contigo, profundamente amada. Me quieres tan ciega y confiadamente, que es un privilegio inigualable. El mayor de los honores. La fortuna. La vida con estrella. Y tú y yo, de alguna manera sabemos, que esa relación es única e irrepetible.
El aprendizaje de ser tu madre me ha desatado ataduras ante las que había claudicado, y me ha reconciliado con mi versión original. Y desde ese lugar, te veo y me ves.
A veces te miro dormido, con tus piernas fuertes y tu rostro sereno, y recuerdo mi angustia cuando, de bebé, no podía consolarte, pero aún así te sujetaba en brazos, te mecía y te cantaba, una canción después de otra. Durante horas. Y no sabía si lo estaba haciendo bien.
Cuando te abandonas a mi criterio con esa confianza inquebrantable, pienso que has comprendido casi la única cosa que, verdaderamente, quiero que sepas.
Eres un niño mágico. Tienes esta sensibilidad maravillosa que te hará consciente. Y la consciencia igual te hará gozar que padecer, pero de seguro, te va regalar vivir saliéndote del del dibujo.
Suelo decir que me da miedo que crezcas. Pero no es cierto. Me parece fascinante tu evolución, y la nuestra, y los días se vuelven cada vez más interesantes y estimulantes contigo. Así que estoy entusiasmada con la idea de seguir conociéndonos.
Te deseo un felicísimo cumpleaños mi amor, aunque sea en medio de este tiempo incierto. Te quiero bestial.
Tu madre.