A aquellos que nos decían que te ibas a criar solo, los quisiera ver yo un día de estos en casa. Uno de esos de horarios cruzados en extraescolares, deberes, frigorífico vacío y montaña de colada.
No te crias solo, no. Te estás criando bien hermoso, pero con el sudor de nuestras frentes.
Porque, Benjamín mio, eres de la escuela “wildmanuela” o, como diría tu padre, “nadie al volante”.
Vamos, que vives sin miedo y con alegría. Probándote en cada movimiento. Desafiando todas las reglas empíricas de la seguridad e indemnidad personales, y riéndote del instinto de conservación de la vida.
Eres un bebé al estilo Bartomeu-Lopez. Tú padre y yo no sabemos hacer hijos que se estén sentados, ni siquiera dispositivos mediante. A ti todo eso, plin. Donde esté un trepar por las sillas hasta los armarios de la cocina, o esparcir tres botes de pasta de dientes por el suelo del cuarto de baño, que se quite Peppa Pig.
Y aún con toda tu inagotable capacidad de idear maldades, eres, cada mañana, la luz de mis ojos.
Y aunque me hagas voltearlos de tanto preguntarme “Ezo qué eh?”, en un sevillano cerrado, te contestaría tres millones de veces por oírte decir ese “aaah”, que tiene el tono más bonito que jamás se haya escuchado a este lado del meridiano.
Y, aunque necesite una partida en la nómina para alimentarte, me flipa verte comer a dos carrillos.
Eres tremendamente bueno. Eres un bebé cariñoso y dulce que siempre dice hola ladeando la cabeza y agitando la manita, y que se despide con un “hastaahorayhastaluego”, así, todo junto.
No das nada por hecho, y dejas que la vida te premie y te sorprenda.
No importa que cada mañana tome la decisión Inamovible de destetarte porque, a la noche, cuando te acurrucas sobre mi brazo con la respiración profunda y el pelo mojado de sudor, que crezcas no me parece cosa urgente.
Con esa candidez tuya humanizas a toda la familia, incluso a los delincuentes en los que, a veces, se transforman tus hermanos. Pueden estar enroscados en reproches y amenazas de muerte entre ellos dos, que con el sonido de tus pies pequeños correteando el pasillo, se convierten en seres amorosos que se deshacen en mimos y juegos.
Y por esa relación, la vuestra, ya vale la pena todo el sudor de criaros.
Leía ayer, en la newsletter de Jesús Terrés (@nadaimporta) que está hasta los mismísimos del “cualquier tiempo pasado fue mejor” y de llorar por las esquinas añorando la infancia. Que su infancia no es su patria.
A mí la pertenencia me lleva a esos instantes vuestros. Al abrazo que Raúl te da cada mañana… A la forma en que Manuela se destornilla de la risa con tus cucamonas. Si a algo me debo, es a vuestra algarabía.
2 años en los que, en medio del caos estructural en el que se han convertido nuestras vidas, no puedo dejar de agradecer.
A estas horas, hace dos años, estaba, de nuevo, herida fatalmente de amor.
Feliz cumpleaños, Saúl.
