Pequeña guerrera:
A luz te di yo hace cinco años; pero la luz me la diste tú, de una vez por todas. Para la eternidad.
Brillas tanto como la purpurina que van dejando tus disfraces, y que se pega imbatible en las juntas del suelo de la casa. Y aunque te ha tocado una posición difícil, nunca dejas de brillar.
¿Sabes una cosa? No necesitas carta de presentación. Todo aquél que te conoce te llama por tu nombre. Me tengo que reír, mientras muevo la cabeza a ambos lados, resignada a tu poderío, cuando la cajera del supermercado me pregunta por tí. Cuando me pregunta ¿Dónde te has dejado a «la Manuela»? Otras veces dice incluso «mi Manuela» o, como la tía Valentina, que dice «la Manuelita», porque, cariño mío; tú eres un poco de todos, porque a todos haces parte de ti.
Del mismo modo a cuando Saúl te busca si tu padre o yo le torcemos el gesto, y se te dirige con los brazos en alto buscando el consuelo que, con una ternura inigualable, sin dudarlo un segundo, le das.
Es imposible conocerte sin celebrarte.
Los cumpleaños me ponen nostálgica. Me siento y repaso la galería del móvil, conmemorando momentos que, seguramente, fueron menos idílicos de cómo los pienso… sin ser capaz de contener la desazón de dejarlos atrás. Aunque, en la constante contradicción de mi misma esencia, los voy alternando con fash fowards cuidadosamente inventados; te imagino leyendo los libros que tu misma escogerás, maldiciéndome por no dejarte volver una hora más tarde; emocionada por ir a un concierto, enamorándote, viajando o riendo al teléfono con tu mejor amigo.
Atesoro el recuero del día en que naciste. Fue la segunda vez en toda mi existencia en que sentí la vida como una certeza absoluta. Ya nunca volveré a ser la misma persona que era antes de ti.
Manuela: Con tu pelo alborotado, como dice la canción. Con el cuerpo saltarín, la risa escandalosa y el tono alegre en la voz, me recuerdas, cada día, la alegría de vivir. Te quiero y te admiro, pequeña mía. Admiro el vigor y la determinación de tu carácter, y me emociona tu generosidad; la pureza de tu mirada; la libertad de tu espíritu… tu humilde genialidad.
Hoy, aún confinados por quinta vez en este tiempo endiablado, y recién enterados de que encadenamos cuarentena, que será la sexta, me he venido abajo. Asustada, cabreada, desesperada, triste. Viéndote en tu cumpleaños, sola, sin familia, sin amigos, sin carreras ni juegos, sin poder salir a la calle. Y al levantar la mirada de la oscuridad de mi ombligo, ahí estabas: Jugando en la cocina con los globos que hemos inflado, antes de que llegaran tus hermanos, con esa risa tuya, encendida. Esa risa. Y has dicho: Mamá, me encanta mi cumpleaños. Has apagado las luces, y me has cogido de la mano.
Y he pensado: «Pequeña princesa guerrera: Lo has vuelto a hacer. Me has vuelto a enseñar cómo se mira la vida venir como un regalo inigualable. No dando nada por sentado. Recibiendo cada momento desde el asombro y la más profunda gratitud.»
Te deseo un día feliz, aunque se que lo tendrás. Te deseo una vida en la que experimentes felicidad, y también se que lo harás. Yo quiero acompañarte en tu andadura con toda la delicadeza que te mereces, y ojalá puedas tener, al menos, la certeza absoluta de que, donde quiera que esté, siempre tendré los brazos abiertos para que descanses en mi. Y si lo haces, te daré todo el amor que tengo, y, si no, también te lo daré, porque, como dice Rebecca Pearson, eso hace una madre.
Te quiero, Manuela. Feliz cumpleaños.