Cuando escuché la canción de John Lennon como parte de la banda sonora de la película homónima, comprendí totalmente ese sentimiento extraño, dulce y, en cierta medida incordioso, que viene produciéndome todo esta historia de que creces. Esta es la magia de la música, del cine y de la literatura. De repente una canción, un texto o un fotograma, te ordenan las emociones.
Son tiempos difíciles, hijo, y cierto impulso melodramático me lleva a continuar con este insufrible rollo epistolar que me he montado para vosotros. Por si algún día os sirve; os hace falta u os permite encontrar alguna respuesta. Asumo que, probablemente, en algún momento de vuestra existencia, os resulte embarazoso, pero os ha tocado una madre con ínfulas de escritora de guiones de telenovelas, así que, es la vela que habrán de aguantar vuestros palos.
Ese sentimiento del que te hablo, es pura nostalgia. Alegría y añoranza; esperanza y compromiso; pero también una íntima tristeza y, celebro, cada vez, un poco menos de miedo. Es el pie de foto de un cómic con dos viñetas. Una en la que corres torpemente hacia mis brazos, con la sonrisa encendida y gritando mamá, y otra en la que me cuentas, afligido, que esa niña de tu clase ha tirado a la basura el regalo que tan cuidadosamente habías preparado par ella, pintando corazones en un pedazo de azulejo, y yo te doy un abrazo, sin poder recuperar de la basura ese maravilloso pedazo de azulejo.
Es querer soltar y soltar la cuerda, suplicándole a todos los Santos que me pueda quedar con la punta. O dejarte ir confiando en que siempre encontrarás el modo de volver.
Lo nuestro se ha transformado. Evoluciona en un ritmo y cadencias definitivamente más geniales que las que habría soñado. La vida me está regalando una historia de amor fascinante, incluso con sus desengaños.
No puedo decirte que no esté siendo desafiante. Lo está siendo. Desde que pisaste este mundo, con ese otro mundo tuyo, tan grande y tan profundo.
Ya te he contado muchas veces que me has enseñado mucho sobre el corazón. Hasta me has enseñado, a la vejez ciruela, a comprender a una niña que lloraba demasiado, lo perdía todo y se pasaba la vida transitando desde la exigencia a la culpa, y vuelta. Tú me has reconciliado con esa niña, que pensaba que nunca era suficiente; que se quedaba paralizada por el miedo, antes de atreverse a ser juzgada, y que tenía que desmarañar un nudo tras otro, cada vez que reñía con algún amigo en el patio del colegio, aunque le supusiera noches en vela. Que no sabía vivir las cosas en libertad y sin cargas; que solía ser presa de la más profunda indecisión, incluso cuando se trataba de la elección más simple, más que por falta de criterio, por querer aglutinar en su decisión los criterios de todos.
A mi me decían que no tenía personalidad. Yo creo que tienes una personalidad sustanciosa y desbordante, que es una fortuna para todo aquél que te conoce, aunque les exija grandes dosis de empatía, paciencia y compromiso. Gracias a ti puedo hoy liberar a esa niña del juicio incompasivo al que la he sometido.
Algún día, hijo mío, comprenderás que tú también debes soltar una cantidad de lastre indecible, que ha nacido contigo. Trato de mostrarte ese camino, que tendrás que andar tú, con tus piernas y tu ritmo cardiaco. Unos días el sol te bañará la espalda y será gustoso y reconfortante; el aire te removerá el pelo y te enfriará la cara, y te sentirás vivo y poderoso. La lluvia mojará tus manos y sentirás gratitud y te envolverán los olores, los sabores y los colores de un mundo fascinante.
Otros ratos estarás cansado, sentirás dolor y miedo o pena. Una pena que se incrustará muy hondo, y que parecerá insuperable. Y solo también comprenderás, que todos podemos vivir con ciertas mutilaciones. Y que muy pocas cosas en este mundo; quizás ninguna, aunque parezca realmente terrible, te deja sin capacidad de júbilo, por lo menos en el largo plazo.
Hay poco que yo te pueda enseñar; poco más de un par de cosas: Como poner los ojos en blanco o gastar bromas imitando todos los acentos internacionales. Lo demás lo vas a aprender por tu cuenta, con este endiablado misterio de la vida.
Cumples siete. Me cuentas chistes en los que no tengo que simular la reacción porque de verdad me hacen gracia; me haces preguntas que me cuesta responder y tienes puntos de vista diferentes a los míos. Es muy divertido y muy satisfactorio que te guste una canción que te muestro, y me hincho de orgullo cuando te descubro esa sensibilidad exquisita con lo humano. Cuando eliges una y otra vez el libro de poesía para dormir, o eres delicado con otras personas.
Creces. Como debe ser. Muy rápido, como me gustaría que no fuera.
El otro día tu padre os preguntó: ¿Sabéis que tenéis la mejor madre del mundo? (seguramente estaba intentado compensar alguna afrenta… jeje) y tu te apresuraste a contestar, con la mayor de las naturalidades: Eso sí que es verdad. Y la verdad es que me equivoco cien veces, contigo también. Cada día. Pero este amor tan insólito que siento por vosotros, me apresura a enfocarme en daros lo mejor de todo lo que puedo ofrecer, sin ánimo de perfección, con todas mis carencias en las manos.
Te deseo un muy feliz cumpleaños, hijo mío. De momento, aún tengo la calma de saber que, lejos de posibles conflictos pasajeros sobre el color de las velas, serás feliz en tu día, pero en adelante, aprende bien que en ese camino tuyo y solamente tuyo, siempre seremos un refugio en el que poder resguardarte de la tormenta. Aunque no podamos detenerla, podremos hacer chocolate caliente.