EL ATAQUE DE LOS «TO DOES»

6:20 Horas de la mañana. Manuela tiene hambre; refunfuña desde debajo de mi brazo en algún lugar de nuestra cama. Por un momento simulo que es un sueño; consciente de que es más real que la vida misma, en la ilusoria esperanza de que termine por preferir seguir durmiendo.

El refunfuñar se convierte en quejido premonitorio de llantos capaces de despertar a la bestia, acá el leñador, así que me arranco a regañadientes de mi último sueño de dos horas y la cojo, medio a tientas, para colocarla en el pecho.

Se activa mi cerebro (en el devastado  estado de rendimiento que te dejan noches sin dormir y días entre tomas y cambios de pañales):

Compras extraordinarias (familiar):

  • Recipientes para colocar en la calefacción y humedecer el ambiente…Menudo invierno llevo con la garganta!
  •  Un hule para la mesa.El único mantel que tenemos y que sirve tanto para protegerla en las comidas como para el baño de Manuela que, de momento, y a falta de espacio en ningún otro lugar, se hace sobre la mesa del salón, luce identificables manchas de tomate y refregones de crema de pañal.
  • Garrafas de agua para llenarlas en casa de mi madre, que tiene un descalcificador de ésos de ósmosis que van de lujo. Sobre todo después de que un vendedor de enciclopedias nos ilustrara de la cantidad de dinero que se gasta en agua para tratar de convencernos de comprar una edición de lujo de una enciclopedia sobre salud que venía con un equipo de ósmosis de regalo.
  • Tapón para la bañera. LLevamos más de un mes tapando el desagüe de la bañera cuando bañamos a Raúl, con un tarro de champú de forma redonda. El problema: El tarro tiende a flotar y caer, el agua se esfuma y mi hijo se enfada…
  • Ganchos de pared para colgar toallas. Les he buscado un sitio estupendo a las toallas de los chiquis que hasta ahora penden en perchas de pared en la habitación de Raúl (perchas que ahora se hacen necesarias para los pijamas de ambos). Cuando consiga hacer el post sobre la caja de cerillas que es nuestro hogar, comprenderán porqué razón me paso media vida repasando la sección de orden en casa de IKEA, e ideando fórmulas para economizar, aprovechar, sobreexplotar el espacio, tratando de evitar caer en el «horror vacuii».

 

  • Perchas para los armarios.

 

Compras para los niños:

  • Pijama para Raúl… ESTÁ COMPRADO, SÍ SEÑOR! Y brilla en la oscuridad y todo…
  • Buzo para Manuela
  • Bolsa del carricoche para Manuela (no puedo seguir llevando sus pañales en una bolsa del mercadona que guardo avergonzada en las profundidades de mi bolso. Junto a los huesos de manzana y a los trozos de pan duro.)

 

Compras para mí:

  • Agua micelar. Me temo que rebajada con agua del grifo con alto contenido en cal no tiene el mismo efecto… Empiezo a notarlo.
  • Crema hidratante. Por más caléndula que lleve la que utilizo para el culete de mis hijos, creo que mi piel exige otra cosa.. Además, voy oliendo a culo todo el día.
  • Un disco duro. Tengo la pesadilla recurrente de que se me fastidia el pc y hace demasiados meses (unos 40…) que no hago copia de seguridad. Si no me asalta en forma de pesadilla lo hace en forma de cuñado informático que cambia el semblante para recordarme que el pc se va al traste en el momento que menos lo esperas y… Cataplum! Todo perdido. Por cierto, tengo pesadillas con éso y con que me faltan asignaturas para terminar la carrera…

Por no hablar del trabajo: Tengo que preparar un par de demandas de ejecución; no debo olvidar hacer un escrito de impulso en las previas del Instrucción Tres. El cliente de Almería aún no ha pagado… Habrá que darle un toque… Dios mio, el otro cliente ha pagado ya!! hay que ponerse con lo suyo. Todavía no nos ha llegado el emplazamiento para formalizar el recurso; ya han señalado audiencia previa en la responsabilidad médica; me falta pedirle al cliente el último informe médico para su solicitud de incapacidad permanente total. Este caso es muy internacional… Qué maravilla, voy a disfrutarlo!; es urgente dar citas a las clientes de las vistas de Marzo para preparar los interrogatorios.

A todo esto: Hay que pedir cita a Manuela para la revisión del mes; Raúl debería ir a la peluquería. Desde luego que yo también debería ir… Qué pelos… Pero a la vez tendría que pedir cita para depilarme… La cuarentena no debería implicar convertirse en mujer lobo, no?

La bañera pierde agua por no sé dónde… Eso, o mi marido se monta una juerga con la alcachofa cada vez que se ducha…

La caldera suelta un líquido amarillo sospechoso (tengo que preguntar a alguien) y también debo investigar cómo solucionar las humedades de la despensa…

Quiero llamar al fotógrafo de nuestra boda para hacer una sesión newborn para la peque.. Y de paso que nos haga unas fotos a los demás también, que mi leñador está ahora en todo su esplendor…

Debería salir a andar o a correr un poco, y la segunda y última vez en mi vida que fui al fisio me dijo que para mi la natación no era un deporte sino prescripción médica. Tengo tal locura de espalda que me está desbaratando el cuerpo. Literalmente: una cadera más alta que la otra, una pierna más corta, los brazos asimétricos..

Deberías escribir algún post.. Ya te vale con el blog. No tienes ninguna continuidad…

Hasta que: rupqoetiyptyqeoipqynoip oih oidqpohd. El disco duro comienza a recalentarse y a desprender un tufillo a estrés y ansiedad alarmante; estoy hiperventilando y Manuela hace una hora que se soltó de la teta y está como loca buscándola en el ombligo… Pero cuando consigo despertar de su sueño profundo a la mujer con labios rojos, botas cowboys y sonrisa eterna que llevo dentro, ESTO ES LO QUE TIENE QUE DECIRME:

Si alguna vez a Ustedes, queridas mías, les sucede algo similar; éstas son las cosas que la fresca de mi yo canalla me suelta así sin más y se queda tan ancha:

1.- Tienes el pelo bastante bonito últimamente. La falta de tiempo para ir a la pelu ha conseguido que te lo dejes largo por fín… Levo años queriéndolo!!

2.- Jamás se terminará tu infinita lista de to does… Pero no merece la pena que tu vida se convierta en una lista de «to does». Qué pasaría con las tareas inacabadas cuando abandones este mundo?? No se van a poder trasladar a la semana siguiente…

3.- Haz lo urgente y planifica lo importante. Lo demás puede esperar.

4.- Help! Ayúdame!! Para qué tienes tu un marido que trabaja por las tardes, un suegro jubilado, una suegra a la que le gusta hacerte tortillas para cenar y una madre capaz de hacer diez cosas al mismo tiempo??

5.- Cógete el ordenador y cómprate un vestido, anda!

6.- Llama a la Crack y proponle quedar una tarde (aunque luego no podáis cuadrar agendas).

7.- Las horas del trabajo son las que son, y dan para lo que dan. Si necesitas más horas, búscate a alguien que te eche una mano..

8.- Ponte a Silvio Rodriguez.

9.- Acuérdate de que tienes unos tacones preciosos sin estrenar.

10.- Mira cómo se ríe Manuela cuando cuando le acaricias el moflete… Es tan tierna!!

11.- Planifica un viaje…

Mucho mejor así, verdad??

Bienvenida al mundo. Bienvenida a casa (crónica de un parto mil veces anunciado)

El pasado día 4 de Febrero, Jueves ya, a las 00.06, después de haberse hecho infinitamente de rogar, llegaba al mundo nuestra pequeña Manuela.

Desde el Martes por la mañana estaba teniendo cada vez más contracciones. De hecho, llamé a mi hermana ese mismo día  para decirle que creía que sería esa tarde.  Al final tampoco fue esa tarde, y mi familia estaba al borde del infarto con mis pálpitos sobre el parto… Tanto, que casi se lo pensaron cuando el Miércoles por la tarde les llamé para decirles que me iba al hospital…

El Miércoles a media mañana empecé a sentir un cansancio insoportable y mucho sueño. . Se me cerraban los párpados, así que tuve que dejar el trabajo y acostarme a dormir.

Durante toda la tarde estuve teniendo contracciones, pero no me alarmé porque tampoco eran nada nuevo… Algunas más intensas, tal vez.

Sobre las 18:00 horas de la tarde, las contracciones se empezaron a hacer regulares; las sentía cada 9 minutos aproximadamente. Me temía que el proceso empezaba a desencadenarse, pero por los muchos relatos de partos (con Raúl rompí la bolsa y no tuve la experiencia de ponerme de parto, porque fue inducido) que había leído en internet, consideré que aquéllo duraría horas hasta que estuviera en el momento oportuno.. Así que con calma, me puse mi lista de Spotify «Songs to exist» para relajarme un poco y empecé a bailar en el salón con mi Leñador, al ritmo de Hand of Love de The Sound.

Pero la cosa parecía ir más rápido de lo que me había planteado y, sobre las 19.30, las contracciones eran ya cada 3 minutos. Aún no había avisado a nadie, así que me apresuré en llamar al de los 70″ que parecía que hubiese tenido que venir desde los 70´. No se si alguna vez he contado por aquí que mi marido no va a morir de un infarto. Tardó casi media hora en aparecer. Media hora que se me hizo eterna. En un momento lo llamé y me soltó: «Estoy buscando aparcamiento«… Y yo ya me lo imaginaba tratando de evitar la zona azul, calles demasiado estrechas, zonas poco transitadas.. Y las contracciones seguían cada 3 minutos.

En cada contracción me ponía en cuclillas y balanceaba el cuerpo para facilitar la colocación del bebé.

Cuando mi querido esposo se dignó a aparecer con calma y quietud, en una representación perfecta de lo antagónico a lo que reflejan las películas sobre los papás cuando sus queridísimas se ponen de parto, y, cuando también llegaron abuelos para atender al que se quedaba, cogimos las bolsas y nos fuimos al hospital. Ese momento en el que me despedía del leñador sabiendo que era el último en el que sería mi único hijo (al menos de forma visible para èl) me provocó sentimientos encontrados. Sentí mucha tristeza al dejarlo tan ajeno a lo que iba a suceder.

Al llegar a Urgencias, mientras esperábamos en la sala de espera, me sentía muy tranquila, cómoda, y empecé yo también a dudar de que nos fuéramos a  quedar.

Me hicieron pasar a monitores. La matrona me preguntó cómo me encontraba y si tenía contracciones. Le dije que sí, pero que no me encontraba mal; no me dolían demasiado. Algo, no obstante, debió observar en mí porque decidió explorarme inmediatamente, antes de ponerme en monitores. Al hacerlo vi como pedía una lanceta y le pregunté para qué, algo alarmada. Me dijo que iba a romper la bolsa y le contesté: Pero ¿ya? Y me dijo, ¿cuándo quieres que lo haga si tienes más de 5 centimetros de dilatación..?

La verdad es que no lo esperaba y, de repente, me encontraba con todos los aparatos conectados y en camisón sobre la cama. Algo empezaba a no gustarme.

Seguidamente me dijo que iba a llamar al anestesista. Gran momento de la tarde: Le indiqué que mi intención era intentar dar a luz sin ponerme la epidural y que, en ese momento, puesto que me encontraba soportando el dolor con bastante dignidad, prefería aguantar…

No le sentó nada bien a la señora esta indecisa decisión porque me espetó que «de intentar, nada» que me daba 10 minutos para decidir si quería ponérmela o no. Que era ahora o no era nunca. A todo esto añadió: Cuando el dolor sea insoportable no quiero tener que discutir contigo…

Realmente esa actitud era todo lo contrario a lo que necesitaba para haber continuado con mi propósito del parto natural. Diez minutos. No lo sabía; no sabía lo que quería hacer… Empezaba a sentir dolores más intensos y sobre todo empecé a sentir MIEDO. Miedo atroz a decir que no quería epidural y a encontrarme después incapaz de soportarlo. Pedí que llamaran a mi marido, que seguía en la sala de espera, y la matrona me dijo que éso era algo que debía decidir yo sola.

Me temía que había dado con una de esas matronas para las que la parturienta, acá una servidora, no tenía vela en el nacimiento… Pese a que me encontraba bastante empequeñecida por los acontecimientos, arranqué el valor para decirle que quería ver a mi marido y hablar con él.

Con cara de bastante contrariedad, se fue a llamar a la sala de espera y a hacerlo pasar. Le comenté lo ocurrido y le dije que podía soportar el dolor y que quería continuar intentándolo y él lo vio perfecto; me veía bien… Pero en ese momento volvió la matrona pro epidural y me dijo que me iba a doler mucho más.

Nos preguntó por qué razón no quería epidural y le expliqué lo que me sucedió en el nacimiento de Raúl. Me dijo que eso no me iba a volver a suceder de ninguna manera. Que en ese momento tenía demasiado epidural en el cuerpo porque había pasado más de 10 horas conectada a la oxitocina y a la anestesia; pero que en esta ocasión la cosa iba rápida y que la anestesia me quitaría el dolor pero no me impediría sentir las contracciones.

Raúl resultó totalmente convencido por la matrona y me dijo que por él se la pondría. Que puesto que no iba a tener el mismo problema que con Raúl, entonces, para qué iba a estar sintiendo el dolor??!! Francamente no fue por falta de apoyo. Raúl me apoyaría aunque lo que quisiera fuera cruzar el atlántico a nado, pero él no quería verme pasar dolor y la matrona resultaba francamente convincente con sus palabras.

Pues, con este panorama, accedí a ponérmela… Con las mismas dudas que hubiera albergado si hubiera decidido no ponérmela finalmente, y muy confiada en que en esta ocasión, la sensación fuera distinta.

Y tan distinta me pareció!!, pues, aunque el anestesista me había indicado que en 10 o 15 minutos me haría efecto, había pasado media hora y, en cada contracción, sentía un dolor altamente intenso… Cada vez más intenso. Se lo dije a la matrona y le faltó reírse en mi cara. No hacía falta ser experto en lenguaje no verbal para percibir el orgullo de quién se sabe convalidado en sus predicciones por los hechos constatados. Vamos, la señora estaba pensando algo como… Mírala, la que quería parir sin anestesia!! Pero debió de quedarse con alguna duda porque volvió a entrar a la sala y, viéndome realmente apurada, partiendo cada uno de los huesos de la mano de mi esposo, se acercó a mirar el cateter de la epidural para, a continuación, exclamar: Madre mía, si no está saliendo!!

AJÁ, Señora, quién hubiera reído ahora henchida de orgullo habría sido yo si no hubiera sido porque el dolor no me daba tregua…

Decidió explorarme antes de llamar al anestesista y me dijo que estaba de 8 cm y medio… Vaya por Dios!! los Astros se habían rendido a mi deseo de aguantar sin epidural. Enseguida entró el anestesista en la habitación y, sin decirme nada, cogió el catéter y me suministró por esa vía un fármaco.

A continuación, indicó: Te he puesto otra cosa que te hará un efecto muy rápido y te provocará bloqueo muscular total. No da tiempo a otra cosa…

MANDE??!! Quiere decir que dejaré de tener cualquier tipo de sensibilidad de cintura para abajo en 5 minutos??! Pues sí. Así era.

No me lo podía creer!! Había llegado al hospital con más de 5 cm de dilatación, después de bailar los dolores de parto al ritmo de Van Morrison y Tom Waits; había manifestado mi deseo inseguro de dar a luz sin anestesia para evitar la impotencia que sentí durante el expulsivo de mi hijo, en esta nueva ocasión; había sucumbido a las bondades de la epidural cantadas por la matrona pro anestesia y a su firme convicción de que esta vez sería distinto; sin embargo, por piruetas del destino, había completado hasta una dilatación de más de 8 centímetros sin una gota de anestesia… Y ahora, a las puertas del final, iba a pasarme EXACTAMENTE LO MISMO que me pasó con Raúl… Precisamente lo que quería evitar… Después de todos los vaivenes, de los dolores, de los miedos y de las dudas…

Entré en modo cólera. Sólo la parsimonia de mi hombre de los 70´ y el apoyo moral de mi familia al otro lado del What´s app, consiguió sosegarme y permitirme concluir que iba a dar a luz a mi hija, sí o sí, y que, puesto que nada se podía hacer ya, no valía la pena estar enfadada. No podré negar que el hecho de imaginarme un expulsivo igual, me frustraba y me hacía sentirme decepcionada.

Sin embargo, por otra pirueta del destino, NADA FUE IGUAL QUE en el expulsivo del Leñador… Y la matrona pro anestesia, que tanto me había disgustado en un primer momento, de repente se convirtió en una profesional dulce, atenta y muy experimentada.

Me llevaron a paritorio. Me hizo saber que sentía que al final me hubieran tenido que poner la solución rápida pero que empujaría, y lo haría muy bien.  Yo me tomé un minuto para decirle a Manuela que iba a hacer todo lo que estuviera en mi mano.. Que me iba a dejar la piel.

Y empecé a empujar cuando la matrona me indicaba.. Empujaba sin sensibilidad, con la cabeza, los brazos y la parte del tórax que se mantenía viva… Lo hacía como podía, todo lo fuerte que podía.

Al tercer empujón la matrona hizo traer el espejo y vi cómo salía la cabeza de Manuela… Llenita de pelo; con mucho pelo… Y me sentí impresionada; maravillada. En dos empujones más mi niña preciosa estaba fuera.

Dios mío; qué guapa estaba!!!

Recuerdo que lo primero que pensé es que se parecía muchísimo a su hermano. Estaba preciosa… Caliente, otra vez.. Suave, tan mía, tan dulce y tan tierna… Tan milagrosamente viva, moviéndose, llorando, mostrando su rechazo a la luz, el frío, el mundo… De nuevo en mis brazos, pegada a mi pecho… Fue sencillamente asombroso.

No tuvieron que hacerme episiotomía, ni maniobra de Kristeller, ni desgarro, ni nada de nada… Manuela había venido al mundo con bastante prudencia; sin alboroto, pero con firmeza y decisión.

Manuela llegó al mundo a las 00.06 del día 4 de Febrero; pesó 3.560 kg y midió 50 cm. Y se hizo patente que todos la estábamos esperando. Todas nuestras vidas.

Y qué quieren que les diga… Que ya se ha incrustado en mi piel de nuevo, ese momento de contacto caliente y húmedo y que, de nuevo, pese a todos los giros inesperados que nos deparó su llegada, fue, junto con el nacimiento de mi hijo, la experiencia más maravillosa de toda mi vida.

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SÁBADOS Y ALUMBRAMIENTOS II

Esta entrada es anterior al nacimiento de nuestra hija Manuela. No había tenido tiempo de publicarla antes, pero lo hago ahora como prrludio de la experiencia reciente. A ver si los fierecillas me dejan un rato para sentarme!

Como lo prometido es deuda, y mientras puedo saldarla, voy a finalizar la historia del día en que el Leñador conoció el mundo por primera vez.

Me quedé por el momento de entrar al paritorio.

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Creo que fue éste en el que las matronas se dieron cuenta de que se habían pasado con el chute de epidural, porque no pude ayudar NADA EN ABSOLUTO a trasladarme a la camilla. Ni siquiera apoyar la pierna sobre la cama con fuerza para facilitarles a ellas el trabajo. La misma historia sucedió de la camilla al potro.

Y, como digo, empezaba la hora más dura del parto para mí. No tenía dolor. Nada de dolor en absoluto. Estaba completamente dormida de cintura para abajo; sin embargo me sentía extenuada, mareada, y no dejaba de vomitar jugos gástricos (que es lo único que a esas alturas permanecía en mi estómago).

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La matrona que me atendió durante el expulsivo (que era distinta a la que había estado junto a mi durante el tiempo de dilatación) era otro ángel del cielo y me decía cuando tenía que empujar.. Y yo, sin sensibilidad alguna, trataba de ejecutar lo que recordaba que se hace para empujar. Mi cerebro se empeñaba en dar a mis músculos las órdenes de tensionar y apretar, pero no podía comprobar que lo hacía; no podía sentir que contribuía en modo alguno a que saliera.

Al parecer algo conseguía porque la matrona, cual coach de primera, me insistía en que lo hacía muy bien y en que tenía que empujar un poco más… Pero el tiempo pasaba y Raúl no termina de aparecer. Había pasado casi una hora (yo seguí vomitando sin parar… Muy cansada) y empecé a percibir cierta inquietud en la matrona. Sentí miedo. No quería que hubiera forceps, ni ventosa, ni mucho menos quería imaginarme una césarea de urgencia y ya sólo pensaba en que Raúl estuviera bien… Fue bastante agónico.

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Al final el ginecólogo apareció por allí y observó mi último pujo. Como un león se subió sobre mí y me hizo la polémica maniobra de Kristeller: Aplicando una fuerza que me hizo gritar, apretó su brazo contra mi bajo vientre y deslizó como una pala hacia abajo.

Mucho había oído hablar sobre lo peligroso de esta maniobra y sentí miedo, aunque, hoy por hoy creo que si no lo hubiera hecho, tal vez hubiese sido necesario emplear otro instrumental…

Y no se si fue la adrenalina o qué otra bendita hormona de las que fueron muy oportunamente colocadas en nuestro organismo, pero cuando Raúl salió; cuando lo ví, cuando lo colocaron sobre mi pecho, NO TENÍA NADA…. Ni miedo, ni angustia, ni mareo, ni cansancio, ni obcecación… Fue como si yo misma hubiera vuelto a nacer. Me sentía bien. Estaba bien. Estaba feliz.

Por eso guardo un buen recuerdo del parto; porque sea como fuere, al final Raúl salió, y salió bien, y pude tenerlo durante dos horas pegado a mi pecho tras dar a luz… y esa sensación de calor húmedo junto a mí no desparece de mi piel jamás. Está incrustada.

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No obstante todo ello, esa misma experiencia es la que me ha hecho albergar el deseo de prescindir de la epidural en este parto. Pero esto es otra hitoria.

En los últimos días, la decisión acerca de si quería o no epidural, me ha venido costando demasiado estrés y ansiedad.

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La verdad es que, aunque admiro profundamente a las mujeres que encuentran algo místico en el dolor del parto y deciden, en consecuencia, dar a luz sin epidural (como un trance único y decisivo para el vagaje emocional de la mujer), el pragmatismo heredado de mi madre, me excluye de ese grupo. Pienso que si hay una opción segura de evitar un dolor tormentoso, entonces eso es una cosa buena. Sin embargo hay dos razones que me llevan a desear parir de forma natural (como dicen).

Por un lado, quiero sentir como puedo empujar; quiero empujar. Es muy agónica la sensación cuando la matrona insiste en que empujes y no tienes un carajo de idea de cómo hacerlo, o de si lo estás haciendo… Te sientes completamente inútil. Es como si no pudieras contribuir en nada al alumbramiento de tu hijo. Únicamente estás ahí, lo intentas, pero por más que lo haces, tu cuerpo no responde.

Creo que la sensación de ver cómo tu cuerpo hace su trabajo debe ser satisfactoria.

Y luego está el miedo, a que si se mantiene esa imposibilidad haya que instrumentalizar…

Por otro lado, tuve un postparto más bien malo y, tengo oído que sin epidural la recuperación es mucho más rápida.

Así las cosas, en mi interior se debaten estas razones con las que me aconsejan evitar el dolor si es difícilmente soportable.

Como quiera que no me apetece librar más este debate emocional, mi decisión última ha sido dejar que los acontecimientos se sucedan según su ritmo normal y tomar la decisión en el momento, atendiendo a las circunstancias… Quién sabe? Quizás soy de ese selecto grupo que da a luz en dos empujones… O quizás las cosas se complican, y no me queda elección.

PD- Las fotos siguen siendo del Sábado pasado