EMBARAZO #2: PRIMER TRIMESTRE

Hace tiempo que vengo queriendo escribir acerca del primer trimestre del embarazo. Para ser más precisos, del primer trimestre de MI embarazo; pero la verdad es que hasta ahora, por “h” o por “b” (a mi madre le encanta esta expresión) no he podido. Entre que me falta tiempo y que, cuando lo tengo, me apremia la necesidad de desahogar mi frustración con la burocracia administrativa, me he metido en  la mitad del embarazo sin darme cuenta.

A modo de conclusión: El que inventó la expresión de que querer es poder andaba un poco perdido. No siempre querer es poder. No siempre; no en todo. Por más que en este momento quiero estar tumbada en una hamaca en las Bahamas con un daiquiri en la mano, oye! Que no puedo.

Pero finalmente aquí estoy (no en Las Bahamas), con la intención de desenterrar de mis recuerdos recientes cómo me sentí durante esos primeros meses de mi embarazo.

Como ya contara alguna vez, este embarazo está siendo sustancialmente diferente al primero. Igual de feliz pero notablemente menos entusiasta, menos consciente y mucho más cansado, y no tanto por lo que respecta a síntomas físicos (éstos la verdad es que me recuerdan mucho a los que me provocó mi primer embarazo), sino más bien en cuanto a mi actitud y, por su puesto, a las circunstancias en las que lo estoy viviendo.

En cuanto a mis primeros síntomas, mis pechos son los que me ponen en alerta. Están muy sensibles y siento una especie de picor/escozor en la zona de las areolas.

Pero sin lugar a dudas el signo inequívoco y absolutamente insoportable que me confirma mi situación gestante es el CANSANCIO EXTREMO. Agotamiento superlativo;  extenuación total. No estoy exagerando en absoluto. No sé si a las demás les pasará algo similar, pero yo, durante los tres primeros meses de embarazo, ando arrastrándome por la vida.

Pasada una hora y media o dos desde que me levanto de la cama por la mañana, se apodera de mí un sueño invencible.

Tanto en mi primer embarazo como en éste he estado trabajando para mí misma, por lo que he intentado llevar un ritmo lo más parecido posible al de costumbre. Creo que lo he conseguido, no sin daños colaterales.

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Sin embargo, con mi primer embarazo, cuando llegaba a casa a medio día comía junto a mi marido haciendo grandes esfuerzos por mantener los ojos abiertos y, después, me acostaba a dormir en la tranquilidad de mi hogar de dos… Me estremezco de placer de recordarlo, en serio.

Con este embarazo el cuento ha cambiado bastante. Después del trabajo tengo que recoger a mi hijo, llegar a casa, preparar la comida, dormir a mi hijo (sí, mi hijo jamás de los jamases se ha dormido solo). Después de comer tocaba recoger; los platos, las ropas… Sólo algunos días, con un poco de suerte, podía rascarle 20 minutos a la siesta antes de que el Leñador se levantase vociferando MAMÁ!!. Por supuesto, aquellos días en los que madre o suegra nos acogían en su mesa, aprovechaba para dormir con la puerta cerrada a cal y canto, y dejar que las abuelas atendieran a la fiera.

Del mismo modo, en mi anterior embarazo, tras mi jornada laboral vespertina, cenaba sin que nadie me robara las verduras del plato para esclafarlas por el suelo y, después de unos minutos de pacífica lectura, me dejaba llevar por el sueño más placentero.

En esta ocasión, el tiempo de mi recreo empieza una vez que el Leñador ha perdido la batalla al sueño (todas las noches tienen una lucha encarnizada), y he conseguido que mi casa no parezca recién asaltada por una banda callejera.

La verdad es que, en este sentido, si tuviera que darles algún consejo sería: DESCANSEN TODO LO QUE PUEDAN. No se hagan las valientes; dejen la casa correr. Si tiene un poco de polvo, ya lo quitarán cuando tengan más tiempo y alguna ayuda (en mi caso, aprovechaba más los fines de semana en que estaba el de los 70  para ayudarme y las abuelas para quedarse con el nene).

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Otra cosa son las temidas náuseas. La verdad es que las he acusado mucho más en este embarazo que en el anterior. Primero porque con el Leñador se esfumaron a la semana 10-11. Como por arte de magia. Por el contrario, con esta Señorita aún tengo días en que me siento como recién bajada de una atracción ferial. En segundo lugar, porque especialmente hasta la semana 15 o 16 no me las he quitado de encima en todo el día: Por la mañana, por la tarde… Hasta me despertaba a veces en mitad de la noche para volar hasta el baño.

La mayoría de personas en esta situación me aconsejaba comer “algo” cuando las sentía, pero era peor el remedio que la enfermedad: Yo en el embarazo NO SE COMER ALGO. Yo en el embarazo como hasta que agoto el espacio de mi aparato digestivo; como tanto que después de comer me encuentro mucho peor. No miento; yo sólo evitaba las náuseas cuando estaba comiendo, en gerundio; mientras estaba saboreando los deliciosos alimentos que engullía. En cuanto terminaba, hinchada y sobrealimentada, tenía un espantoso dolor estomacal.

En esto, como en todo, he intentado aprender algo y, si a alguna de ustedes les sucede lo mismo, les animo a que no desesperen y traten de poner en práctica lo de las muchas comidas poco cuantiosas. Yo lo he conseguido en gran medida. Por las mañanas desayunaba y almorzaba (algunos días, dos veces), a medio día trataba de limitar la comida que ponía en el plato (soy consciente de que no tengo voluntad para poner punto y final si la comida está en el plato, pero si no lo está, me intimida traspasar la barrera de “repetir”) y la acompañaba con fruta o yogourth para tener más sensación de satisfacción. Merienda y cena temprana, por si antes de acostarse era necesario recurrir a la infusión, la leche o la pieza de fruta.

Además del cómo, está el qué y si, como pueden adivinar, no soy ejemplo a seguir  en muchos aspectos de cuidado personal, en lo que respecta a la buena alimentación no tengo (casi) nada que reprocharme. Y no es que me esfuerce; es que con el embarazo y la lactancia me vuelvo un poco ortoréxica. Evidentemente no se convierte en una obsesión ni nada por el estilo, pero siento el deseo de alimentarme bien: Comer mucha verdura (sobre todo en las cenas), muchísima fruta, beber mucha agua, comer pescado, carne… Apenas doy cabida a la comida basura y el dulce no está entre mis deseos o antojos.  A mi me tienen ganada los berberechos y los encurtidos… Totalmente (modo salivando «on»).

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Harina de otro costal es el aspecto emocional. Todo el mundo sabe que el embarazo supone una revolución hormonal sin precedentes. Sin duda, así es. Pero en mi caso, si el anterior embarazo me colocó al borde de la bipolaridad (llantos, risas, histerias, muchos enfados, inseguridades varias…) en éste, he adoptado una actitud mucho más ZEN.

Apenas me puedo creer que haya desarrollado las dosis de paciencia que empleo con mi hijo y con el de los 70´(que, en muchas ocasiones, parece más mi hijo que mi hijo). Pero, especialmente, no me puedo creer la paciencia que tengo conmigo misma.

Por supuesto no me resisto a la sensibilidad extrema y, sinceramente, no veo las noticias porque termino llorando y hasta no consigo conciliar el sueño.

Como seguramente las no mamás que hayan sido tan amables como para leerme, estarán replanteándose todos sus deseos relacionados con la procreación, les diré que, por otra parte, pese a todas las molestias y las incomodidades (que son muchas, al menos en mi caso), el estado emocional que provoca la conciencia de estar gestando a tu hijo no tiene parangón. Es único, revelador y muy emocionante.

Además, bien asentada ya en el segundo trimestre, el prisma cambia sustancialmente… Todo es mucho mejor… Ya les contaré.

4 comentarios en “EMBARAZO #2: PRIMER TRIMESTRE

  1. Me he sentido totalmente identificada, sobretodo con el tema de las náuseas y el cansancio. Yo también sólo me alivio el rato que estoy comiendo. Al menos en este embarazo como mejor que en el primero.
    Mucho ánimo, ahora te esperan unas semanas de tregua

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