Vamos a tener…

  

 Lo de conocer el género del bebé es mucho más que una cuestión de sexo, es el principio de las caracterizaciones; de las representaciones; de imaginarte a tu niño como el hijo de Dorothy Boyd (Renee Zellweguer) en Jerry Maguire o como la guapa de las hermanas Olsen en padres forzosos… 

Es empezar a dotarl@ de carácter y de muecas, y a darle mala vida a la tarjeta de crédito cuando pasas por esas tiendas que son a las futuras madres como miel a las infelices moscas. 

Reconozco que, a diferencia de lo que sentía cuando se engendró el Leñador (cuando soñaba con un hijo varón), en esta ocasión tenía el corazón dividido en una disyuntiva irresoluble. A saber; deseaba una niña por aquello de experimentar una maternidad en algún punto distinta y, de otro lado me imaginaba a mis dos retoños crecidos, compartiendo confesiones anatómicas y prestándose la maquinilla de afeitar… 
En cualquier caso, ayer sabía que con independencia de cuál fuera el género ganador, cuando la ginecóloga lo verbalizara, empezaría a construir hipótesis de mi hij@ y a intimar, aún más, con él o ella. 
Y entonces lo vió; y nos dijo: Es una niña. Y mientras el de los 70′ tenía que contenerse para no hacer bailes tribales en medio de la consulta, a mi me entraba un sudor frío por la espalda, y pensaba: Un momento, creo que voy aprendiendo a hacerlo con un niño, pero… Con una niña??! Por Dios, qué le voy a decir cuando quiera depilarse por primera vez?! 

Y entonces salimos de la consulta, emocionados y contentos y en mi cabeza se amontonaban algunas cuestiones: 

Me siento comprometida con la igualdad real entre hombres y mujeres; me indigno con la brecha salarial y me saca de quicio la falta de apoyo a la maternidad; por no hablar de lo que me espanta la violencia machista… Y entonces caigo en la cuenta de que en mis hijos, en la educación que nos corresponde a mi marido y a mí, se encuentra nuestra máxima capacidad de intervención; el poder más decisivo que tenemos en relación con esa tarea. Y se desgrana en detalles tan sutiles que frecuentemente se pasan por alto. 

Y tenemos claro que queremos un hijo que nunca se compadezca de una mujer por serlo; que nunca la menosprecie; que las quiera y las respete personal y profesionalmente, que se implique en casa a idéntico nivel; que no sienta que a él le ha sido asignado el papel de fuerte… Que no se trague el cuento de que triunfar en la vida es amasar fortuna y poder y que los demás te teman…. 

Y queremos una hija que sea consciente de sus capacidades (por supuesto también de sus limitaciones), que nunca ceda a chantajes machistas; que se encare al mundo conociendo su lugar, que está entre los demás; que sepa que su aspecto físico en uno de entre un millón de aspectos más y más valiosos, que la definen. 
Y con esa idea en el disco duro… Qué diferencia puede haber entre educar a un hijo o a una hija? Sólo las que se desprendan de sus únicas y propias personalidades, y las que nos exija la obligación de servir de contrapunto a lo que telecinco les pueda mostrar. En cuanto a lo demás, mis hijos serán iguales.