¿A QUÉ DEDICA EL TIEMPO LIBRE?

En esta Santa casa tenemos instaurado el descanso a turnos. Mis clientes  me dan los buenos días con familiaridad, mientras mi familia lo único que encuentra de mí por la mañana es el olor a Coco Madmoiselle que dejo en la entrada.

El de los 70´se toma el café en la puerta del trabajo y para cuando vuelve a casa me encuentra desvencijada en el sofá, absorta, extasiada incluso para articular palabra; como si hubiera sobrevivido a una abducción alienígena.

Esto es así cada día de nuestra semana:

Llego a casa a mesa puesta y el de los 70´no me deja ni quitarme los tacones; el tiempo justo de ingerir los alimentos y levantar la vista del plato, únicamente para comentar algo especialmente reseñable, como que se ha acordado de comprar pan; que el leñador ha depuesto en consistencia blanda, o que Pearl Jam anuncia gira americana.

Un beso de ahí te quedas que me voy y mi esposo nos recoloca, con un un portazo, en la rutina de darnos los recados a través del whatsapp.

Cuando por fin me recorre la espalda el cosquilleo del Viernes, y en mi mente no hay espacio nada más que para ésto y para  jarras y jarras de cerveza fresca, empiezo a hacer planes como la lechera. Evoco picnics en el parque; vinos blancos en terrazas; atardeceres en paseos marítimos; cenas románticas para dos y verbenas de risas y gyn tonics con las supernennas y con los Foritos.

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Pero mis planes, como la jarra de leche de la protagonista del cuento, acaban desparramados en el suelo de la cocina cuando el de los 70″ me sorprende con la noticia (según él, me la recuerda) de que tiene un ensayo con una de las 2.320 orquestas con las que colabora, el Sábado por la mañana; que tocar en una boda el Sábado por la tarde y una ruta de bicicleta el Domingo por la mañana.

Eso sí, tenemos un Domingo por la tarde, entre las 6 y las 8.30, precioso para disfrutar en familia.

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Y si perciben cierto resquemor en estas líneas, han acertado de pleno, y es que el padre del leñador y una servidora coincidimos en esta vida solamente para pasarnos el testigo. Y yo que pensaba que esto de tener un amante violinista era de lo más arrebatador… Aún recuerdo la reacción de la Crack cuando le conté que me había enrollado con un músico…  Debió pensar que cada día sería algo parecido a ésto...

A esta tensión, que nos ha tenido entretenidos en los últimos meses, le hemos buscado un amortiguador: Hemos comprado un calendario imantado y lo hemos colocado en la puerta del frigorífico. En él vamos anotando nuestros quehaceres y obligaciones ineludibles (trabajo y más trabajo, visitas a médicos y las contadas veces en que me toca hacerme la cera) y también aquéllos pasatiempos que cada miembro desea hacer en soledad.

Su primera función es la obvia; nos sirve para plantear estrategias, desarrollar proyectos, diseñar operativas….

El segundo, al que el de los 70, hasta que este post se publique (si lo publico) es completamente ajeno, tiene la finalidad de representar gráficamente a qué dedicamos el tiempo libre.

A final del mes voy a contar todas las bicicletas, los partidos de fútbol y los gimnasios que hay apuntados en cada mes y los voy a canjear por vales de tiempo disponibles para mí… Aunque lo cierto es que al final, los acumulo hasta que de viejos caducan, y no me sirven para las ofensivas frente a las carreras de mountain bike.

En cualquier caso, (OJO QUE VOY A DAR UN TIPS COMO UNA BLOGGERA DE VERDAD) lo cierto es que desde que hacemos uso de recursos organizativos, hemos reducido el nivel de conflictividad en casapatare. Saber de antemano los planes de tu consorte (o, vale, cariño, poder tenerlos anotados para recordarlos) sirve para no fantasear con fines de semana de puro ocio o, como acostumbro a hacer últimamente, para impugnarlos, sancionarlos, discutirlos y defenestrarlos.

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El último día del mes anotamos los compromisos laborales que se extralimitan de nuestras jornadas ordinarias; seguidamente citas en el médico y demás obligaciones que atender.

En los huecos que quedan libres para el de los 70´, en los que yo tengo que pringar como buena autónoma que se precie (él siempre tiene esta ventaja) suele fijar sus quehaceres con bastante libertad, mientras la lista de to does de nuestro hogar se empieza a parecer a mis exámenes de Derecho Civil de la Universidad.

Cierto es que el chico es prudente, y cuando me percibe al borde del histerismo, se reserva una mañana para llamar al carpintero, poner un cuadro y preparar una receta con la que hago como que se me olvidan todos los reproches que tengo almacenados.

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En los huecos que nos quedan libres a los dos, si el total de los computables da para al menos tres actividades, tratamos de hacer planes repartiendo los tiempos. Entre el 70% y el 80% del tiempo libre que tenemos intentamos pasarlo juntos, los tres, y dejamos un 10%-20%  para hacer algún plan «Child unfriendly» (ver una peli o salir a tomar una cerveza con amigos o familia). Al final del todo, en los 14 minutos y 30 segundos que restan, si se tercia, es posible que mamá pueda ojear una revista, salir comprarse unos zapatos o actualizar el blog.

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