NUEVE FORMAS POSIBLES DE PASAR UN ANIVERSARIO: I

Les voy a contar una historia.

Corría el año 2007. El hombre de los 70´, que por aquel entonces tenía mucha más pinta de hombre de los 90´, y yo, paseábamos nuestro recién estrenado amor por allá donde pisábamos como dos adolescentes que, prácticamente, era lo que éramos.

Estaba en cuarto curso de la licenciatura y en mi casa no tenían queja alguna con mi rendimiento académico… Yo me tomaba muy en serio las amenazas de mi madre en torno a una vida de sumisión, maltrato y trabajo esclavo por jornadas de 13 horas en las fábricas, así que sacaba matrículas de honor «como si» la vida me fuera en ello.

Era el último tercio de la primera legislatura de ZP, en años de bonanza, cuando las becas para estudiantes y los 2.500 Euros para padres primerizos fluían como el crédito, mientras los ciudadanos levitábamos por la vida, íbamos a restaurantes y comprábamos casas, más o menos inconscientes de la que se nos venía encima.

Yo, que a lo largo de mi vida he sido más bien prudente con el tema de las experiencias Erasmus y esas cosas (ya les he comentado que superar los 12 créditos suspensos y, consecuentemente, perder las ayudas del Estado, era una espada de Damocles que pendió sobre mi cabeza durante los 5 años de la carrera) me puse el mundo por montera y decidí que me iba al país de los tréboles y la cerveza negra a pasar dos meses de vacaciones con parte de las «supernenas». Ah, sí! También iba a hacer un curso de inglés. Unas cuantas horas de asistencia obligatoria por las mañanas y a correr..

My beautiful picture

 El primer mes de Julio me lo pasé visitando lugares muy verdes, haciendo cenas en los apartamentos de todos los españoles que coincidÍamos en Cork mientras sonaba a todas horas el «Umbrella» de Rihanna, bebiendo Guinnes en el «Ambros»,  participando en los bailes tradicionales al ritmo de «and a one, two, three, four, five, six, seven, and a one two three and a one two three…» , y alimentándome de queso, patatas y ensalada.

My beautiful picture

Pero la verdadera aventura, estaba aún por llegar.

En el mes de Agosto me abandonaban las supernenas, que se habían ido un mes antes que yo y que volvían al hogar, y me quedaba sola durante tres semanas esperando a mi ya por aquél entonces llamado novio, en un apartamento que compartía con una francesa muy francesa (guapa, chic, misteriosa y un poco atormentada que una noche entró en mi habitación con 5 botellines de ginebra a palo seco para proponerme una fiesta del pijama) y un italiano muy poco italiano (más bien feote, bastante antipático y que nunca cocinó pasta).

Como digo, mi hoy maridín, esposo, hombre de los 70´, aterrizaba en Cork la semana del 20 de Agosto para pasar conmigo los últimos séis días de aventura irlandesa y, precisamente, el día que volvíamos a casa celebrábamos que se cumplía un año enterito desde aquélla noche en que, después de un concierto de Los Suaves, nos besábamos en su coche mientras sonaba Carry de Europe  (no me siento orgullosa de la canción de nuestra historia de amor, pero él no está de acuerdo en inventarse una historia más cool para nuestro idilio, así que dejaremos las cosas como son).

No venía solo, no. Venía cargado de embutido, vino y hasta con una botella de Brugal comprada en España al módico precio de 10 Euros.

DSC01182Durante los primeros días viajamos a la costa, paseamos en bici por los jardines y castillos de Killarney, bebimos más Guiness e hicimos reuniones «a la española» con la francesa francesa y el italiano impostor.

El fin de semana viajamos a Dublín para dar cuenta de la botella de Brugal mientras explorábamos la ciudad nocturna.

Nos alojamos en un Hostel de lo más bohemio, por decir algo: Nuestra cama era clavadita al catre de Heidi y alcanzarla se convertía en una partida de Twister para sortear las goteras, que tenían el suelo completamente erosionado.

La primera noche, una de las más oníricas de mi existencia, pululamos por locales que parecían salidos de la imaginación de Kubrick y terminamos casi a mamporros con un hooligan de dos metros de alto por otros dos de ancho, al que mi felizote y comúnmente inconsciente esposo no dejó de «guiscar» con la baja calidad futbolística de Robbie Keane.

En cuanto a la segunda, la que antecedía a la celebración de nuestro primer año de mariposas y de pintarse los labios a diario, mientras comíamos, mi por aquél entonces hombre de los 90´sacó de su billetera dos pedazos de papel con los bordes recortables en los que pude leer: DAMIEN RICE; MARLAY PARK.

Oh Dios mío! Por fin iba a escuchar en directo a ese irlandés borracho y desquiciado que me había congelado la sangre con su «Blower´s Daughter» mientras veía hipnotizada la película Closer (a estas alturas creo que ya habréis adivinado que soy más bien de tendencia cortavenas…)

Cogíamos el vuelo de vuelta a casa a las 11.00 de la mañana, desde Cork, pero la apertura de puertas era a las 4 de la tarde. En un país en el que se cena a las 18.30 horas, no nos sorprendía que un concierto tuviera lugar a las 17.00.

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Allí nos plantamos, en Marlay Park, nerviosos, emocionados…

Las luces del escenario se encendieron a plena luz del día; se hizo el silencio en las inmediaciones y la música comenzó a sonar… Pero no era Damien Rice.

Dimos por hecho que habría teloneros así que seguíamos esperando a Damien mientras escuchábamos a un grupo muy folk.

A esta primera banda folk le siguieron una, dos, tres y hasta cuatro bandas folk más que, efectivamente, no eran Damien Rice, antes de que me decidiera a preguntar a qué hora estaba prevista su aparición.

Unas chicas muy amables, que iban hasta arriba de cerveza, acertaron a decirnos algunas palabras de las que dedujimos que estábamos en el Bud Rising Festival Dublín; que era uno de los festivales más importantes de Irlanda; que no sabrían decirnos a qué hora tocaría el Sr. Rice pero que era el cabeza de cartel y que aún quedaban muchísimas actuaciones antes de finalizar.

De repente sentí miedo. No teníamos hotel en Dublín para esa noche porque habíamos dado por hecho que regresábamos a Cork, y en los bolsillos, los últimos 20 Euros que tenían que darnos para el autobús de vuelta a Dublín, para el tren a Cork y para alimentarnos hasta que llegáramos a casa.

Con todo el susto en el cuerpo respiré hondo; tenía 22 años y estaba en Dublín, con un hombre apuesto esperando a ver en directo al romántico y suicida Damien Rice, así que formateé y decidí disfrutar del concierto. Ya pensaríamos algo después.

El concierto fue espectacular; Damien no decepcionó y terminó cantando la fascinante y desgarradora «Cheers Darlin´» completamente borracho, dando tumbos por el escenario mientras derramaba el vino francés que llevaba en la mano al más puro estilo Eddie Vedder, con la voz rota como si el amor de su vida estuviera en ese momento camino del altar para desposarse con otro… Toda una fiesta para mi romanticismo trasnochado.

Y se hicieron la una y las dos y las tres… De la mañana. Y cogimos el autobús hasta Dublín en silencio, saboreando los acordes y la melodía del Chello y retrasando lo de preocuparnos por qué hacer con nuestras vidas en Dublín; sin un chavo y a pocas horas de coger un vuelo desde Cork hasta casa; con nuestros padres preparados para llamar a la embajada española si nos retrasábamos cinco minutos de la hora de llegada prevista.

Una vez en la ciudad nos hicimos con un chino take away para calmar nuestros estómagos rugientes, que nos vimos obligados a tragar  sin una gota de líquido porque lo que nos quedaba, estaba asignado a otras partidas presupuestarias. Pasamos una hora preguntando en todo tipo de alojamientos para descansar un para de horas hasta que pudiéramos coger el tren. Cuando digo todo tipo de alojamientos me refiero también a ése en cuya puerta yacían (sí, sí, por el suelo) algunos yonkis pasados de rosca, y cuyo acceso se limitaba a una cortina roja de terciopelo detrás de la cual ascendía una escalera estrecha de cal desconchada, hasta vete tu a saber dónde…  Ni siquiera aquí tenían una habitación.

Era 26 de Agosto, sí, pero en Dublín, a las 4.00 am habían tres grados de temperatura. Cargábamos con las maletas del fin de semana que amablemente nos guardaron en nuestro Hostel durante el concierto y los bares, todos, estaban cerrados.

Teníamos frío y estábamos cansados; el catre de Heidi se convertía en nuestros anhelos, en una cama mullidita y confortable… Y, de repente, vimos una cabina. Una con puertas, completamente cerrada (ya habíamos pasado por varias pero las habíamos descartado porque tenían la puerta rota o eran totalmente descubiertas…). Y vimos la luz. Nos metimos en la cabina después de equiparnos con toda la ropa que teníamos en nuestras maletas y de habernos bebido «el culo» de brugal que nos quedaba de la noche anterior !(bendito alcohol que calientas la sangre!). Este era el resultado. Si me hubiera cruzado conmigo, me habría dado un Euro.

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Seguramente estarán pensando: La estación de tren ¿por qué no fuisteis allí?. Pues bien, en primer lugar, nos disuadía el hecho de que estuviera a 40 minutos a pie y lleváramos dos maletas y tres mochilas a cuestas (no había taxis, ni uno, obvio). Finalmente concluimos que para estar metidos en una cabina haciendo ejercicios de contorsionismo, andábamos, nos calentábamos y con suerte llegábamos a un lugar cerrado en el que esperar sin miedo a que nos atracaran.

Después de los 40 minutos a pie, llegamos a una CERRADA estación de tren. Eran las 5.30 am. Hasta las 7.00 am que abrieron la estación, los minutos pasaron entre alguna que otra lágrima, reproches vedados, más de un susto de infarto y bastante risas. A las 8 cogimos el tren hasta Cork; 2.30 minutos de trayecto en el que nos sentimos felices y a salvo sin dar mucha importancia al hecho de que teníamos que coger un vuelo en menos de tres horas.

Aún no se como lo hicimos; pero llegamos a casa; «Just on time» fascinados por nuestro primer viaje juntos y con una historia que contar.

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Mi hombre de los 70´tuvo la ocurrente idea de repetir experiencia en los aniversarios sucesivos, pero, puesto que alguien tenía que poner cordura en todo esto, me negué rotundamente. A partir de ahora, hoteles de más de tres estrellas, por favor.

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