When the Child was a Child

Una vez, un bien querido amigo, compartía conmigo una foto de su infancia. Aún la guardo.

Yo ya lo conocí tullido. Con la piel quemada, el pelo incipientemente blanco y el andar medio cansado, del peso; aunque, con todo, me cautivó. Porque había encontrado su propia fórmula para descansar y no atragantarse con los días que vivir.

Había estado mirando a través de cientos de vidrios superpuestos fabricados con las noches sin dormir y las botellas de wishkey, a modo de anteojos; pero últimamente se ha deshecho de todos. Ve poco, pero lo que percibe resulta bastante real, auténtico.

Nos hablamos entre despechos, silencios y canciones y nos queremos sin hablarnos.

A los dos nos gusta la cerveza y una soledad que nos permita la cursilería. Nos entendemos  y a veces nos detestamos; más antes.

Me enriquece, y yo alguna vez le he impresionado. Pero se lo calla.

Una vez me enseñó una foto de su infancia y lo comprendí todo: «La infancia es lo más parecido al hogar», me dijo.

La mirada entusiasta y luminosa; el gesto temeroso; se los recordaba de algunas veces.. Como por ejemplo cuando sonaba Van Morrison.

Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa

IMG_0525Ser mamá está de moda, así que, por suerte para mí, estoy de moda. Sin más trámites ni ulteriores comprobaciones gozo de la aceptación e incluso de la simpatía de bastantes personas: Conocidas (algunas, antes de la maternidad vivían ajenas a mi existencia) y también desconocidos varios.

No se crean que no me gusta la idea… En realidad estoy tan contenta como cuando descubrí que aún guardaba unos pantalones pata de elefante y con bolsillos altos en el armario. Muy «seventies». Más que los que ha sacado Amancio para la nueva temporada de Zara. Tanto que tardé medio minuto en ponérmelos y salir a la calle a lucirlos. Antes de que el Sr. Ortega volviera a copiar a Yves Sant Laurent con otros muy parecidos, y ya no pudiera dármelas de «trendsetter».

Lo que pasa es que como siempre, estar en la cresta de la ola; en el «candelabro» que diría nuestra querida Sofía Mazagatos, tiene su contrapunto. Es un poco trampa; no se vayan a creer.

Lo que «mola» así, a la sociedad en general, no son las mamás cualquiera, no. Son un tipo de mamá muy específico y, de hecho, androide.

En primer lugar, es determinante cuán cuantiosa sea tu descendencia. Efectivamente, en los perfiles de instagram se lee tan poco «mamá de 1» como «mamá de 7». Y es que el precio justo está entre tres y cinco. Si, sí; como lo oyen; no se me asusten.

¿Dónde ha quedado la tendencia evidente de tener dos que ha marcado los últimos treinta años? Pues ahí; precisamente en los denostados últimos treinta años. Los años de las madres como las nuestras, que nos envenenaban a base de biberones de fórmula (sí, nos daban fórmula las muy crueles), nos dejaban llorar en la cuna para dormir y nos trituraban la comida hasta que teníamos dientes (!pero qué insensatas!!).

Tener uno o dos hijos no te hace merecedora del respeto y la admiración que te reportan cuatro, ¿Dónde vas a parar?… Así que si este es su caso, tiene dos opciones: Póngase a procrear como una loca o ya puede currarse lo de obtener la máxima puntuación en el resto de requisitos para la conversión en «mummy cool».

Por otra parte, si tiene cuatro, relájese. Puede suspender en las demás áreas. Se le exime de tener que hornear pasteles o de ser experta en Montessori.

No se vaya a pasar con lo de traer seres al mundo. Si ha sobrevivido a cinco, sus comportamientos se van a examinar con lupa (ya puede gustarle hacer huertos ecológicos con sus pequeños…) y si pasa de este número, será inmediatamente desterrada del selecto grupo de las madres modernas para pasar al de las madres beatas inconscientes.

Si importante es el número, importante también es el género. ¿Una mamá con tres niños?… Buff… Enséñeme su carnet de la biblioteca municipal; o al menos que alguno de sus hijos (mejor si son los tres) sea rubito con pelo largo y, en definitiva, con un poco cara de niña. Si sus tres varones son morenetes, con poco pelo y más bien brutotes, lo siento; no molará tanto.

Totalmente prohibido ser una ama de casa «al uso» o tener una profesión que ocupe más del 30% de sus jornadas diarias.  Ni una cosa ni la otra.

Si Usted ha decidido quedarse en casa, y no hacer «nada más» (yo aún no he descubierto si el tiempo que una persona puede dedicarle a las labores del hogar es finito…, creo que no) ya puede empezar a ponerse de cara a la pared y a darse unos azotes. Vía libre a la culpabilidad. Claro; Usted no es una mujer productiva; está bastante anticuada; su espos@/compañer@/pareja en general se encarga de mantenerla; no podrá realizarse. Vamos, que está bastante lejos de molar… Pero no se preocupe en absoluto; yo le doy una solución cómoda y sencilla: Elija un espacio luminoso y bonito de su hogar (si no lo tiene, búsquelo en casa de una vecina) y haga una foto de su MAC (si tiene un pc de toda la vida, no nos vale; pida el MAC) trabajando con alguna aplicación de organización y planificación, en la que se pueda fijar en qué tarea va a emplear los siguientes 2.400 segundos, y súbala a instagram.

Debería también hacer muffins junto a sus hijos y restaurar algún mueble antiguo de casa.

Si Usted ha decidido no abandonar un status profesional que le costó tiempo, dinero, sudor y sangre, aún tiene la cosa más negra… Cójase unos clavos y un par de travesaños de madera porque lo suyo va a ser una crucifixión. Si sale de casa  a las 7:00 am y vuelve después de las 20:00 horas, la cosa tiene difícil apaño. Usted no será más que una trepa insensible no merecedora de su prole, por más que su trabajo tenga fines sociales o sea el único medio de proveer de ingresos a su familia.

Si trabaja una media de 25-30 horas semanales como es mi caso, tampoco se libra de las juergas que se montan en su cabeza los remordimientos. Por partida doble, además. En el trabajo no está al 100%. Mira impasible como se despiden, sin pedir disculpas, sus ambiciones de antaño. 

En casa tampoco. La primera vez que a su hija hubo que darle puntos de sutura !Usted estaba trabajando!!

En la reunión con sus socios está pensando en que ahora papá estará bañando a los pequeños, y cuando Usted baña a los pequeños, está pensando que aún no ha terminado el informe del asunto Nuñez.

Visto lo visto, o bien tiene un trabajo muy molón que le da de comer empleándole un máximo de 15 horas semanales, o bien Usted no tiene que trabajar porque dispone de otra fuente de ingresos, pero puede hacer lo de las fotos de su MAC y lo de los pasteles.

No «se vale» haber decidido que se puede vivir con 1.400 Euros al mes que gana su pareja. Para estar entre el matriarcado Vogue deben ganar más. De alguna manera tienen que comprar los buga boos; la trona Stock; la silla del coche Cybex Syrona; los electrodomésticos SMEG…

Por último pero no menos importante, debe Usted estar bastante buena. Tampoco es que tenga que tener unos abdominales de acero (de hecho mejor que no  los tenga, eso podría implicar que pasa demasiado tiempo haciendo deporte y por consiguiente no es Usted la madre completamente entregada al bienestar de sus hijos que debiera ) Pero debe ser sexy… «Estar para una vuelta» que diría mi hombre de los 70´ si le pregunta el primo Buby´s.

Esto es todo. Si cumple estos presupuestos será una mamá maravillosa. De lo contrario…

Bueno, de lo contrario seguramente será Usted la mejor madre que sus hijos puedan tener; será igual de buena como madre de lo que lo es como mujer y, ante todo será lo que haya querido o podido ser en esta vida. Auténtica, genuina, imperfecta, corriente y moliente; antihéroe. Y lo mejor de todo: No tendrá que dar explicaciones a nadie de cómo ni por qué.

Tú a Boston y yo a Nuremberg, pero por favor, !NO TE LLEVES A LOS NIÑOS!

sustracciónY si te los llevas, que sea con mi consentimiento; y cuídate de que lo puedes acreditar…

En caso contrario, nos vamos al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Mula para que el Sr Juez de primer destino; después de sufrir un desmayo por hiperventilación cuando le contemos nuestra historia, decida dónde tienen que poner el huevo nuestros retoños.

Pues sí, Señores y Señoras; que esto del mestizaje y de las parejas multiculturales es una cosa muy cool y muy bella, no digo yo que no, pero que tiene su lado oscuro, sobre todo cuando los amantes dejan de entenderse, y no sólo por culpa de la barrera idiomática.

Cómo no va a ser de cuento de hadas la historia de la alemana que se va de Erasmus a Francia, donde, en un atardecer «sous le ciel de París» bajo la Torre Eiffel, ve pasar a un apuesto americano que, renegado de la industria cinematográfica nacional, en la que sólo te dan crédito si tu peli es de salvar el mundo o, al menos, sale Will Smith, está probando suerte en la vieja Europa, cámara en mano, para hacer el cine que siempre soñó; el independiente, el que no da ni un duro pero te imprime un sex appeal que ya lo quisiera para sí Ben Affleck.

Se miran, se sonríen y el resto es historia… De amor, claro está… Con sus conversaciones hasta el amanecer, sus paseos cogidos de la mano y su comerse a besos en la penumbra de cualquier callejón…

Tanto es así que en un viaje al Estado de Massachusetts para que la germana conociese a los padres de él, en pleno partido de los New England Patriots frente a los Cowboys de Dallas, nuestra Anna se encuentra con su blanca tez y su cabello rubio trigo en la pantalla del marcador, y a su americano de pro, de rodillas, con un pedrusco en una mano y la mostaza resbalándole por la barbilla, el cual pregunta compungido: «Will you marry me?.

Celebran una boda por todo lo alto en la bonita ciudad de Nuremberg, con ritos anglicanos y videoconferencias varias para que la vieja tía Amy, que no se puede mover, mande sus bendiciones a los recién casados.

Tras la boda; los amantes de Teruel que diría mi madre, se vuelven al París que los vio nacer (como pareja) y se instalan en un pequeño estudio del barrio de Montparnasse, donde él lo sigue intentando con la dirección y ella se propone terminar sus estudios de arte…

Entre facturas sin pagar y cenas en la azotea, conciben a una dulce francesita que nace morena como su padre y con los ojos claros de su madre.

Desesperados porque en París los pañales cuestan como si los hipopótamos del culete los hubiera pintado Dalí, y ya les ha llegado la segunda carta del casero para que paguen la renta, deciden que como en España no se vive en ningún sitio, que ella estuvo una vez en las Fiestas patronales de Caravaca de la Cruz y que por esa zona los pueblos tienen mucha solera, hace un sol de escándalo y la playa pilla «a tiro de piedra».

Sin muchas más cavilaciones, nuestra Anna y nuestro Paul, acompañados de la pequeña Chloe, ponen rumbo al Noroeste murciano donde capean como buenamente pueden una relación bastante menos idílica que la que soñaban mientras paseaban a orillas del Sena, y hacen crecer la familia con un varón al que deciden llamar Otto  a cuyo alumbramiento, por cierto, no asiste el padre de la criatura que, cansado de malvivir vendiendo guiones a pequeñas productoras europeas, ha sucumbido a una oferta de la Paramount para rodar una serie en emisión nocturna sobre las desventuras de una antigua estrella del boxeo, y ha establecido su residencia temporal (al menos así lo cree nuestra Anna) en el flamante distrito de Hollywood.

La historia ya no parece tan idílica, ¿Verdad? Pues aún hay más:

Entre llamadas a cobro revertido y vuelos que se retrasan reiteradamente, la relación termina hecha pedazos como el corazón de la dulce Anna, que de repente se encuentra sola, en un país extranjero y sin perro que le ladre.

!Y a ver quién le resuelve a nuestra protagonista el galimatías del divorcio, la custodia, la pensión de alimentos de los niños…!! Para empezar no sabe ni dónde tiene que presentar la demanda; ¿en el añorado París?: ¿En su Alemania natal?, ¿en la diabólica España que ha destrozado sus sueños e ilusiones?… Y, una vez que consiga interponer la demanda ¿Qué ley le va a aplicar el Juez/Richter/Juge/Judge? ¿El BGB alemán que estudió durante un año antes de decidir que el Derecho no era para ella?; ¿El Code Civile francés que presidía el salón de su piso de estudiantes durante su aventura gala? ¿los antecedentes jurisprudenciales del Estado de Massachusetts? ¿o tal vez nuestro Código Civil de 1889?.

Si nuestra alemana no consigue encontrar unos abogados «resultones» como nosotras, que puedan dar respuesta a sus inquietudes de puro Derecho Internacional Privado, podrá verse tentada a coger a sus churumbeles y poner pies en polvorosa en el primer avión destino Baviera que salga desde Alicante.

Y mucho ojo, porque si en la inestabilidad emocional de la otrora Sra. Anderson, nadie interviene para poner cordura, se estará buscando un lío de los gordos. Cometerá un secuestro internacional de menores que, además de ser un ilícito penal, podrá desencadenar un proceso complicado de restitución…

Y el pobre Sr. Paul, que vuelve a casa por Navidad, cargado de regalos y vestido de Santa Claus, de repente se encuentra que Chloe y Otto no están en casa, ni sus ropas, ni sus maletas y pronto resuelve que su madre se los ha arrebatado y, se encuentra tan perdido como se encontraba Anna antes de marcharse.

Y precisamente, de este fenómeno tan caleidoscópico en el que la mayoría de las veces, como suele suceder en Derecho de familia, no hay buenos ni malos, sino decisiones condicionadas, turbadas y tomadas en caliente; y de su forma de resolverlo, habla mi estimada compañera Carolina Marín Pedreño (referente donde los haya en esta materia) en su libro: «SUSTRACCIÓN INTERNACIONAL DE MENORES y proceso legal para la restitución del menor», publicado por la editorial jurídica LEY 57, que presentó el Viernes pasado en La Muralla en Murcia, junto a otros muchos compañeros y grandes expertos de esta cosa apasionante que es el Derecho Internacional Privado.

La obra, además, por si fuera poco, lleva  prólogo del Magistado Don Francisco Javier Forcada Miranda, Juez de enlace en España de la Conferencia de la Haya, así que sin duda es un imprescindible en el escritorio de todos los compañeros y agentes jurídicos que quieran conocer mejor esta realidad jurídica y social. Yo no veo el momento de quedarme a solas con él!!

*Nota de la autora: La aquí firmante es plenamente consciente de la seriedad que presentan los casos de sustracción internacional de menores y de lo doloroso de sus consecuencias, por lo que el tono ameno que empleo en el post y que sonará a quiénes de vez en cuando se tropiezan con el blog, no pretende frivolizar una cuestión tan delicada, sino, simplemente, presentar de forma superficial y desde un plano teórico, la situación potencial de muchos de estos casos, de una forma que resulte accesible para mi abuela y para mi madre que hasta ahora son mis lectoras incondicionales.

Dejen las armas en el suelo y nadie saldrá herido.

La Naranja Mecánica es una tarde en los columpios comparada con una jornada matinal en un buen número de palacios de Justicia de un pueblo o ciudad cualquiera de nuestro país. Eso sí que es una historia de violencia y no la que contaba Cronenberg en una película altamente recomendable, protagonizada por Vigo Mortensen y María Bello.

Les hablo de Juzgados de Primera Instancia e Instrucción, Juzgados de lo Social o incluso de lo contencioso administrativo (aunque éstos últimos en menor medida) cuyo día a día sería un filón para Tarantino si en algún momento le abandonan las musas de la inspiración y se queda sin historia sangrienta que contar.

Junglas de hormigón con fieras trajeadas y cafés de máquina.

Recién salida de la Universidad, con un proyecto profesional que pasaba sí o sí por trabajar para alguna ONG internacional liberando a inocentes condenados a penas capitales, o cazando y castigando a los culpables de las desapariciones de niños en Argentina durante la dictadura de Videla, jamás me pude imaginar que el ejercicio en los Juzgado me iba a suponer tal entrenamiento en agresividad e ira.

Después de unos cuantos años de curtirme la piel a base de gritos fuera de lugar, contestaciones carentes de modales y silencios despectivos, una servidora pasea con altivez su indiferencia. En ocasiones, para mi estupefacción, logrando amedrentar así muchos despotismos, como al perro ladrador al que le pisas el rabo.

Son innumerables las veces en que la declaración de un imputado o un juicio de despido, se han convertido en un ring de lucha libre en el que peleas con más de un contrincante y nunca sabes de qué lugar te va a venir el golpe, así que para no aburrirles me voy a acordar de una de las últimas.

Al abrigo de mi defensa, un trabajador de toda la vida, de avanzada edad, que en algún tiempo pasado y mejor logró tener una modesta empresa que se fue al garete con la maldita crisis. Al otro lado del ring una titular de un Juzgado de Instrucción, joven y brillante. En la otra esquina, como acusación, un compañero cordial y tan escaldado como yo de las maneras que se gastan algunos agentes de la Justicia.

Al entrar en la oficina judicial el compañero y yo nos dirigimos un saludo amable y comentamos el frío que estaba haciendo esa semana, mientras esperamos que Su Señoría nos haga pasar al despacho.

Mi cliente, que jamás ha pisado un Juzgado y que, tras una vida de trabajo duro como autónomo, sin business angels ni responsabilidad civil limitada, se ha visto inmerso en un proceso penal como consecuencia de una denuncia interpuesta por una entidad bancaria, se encuentra nervioso. Lleva la citación cuidadosamente guardada en el bolsillo de su camisa, junto al bolígrafo de publicidad que le regalaron en la Notaría cuando fue a firmar el poder para pleitos. Le sudan las manos y apenas levanta la mirada del suelo. Está cabizbajo y pensativo; sospecho que le ronda cómo ha podido llegar hasta ahí; que toda la vida trabajando para ésto y que como no se solucione pronto la papeleta, la mujer lo va a echar de casa… A la vejez.  Se ha peinado el poco pelo que tiene hacia atrás, con mucha colonia. Demasiada. Pretendía dar buena imagen. Se ha puesto su mejor camisa; recién planchada.

Su Señoría se asoma airosa a la Oficina desde la puerta del despacho, y le indica a su empleado que la declaración se va a celebrar allí, fuera; en la mesa del funcionario.

Miro al cliente; ése no es lugar para tomar declaración a un imputado; con diez trabajadores a menos de 3 metros haciendo fotocopias y contestando al teléfono a un ritmo de Martes, y decenas de personas entrando y saliendo entre risas y chascarrillos. De este modo lo sugiero y me llevo el primer silencio despectivo de la jornada.

Su Señoría se coloca tras la mesa del funcionario, expediente en mano, sin levantar la vista de sus propias resoluciones, como si le costara comprender algo que ha escrito y, sin ni siquiera mirarlo, espeta al imputado: Venga, siéntese.

El Señor, que es un Señor, obedece sin interpelar a Su Señoría y recoge sus manos entre los dedos. Los años le han dado cuerda y perspectiva.

A partir de ahí las preguntas se suceden en el tono de la morena despechada que pide explicaciones a su consorte por el pelo rubio que ha encontrado en la ducha.

A Su Señoría no le gusta que el imputado hable en voz baja, y se lo hace saber entre resoplos de impaciencia y desesperación…:!! Bfff!!.. ¿Quiere hablar más alto que no se le entiende?. Tampoco le gusta que trate de explicar las cosas de la única forma que sabe, desde el principio: Vaya Usted al grano, hombre, que no tenemos toda la mañana… No le gusta que manifieste la certeza de lo que declara: “si es verdad o no lo decidiré yo…” y así, en general va poniendo pegas a cada palabra que pronuncia…

El cliente me mira cada vez más nervioso preguntándome con ojos inquietos qué es lo que está haciendo mal…

Y en mí, irremediablemente, ante semejante agresividad, se despierta la fiera. Me imagino con la mano sobre la pistola que llevo en el cinturón y con un megáfono en la otra desde el que vocifero mirando hacia los lados y con abrumadora determinación: Muy bien, manos arriba; dejen cuidadosamente sus armas en el suelo y nadie saldrá herido. Al más puro estilo Ally McBeal; sólo que mientras ella veía bebés en pañales bailando canciones de Barry White, yo veo tiroteos a quemarropa…

Letrada! Su turno; si tiene alguna pregunta para su cliente… Y, de repente despierto de mi sueño de violencia, relativizando: No sé si esa joven ha tenido un mal día, si tiene la errónea idea de que ganará respeto repartiendo mala educación, o si la pobre aún tiene que atender 50 juicios rápidos y dictar 40 sentencias antes de irse a casa, sin medios y sin poder servir a la Justicia como tiempo pasado soñó…

En cualquier caso, finalizo mi intervención con modales exquisitos por si alguien se da por aludido.

Sea como fuere; Dios me libre de generalizar. Ha sido en Jueces, fiscales y demás familia (mayores y jóvenes) en quiénes he descubierto las mayores dosis de deferencia, consideración y amabilidad para con los demás, por lo que no es algo gremial. Lo de las habas; que las cuecen en todas partes.

Con la Venia, Señoría: Tengo que amamantar.


IMG-20140319-WA0013Todo blog de maternidad que se precie debe tratar la joya de la corona de entre los gajes y oficios de esta noble labor. A saber: La lactancia.


Desde mi punto de vista, tanto hablar de lactancia nos ha distorsionado un poco la perspectiva. Ha pervertido de alguna manera su sentido primario y nos ha enzarzado en polémicas doctrinales, posiciones antagónicas y disputas virtuales… 

Cuando me preñé tuve claro que quería amamantar, aunque no las tenía todas conmigo: El primer y único ejemplo de mujeres no aptas para tan maravilloso menester que la matrona de mis clases preparto utilizó con recalcitrante tono compasivo fue, precisamente, el de las abogadas.

Una, que además no se caracteriza por la seguridad en sí misma, empezó a recular pensando que si aguantábamos tres meses, podríamos darnos por contentos; mi leñador y yo.

Llevamos casi 16 meses y esto no tiene pinta de estar llegando a su fin…. No queremos; ninguno de los dos, aunque menos él, la verdad  (A mí algunas veces me dan ganas de arrancármelas).

Decía lo de la perversión porque la sorpresa con la que me encontré cuando mi pequeño, aún caliente y viscoso, se enganchó a mi pecho, fue que ESO era naturaleza viva; en estado puro, documental de la dos, vaya.

Mi hijo humano parecía un lechón, un cachorro perfectamente comparable al de cualquier otro mamífero: Palpaba con sus manos poco diestras mi barriga y, con los ojos cerrados, reptaba al olor de la leche hasta enganchar el pezón como el que logra agarrar un objeto con una liana. Una vez allí parecía haber llegado a casa; regulaba la respiración, la temperatura y se acurrucaba tierno y calmo. Sin intención, por instinto.

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Entre mis primeras sensaciones con el pecho recuerdo dolor (por muy primeriza que fuera, a mí los entuertos me hacían polvo), alguna que otra grieta, cierta ansiedad por la congestión de «las manolas» con la subida de la leche y, por supuesto, dado que me pasaba media noche lactando y la otra media acunando y cantando, mucho sueño (eso sí, pese a que sigo desafinando como una condenada en el canto en general, le he cogido un punto a las nanas que hace las delicias de todos mis familiares en la hora de la siesta).

En la intimidad de mi hogar el pecho se ofrecía, como diríamos en mi tierra, «a pajera abierta». Sin horarios ni restricciones. Esto nos costó, y nos sigue costando a fecha de hoy, más de una mirada juiciosa. Sólo las mamás que proveen a sus hijos el servicio «teta 24 horas» pueden entender la frustración que me causaba la eterna pregunta: ¿A qué hora le toca mamar?». La única respuesta que generaba mi masa cerebral a esta interpelación, era un irónico «A las 15:00 horas, 40 minutos, 53 segundos, NO TE JODE!». Naturalmente me cuidaba de dar esa respuesta y, a cambio, espetaba un complaciente, «en un rato» (Un rato puede ser muchas cosas…).

Aún peor era esa situación en la que, en medio de la reunión familiar, al gemido constante de tu pequeño (al berreo, en caso de mi leñador) lo cogías tratando de pasar desapercibida y te lo ponías al pecho como el que no quiere la cosa, cruzando los dedos de los pies para no despertar la suspicacia de tu suegra. No obstante, la mujer, que está en todo, enseguida pregunta: «¿Ya le vas a dar de mamar? ¿Pero si mamó hace menos de una hora?.»

La reacción que perfeccioné a esta pregunta (absolutamente retórica, por otra parte… No es que le vaya a dar, es que le estoy dando…) fue un leve encogimiento de hombros acompañado de un suspiro aspirado con una mueca tendente a la sonrisa. Funciona. Se callan; seguramente pensando alguna de estas tres cosas: 1; El niño no queda satisfecho con la teta y tiene hambre a todas horas. 2; no le estamos acostumbrando bien y se está «engolosinando» con la teta, o 3; como madres endiabladamente primerizas que somos no sabemos gestionar un llanto y todo lo solucionamos con teta. En cualquier caso, se callan.

Menos mal que estaba mi abuela (otra vez mi abuela). Si por ella hubiera sido, la «muchachica» no se despegaba de las brevas de su madre ni para recibir el agua bendita.

Superada esta fase de ser diana de todas las aspiraciones de tus allegadas de convertirse en pediatras o matronas, nos vimos obligados a enfrentarnos a empresas mayores: Una mastitis que me hizo llorar de dolor y desesperación, y la vuelta al trabajo.

No es correcto llamarla vuelta en realidad, porque a duras penas estuve desconectada un par de semanas. El leñador vio la luz del día (de la tarde) un 30 de Diciembre y el 12 de Enero tiene registro de entrada un recurso de apelación que tuve que presentar…

La conciliación en nuestro caso sólo es mérito nuestro. De mi marido; de mi hijo, de mis padres, de mis suegros y mío. A nadie, mucho menos al Estado, le debemos nada en este sentido.

Mi presto hombre de los tardíos 70´se ha recorrido media geografía española para llevar a mi hijo a los brazos de su madre entre juicio y cita; entre reunión y comparecencia.

Recuerdo una ocasión en la que el leñador, con sus tiernos 3 meses, se paseó por toda la Vega Baja del Segura mientras su madre ejercía su profesión en los Juzgados de Torrevieja y salía del palacio de Justicia, tras más de dos horas de Juicio, a una velocidad que ya quisiera Ussain Bolt, aún «entogada», y ante la atónita mirada de los agentes que custodiaban la entrada y la salida, para darle su criptonita.

Suerte la mía que tras el parto perdí todo el pudor de mi juventud y he lactado en cualquier lugar, en cualquier momento y de cualquier manera…

A fecha de hoy, ya hemos aprendido mucho. El leñador sabe perfectamente lo que quiere y, cada vez que desea retozar entre las «domingas» de su madre, señala de forma autoritaria el asiento más confortable que encuentra a su alcance y articula un claro e incisivo: MAMÁ. Con esta orden, me siento y empieza el despiporre…

We are ugly, but we have the music

Buenos días:

Esta es la primera entrada que escribo de una nueva categoría que destinaré a «Breves reflexiones momentáneas de andar por casa».

Acostumbraba a utilizar un cuaderno en el que, de tanto en tanto, anotaba alguna idea que me rondaba la cabeza o trataba de definir las reacciones físicas, químicas y espirituales que me inspiraban estímulos externos de cualquier naturaleza.

Siempre he mantenido la convicción de que, en mi caso particular y por lo que a enamoramiento se refiere, la verdad de la buena es que no me importa el aspecto físico… O mejor dicho, no juega un papel importante en la activación de mi resorte afectivo-sexual, la adecuación del objeto de mi deseo a los cánones estéticos imperantes.

Juzguen Ustedes mismos:

Quizás pronto escriba por qué razón debería haber nacido en Francia… (Al hilo de la lengua de esta canción; Brel, como saben, era Belga).

En cualquier caso, ese resorte del que hablaba lo dispara Jacques Brel cuando escucho esta canción y, al verlo interpretarla, ya ni encuentro camino de vuelta.

No miento si digo que percibo el corazón contraerse con alguno de los versos; como por ejemplo «cavaré la tierra hasta después de muerto para cubrir tu cuerpo de oro y de luz…» o «Te hablaré de esos amantes que vieron por dos veces sus corazones arder».

Un amigo me dijo una vez que me seduce el sufrimiento ajeno; el dolor… Quizás, en algún sentido; aunque diría más bien que en un hombre, me seduce su vulnerabilidad al amor; su capacidad de sufrir por amor.

!Vamos, que para mí no hay nada más sexy que un hombre que se lame las heridas de un desengaño! No se cómo interpretar eso… No parece una buena noticia, no?

Ya les había avisado de lo del romanticismo trasnochado y la tendencia «cortavenas»

Algo parecido me pasa con el Excelentísimo Sr. Cohen.

La profundidad de su perspectiva me cautiva. Me rindo a las asperezas de su historia.

Sospecho que no soy la única mujer del mundo con esta «tara»; así que: Hombres sobre la faz de la tierra, ya saben lo que tienen que hacer para «pillar cacho»; cuenten sus penas de amor… O mejor: CÁNTENLAS, aunque sea en palabras de Cohen.

NUEVE FORMAS POSIBLES DE PASAR UN ANIVERSARIO: I

Les voy a contar una historia.

Corría el año 2007. El hombre de los 70´, que por aquel entonces tenía mucha más pinta de hombre de los 90´, y yo, paseábamos nuestro recién estrenado amor por allá donde pisábamos como dos adolescentes que, prácticamente, era lo que éramos.

Estaba en cuarto curso de la licenciatura y en mi casa no tenían queja alguna con mi rendimiento académico… Yo me tomaba muy en serio las amenazas de mi madre en torno a una vida de sumisión, maltrato y trabajo esclavo por jornadas de 13 horas en las fábricas, así que sacaba matrículas de honor «como si» la vida me fuera en ello.

Era el último tercio de la primera legislatura de ZP, en años de bonanza, cuando las becas para estudiantes y los 2.500 Euros para padres primerizos fluían como el crédito, mientras los ciudadanos levitábamos por la vida, íbamos a restaurantes y comprábamos casas, más o menos inconscientes de la que se nos venía encima.

Yo, que a lo largo de mi vida he sido más bien prudente con el tema de las experiencias Erasmus y esas cosas (ya les he comentado que superar los 12 créditos suspensos y, consecuentemente, perder las ayudas del Estado, era una espada de Damocles que pendió sobre mi cabeza durante los 5 años de la carrera) me puse el mundo por montera y decidí que me iba al país de los tréboles y la cerveza negra a pasar dos meses de vacaciones con parte de las «supernenas». Ah, sí! También iba a hacer un curso de inglés. Unas cuantas horas de asistencia obligatoria por las mañanas y a correr..

My beautiful picture

 El primer mes de Julio me lo pasé visitando lugares muy verdes, haciendo cenas en los apartamentos de todos los españoles que coincidÍamos en Cork mientras sonaba a todas horas el «Umbrella» de Rihanna, bebiendo Guinnes en el «Ambros»,  participando en los bailes tradicionales al ritmo de «and a one, two, three, four, five, six, seven, and a one two three and a one two three…» , y alimentándome de queso, patatas y ensalada.

My beautiful picture

Pero la verdadera aventura, estaba aún por llegar.

En el mes de Agosto me abandonaban las supernenas, que se habían ido un mes antes que yo y que volvían al hogar, y me quedaba sola durante tres semanas esperando a mi ya por aquél entonces llamado novio, en un apartamento que compartía con una francesa muy francesa (guapa, chic, misteriosa y un poco atormentada que una noche entró en mi habitación con 5 botellines de ginebra a palo seco para proponerme una fiesta del pijama) y un italiano muy poco italiano (más bien feote, bastante antipático y que nunca cocinó pasta).

Como digo, mi hoy maridín, esposo, hombre de los 70´, aterrizaba en Cork la semana del 20 de Agosto para pasar conmigo los últimos séis días de aventura irlandesa y, precisamente, el día que volvíamos a casa celebrábamos que se cumplía un año enterito desde aquélla noche en que, después de un concierto de Los Suaves, nos besábamos en su coche mientras sonaba Carry de Europe  (no me siento orgullosa de la canción de nuestra historia de amor, pero él no está de acuerdo en inventarse una historia más cool para nuestro idilio, así que dejaremos las cosas como son).

No venía solo, no. Venía cargado de embutido, vino y hasta con una botella de Brugal comprada en España al módico precio de 10 Euros.

DSC01182Durante los primeros días viajamos a la costa, paseamos en bici por los jardines y castillos de Killarney, bebimos más Guiness e hicimos reuniones «a la española» con la francesa francesa y el italiano impostor.

El fin de semana viajamos a Dublín para dar cuenta de la botella de Brugal mientras explorábamos la ciudad nocturna.

Nos alojamos en un Hostel de lo más bohemio, por decir algo: Nuestra cama era clavadita al catre de Heidi y alcanzarla se convertía en una partida de Twister para sortear las goteras, que tenían el suelo completamente erosionado.

La primera noche, una de las más oníricas de mi existencia, pululamos por locales que parecían salidos de la imaginación de Kubrick y terminamos casi a mamporros con un hooligan de dos metros de alto por otros dos de ancho, al que mi felizote y comúnmente inconsciente esposo no dejó de «guiscar» con la baja calidad futbolística de Robbie Keane.

En cuanto a la segunda, la que antecedía a la celebración de nuestro primer año de mariposas y de pintarse los labios a diario, mientras comíamos, mi por aquél entonces hombre de los 90´sacó de su billetera dos pedazos de papel con los bordes recortables en los que pude leer: DAMIEN RICE; MARLAY PARK.

Oh Dios mío! Por fin iba a escuchar en directo a ese irlandés borracho y desquiciado que me había congelado la sangre con su «Blower´s Daughter» mientras veía hipnotizada la película Closer (a estas alturas creo que ya habréis adivinado que soy más bien de tendencia cortavenas…)

Cogíamos el vuelo de vuelta a casa a las 11.00 de la mañana, desde Cork, pero la apertura de puertas era a las 4 de la tarde. En un país en el que se cena a las 18.30 horas, no nos sorprendía que un concierto tuviera lugar a las 17.00.

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Allí nos plantamos, en Marlay Park, nerviosos, emocionados…

Las luces del escenario se encendieron a plena luz del día; se hizo el silencio en las inmediaciones y la música comenzó a sonar… Pero no era Damien Rice.

Dimos por hecho que habría teloneros así que seguíamos esperando a Damien mientras escuchábamos a un grupo muy folk.

A esta primera banda folk le siguieron una, dos, tres y hasta cuatro bandas folk más que, efectivamente, no eran Damien Rice, antes de que me decidiera a preguntar a qué hora estaba prevista su aparición.

Unas chicas muy amables, que iban hasta arriba de cerveza, acertaron a decirnos algunas palabras de las que dedujimos que estábamos en el Bud Rising Festival Dublín; que era uno de los festivales más importantes de Irlanda; que no sabrían decirnos a qué hora tocaría el Sr. Rice pero que era el cabeza de cartel y que aún quedaban muchísimas actuaciones antes de finalizar.

De repente sentí miedo. No teníamos hotel en Dublín para esa noche porque habíamos dado por hecho que regresábamos a Cork, y en los bolsillos, los últimos 20 Euros que tenían que darnos para el autobús de vuelta a Dublín, para el tren a Cork y para alimentarnos hasta que llegáramos a casa.

Con todo el susto en el cuerpo respiré hondo; tenía 22 años y estaba en Dublín, con un hombre apuesto esperando a ver en directo al romántico y suicida Damien Rice, así que formateé y decidí disfrutar del concierto. Ya pensaríamos algo después.

El concierto fue espectacular; Damien no decepcionó y terminó cantando la fascinante y desgarradora «Cheers Darlin´» completamente borracho, dando tumbos por el escenario mientras derramaba el vino francés que llevaba en la mano al más puro estilo Eddie Vedder, con la voz rota como si el amor de su vida estuviera en ese momento camino del altar para desposarse con otro… Toda una fiesta para mi romanticismo trasnochado.

Y se hicieron la una y las dos y las tres… De la mañana. Y cogimos el autobús hasta Dublín en silencio, saboreando los acordes y la melodía del Chello y retrasando lo de preocuparnos por qué hacer con nuestras vidas en Dublín; sin un chavo y a pocas horas de coger un vuelo desde Cork hasta casa; con nuestros padres preparados para llamar a la embajada española si nos retrasábamos cinco minutos de la hora de llegada prevista.

Una vez en la ciudad nos hicimos con un chino take away para calmar nuestros estómagos rugientes, que nos vimos obligados a tragar  sin una gota de líquido porque lo que nos quedaba, estaba asignado a otras partidas presupuestarias. Pasamos una hora preguntando en todo tipo de alojamientos para descansar un para de horas hasta que pudiéramos coger el tren. Cuando digo todo tipo de alojamientos me refiero también a ése en cuya puerta yacían (sí, sí, por el suelo) algunos yonkis pasados de rosca, y cuyo acceso se limitaba a una cortina roja de terciopelo detrás de la cual ascendía una escalera estrecha de cal desconchada, hasta vete tu a saber dónde…  Ni siquiera aquí tenían una habitación.

Era 26 de Agosto, sí, pero en Dublín, a las 4.00 am habían tres grados de temperatura. Cargábamos con las maletas del fin de semana que amablemente nos guardaron en nuestro Hostel durante el concierto y los bares, todos, estaban cerrados.

Teníamos frío y estábamos cansados; el catre de Heidi se convertía en nuestros anhelos, en una cama mullidita y confortable… Y, de repente, vimos una cabina. Una con puertas, completamente cerrada (ya habíamos pasado por varias pero las habíamos descartado porque tenían la puerta rota o eran totalmente descubiertas…). Y vimos la luz. Nos metimos en la cabina después de equiparnos con toda la ropa que teníamos en nuestras maletas y de habernos bebido «el culo» de brugal que nos quedaba de la noche anterior !(bendito alcohol que calientas la sangre!). Este era el resultado. Si me hubiera cruzado conmigo, me habría dado un Euro.

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Seguramente estarán pensando: La estación de tren ¿por qué no fuisteis allí?. Pues bien, en primer lugar, nos disuadía el hecho de que estuviera a 40 minutos a pie y lleváramos dos maletas y tres mochilas a cuestas (no había taxis, ni uno, obvio). Finalmente concluimos que para estar metidos en una cabina haciendo ejercicios de contorsionismo, andábamos, nos calentábamos y con suerte llegábamos a un lugar cerrado en el que esperar sin miedo a que nos atracaran.

Después de los 40 minutos a pie, llegamos a una CERRADA estación de tren. Eran las 5.30 am. Hasta las 7.00 am que abrieron la estación, los minutos pasaron entre alguna que otra lágrima, reproches vedados, más de un susto de infarto y bastante risas. A las 8 cogimos el tren hasta Cork; 2.30 minutos de trayecto en el que nos sentimos felices y a salvo sin dar mucha importancia al hecho de que teníamos que coger un vuelo en menos de tres horas.

Aún no se como lo hicimos; pero llegamos a casa; «Just on time» fascinados por nuestro primer viaje juntos y con una historia que contar.

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Mi hombre de los 70´tuvo la ocurrente idea de repetir experiencia en los aniversarios sucesivos, pero, puesto que alguien tenía que poner cordura en todo esto, me negué rotundamente. A partir de ahora, hoteles de más de tres estrellas, por favor.